Los Santos Ángeles Custodios
La Providencia ha determinado para cada uno de nosotros la carrera que ha de recorrer, el lugar en el Reino Eterno que debemos conquistar. «He aquí, dice El Señor, que yo envío a mi ángel, que caminará delante de vosotros, os protegerá e introducirá en el lugar que os tengo preparado».
Los ángeles custodios nos hacen conocer la Verdad, la virtud, el sólido y verdadero bien, y a él nos conducen. Cuando sentimos santas inspiraciones o alguna inclinación a desligarnos de las criaturas para entregarnos a Dios, recibimos, indudablemente, un buen consejo de nuestro caritativo guía. Nada más ingenioso que su celo por nuestra santificación. Unas veces nos propone el ejemplo de Jesucristo, o de los santos cuyo carácter tiene más relación con el nuestro; otras, nos pinta la brevedad de la vida, el momento de la muerte, la eternidad. Otras, ofrece a nuestra vista las bellezas de la virtud, los encantos de la paz, fruto de la buena conciencia; las coronas prometidas a la constante fidelidad.
Nuestro trato con nuestro Angel Custodio ha de tener un carácter amistoso, que reconozca a la vez su superioridad en naturaleza y gracia. Aunque su presencia sea menos sensible que la de un amigo de la Tierra, su eficacia es mucho mayor. Sus consejos y sugerencias vienen de Dios y penetran más profundamente que la voz humana. Y, a la vez, su capacidad para oírnos y comprendernos es muy superior a la del amigo más fiel; no sólo porque su permanencia a nuestro lado es continua, sino porque entra más hondo en nuestras intenciones, deseos y peticiones. El Angel puede llegar a nuestra imaginación directamente -sin palabra alguna- suscitando imágenes, recuerdos, impresiones, que nos señalan el camino a seguir. Nunca nos sentiremos solos si nos acostumbramos a tratar a ese amigo fiel y generoso, con el que podemos conversar familiarmente. El, además, une su oración a la nuestra y la presenta a Dios. Es necesario, sin embargo, que mentalmente le hablemos, porque no puede penetrar en nuestro entendimiento como lo hace Dios. Y entonces, él podrá deducir de nuestro interior más de lo que nosotros mismos somos capaces. «no podemos tener la pretensión de que los Angeles nos obedezcan… Pero tenemos la absoluta seguridad de que los santos Angeles nos oyen siempre», decía el Beato Josemaría Escrivá de Balaguer.
Hoy puede ser un día para reafirmar nuestra devoción al Angel Custodio, pues es mucha la necesidad que tenemos de él. Busquemos en él fortaleza en la lucha ascética ordinaria, y ayuda para que encienda en nuestros corazones las llamas del Amor de Dios.
San Leodegario (616-679)
Nació en Fécamp, Francia hijo de un gran señor y formado por su tío Dido, obispo de Poitiers.
Se ordenó sacerdote y después fue nombrado obispo de Autun. Pero tuvo la desgracia de ser nombrado consejero de la reina Batilde donde despertó la envidia del mayordomo Ebroino. Sirvió a tres hijos de la reina en sus consecutivos reinados procurando siempre llevar a estos a una vida más cristiana, en algunos casos, con pocos resultados. Durante el último reinado, logró Ebroino asediar Autun donde Leodegario estaba refugiado. El obispo se rindió para evitar a sus feligreses los horrores del hambre. Después de haberle arrancado la lengua y quemado los ojos, Ebroino convocó a un sínodo donde convenció a los miembros de declararlo “sacerdote indigno” y condenarlo a muerte. Sin embargo, Ebroino también fue asesinado algunos meses más tarde y en otro sínodo, los obispos otorgaron a Leodegario la corona del martirio.