Y cuando pierdes la medalla soñada, ¿qué?

Los Juegos Olímpicos nos enseñan a ganar y a saber perder. A luchar y a esforzarse. Nos hablan de resiliencia, como ahora llaman a la fortaleza

Lo hemos visto con Carolina: acariciando el oro, se lesiona. También con Carlos Alcaraz, de 24 juegos, gana 12, no pierde ni un servicio y se queda sin el oro. A veces la vida es dura, se pierde. Nos puede pasar como en la canción La senda del tiempo de Celtas Cortos: “A veces llega un momento en que te haces viejo de repente. Sin arrugas en la frente, pero con ganas de morir. Paseando por las calles todo tiene igual color”.

Es normal que lo pasemos mal ante las dificultades, que cuando todo se desmorona en nuestra vida o en nuestro entorno, también nos desmoronemos nosotros. La primera lectura de la misa de hoy nos narra el cansancio ante la vida del profeta Elías, este huye de Jezabel, que le quiere matar: «y anduvo por el desierto una jornada de camino, hasta que, sentándose bajo una retama, imploró la muerte diciendo: ¡Ya es demasiado, Señor! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor que mis padres!».

También nos ha dejado consternados el aparente suicidio del matrimonio asturiano en León, que se ha precipitado desde la sexta planta del hotel donde se alojaban. Todo parece que el motivo ha sido una ruina económica. «Se acabó. Os queremos mucho». Estas cinco palabras fueron las últimas que recibieron a través de un mensaje de WhatsApp los familiares y amigos de este matrimonio.

¿Realmente acaba todo tras la muerte? ¿Es el suicidio la solución ante la enfermedad, la ruina, la soledad? Hace unos días comentábamos en una sobremesa, que se está perdiendo el sentido de la vida y, en parte, es debido a la ausencia de la predicación de los Novísimos por parte de los sacerdotes. Olvidamos que la muerte no es el final, somos seres espirituales y el alma no muere. Tras la muerte viene el juicio, el encuentro con la verdad plena y el veredicto. Hace unos días pude estar en la Capilla Sixtina y contemplar la excelente catequesis sobre la Creación y el Juicio de Miguel Ángel: venimos de Dios y a Él vamos: unos son salvados y otros se condenan a sí mismos.

Sigue la letra de la canción: «Siento que algo echo en falta, no sé si será el amor. Me despierto por las noches entre una gran confusión. Esta gran melancolía está acabando conmigo. Siento que me vuelvo loco y me sumerjo en el alcohol. Las estrellas por la noche han perdido su esplendor”.

El problema de la vida es el amor. El elixir de la vida es el amor. Lo que nos mantiene en vida es el amor. Cuando echamos en falta el amor notamos que algo falla, perdemos las fuerzas de vivir. Lo que hay que hacer es recuperarlas. Ir a las fuentes del amor. Dar amor.

Volvamos a la historia de Elías: “El ángel del Señor volvió por segunda vez, lo tocó y de nuevo dijo: Levántate y come, pues el camino que te queda es muy largo. Elías se levantó, comió, bebió y, con la fuerza de aquella comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios”. Lo importante es encontrar un ángel en el camino. Los ángeles son los mensajeros de Dios, nuestros acompañantes de camino. Son los portadores de la buena noticia, los mensajeros del amor. También nosotros podemos acariciar como lo hacen ellos.

Nos dice el Señor: “En verdad, en verdad os digo el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo”. La Eucaristía, comulgar la Carne y la Sangre del Cristo, es la gran fuente del Amor. De Ella nos alimentamos y sacamos fuerzas para caminar por el desierto, para ser ángeles de paz y de vida para los demás. Ella es nuestra esperanza. Sin Ella no podemos vivir.

“Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta”, nos dice la santa de Ávila. Cuando parece que lo hemos perdido todo, cuando faltan las ganas de vivir, sabemos que tenemos a Dios, incluso cuando pasamos de Él o le renegamos. Él siempre está ahí, a nuestro lado.

Los Juegos Olímpicos nos enseñan a ganar y a saber perder. A luchar y a esforzarse. Nos hablan de resiliencia, como ahora llaman a la fortaleza. Novak Djokovic, a través de las redes sociales, ha compartido un bonito mensaje dirigido a Carlos Alcaraz tras la final que jugaron en París. «Tu oro llegará, amigo», dijo el serbio. También el tuyo y el mío.

Juan Luis Selma
almudi.org

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