Lo prohibido siempre es el escenario de una doble tensión. Por un lado, la tensión se expresa en un rechazo, pues lo prohibido “es malo”. Por otro, la tensión se manifiesta en una atracción. En efecto, eso que “es malo” no me resulta indiferente: me atrae. Y como me atrae y “es malo”, hay que prohibirlo. Si no me atrajera, no habría necesidad de prohibición alguna. ¿Por qué lo prohibido atrae? ¿Y cómo se aplica esto al mundo de la sexualidad?
La prohibición no crea la atracción
Sería un error pensar que lo que hace que lo prohibido sea atractivo es la prohibición misma. Es decir, no sería correcto considerar que ponerle a algo el cartel de “prohibido” haga que mágicamente empiece a ser deseado. Ciertamente, la prohibición puede añadirle una cuota de “riesgo” a eso que se prohíbe y hacer que el deseo por esa realidad se incremente. Pero la prohibición no crea el deseo.
Si alguna autoridad prohibiera ingerir pus en la vía pública, esta prohibición no haría que la ingesta de este fluído se hiciera popular. Ciertamente, la prohibición haría que la atención de la gente se dirigiera momentáneamente a la “bebida” en cuestión. Sin embargo, como nada hay de atractivo en ella, la gente concluiría sin más que la prohibición sería absurda. Si la realidad en sí misma no es atractiva, nada le suma la prohibición.
Esto nos hace volver nuevamente a la pregunta inicial: ¿Por qué lo prohibido atrae?
Lo prohibido tiene algo de bueno
Aquello que es percibido por todos como malo simplemente no atrae. Si acaso algo prohibido atrae es porque, en el fondo, algo de bueno tiene. Y la atracción que despierta brota precisamente de dicha bondad.
Vayamos al caso de las drogas. Están prohibidas porque hacen daño. Pero la gente no las busca por el daño que producen, sino por lo bien que uno se puede llegar a sentir al consumirlas. Si únicamente causaran daño, no habría necesidad de prohibirlas. El problema es que, junto con el daño, proporcionan placer: por eso atraen. Y mucha gente está dispuesta a padecer ese daño con tal de experimentar ese placer.
Eso que pasa con las drogas pasa también con todas las cosas que terminan siendo prohibidas. Si acaso atraen es porque algo de bueno tienen. Sin embargo, el precio que hay que pagar para acceder a dicho bien termina siendo muy caro. Y así, algo que me puede hacer sentir bien, no necesariamente me va a hacer bien. Eso es lo que da sentido a la prohibición.
Aplicado al mundo de la sexualidad
El mundo de la sexualidad es fuente de sensaciones muy intensas. De hecho, el placer sexual es el más intenso que se puede experimentar a nivel físico. Por eso genera tanta atracción. Y atrae precisamente porque es algo muy bueno. Pero como ocurre con todo lo bueno, si se usa mal, puede hacer daño. Y en materia de sexualidad, ese potencial daño es lo que da sentido a la prohibición.
El placer no es un fin sino un medio: se trata de un insumo para el amor. Es decir, tiene por finalidad hacer que el amor crezca y se haga más fuerte. Hablamos aquí de amor entendido como la decisión de buscar el bien y lo mejor para la otra persona. Considerado como un fin, en cambio, el placer me orienta hacia una actitud de uso, que finalmente termina alejándome del amor. Y esto me hace daño.
Brota de las exigencias mismas del amor
Para Platón, es peor cometer un mal que padecerlo. En efecto, cuando padezco un mal, este queda en el exterior. En cambio, cuando cometo un mal, este brota de mi corazón, y me corrompe interiormente.
El ser humano ha sido hecho para el amor. De hecho, encuentra su plenitud amando, entregándose, haciéndose don. Y dado que lo opuesto al amor es el uso, toda acción que implique un uso, por más placentera que pueda llegar a ser, en el fondo, termina haciendo daño. No sólo daña a quien es objeto de dicha acción, sino sobre todo a quien la comete.
En materia de sexualidad, las prohibiciones deben tener su fundamento en el amor. En efecto, si quiero amar, busco apartarme de todo aquello que me aleje del amor, de todo aquello que resulte incompatible con él. Vista así, la prohibición no tiene por qué ser vivida como algo impuesto “desde afuera”, sino que está llamada a ser la conclusión de valorar las propias acciones a la luz del amor.
Publicado por Daniel Torres Cox en Ama fuerte
Fuente: www.jovenescatolicos.es