«Durante más de 25 años se han puesto en tela de juicio, a veces con acritud, las investigaciones que demuestran que las mujeres ejercen la violencia física contra sus parejas masculinas en una proporción similar a la ejercida por los varones contra sus parejas femeninas. Sin embargo, los datos de casi 200 estudios son concluyentes.» (Murray A. Straus, Risk factors for physical violence between dating partners, 2006)
El presente trabajo ha tenido, como hipótesis de partida, la reciprocidad de la violencia en la pareja; y como finalidad, determinar el grado de respaldo científico con que cuenta esa hipótesis a nivel internacional. El trabajo se ha llevado a cabo en dos etapas: la primera ha consistido en recopilar un número significativo de estudios sobre violencia doméstica y elaborar una tabla comparativa con los datos básicos de esos estudios, ordenados por año de publicación. Esa tabla comparativa se presenta como Anexo. En la selección de los estudios utilizados no se ha seguido ningún criterio especial, salvo la condición indispensable de que midan los niveles de victimización de ambos sexos. También se ha procurado abarcar la mayor cobertura geográfica posible, aunque es en el ámbito anglosajón, y en particular en los Estados Unidos, donde existen más investigaciones sobre el fenómeno de la violencia doméstica. En una segunda etapa se ha analizado y resumido la información más sustancial de esos estudios relativa a la violencia en la pareja. En las páginas siguientes se exponen los resultados de ese análisis, corroborados por los datos de los estudios: los números que figuran entre corchetes (por ejemplo: [nº 22]) se refieren a los estudios correspondientes de la tabla comparativa del Anexo.
Básicamente, hay dos modelos de medición de la violencia doméstica en la pareja:
El primer modelo consiste en estudiar únicamente la violencia que ejercen los hombres contra las mujeres, pero no la ejercida por las mujeres contra los hombres. Es decir, los estudios o encuestas sobre violencia doméstica se aplican únicamente a la población femenina, y después se publican los datos, que, naturalmente, son datos que ponen de manifiesto la «violencia contra las mujeres». Lo llamaremos modelo unidireccional. Es el modelo adoptado por importantes instituciones internacionales y nacionales para sus estudios: la encuesta multipaíses de la OMS, la encuesta Enveff de Francia, la macro-encuesta española o la encuesta del BMFSFJ en Alemania (complementada con un estudio piloto sobre la población masculina) sólo miden la violencia de pareja sufrida por las mujeres. Ni que decir tiene que este método falsea, por omisión, la realidad de la violencia doméstica.
El segundo modelo, que es el objeto del presente estudio, consiste en aplicar las encuestas sobre violencia doméstica a hombres y mujeres por igual. Es decir, mide tanto la violencia ejercida por los hombres contra las mujeres como la ejercida por éstas contra aquéllos. Es, por lo tanto, un modelo bidireccional. Aunque las instituciones españolas parecen tener una repugnancia invencible hacia este segundo modelo de investigación, en otros países son muy numerosos los estudios oficiales e independientes de tipo bidireccional. Casi siempre, las conclusiones de esos estudios arrojan niveles similares de conflictividad para ambos sexos.
En particular, esa simetría de resultados es característica de los estudios más fiables, es decir, los realizados sobre muestras de la población general, diseñados específicamente para medir la violencia de pareja y centrados en períodos recientes; y suele ser menos acusada en los estudios basados en muestras estadísticas sin representatividad general (por ejemplo, grupos clínicos, grupos de víctimas o de rehabilitación de maltratadores, muestras autoseleccionadas, archivos policiales y judiciales, etc.), diseñados primordialmente para obtener otro tipo de información (por ejemplo, las encuestas para la prevención del delito o crime surveys o los sondeos sobre la percepción social de la violencia) o relativos a períodos de tiempo excesivamente largos (es decir, con respuestas menos fidedignas y más supeditadas a la sensibilización ideológica predominante).
Por otra parte, en contradicción con la tesis que justifica la violencia femenina como violencia de respuesta o defensiva, los estudios de la presente recopilación que examinan las condiciones de reciprocidad de la violencia constatan niveles mayores o similares de violencia unilateral e iniciación de las agresiones físicas en las mujeres. En general, los niveles de perpetración, unilateralidad e iniciación de la violencia son claramente más altos en las mujeres que en los hombres de las poblaciones jóvenes, y se equilibran con el paso de los años hasta ser bastante similares para ambos sexos en la edad plenamente adulta.
Como ha demostrado sobradamente la experiencia, las políticas sobre violencia doméstica basadas en el modelo unidireccional desconocen la mitad del problema y resultan, además de ineficaces, contraproducentes. En los conflictos de pareja, tales políticas, basadas más en ideas preconcebidas que en datos objetivos, crean sentimientos de desamparo institucional (en el hombre) y de impunidad y prepotencia (en la mujer) que contribuyen a recrudecer el ciclo de la violencia y propician sus formas más extremas.
Estas son, a grandes rasgos, las conclusiones que cabe sacar del análisis de los 111 estudios enumerados en la tabla comparativa del Anexo.(2007)
Aspectos Cualitativos
Los estudios del modelo unidireccional o el sofisma de petición de principio
Se llama sofisma de petición de principio al método de razonamiento que toma como premisa lo mismo que dice la conclusión, es decir, que empieza afirmando lo que se pretende demostrar. En el caso de la violencia de pareja, las más prestigiosas institucionales internacionales han basado una obra gigantesca, a la que han dedicado inmensos recursos, en una versión sociológica de ese sofisma lógico. Han tomado como punto de partida la premisa ideológica de que la mujer es la única víctima y el hombre el único perpetrador de la violencia en la pareja y, para que la sociedad no tenga ninguna duda de ello, han multiplicado los estudios diseñados para «demostrar» y cuantificar la prevalencia de esa «lacra». En Europa, y en particular en España, ese enfoque oficial de la violencia doméstica nos recuerda el de una cámara estática que captase únicamente la mitad del terreno de juego en un campo de fútbol: siempre veríamos los goles que mete uno de los equipos, pero nunca sabríamos lo que pasa en la portería contraria.
Las Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud, las instituciones europeas, los gobiernos de países como España, Francia o Alemania y, en su estela, toda la jerarquía de entidades locales y organizaciones no gubernamentales, han optado por ese modelo unidireccional de consideración de la violencia doméstica. Como resultado, todas las políticas, medidas legislativas y partidas presupuestarias relacionadas con la violencia doméstica se han adoptado con criterios puramente ideológicos, alejados de cualquier comprobación empírica o científica. Por las buenas, se ha decidido que sólo existe la violencia masculina, y se han justificado las agresiones femeninas como episodios de legítima defensa. Sobre ese principio gratuito se ha construido un complejo andamiaje preventivo y represivo, basado en el desconocimiento de la realidad y en falsos prejuicios, y cuyo efecto más visible (y previsible) ha sido el aumento de la violencia, al menos en sus formas más graves.
Al igual que otros anteriores de la misma organización, el «Estudio a fondo sobre todas las formas de violencia contra la mujer», presentado por las Naciones Unidas en 2006, adopta una rigurosa perspectiva de género para examinar el problema de la violencia contra la mujer, que explica como un «mecanismo para mantener la autoridad de los hombres» [párrafo 73], y se abona a una teoría del patriarcado sustancialmente idéntica a la formulada por Engels en el siglo XIX.
La Organización Mundial de la Salud, en su «Estudio multipaís de la OMS sobre salud de la mujer y violencia doméstica» (2005), menos ideológico y más científico, señala que, en un principio, se había previsto entrevistar tanto a hombres como a mujeres, para comparar los testimonios de ambos e investigar la posible reciprocidad de los abusos, pero «se llegó a la conclusión de que el hecho de entrevistar a hombres y mujeres de una misma familia podía exponer a la mujer a una situación de riesgo de maltrato en el futuro». No obstante, en el estudio se considera que la violencia ejercida por la mujer contra el hombre es un campo que debe explorarse en investigaciones futuras. En cualquier caso, en el prólogo del estudio se expresa una visión radicalmente pesimista de la familia: «El Estudio desafía la percepción de que el hogar es un lugar seguro para la mujer mostrando que las mujeres corren mayores riesgos de experimentar la violencia en sus relaciones íntimas que en cualquier otro lugar», sin llegar a preguntarse si esa misma afirmación sería válida también para los hombres. En el «Informe mundial sobre la violencia y la salud» (2002), la OMS había adoptado ya un enfoque similar, al decidir de antemano, sobre bases empíricas muy endebles y con criterio más ideológico que científico, que «la violencia en la pareja es soportada en proporción abrumadora por las mujeres e infligida por los hombres». Este enfoque ideológico resulta más injustificable si se tienen en cuenta los resultados del Proyecto ACTIVA [nº 60], llevado a cabo por la Organización Panamericana de la Salud, oficina regional de la OMS: según ese estudio, aplicado a poblaciones de ambos sexos de siete ciudades latinoamericanas y de Madrid, los niveles de violencia total son similares para ambos sexos, mientras que los niveles de perpetración de violencia grave son casi tres veces superiores en las mujeres.
En cuanto a los estudios nacionales del modelo unidireccional realizados en Europa, cabe destacar la macro-encuesta española, aplicada con una metodología y unos resultados similares en tres ocasiones [1], y la francesa (el estudio Enveff aplicado en 2000), gemela de la española. La macro-encuesta española causó gran impacto con su cifra talismán (dos millones de maltratadas) y fue el catalizador de importantes medidas legislativas y económicas destinadas a prevenir la violencia contra las mujeres, aunque, si se hubiese aplicado a una muestra masculina equivalente, habría permitido determinar, casi con total seguridad, la existencia simultánea de dos millones de hombres maltratados. En Alemania, la encuesta sobre «salud, bienestar y seguridad personal de las mujeres» realizada por el Ministerio de la Familia (BMFSFJ) se acompañó de un estudio piloto [nº 94] aplicado a 190 hombres. Los resultados de este segundo sondeo permitieron constatar la bidireccionalidad de la violencia en la pareja.
¿Tienen derecho las instituciones públicas a seguir dedicando inmensos recursos al estudio unidireccional de la «violencia contra las mujeres», como vienen haciendo desde hace más de treinta años, cuando tantos estudios independientes han demostrado sobradamente la bidireccionalidad, e incluso la simetría, de la violencia en la pareja? ¿Tienen derecho las instituciones que utilizan recursos públicos a escamotearnos la mitad del terreno de juego? ¿Es eficaz y éticamente aceptable seguir aplicando las políticas de género basadas en esos estudios hemipléjicos e incompletos, aun a sabiendas de que el efecto demostrado de esas políticas es el incremento de los niveles de violencia?
Los estudios del modelo bidireccional
a) Estudios longitudinales [nos. 1 a 15]
En términos de calidad, los estudios longitudinales, con sus mediciones repetidas de las variables de un mismo grupo a lo largo del tiempo, son los instrumentos más fiables de evaluación de la violencia de pareja. Algunos de esos estudios han empezado el seguimiento periódico de los individuos que componen la muestra desde la primera infancia. El más conocido tal vez sea el llamado estudio Dunedin (por el nombre de la población neozelandesa donde se lleva a cabo), cuya muestra se formó inicialmente con individuos de tres años de edad (nacidos entre el 1º de abril de 1972 y el 31 de marzo del año siguiente) que han sido objeto de sucesivas evaluaciones médicas, psicológicas y sociológicas cada dos años y, a las edades de 21, 26 y 32 años, respondieron también a preguntas sobre violencia de pareja [nos 8 y 12]. También en Nueva Zelandia se lleva a cabo el estudio de Christchurch [nº 3], aplicado a una muestra de 1.265 individuos nacidos en esa ciudad o sus alrededores en 1977.
Aunque menos conocido que el Dunedin, quizás el más importante estudio longitudinal es la National Youth Survey [Encuesta Nacional de la Juventud] de los Estados Unidos, llamada así porque, cuando se puso en marcha en 1976, la muestra inicial, seleccionada científicamente para que fuera representativa de la población nacional, estaba compuesta por 1.725 adolescentes de 11 a 17 años. Tres decenios más tarde, esos «adolescentes» rozan ya la cincuentena, pero la encuesta sigue su curso; los datos recopilados en su laboratorio central de la Universidad de Colorado se han utilizado ya en más de un centenar de estudios sobre diversas materias (delincuencia, drogas, enfermedades, genética, etc.), incluida la violencia de pareja [nº 13].
En los estudios longitudinales existen, según manifiestan los propios investigadores, connotaciones de responsabilidad y confianza de los participantes que hacen mucho más fiables las respuestas. Además, los estudios longitudinales permiten subsanar algunos de los errores metodológicos atribuidos a veces a los estudios transversales, que miden la prevalencia del fenómeno de la violencia en un momento dado. Por ejemplo, los estudios longitudinales «siguen» a los individuos a todas partes y en todas las situaciones, mientras que una de las deficiencias que se han achacado a los estudios transversales es que, al aplicarse a una población general, no tendrían en cuenta de modo suficientemente representativo a las víctimas de la violencia de pareja que en ese momento se hallasen en los albergues para maltratadas. Además, los estudios longitudinales permiten tener en cuenta determinadas circunstancias de los episodios violentos, como por ejemplo la dinámica de la relación o las respuestas de autodefensa, ventaja que los pone a salvo de otra de las críticas más frecuentemente esgrimidas contra los estudios transversales y sus mediciones aisladas. Por otra parte, los estudios longitudinales no permiten al encuestado ceder a la tentación de idealizar el pasado para justificar los comportamientos presentes, aspecto que, casi con toda seguridad, explica la diferencia que se aprecia sistemáticamente en los resultados de las encuestas transversales en función del período abarcado.
Este último es un aspecto esencial de los estudios longitudinales, que vuelve a poner de manifiesto que la definición de suma no es aplicable al marco cronológico de los estudios sobre violencia de pareja. Como tendremos ocasión de ver más adelante, las encuestas transversales relativas a períodos largos y alejados en el tiempo arrojan, invariablemente, resultados más asimétricos y de mayor victimización de la mujer que las encuestas cuyo horizonte temporal es más inmediato (últimos doce meses). Cuando las preguntas de una encuesta se refieren a actos violencia conceptualmente bien delimitados (golpear con el puño, empujar, dar patadas, etc.) y fáciles de ubicar en el marco temporal (por ejemplo, durante el último año), los resultados son generalmente simétricos para ambos sexos. En cambio, cuando ese marco temporal se amplía (por ejemplo, a los últimos cinco años o a toda la vida adulta), la tasa de victimización de la mujer aumenta, lo cual sólo parece atribuible a motivos psicológicos (por ejemplo, la diferente percepción de las relaciones anteriores por hombres y mujeres) o ideológicos (la generalizada percepción social de la mujer como víctima potencial del varón).
Los estudios longitudinales son la prueba del algodón de esta incongruencia metodológica. Tomemos como ejemplo el estudio realizado por Bárbara J. Morse [nº 13] con los datos de la National Youth Survey [NYS] mencionada. El estudio determina la violencia perpetrada a lo largo de un período de nueve años, pero medida por períodos trienales. Sus resultados, con niveles muy superiores de perpetración femenina en todos los tramos, contradicen sustancialmente los obtenidos mediante estudios transversales de cronología amplia (cinco años o más). Es decir, si en lugar del estudio longitudinal de la NYS, con su seguimiento directo de cada individuo de la muestra y sus acotaciones trienales, se hubiese aplicado al mismo grupo de individuos una única encuesta transversal, relativa al mismo período global de nueve años, los resultados hubiesen sido, casi con toda probabilidad, radicalmente distintos, y las tasas de victimización femenina hubiesen prevalecido sobre las masculinas.
El estudio de Morse, por las características de representatividad de la muestra y la metodología general de la NYS, merece ser tenido especialmente en cuenta y es uno de los más citados en las bibliografías especializadas sobre violencia de pareja, pero casi todos los restantes estudios longitudinales incluidos en la tabla comparativa corroboran sus resultados.
El estudio de Timmons y O’Leary [nº 9], muestra también un seguimiento excepcionalmente largo: 10 años. En las cuatro consultas efectuadas durante ese período, las mujeres (únicas declarantes) notifican niveles de agresión física y psicológica siempre superiores a los de sus maridos. Los autores concluyen que es preciso prestar gran credibilidad a esas declaraciones.
En algunos de los estudios longitudinales presentados en la tabla comparativa [nos 2, 5, 9 y 15] se hace un seguimiento de parejas. En casi todos ellos, los mayores niveles de violencia se registran en las fases iniciales del noviazgo o antes del casamiento. Esta violencia temprana seguida de matrimonio o consolidación de la relación parece incompatible con teoría feminista del atrapamiento económico de la mujer como explicación de su permanencia en el seno de relaciones violentas.
b) Estudios transversales [nos. 16 a 84]
La mayor parte de los estudios recopilados en la tabla comparativa son de tipo transversal, es decir, miden la prevalencia de la violencia de la pareja en un momento dado y para determinado universo estadístico. Su fiabilidad depende, sobre todo, de la muestra utilizada para realizarlos. Si se trata de una muestra de selección (por ejemplo, mujeres refugiadas en albergues para maltratadas) o autoselección (por ejemplo, voluntarios que responden a anuncios públicos para la realización del estudio), sus resultados no serán, en rigor, extrapolables a la población general, y cabe pensar que los estudios que utilizan esa metodología están buscando un resultado pre-establecido. En cambio, los estudios más fiables utilizan muestras no selectivas, elegidas aleatoriamente o con criterios de representatividad entre la población general.
Veamos un ejemplo. El instrumento más utilizado para medir la violencia de pareja son las Escalas de Tácticas de Conflictos [Conflict Tactics Scales o CTS] creadas por Murray A. Straus, Richard Gelles y Susan Steinmetz para aplicar la primera gran encuesta nacional sobre violencia doméstica en 1975 [nº 107]. A pesar de que una nueva versión (CTS2) creada para una segunda encuesta nacional en 1985 [nº 106] corregía los defectos achacados a las primeras CTS, los detractores de este instrumento de medición han seguido, durante decenios, tratando de deslegitimarlo mediante la insistencia en dos defectos prontamente subsanados, a saber: a) que sólo miden los actos violentos, pero no sus consecuencias (lesiones o traumas psicológicos); b) que no valoran el contexto de la violencia (por ejemplo, si las agresiones son respuestas de autodefensa). [2]
Entre los investigadores que consideran incompletas las CTS como instrumento de investigación figuran Russell P. Dobash y Rebecca E. Dobash, de la Universidad de Manchester, en el Reino Unido, autores del estudio Women’s Violence to Men in Intimate Relationships: Working on a puzzle [nº 38] Efectivamente, Dobash y Dobash realizan un trabajo de investigación exhaustivo y llegan a la conclusión de que la violencia de pareja no es simétrica, sino que las mujeres la sufren con mayor frecuencia y de modo más grave.
Para obtener esos resultados, elaboran cuestionarios que permiten examinar de modo más cabal el contexto y las consecuencias de la violencia. Por ejemplo, según ellos, no basta con preguntar a los encuestados si su pareja les ha arrojado algún objeto, ya que no es lo mismo arrojar una lámpara que una almohada [3], ni es lo mismo golpear de broma que de veras, aunque no parecen reparar en que tales interpretaciones erróneas, si se diesen, podrían afectar por igual a hombres y mujeres. En todo caso, Dobash y Dobash, además de hacer a los encuestados una serie de preguntas sobre los «actos» violentos y sus consecuencias (lesiones y traumas) similares a las utilizadas en las CTS, les plantean otras relativas al contexto (cómo reaccionó, si se lo tomó en serio, si se burló, etc.). Efectivamente, el estudio es exhaustivo, pero tiene un pequeño inconveniente: la muestra consiste en 95 parejas ¡en las que el marido ha sido condenado por los tribunales como maltratador! Es decir, se trata de una muestra judicial probablemente representativa del universo estadístico de los maltratadores convictos, pero en ningún caso de la población general. Es como acudir al pabellón de cancerosos para hacer un estudio sobre la incidencia del cáncer y luego tratar de extrapolar los resultados a toda la población.
En general, los estudios que más se alejan de las constantes de bidireccionalidad y simetría en la violencia de pareja adolecen de uno de estos dos defectos, o de ambos: o bien abarcan períodos de tiempo excesivamente largos (con las consecuencias que hemos expuesto), o bien utilizan muestras de selección (como el mencionado de Dobash y Dobash u otros basados en grupos clínicos, de terapia conyugal, de rehabilitación de maltratadores o similares). En la tabla anexa se han incluido seis estudios realizados sobre personal militar [nos 4, 24, 25, 44, 58 y 70]. Sin duda, esos estudios se han llevado a cabo con total rigor científico y sus resultados son perfectamente válidos para la población militar, pero no podemos pretender que lo sean con igual fiabilidad para la población general. Lo mismo cabe decir del estudio de Mouzos y Smith [nº 18], realizado sobre una muestra de detenidos en dependencias policiales de Australia. También es preciso aclarar que las encuestas aplicadas a poblaciones jóvenes (por ejemplo, estudiantes universitarios) registran mayores tasas de violencia que las aplicadas a las poblaciones de edades más avanzadas; además, esas tasas de violencia, y en particular de iniciación de las agresiones, son con frecuencia superiores en las mujeres [véanse, por ejemplo, los nos 19, 20, 28, 48, 50, 53 y 78]. En cambio, los estudios sobre poblaciones más adultas ofrecen menores niveles de violencia y resultados más simétricos para ambos sexos [por ejemplo, los nos 32, 34, 56, 59, 64, 66 y 81].
c) Encuestas nacionales [nos. 85 a 107]
En general, las encuestas nacionales aplicadas regularmente en países como los Estados Unidos, el Canadá o el Reino Unido tienen la ventaja de que utilizan muestras de gran tamaño, y el inconveniente de que no están concebidas para medir específicamente la violencia de pareja ni utilizan una metodología optimizada para estudiar ese tipo de violencia, sino también otros muchos aspectos. Por ejemplo, el cuestionario de la British Crime Survey (versión de 2002) consta de 228 páginas de preguntas que permiten obtener información muy diversa sobre todo tipo de comportamientos delictivos, y entre ellos, la violencia de pareja percibida como delictiva. Este es otro aspecto muy importante de las «crime surveys» o encuestas de prevención del delito: los encuestados responden a una enorme batería de preguntas sobre todo tipo de comportamientos delictivos experimentados en su entorno (desde robos con allanamiento hasta expresiones de racismo), incluidos los actos de violencia doméstica percibidos como delitos. Evidentemente, esta percepción de la violencia de pareja -en sus diferentes niveles de gravedad- como actividad delictiva está muy condicionada por el entorno ideológico y mediático predominante.
A ese respecto, el investigador canadiense Denis Laroche [4] nos recuerda una curiosa experiencia ocurrida en el contexto del ya mencionado «estudio Dunedin». Cuando se entrevistó a los componentes de la muestra acerca de la violencia surgida como respuesta a conflictos de familia (family conflict study), los hombres notificaron tasas de victimización más elevadas que las mujeres (34,1% vs. 27,1%); en cambio, los mismos participantes, preguntados ese mismo día por su experiencia de la violencia de pareja percibida como delito (crime survey) declararon tasas de victimización muy inferiores en los hombres (2,7% vs. 11,3%). Otro ejemplo nos lo brinda la British Crime Survey de 2001 [nº 92], en la que la percepción de los actos de violencia doméstica como «delitos» es seis veces superior en las mujeres (cuadro 3.8, página 46). En relación con la fiabilidad de esas encuestas, Murray A. Straus ha demostrado que los niveles de maltrato declarados en las encuestas sobre violencia familiar son 16 veces superiores a los declarados en las crime surveys. [5]
Por otra parte, este tipo de encuestas no parecen reflejar con precisión los niveles de lesiones. En la General Social Survey on Victimization de 1999 [nº 95], sobre un período de cinco años, el porcentaje de lesiones declarado por las mujeres es casi el doble que el promedio de los porcentajes de los actos violentos susceptibles de causarlas. [6] En la edición de 2004 de esa misma encuesta [nº 87], los niveles de lesiones declarados por las mujeres duplican con creces los notificados por los hombres, pero no parecen compatibles con el desglose por tipo de lesiones (pág. 17 de la edición en inglés) [7], ya que los moratones son el resultado predominante en las mujeres frente a los hombres (96% vs. 82%), mientras que los cortes son un resultado que predomina más en los hombres que en las mujeres (56% vs. 35%), y ambos tipos de lesiones constituyen la inmensa mayoría de lesiones (las demás lesiones apenas llegan al 8 por ciento, como promedio).
Otra consideración importante, válida para todo tipo de estudios, es el período abarcado por los cuestionarios. En general, los cuestionarios relativos a grandes períodos de tiempo arrojan resultados de mayor victimización de la mujer, mientras que los cuestionarios relativos a los últimos doce meses proporcionan niveles similares de violencia para ambos sexos. Como ambas cosas no pueden ser ciertas, porque significaría que el todo no es igual a la suma de las partes, es preciso hallar una explicación al fenómeno, que probablemente sea una vez más el condicionamiento ideológico y mediático. Por ejemplo, los estudios de L. D. Brush [nº 104] y J. Bookwala [nº 91], basados en dos ediciones de la misma encuesta -la National Survey of Families and Households de 1988 y 1996, respectivamente- llegan a conclusiones sustancialmente distintas en cuanto al nivel de lesiones. El estudio de Brush se refiere a la violencia de pareja respecto de toda su vida adulta; mientras que el estudio de Bookwala abarca los doce últimos meses. El resultado en el estudio de Brush son porcentajes similares de violencia para ambos sexos, y porcentajes mayores de lesiones en las mujeres (2’5%) que en los hombres (1%); en cambio, en el estudio de Bookwala los niveles generales de perpetración de violencia son superiores en las mujeres para todos los tramos de edad y la incidencia de lesiones no está tan desequilibrada. Otro llamativo ejemplo es el de la National Violence against Women Survey 1995-1996 [nº 99], donde es manifiesta la diferencia entre los niveles de victimización declarados respecto del último año (prácticamente, sin significación estadística) y los correspondientes a toda la vida (tres veces superiores en las mujeres). También se ha constatado que las mujeres tienden a atribuir, quizás por idénticos motivos de ideología y clima social, mayores niveles de violencia a las parejas anteriores que los hombres, lo que tiene el mismo efecto de inflar sus cifras de victimización en los estudios de período largo.
Por último, es probable que el componente político esté presente en el diseño de algunas de las grandes encuestas gubernamentales, dada la obsesión de los gobiernos por sintonizar con la ideología predominante de su electorado y rendir tributo a la corrección política. Tal vez esa razón ayude también a explicar la tendencia de los estudios gubernamentales a incluir en la definición de violencia de pareja determinados comportamientos sociales de los que son víctimas más frecuentes las mujeres (como el acoso sexual), abarcar plazos largos o preguntar específicamente por el maltrato perpetrado por las ex parejas. Por ejemplo, en la ya citada NVAW- 1995/1996 [nº 99] se adopta una definición muy amplia de maltrato y se insiste reiteradamente en todo tipo de maltrato hacia la mujer (acoso, violación, etc.) en períodos que abarcan toda la vida, mientras que se pasa de puntillas sobre el maltrato al hombre; tampoco se especifican actos desglosados en función de su gravedad para el último año. Otro ejemplo nos lo brinda la encuesta de los Países Bajos de 1998 [nº 102], en la que se adopta una definición de violencia que comprende los efectos psicológicos duraderos y, en consecuencia, se subordinan los resultados al contexto ideológico predominante de victimización de la mujer.
A pesar de esos inconvenientes, los datos de las grandes encuestas nacionales reflejan niveles de conflictividad bastante similares para ambos sexos, como puede comprobarse en el tramo correspondiente de la tabla comparativa [nos 85 a 107]. Como ya se ha indicado, las crime surveys [nos 85, 86, 87, 89, 90, 92, etc.] y las encuestas que abarcan largos períodos de tiempo [nos 87, 90, 95, 99, etc.] suelen presentar una menor simetría de resultados y mayor victimización de la mujer. Análogamente, las encuestas orientadas a investigar las conductas juveniles en general [nos 88, 93, 96 y 100] ofrecen niveles de perpetración de la violencia de pareja bastante similares para ambos sexos, en contraste con las encuestas específicas sobre la violencia en parejas jóvenes, cuyos niveles de perpetración son, como ya hemos visto en las secciones anteriores, superiores en las mujeres. Lo mismo ocurre con los estudios más antiguos de este tramo de la tabla [nos 105 a 107], diseñados específicamente para medir la violencia doméstica y que arrojan niveles similares de violencia para ambos sexos o de mayor victimización del hombre, incluso por violencia grave.
d) Meta-análisis [nos. 108 a 111]
Por último, hemos incluido cuatro meta-análisis o «estudios de estudios». El de B. Krahe et al. [nº 108] examina 32 estudios pertenecientes a 21 países, con exclusión de los Estados Unidos, y es un intento por ofrecer un panorama general de la violencia de pareja en el resto del mundo, mucho menos estudiada que en ese país. El de K. McKeown y Ph. Kidd [nº 109] se limita a 13 estudios, pero su análisis es más pormenorizado. Ambos llegan a la misma conclusión: la prevalencia de la violencia de pareja, tanto leve como grave, es similar para ambos sexos.
El gran meta-análisis de estudios sobre la violencia de pareja es el publicado en 2000 por el profesor John Archer, de la Universidad de Lancashire Central (Reino Unido) [nº 111]. En él se examinan los resultados combinados de 82 estudios independientes, cuya muestra conjunta alcanza la cifra de 64.487 individuos. De acuerdo con los datos combinados de esos estudios, las mujeres son más propensas que los hombres a ejercer el maltrato físico contra su pareja, aunque tienen una probabilidad ligeramente mayor de sufrir lesiones. El autor resume así sus conclusiones:
«Cuando se miden los actos específicos, las probabilidades de agredir físicamente a sus parejas, y de hacerlo con más frecuencia, son significativamente mayores entre las mujeres que entre los hombres, aunque el tamaño del efecto es muy pequeño (d=-.05). Cuando se miden las consecuencias físicas de la agresión (lesiones apreciables o lesiones que requieran atención médica), las probabilidades de causar lesiones a sus parejas son mayores en los hombres que en las mujeres, pero, nuevamente, los tamaños del efecto son relativamente pequeños (d=.15 y .08).»
Donald G. Dutton concluye, en relación con este estudio: «Dada la metodología utilizada por Archer, su trabajo ha de considerarse como el ‘patrón-oro’ (gold standard) de los estudios sobre la violencia de género».
J. Archer complementó el estudio anterior con un análisis más específico de los actos de violencia publicado en 2002. [nº 110]. En ese segundo meta-análisis se estudia la distribución por sexos de los actos de agresión física registrados en 58 estudios y desglosados en nueve categorías (método CTS): arrojar objetos -empujar o agarrar – abofetear -dar puntapiés, mordiscos o puñetazos – golpear con objetos – golpear reiteradamente – ahogar – amenazar con cuchillo o pistola – atacar con cuchillo o pistola. Según las conclusiones de este minucioso y complejo trabajo, las mujeres son más propensas que los hombres a arrojar objetos, abofetear, dar puntapiés, mordiscos o puñetazos, y golpear con objetos (en un porcentaje global del 58,4%). En cambio, los actos de «golpear reiteradamente» o «ahogar» son perpetrados en mayor proporción por hombres (61,5% y 69,5%, respectivamente). En cuanto a los dos actos restantes, las proporciones son similares: «amenazar con cuchillo o pistola» es perpetrado en el 55% de los casos por mujeres, y «atacar con cuchillo o pistola» es perpetrado en el 52,5% de los casos por hombres. (Promedios obtenidos a partir del cuadro 5 del estudio).
Ver Tabla comparativa del Anexo
Otras consideraciones El paradigma de género y la no violencia de género
En un exhaustivo artículo sobre las investigaciones de los últimos decenios en materia de violencia doméstica [8], los profesores Dutton y Nicholls, de la Universidad de Columbia Británica (Canadá), se refieren al «paradigma de género» como un conjunto de postulados fundamentales o una cosmovisión compartidos por un grupo y que sirven para negar toda validez a los datos que discrepen de las teorías centrales del paradigma. Según esos postulados –basados en la concepción neomarxista de que el hombre actúa en la pareja como burgués y la mujer como proletario- toda la violencia doméstica se resume en dos modalidades básicas: a) abuso físico masculino para mantener las prerrogativas de poder, o b) violencia defensiva femenina, utilizada para protegerse.
El artículo de Dutton y Nicholls es un detenido repaso de las investigaciones sobre la violencia doméstica que pone de manifiesto las contradicciones existentes entre la teoría de ese paradigma y los datos de la realidad, ratificados por más de doscientos estudios (Dutton y Nicholls cifran en 159, como mínimo, los realizados en los Estados Unidos hasta la fecha de publicación del trabajo). Página tras página, Dutton y Nicholls van desgranando las conclusiones de muchos de esos estudios, que contradicen los postulados esenciales del paradigma de género, por ejemplo, la falsedad de la tesis que sostiene que la violencia femenina es meramente defensiva, ya que son muchos los trabajos empíricos que demuestran que la violencia unidireccional femenina es más frecuente que la masculina (lo que explicaría que las tasas de maltrato en las parejas de lesbianas sean más altas que las de maltrato hombre-mujer); la tendencia de los estudios feministas a extrapolar a la población general los resultados obtenidos con muestras de «selección»; los mayores niveles de iniciación de las agresiones por las mujeres, acreditados por numerosos estudios y, a pesar de ello, la obstinación de algunos autores en insistir en el carácter exclusivamente defensivo de la violencia femenina; o los datos de numerosos estudios que apuntan a tendencias más victimistas en la mujer que en el hombre a la hora de declarar la violencia sufrida o denunciarla (ya que, socialmente, se supone que el problema es la violencia contra la mujer, pero no al revés).
La pregunta que los autores se formulan al final de su trabajo es la siguiente: «¿por qué los estudios oficiales llegan sistemáticamente a la conclusión de que las mujeres utilizan menos violencia y sufren más lesiones, mientras que los estudios independientes constatan que las mujeres ejercen más violencia y sufren un nivel de lesiones sólo ligeramente superior? Y concluyen que «tal vez las entidades oficiales, en mayor medida que los investigadores independientes, organizan e interpretan sus investigaciones de forma más afín con los postulados feministas».
Por otra parte, según explica Richard B. Felson, profesor de la Universidad del Estado de Pensilvania, mientras que, a nivel general, los hombres cometen actos de violencia en una proporción ocho veces mayor que las mujeres, a nivel de pareja existe paridad en la perpetración de violencia, lo que pone de manifiesto la menor probabilidad de que los hombres ejerzan violencia sobre sus parejas a causa de la «norma de caballerosidad» (chivalry norm) [9].
Exactamente lo contrario ocurre con las mujeres, que cometen una violencia proporcionalmente mucho mayor en el seno de la pareja que fuera de ella. Es decir, el hombre es mucho más propenso a ejercer la violencia contra otros hombres que contra las mujeres; y las mujeres son mucho más propensas a ejercer la violencia contra los hombres que contra las demás mujeres. Esto nos permitiría concluir que, de existir algo que pudiera llamarse «violencia de género», la expresión se ajustaría más a la violencia ejercida por la mujer contra el hombre que viceversa. Análogamente, el hecho de que, en igualdad de circunstancias (por ejemplo, en una discusión de tráfico), el hombre pueda ejercer la violencia contra otros hombres más fácilmente que contra las mujeres nos permitiría afirmar que lo característico del comportamiento masculino es la «no-violencia de género».
En el estudio publicado por M.J. George en 1999 [nº 61] se cuantifica la violencia global ejercida por mujeres sobre personas de ambos sexos en cualquier contexto durante los cinco años anteriores. No es, por lo tanto, un estudio sobre violencia de pareja, sino sobre violencia femenina en general, basado en una muestra representativa de la población adulta del Reino Unido. Según sus resultados, los hombres declararon haber sido víctimas de mayores niveles (exactamente el doble) y formas más graves (en proporción de 4 a 1) de violencia que las mujeres. El 53% de los asaltos recibidos por varones procedieron de su pareja o ex pareja, mientras que sólo el 26% procedían de extraños. Estos resultados desvirtúan dos de los principales postulados del paradigma de género: a) que el hogar es el lugar donde más agresiones sufren las mujeres, ya que es también en el hogar donde más agresiones sufren los hombres; y b) nuevamente, el propio concepto de «violencia de género», ya que es mucho más probable que las mujeres ataquen a los hombres, sabiéndose protegidas por la norma de caballerosidad, que a otras mujeres, de las que pueden esperar una respuesta más contundente.
Por último, recordaremos también, en detrimento del postulado básico del paradigma de género, según el cual la violencia en la pareja es perpetrada mayoritariamente por el hombre como medio de asegurar su dominio sobre la mujer, que son muchos los estudios que demuestran que los mayores porcentajes de violencia se producen en las parejas homosexuales. A título de ejemplo, citaremos nuevamente las conclusiones de Encuesta Social General 2004 del Canadá [nº 87], donde se afirma que «la tasa de violencia conyugal entre homosexuales fue el doble que la declarada por los heterosexuales (15% vs. 7%)». [10] De modo análogo, en la National Violence against Women Survey 1995/1996 [nº 99] se registran niveles de violencia de pareja significativamente mayores en las parejas del mismo sexo. En el caso de las mujeres, los niveles de victimización en parejas homosexuales fueron del 39,2% (en comparación con el 21,7% en las mujeres heterosexuales); en el caso de los hombres, las cifras comparables fueron del 23,1 por ciento (homosexuales) y del 7,4 por ciento (heterosexuales). Para las mujeres, las tasas de violación en parejas lesbianas (11,4%) fueron también muy superiores a las tasas de violación en parejas heterosexuales (4,4%).
Iniciación de agresiones y violencia defensiva
Uno de los argumentos más tenazmente utilizados por los autores feministas para hacer recaer en el varón la responsabilidad última de toda la violencia de pareja ha sido el carácter supuestamente defensivo o preventivo [11] de la violencia femenina. Sin embargo, en todos los estudios de la tabla comparativa en los que se analizan los niveles de violencia no recíproca e iniciación de las agresiones físicas se constatan tasas de violencia unilateral e iniciación de las agresiones similares para ambos sexos o superiores en las mujeres en las parejas adultas, mientras que en las parejas jóvenes ambos comportamientos son más frecuentes en las mujeres que en los hombres. Veamos algunos ejemplos.
•En Whitaker (2007) [nº 1], los niveles de perpetración no recíproca son mucho más elevados en las mujeres (70,7%) que en los hombres (29,3%) (cuadro 2).
•En Capaldi (2007) [nº 2], los niveles de iniciación de las agresiones son cuatro veces mayores en las mujeres hacia el final de la adolescencia (46% vs. 10%) y van descendiendo gradualmente hasta alcanzar proporciones más equilibradas (11% vs. 8%) hacia los 26 años de edad.
•En Strauss (2006) [nº 20], las tasas globales de violencia unilateral son el doble en las mujeres (21,4%) que en los hombres (9,9%), proporción que se mantiene en la sub-muestra de perpetradores de violencia grave (29,4% vs. 15,7%); y las agresiones de mujeres son básicamente de dominio y control, no de autodefensa.
•En Fergusson (2005) [nº 3] es el grupo de varones el que declara mayores niveles de violencia de autodefensa en respuesta a agresiones iniciadas por sus parejas. Los promedios cruzados de iniciación de las agresiones son del 46% para las mujeres y del 22% para los hombres.
•En Harned (2001) [nº 50] se registran niveles de autodefensa más elevados en los hombres (56%) que en las mujeres (42%) (cuadro 4).
•En Kessler 2001 [nº 98], tanto los hombres como las mujeres encuestados coinciden en atribuir mayores niveles de violencia unilateral a las mujeres, tanto leve como grave (cuadro 3).
•En Kwong (1999) [nº 56], los promedios cruzados de violencia perpetrada unilateralmente son del 26,5% para las mujeres y del 16,5% para los hombres; y los de iniciación de la violencia física, son del 52% para las mujeres y del 38% para los hombres (declarándose simultáneo el 10% restante) (pág. 155).
•En Foshee (1996) [nº 72] se excluye expresamente de las respuestas la violencia considerada de autodefensa, lo que no es obstáculo para que las tasas de violencia, lesiones y atención médica sean similares en ambos sexos.
•En Carrado (1996) [nº 75] se registran niveles similares de iniciación de conflictos para ambos sexos.
•En Morse (1995) [nº 13], las tasas de violencia perpetrada unilateralmente son, como promedio, del 32,9% en las mujeres, y del 11,8% en los hombres (cuadro 4). En cuanto a la iniciación de las agresiones físicas, las respuestas cruzadas de ambos sexos indican que las mujeres fueron las primeras en recurrir a la fuerza física en el 57,8% de los casos, y los hombres en el 42,2% de los casos (cuadro 5).
•En su estudio de 1994 [nº 14], Reena Sommer constató mayores niveles de autodefensa en los varones (15%) que en las mujeres (10%).
•En Brinkerhoff (1988) [nº 81], la tasa de violencia no recíproca es más alta en la mujer (13,2%) que en el hombre (10,3%).
•En Henton (1982) [nº 84], las tasas de violencia no recíproca son iguales.
•En la 1985 NFVS [nº 106], la violencia fue mutua en el 49% de los casos, exclusivamente masculina en el 23% de los casos y exclusivamente femenina en el 28% de los casos. En cuanto a la iniciación de la violencia física, los hombres declararon que dieron el primer golpe en el 43,7% de los casos, y su compañera en el 44,1% de los casos; y las mujeres declararon haber dado el primer golpe en el 52,7% de los casos y que su compañero dio el primer golpe en el 42,6% por ciento de los casos. [12]
•En Archer (2000) [nº 111] se mencionan otros seis estudios (de los siguientes autores: Bland y Orn (1986); De Maris (1992); Gryl y Bird (1989); Straus (1997); Brush (1990); y Straus y Gelles (1988)) en los que se constatan niveles mayores o similares de iniciación de conflictos y violencia no recíproca en las mujeres (página 664).
•En otros estudios no incluidos en el anexo, ya sea por estar basados en muestras exclusivamente femeninas o por motivos económicos, se constatan también niveles similares o mayores de iniciación de conflictos en las mujeres. [13]
Por lo tanto, la justificación de la violencia femenina en la pareja como mero recurso defensivo no parece sustentarse en datos objetivos, sino más bien en supuestos ideológicos establecidos a priori. En cambio, existen datos suficientes que avalan la hipótesis contraria, es decir, que las tasas de iniciación de las agresiones y perpetración no recíproca son mayores o similares entre las mujeres.
Lesiones
En conjunto, las mujeres sufren más lesiones que los hombres por efecto de la violencia de pareja, aunque los porcentajes no son tan abrumadoramente mayoritarios como generalmente se cree. De los 18 estudios del anexo que registran porcentajes de lesiones, sólo la mitad [nos 1, 17, 48, 51, 72, 87, 92, 95 y 104] arrojan diferencias significativas; el resto ofrecen niveles bastante similares para ambos sexos, o incluso ligeramente mayores [nos 32, 57] en el caso de los hombres.
Los estudios hospitalarios sobre mujeres víctimas de violencia doméstica son tan frecuentes como escasos los dedicados a los hombres. Entre estos figura un excepcional trabajo, realizado en un dispensario de urgencias de Filadelfia (EE.UU.), según el cual, el 12,6% de los 866 hombres atendidos por sus servicios durante un período de 13 semanas eran víctimas de violencia doméstica. Los autores del trabajo citan los resultados de otros trabajos similares sobre pacientes femeninas, según los cuales el 14,4% de las mujeres atendidas en departamentos de urgencias son víctimas de malos tratos o abusos sexuales por sus parejas. [14]
Si hacemos un cómputo global de todos los porcentajes del anexo relativos a lesiones, es decir, una suma «en bruto» de todas las cifras precedidas del símbolo à, el resultado es que la cifra global de lesiones causadas por las mujeres (331) equivale al 75% de la cifra global de lesiones causadas por los hombres (456); como es bien sabido, y puede corroborarse fácilmente en numerosos estudios colocados en internet, la masa corporal de la mujer equivale, como promedio, al 75% de la masa corporal del hombre. Quizás esta paridad de porcentajes para ambos elementos (masa corporal y lesiones) baste para explicar la mayor incidencia de lesiones causadas por el hombre, sin necesidad de recurrir a las habituales formulaciones ideológicas.
Maltrato psíquico
En la tabla comparativa se han consignado, en general, los datos sobre violencia física, y se han omitido los relativos al maltrato psíquico, salvo en los casos en los que tales datos se presentan sin desglosar en los estudios originales. A reserva de una estimación más minuciosa, y juzgando a grandes rasgos los resultados de los estudios consultados, es bastante probable que la distribución del maltrato psíquico por sexos se corresponda bastante con la del maltrato físico. Pero los instrumentos de medición que suelen utilizarse [15], la subjetividad de la percepción de ese tipo de maltrato (no es lo mismo cuantificar dos patadas y tres mordiscos que dos comentarios irónicos y tres respuestas groseras) y la tendencia de los cuestionarios a considerar maltrato psíquico casi todo lo que resulta antipático al otro miembro de la pareja, desde las críticas hasta los celos o las amenazas de ruptura de la relación, hacen arriesgada la consideración de ambos tipos de maltrato en pie de igualdad.
En cambio, ningún estudio suele tener en cuenta las formas más profundas de maltrato psíquico que se infligen a los varones en los contextos de separación de la pareja: la expulsión de su hogar y de las vidas de sus hijos, el expolio afectivo y económico, o la supresión del derecho a la presunción de inocencia frente a las denuncias falsas urdidas contra ellos como estrategias de divorcio. Más que maltrato psíquico, tales medidas constituyen auténticas violaciones de los derechos humanos, a cuyo lado resulta ridículo considerar que un portazo o una patada a un mueble constituyan actos de maltrato. Sin embargo, estos segundos comportamientos se incluyen rutinariamente en todos los cuestionarios sobre maltrato psíquico, mientras que la violación de los derechos humanos en los casos de separación y divorcio no entra nunca en el cómputo.
Incluso, sin llegar a tales extremos, cabe preguntarse si otros comportamientos de la vida en pareja, como la infidelidad o el engaño, son formas de maltrato psíquico; o si lo es la confidencia o la indiscreción, que ponen en conocimiento público aspectos íntimos de la pareja, por ejemplo, la propia infidelidad. ¿No son los efectos de tales comportamientos tanto o más negativos que los del maltrato psíquico reconocido por los especialistas? ¿Qué criterio debe aplicarse, entonces, para definir el maltrato psíquico? ¿Es maltrato psíquico ironizar sobre las ideas políticas de tu pareja y no lo es contar a tus amigas que tu marido es cornudo o impotente? ¿Son maltrato psíquico los celos y no lo es el fraude de paternidad, que un exhaustivo estudio, quizás el más completo realizado hasta la fecha, sitúa en porcentajes no inferiores al 4% para la población general [16], y que sube hasta el 30% en los casos solicitados a instancia de parte? [17]
Resumen Cuantitativo
Tasas globales de victimización
En el cuadro siguiente se presentan los promedios globales de victimización obtenidos a partir de los datos de la tabla comparativa. Por supuesto, no tienen carácter el científico de los meta-análisis especializados, pero pueden resultar orientativos y proporcionar una idea global de la realidad de la violencia de pareja. Como puede apreciarse, las mayores tasas de victimización masculina son las registradas por los estudios longitudinales, en principio los más fiables, aunque no siempre representativos de la población general, debido a que sus muestras son predominantemente jóvenes. En cambio, las tasas de victimización femenina son ligeramente superiores en las grandes encuestas nacionales, aunque también sabemos que, por su metodología, son las menos fiables y especializadas. El cómputo global arroja promedios de victimización más bajos en las mujeres que en los hombres, tanto respecto de la violencia total (17,3% vs. 19,9%) como de la violencia grave (6,1% vs. 8,6%).
Cuadro 1
Promedios de las tasas de victimización especificadas en la tabla comparativa del Anexo
Tasa de victimización (%) | ||||
Mujer | Hombre | |||
Tipo de estudios | Total | Grave | Total | Grave |
Estudios longitudinales [nos 1 a 15] | 21,8 | 7,3 | 28,3 | 12,8 |
Estudios transversales [nos 16 a 84] | 20,6 | 7,6 | 22,5 | 9,1 |
Encuestas nacionales [nos 85 a 107] | 9,7 | 3,5 | 8,9 | 4,0 |
Meta-análisis [nos 108 a 111] | n.a. | n.a. | n.a. | n.a. |
Promedios globales | 17,3 | 6,1 | 19,9 | 8,6 |
n.a. No aplicable
Nota: Por motivos de homogeneidad, se han excluidos los datos relativos a la sub-muestra del grupo de víctimas, es decir, los que se han marcado con la letra «a» en voladita o superíndice (por ejemplo, 8,3a; 12,5a, etc.). Tampoco se ha tenido en cuenta el estudio nº 102, ya que sus datos se refieren a la violencia doméstica global.
Prevalencia de la victimización, por estudios
En la sección de estudios longitudinales, las tasas de victimización total son más altas para los hombres en 11 estudios, y en ninguno para la mujer; las tasas de victimización grave son más altas para los hombres en 6 estudios, y más altas para la mujer en 3 estudios; otros 5 estudios arrojan porcentajes similares para ambos sexos.
En el caso de los estudios transversales, las tasas de victimización total son más altas para los hombres en 37 estudios, y más altas para la mujer en 8 estudios; las tasas de victimización grave son más altas para los hombres en 27 estudios, y más altas para la mujer en 11 estudios; otros 27 estudios arrojan porcentajes similares para ambos sexos.
En cuanto a las encuestas nacionales, las tasas de victimización total son más altas para los hombres en 3 estudios, y más altas para la mujer en 8 estudios; las tasas de victimización grave son más altas para los hombres en 5 estudios, e igualmente más altas para la mujer en 5 estudios; otros 15 estudios arrojan porcentajes similares para ambos sexos.
Por último, los cuatro meta-análisis considerados concluyen que las proporciones de victimización son similares para ambos sexos.
En total, el número de estudios que registran una mayor victimización del hombre es considerablemente más alto que el número de estudios que registran mayores tasas de victimización de la mujer, tanto respecto de la violencia total (51 vs. 16) como de la violencia grave (38 vs. 19).
Cuadro 2
Distribución de los estudios en función de la mayor victimización de cada sexo
Tipo de estudios | Número de estudios | |||||
Mujer | Hombre | Similar | ||||
Total | Grave | Total | Grave | Total | Grave | |
E. longitudinales [nos 1 a 15] | 0 | 3 | 11 | 6 | 3 | 2 |
E. transversales [nos 16 a 84] | 8 | 11 | 37 | 27 | 21 | 6 |
E. nacionales [nos 85 a 107] | 8 | 5 | 3 | 5 | 12 | 3 |
Meta-análisis [nos 108 a 111] | 4 | 4 | ||||
Total | 16 | 19 | 51 | 38 | 40 | 15 |
Nota: Se ha considerado que un estudio registra mayores tasas de victimización para uno u otro sexo cuando la diferencia entre ambas medidas es igual o superior al 10% de la mayor de ellas; en los demás casos, las proporciones se han considerado similares. Las sumas por tramos y total no coinciden con la cifra real de estudios incluidos, debido a que no todos ellos contienen datos sobre ambos tipos de violencia (total y grave).
Según se desprende de este resumen cuantitativo, la violencia de pareja es perpetrada en una proporción ligeramente mayor por las mujeres (cuadro 1); y el número de estudios que certifican esa mayor proporción de violencia femenina en las relaciones de pareja es más del triple para la violencia total y el doble para la violencia grave, en comparación con el número de estudios que llegan a la conclusión contraria. Otros estudios (aproximadamente, la tercera parte de los incluidos en la tabla comparativa) registran proporciones similares de violencia total para ambos sexos (cuadro 2). [2007]
NOTAS
[1] La macro-encuesta de marzo de 2000 sobre «la violencia contra las mujeres» permitió determinar que en España había dos millones de maltratadas. Para ello, se consideró «mujer maltratada» a la que respondiese con las palabras «frecuentemente» o «a veces» al menos a una de las trece preguntas siguientes, referidas al marido o compañero: 1)¿Le impide ver a la familia, o tener relaciones con amigos, vecinos? 2) ¿Le quita el dinero que Vd. gana, o no le da lo suficiente que necesita para mantenerse? 3) ¿Le insulta o amenaza? 4) ¿Decide las cosas que Ud. puede o no hacer? 5) ¿Insiste en tener relaciones sexuales aunque sepa que usted no tiene ganas? 6) ¿No tiene en cuenta las necesidades de Ud. (le deja el peor sitio de la casa, lo peor de la comida…)? 7) ¿En ciertas ocasiones le produce miedo? 8) ¿Cuando se enfada llega a empujar o golpear? 9) ¿Le dice que a donde va a ir sin él (que no es capaz de hacer nada por sí sola)? 10) ¿Le dice que todas las cosas que hace están mal, que es torpe? 11) ¿Ironiza o no valora sus creencias (ir a la iglesia, votar a algún partido, pertenecer a alguna organización)? 12) ¿No valora el trabajo que realiza? 13) ¿Delante de sus hijos dice cosas para no dejarle a Ud. en buen lugar? En 2002 y 2006, la macro-encuesta se aplicó de nuevo con una metodología y unos resultados similares. En las tres ocasiones, la macro-encuesta se aplicó exclusivamente a mujeres.
[2] Las CTS2 constan de 39 preguntas distribuidas en cinco apartados (negociación, agresión psicológica, agresión física, coerción sexual y lesiones) y ordenadas en función de la gravedad del maltrato. Las preguntas correspondientes al maltrato físico son 12: las cinco primeras se consideran maltrato leve (desde dar un empujón o una bofetada hasta arrojar un objeto con capacidad para hacer daño) y las siete restantes, maltrato grave (desde dar puntapiés hasta utilizar un cuchillo o un arma). Las preguntas sobre lesiones son seis, y abarcan desde los moratones o esguinces hasta las visitas al médico o las fracturas óseas. (Consultado en: http://pubpages.unh.edu/~mas2/CTS15.pdf)
[3] Esta forma de argüir, que en términos cultos llamaríamos bizantinismo y en lenguaje coloquial «pesar el humo», pasa por alto el hecho de que en las CTS2 la pregunta pertinente (nº 7) es: «Arrojé a mi pareja algún objeto capaz de causar daño» («Threw something at my partner that could hurt»).
[4] Laroche, D.: Prévalence et conséquences de la violence conjugale envers les hommes et les femmes, Institut de la statistique du Québec, 2005.
[5] Murray A. Straus: The controversy over domestic violence by women: a methodological, theoretical, and sociology of science analysis (citado por Donald G. Dutton y Tonia L. Nicholls en The gender paradigm in domestic violence research and theory: Part I – The conflict of theory and data, Aggression and Violent Behaviour, 10 (2005), 680-714.
[6] Dentro del grupo de víctimas, el porcentaje de mujeres que declaran formas de maltrato consideradas graves es del 22,8%, mientras que el porcentaje de lesiones declaradas es del 40%, por lo que cabe deducir que las formas de maltrato leve también han causado lesiones o que la declaración está condicionada por factores metodológicos o ideológicos. Los datos proceden de los cuadros 2.1 y 2.5 del informe oficial sobre la encuesta (Family Violence in Canada: A Statistical Profile 2000 (Statistics Canada, catalogue nº 85-224-XIE)) aunque por razones de formato y exhaustividad hemos preferido utilizar para la tabla el estudio realizado por Denis Laroche [nº 95] con los datos de la misma encuesta.
[7] Family Violence in Canada: A Statistical Profile 2005 (Canadian Centre for Justice Statistics). Al igual que en la versión de 1999 de esta encuesta, a la que se refiere la nota 5, y también por razones de formato y exhaustividad, hemos preferido utilizar para nuestra tabla comparativa el estudio realizado por Denis Laroche [nº 87] con los datos de la misma encuesta.
[8] Donald G. Dutton y Tonia L. Nicholls: The gender paradigm in domestic violence research and theory: Part I – The conflict of theory and data, Aggression and Violent Behaviour, 10 (2005), 680-714.
[9] Richard B. Felson: Is violence against women about women or about violence?, Contexts, 5, págs. 21-25, 2006
[10] Family Violence in Canada: A Statistical Profile 2005 (Canadian Centre for Justice Statistics), página 19.
[11] El concepto de violencia preventiva es aberrante en un Estado de derecho, pero en el contexto de la violencia doméstica se ha utilizado como circunstancia eximente o atenuante de la responsabilidad penal o justificante del indulto en numerosos casos de comportamientos delictivos, incluso homicidas.
[12] J.E. Stets y M.A. Straus, Gender Differences in Reporting Marital Violence a Its Medical and Psychological Consequences, capítulo 9 del libro Physical Violence in American Families, de M.A. Straus y R. Gelles, pág. 154-155.
[13] Según W.S. DeKeseredy y M.D. Schwartz (Woman Abuse on Campus: Results from the Canadian National Survey, Sage Publications, 1998), el 62,3 de las mujeres dicen que sus agresiones nunca fueron de autodefensa, frente al 6,9 que dicen lo contrario; tratándose de la perpetración de violencia grave, esos porcentajes son, respectivamente, del 56,5% y del 8,5%) (Citado en Gender Differences in Patterns of Relationship Violence in Alberta (Marilyn I. Kwong, Kim Bartholomew y Donald G. Dutton)[nº 56]). En un estudio de S.C. Swan y D.L. Snow (Behavioural and psychological differences among women who use violence in intimate relationships, 2003), aplicado a una muestra de mujeres, el 83% de las encuestadas declararon ser las iniciadoras de las agresiones. (Citado en Observed Initiation and Reciprocity of Physical Aggression in Young, At-Risk Couples (D.M. Capaldi, H.K. Kim y J.W. Shortt, [nº 2])). En Aggression in adolescent dating relationships: prevalence, justification, and health consequences (M.J. Muñoz-Rivas, J.L. Graña, K.D. O’Leary y M.P. Gonzalez, 2007) se constatan mayores niveles de agresión de respuesta en los hombres (13% vs. 6,6%). Murray Strauss (Dominance and Symmetry in Partner Violence by Male and Female University Students in 32 Nations [nº 20]) menciona cinco estudios (Carrado, Cascardi, Felson, Follingstad y Sarantakos) que arrojan porcentajes muy bajos de violencia de autodefensa y en proporciones similares para hombres y mujeres.
[14] Mechem, C. C., Shofer, F. S., Reinhard, S. S., Hornig, S., y Datner, E. (1999). History of domestic violence among male patients presenting to an urban emergency department. Academic Emergency Medicine, 6, 786-791.
[15] Por ejemplo, las CTS2 establecen una jerarquía de maltrato psíquico que va desde «insultar» o «gritar» al otro miembro de la pareja hasta amenazar con «golpearlo/a», pasando por llamarlo «gordo/a o feo/a» o acusarlo de ser «pésimo amante».
[16] Bellis, M. A, Hughes, K., Hughes, S., Ashton, J. R (2005). Measuring paternal discrepancy and its public health consequences. Journal of Epidemiology and Community Health 2005; 59:749-754. En su estudio, Bellis et al. rebajan la cifra del 10% de falsas paternidades, frecuentemente utilizada, hasta el 3,7 por ciento, y advierten que, si bien ese porcentaje procedente de muestras clínicas no es extrapolable a la población general, sí permite concluir que la «popular» cifra del 10% es exagerada. A pesar de ello, si se compara con las cifras de maltrato físico grave (casi nunca superiores al 6%) de los estudios realizados en muestras representativas de la población adulta, el promedio del 3,7% establecido por M.A. Bellis para esta forma extrema de maltrato psíquico (sin duda, más traumática para el interesado que una patada en la espinilla o un mordisco en un brazo) no es una cifra desdeñable.
[17] Datos de la Asociación de Donantes de Sangre de los Estados Unidos (American Association of Blood Banks) y también de otros estudios mencionados en el de M.A. Bellis (véase la anterior nota a pie de página).
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Última actualización: 14/04/2012
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Fuente: www.cronicas.org
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