¿Qué entendemos por validar a alguien o sus sentimientos? Validar es aceptar y dar por valido aquello que otra persona (adulto o niño) está sintiendo tanto si estamos de acuerdo o no con su punto de vista o sus sentimientos. Validar es el arte de poder empatizar y comprender lo que otra persona siente.
Solemos juzgar, criticar e incluso no dar importancia a lo que otras personas piensan o sienten si estamos en desacuerdo con lo que hacen, expresan o sienten. Algunas personas podemos incluso no expresar nuestro desacuerdo ni dar nuestro punto de vista por miedo a no ser aceptados.
Cuando un niño llora, siempre, es por un motivo valido desde su punto de vista, desde su vivencia interior. Sepamos o no dicho motivo, lo comprendamos o no, lo aceptemos o no… Desde la mirada adulta podemos pensar que “eso” no es importante o que quizás el niño reacciona desproporcionadamente. Ese es nuestro juicio. Pero lo que yo quiero hacer aquí es precisamente darle voz al niño y no al adulto que mira al niño.
¿Cómo podemos saber si “eso” es realmente importante o no? Si a nuestros hijos les importa. Entonces sí es importante. Validar es acompañar y estar presente. Cuando un niño se siente acompañado, también, se siente querido, aceptado, respetado, tenido en cuenta, importante y lo más esencial de todo, se siente seguro. Sin seguridad, sin autoestima, sin aceptación, sin amor… ningún ser humano, y aún menos si se trata de un niño, puede ser feliz, ni sentirse lleno, ni vivir en paz. Que un niño tenga la seguridad de que va a ser querido y aceptado sienta lo que sienta y exprese lo que exprese es fundamental. Todas las emociones y todos los sentimientos son legítimos y tener que reprimirlos por miedo a ser juzgados o rechazados sólo trae más emociones y sentimientos no deseados por lo tanto este círculo nunca se acabaría.
No confundamos el sentir con el hacer. Podemos sentirlo todo y es más, las emociones y sentimientos están y existen para ser sentidos no para ser reprimidos. No obstante, las reacciones emocionales, nuestros actos (esos automáticos que nos suelen salir) sí debemos controlarlos y/o gestionarlos siempre y cuando haya otras personas en juego. Si necesitamos descargarnos físicamente, podríamos salir al campo y gritar, coger un cojín y golpearlo, respirar muy profundamente (tres respiración profundas mandan oxigeno renovado y limpio al cerebro y ese oxigeno crea un cambio organísmico en el cuerpo, y ese cambio nos permite ver y percibir las cosas de otra manera), salir en bici o correr o simplemente pasear tranquilamente…
Cuando un niño puede expresar la rabia, la frustración, el enfado… estando con un adulto que sabe y quiere validarle le estamos dando esa seguridad tan necesaria e imprescindible que todo ser humano necesita. Si nosotros hubiésemos recibido esa seguridad y validación de niños no tendríamos que estar intentando, ahora, controlar y gestionar todos esos “automáticos” que nos salen inconscientemente cada vez que conectamos con algo viejo. Podemos explicarle que tiene derecho a sentirse herido por lo que su hermano le ha dicho o hecho pero no puede pegarle ni hacerle daño. También podemos darle las herramientas para empoderarlo lo suficiente como para que vea el motivo que hay detrás de la actitud del otro niño (en anteriores artículos he hablado sobre este tema). Podemos acompañarle y permitirle expresar ese enfado o rabia. Podemos darle un cojín y decirle: “enséñame cómo te sientes” o darle un papel y lápices y sugerirle si quiere dibujar lo que siente y lo mismo con plastilina o alguna masa modelable, también podemos simplemente preguntarle: “¿qué puedo hacer para que te sientas mejor?”, “¿hay algo que le quieras decir o pedir a tu hermano?” y un largo etcétera. De este modo le estamos diciendo que él tiene derecho a sentirse así pero no tiene derecho a reaccionar emocionalmente sobre otra persona.
¿Qué siente y aprende un niño cuando le decimos…?: “No pasa nada, sólo es un rasguño” o “no llores por eso que ya eres mayor” o “ya sabes que es tarde y hay que irse” o “te he dicho que no te lo voy a comprar, no insistas” o “cuantas veces te he dicho que en el coche hay que ponerse el cinturón, no empieces otra vez” y un largo etc.
Lo que un niño/a suele sentir es frustración, decepción e inseguridad ya que lo que él o ella está sintiendo no es válido ni aceptado desde la lente del padre o la madre. Cuando la madre la dice que sólo es un rasguño es cómo si negara lo que el niño siente. El hecho de negar lo que el niño siente no hace que “eso” que SÍ siente desaparezca, más bien al contrario. Cuando un adulto le quiere quitar importancia a la vivencia de un niño lo que precisamente consigue es el efecto contrario. El niño llora más, se enfada más, se frustra más, se decepciona más… Cuando no nos sentimos aceptados nos sentimos inseguros y esa inseguridad duele. Y si viene de mamá o papá puede dejar huella. El niño siente un ligero dolor y le escuece la herida pero lo que mamá dice es que él no está sintiendo lo que realmente siente. Esto puede crear mucha confusión a un niño. Él puede pensar: “me duele y me pica pero no me debería doler ni picar” o peor aún “yo no debería estar sintiendo lo que siento”.
Validar, en estos ejemplos, sería algo así: “¿te duele, te pica, puedo hacer algo para calmarte?”, “estas triste porque tenemos que irnos y te gustaría quedarte más, a mí también me gustaría pero es muy tarde y papá estará esperando o es muy tarde pero mañana u otro día podemos volver…” Algo que a muchos niños les gusta y les mantiene conectados a los lugares y personas que les gustan mucho (parques, familiares, casas de amigos…) es poder llevarse algo consigo mismo del lugar como por ejemplo: una piedrecita, unas hojas, un objeto… Hay muchas formas de validar lo que un niño siente. Lo importante es entender que aquello que siente es legítimo y tiene todo el derecho a sentirlo. Es su vivencia y no la nuestra. Él es el único dueño de sus emociones y sentimientos. No obstante, eso no significa que pueda ir en el coche sin atar o que tengamos que comprarles todo lo que nos pidan. Yo siempre digo que cuando no podemos satisfacer una necesidad o darles lo que quieren siempre podemos validarles. “Te gustaría ir sin atar, te molesta el cinturón…” “A mí también me gustaría no tener que llevar el cinturón pero por seguridad y por ley tenemos que llevarlo”. Cuando un niño siente y ve que su madre le entiende, le comprende, lo acepta… le es más fácil cooperar en las situaciones límite o cuando no hay elección posible ya que hay una conexión emocional entre ambos. Cuanta más conexión hay entre padres e hijos más cooperación recibimos de nuestros hijos por efecto secundario. Si queremos negar aquello que sienten o no les dejemos sentirlo es cuando se rebelan más. Las emociones negadas se intensifican aún más. Y pueden llegar a somatizarse en el cuerpo de diferentes formas: fiebres, erupciones, problemas en la piel… Y todo aquello que no pudimos sentir ni expresar de niños se convierte en reacciones emocionales automáticas cuando somos adultos.
No os habéis fijado que a la mayoría de nosotros nos fue “robada” esa seguridad, por tanto nuestra autoestima quedó lastimada de por vida. La autoestima es fundamental para la buena toma de decisiones. Sin autoestima nos sentimos inseguros y estando en esas condiciones no podemos tomar las decisiones que quizás nos irían mejor ya que decidimos desde el miedo, la carencia, la necesidad de aprobación… Hablaré mucho más sobre este tema en futuros artículos. Las bibliotecas y las librerías están llenas de libros en el apartado de auto ayuda con títulos sobre cómo fomentar la autoestima, cómo ganar en autoestima, qué hacer para recuperarla. Pero casi no hay literatura sobre qué es lo que NO debemos hacerles a los niños para que no la pierdan nunca o que nos expliquen cómo, cuándo y el por qué la perdimos. Eso no vende ya que compromete a muchos adultos responsables de dicha perdida (padres, madres, abuelos, profesores…). No se tarta de buscar culpables. Sino de entendernos y comprendernos mejor y para ello tenemos que saber para poder evitar cometer los mismos errores. Se da por hecho que la autoestima es algo que no tenemos o que se pierde por arte de magia y que tenemos que recuperar.
Todo ser humano nace con seguridad absoluta de que va a ser querido y de que sus necesidades tanto primarias, básicas, físicas, emocionales… van a ser satisfechas pero luego aprende que no siempre es así. Esas cualidades son arrebatadas a los niños a consecuencia de cómo les tratamos y nosotros les seguimos tratando así por cómo fuimos nosotros tratados… Una vez son adultos se pasan la vida intentando recuperarlas tal y como estamos haciendo aun nosotros, sus padres. Ahora es el momento de romper con esta cadena y esa decisión está en nuestras manos aquí y ahora.
Cuando un adulto nos cuestiona, nos juzga, nos pregunta… también es por un motivo valido aunque nos sintamos mal con su actitud. Cuando alguien juzga o cuestiona algo de alguien, la mayoría de veces, es por falta de información o por inseguridad propia o por miedo a poner en juego sus creencias. Quien necesita justificarse y explicarse también lo hace por los mismos motivos. Todo este proceso suele ser a un nivel inconsciente. Sería como un mecanismo de defensa. Para sentirnos “importantes”, aceptados y queridos los demás tienen que darnos la razón, o por lo menos aceptar nuestro punto de vista. Y si no es así, empezamos a sentirnos mal. Y cuando nos sentimos mal, por norma general, actuamos mal. ¿Por qué? ¿Con que sensación, ya familiar y conocida, conectamos en ese momento? Validar lo que ese adulto siente también nos libera a nosotros de su carga emocional sobre nuestra persona. Decir: “veo que no pensamos lo mismo”, “entiendo y acepto que no estés de acuerdo conmigo/nosotros, no obstante quiero hacer…, voy a decir…, necesito ir a…” “es muy difícil ponerse de acuerdo cuando dos personas piensan de forma tan distinta, ¿verdad? Quizás mejor dejarlo tal y como está…” “Entiendo que para ti tiene que ser difícil aceptar que yo quiera…” Podríamos decir muchas cosas. Depende de cada momento y de cada persona. Lo que intento expresar es que cuando no juzgamos ni criticamos al otro, aun cuando el otro si lo hace, ni queremos tener la razón sino que simplemente validamos y aceptamos lo que la otra persona piensa y siente y somos nosotros, también, honestos con lo que pensamos y sentimos, la energía entre ambas personas cambia y ese cambio hace que la otra persona se afloje y deja de tener la necesidad de ponerse tanto a la defensiva, su enfado se diluye y todo su cuerpo empieza a sentirse diferente: mejor. Cuando nos sentimos mejor (bien) actuamos, también, de mejor forma. ¿Por qué? Porque ya no sentimos miedo ni nos sentimos atacados, ni juzgados… nos sentimos seguros de poder ser nosotros mismos aun estando con alguien que no piensa igual a nosotros. Nos sentimos aceptados y seguros. Lo que más “roba” la autoestima y seguridad de las personas es el hecho de no poder ser ellas mismas por miedo a ser rechazados o no aceptadas ni queridas. Y esto nos suele suceder durante nuestra infancia. ¿Dónde aprendimos eso y de quién? ¿Quién no nos aceptaba tal y como éramos? ¿Quién nos avergonzaba?
Dependiendo de cómo nosotros tratamos a los demás, podemos sacar lo mejor que hay en ellos o lo peor. Tenemos que responsabilizarnos de nuestra parte y no siempre culpar a los demás de nuestros estados de ánimo. Sabiendo lo que ahora sabemos podemos intentar verlo de este otro modo y poco a poco seguro seremos capaces de relacionarnos de diferente modo. Ellos pueden despertar algo en nosotros pero nosotros podemos elegir qué hacemos con eso que estamos sintiendo. En vez de reaccionar emocionalmente podemos ponerle palabras a aquello que estamos sintiendo y compartirlo con la otra persona: “Cuando no aceptas mi punto de vista o mis decisiones me siento muy triste porque no me siento tenida en cuenta ni querida”. Quizás al principio nos cueste hacerlo por falta de modelos en nuestra infancia (y en la sociedad en general) pero con el tiempo seguro podremos mejorar las relaciones con nuestros seres queridos y ellos nos lo agradecerán y de esta forma también podremos darles a nuestros hijos el modelo que ellos necesitan para romper con esta cadena de una vez por todas.
Todos, absolutamente TODOS, necesitamos sentirnos queridos, aceptados y tenidos en cuenta y casi siempre actuamos desde esa necesidad y carencia. Intentemos estar bien empoderados para poder recordar esto precisamente cuando alguien nos esté haciendo sentir “mal” y preguntémonos: “¿Qué hay detrás de su necesidad de tratarnos así?” A veces hay un gran desespero de amor. Una gran necesidad de sentirse queridos y esa carencia daña a quien se relaciona con esa persona. Es una llamada de auxilio, en verdad.
Por Yvonne Laborda
Dar voz al niño