San Diego de Alcalá (1400-1463)
Nació en Sevilla, España, y es uno de los grandes santos visionarios y taumaturgos de ese país. Un cuadro de Murillo lo representa elevado sobre la tierra en éxtasis en su cocina, mientras los ángeles se atarean en el fogón preparando la comida de la comunidad.
Como hermano lego franciscano, Diego cumplió diversos oficios: jardinero, portero, enfermero y cocinero. En 1450 viajó a Roma a la canonización de san Bernardino. Allí se declaró una terrible epidemia entre los religiosos y a Diego lo enviaron como enfermero. A partir de entonces y sin medicamentos, los moribundos terminaban sanos en el refectorio, en lugar del cementerio, como se esperaba que sucediera.
San Leandro (549-601)
Nació en el seno de una noble familia hispano-romana de Cartagena, en la que cuatro hermanos llegarían a la gloria de los altares. Leandro vivió como monje en Sevilla, contribuyendo decisivamente a la conversión del príncipe visigodo san Hermenegildo, y más tarde a la de su hermano el rey Recaredo, siendo Leandro ya obispo de Sevilla.
Fue este santo una figura clave en el esplendor que alcanzó en los años siguientes la Iglesia hispano-visigoda.
San Eugenio (600-657)
Nacido en Toledo, España, de estirpe senatorial, huye de su casa para refugiarse en el monasterio de los Santos Mártires de Zaragoza, buscando sosiego y paz. Es su época más feliz, pues luego empiezan las responsabilidades públicas. Es nombrado arcediano de la basílica episcopal y en el año 646, el rey Chindasvinto le pide que vaya a gobernar la iglesia de Toledo. Se resiste casi con desesperación, pero hay que obedecer y será arzobispo de la primera sede española y, como tal, consejero de reyes, presidente de concilios y teólogo.
Se le recuerda como un gran santo, sabio, prelado ilustrísimo, lumbrera de la España visigoda y para coronar todo esto, un fino poeta latino.
San Homobono (+1197)
Hizo honor a su nombre (Uomobono = hombre bueno), pues este hijo de un sastre de Cremona, Italia , del cual heredó el negocio, era conocido en la ciudad por su misericordia con los pobres, a los que no sólo vestía, sino que además alimentaba con provisiones que al parecer se renovaban de manera milagrosa.
Tanta limosna llegó a alarmar a su esposa, pero Homobono logró convencerla y siguió repartiendo ropa de su taller, comida y dinero y visitando y consolando a los enfermos, sin por eso dejar de practicar sus devociones.
Murió en el templo durante la celebración de una misa. Cuando el sacerdote entonaba el Gloria Patri, tendió Homobono sus manos hacia el altar y cayó muerto con los brazos en cruz, ante el crucifijo. Su fama de santidad era tal que unos meses más tarde se esculpía su estatua para la fachada de la iglesia de San Homobono de Cremona, y dos años después de morir fue canonizado.
San Estanislao de Koska (1550-1568)
Este muchacho polaco, de noble familia, desconcertaba por su recogimiento y piedad, pues aún en Viena, en los cuatro años que cursó Humanidades en un colegio de los jesuitas donde todo mundo esperaba que cambiase, amoldándose a los usos discretamente libertinos de los jóvenes de su condición, Estanislao permaneció firme a sus convicciones. Por esta forma de ser, recibió malos tratos, desprecios y humillaciones. Su decisión estaba tomada: ser jesuita, pero temiendo la ira de su padre, no parecían sus directores dispuestos a aceptarle, y no tuvo otro camino que la fuga.
Disfrazado de campesino, recorrió setecientos kilómetros a pie, perseguido por los suyos, hasta que en Tréveris encontró a un jesuita capaz de comprenderle, el holandés san Pedro Canisio, provincial de Alemania.
Devotísimo de la Virgen, “la Gran Señora” de los polacos, y espejo de todas las virtudes. Murió a causa de una repentina enfermedad a los dieciocho años de edad, pero su breve paso por Roma es todavía hoy inolvidable, como un perfume único, traído de muy lejos, contra el que el tiempo nada puede.
Beato Eugenio Bossilkov ( 1900-1952)
Nació en Belene, Bulgaria, de padres católicos antiguos. Su madre lo acompañó al seminario pasionista de Ores a los once años, pues había hecho la promesa de que su hijo sería para Dios en el servicio de la Iglesia, y el Señor se lo aceptó. Después de estudios humanísticos y noviciado en Bélgica y en Holanda, regresó a su patria a recibir la ordenación. Fue enviado al Pontificio Instituto Oriental en Roma donde estudió cuatro años y aprendió siete idiomas. Fue capacitado específicamente para una relación intensa con las iglesias ortodoxas y el ecumenismo fue siempre, en sus predicaciones y celebraciones, un tema frecuente.
En 1947 fue designado obispo de Nicóplis-Russe. Un testimonio de su tiempo apunta: «Tuve siempre una gran admiración por aquel hombre extraordinario, de gran cultura, de una gran fe; un pastor digno de Cristo, bueno, suave, humilde generoso, siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitaba. Acostumbraba a decir: “No temáis molestarme: estoy aquí para servir a mis hermanos”». En 1944, la oposición del gobierno comunista al Vaticano era descarada. Llegó un proyecto de ley sobre confesiones religiosas, al que estaban obligados a jurar los sacerdotes. Eugenio respondió: “Yo les he dicho categóricamente, que jamás lo haré”. Fue arrestado en 1952 y presentado ante el tribunal como “jefe de la organización católica subversiva de espionaje”. Al no poder los jueces convencer al Obispo Bossilkov de firmar la autoacusación que habían preparado para él, fue condenado a la pena de muerte por fusilamiento. Su agonía fueron los cuatro meses de cárcel y tortura. La sentencia se ejecutó el 11 de noviembre de 1952, pero al no haberse dado un comunicado oficial, oficialmente nada se sabía. La confirmación de su muerte tuvo lugar hasta el año de 1975, cuando, en su audiencia al jefe del Estado Búlgaro, Todor Zhikov, el papa Pablo VI le preguntó explícita y directamente por la suerte de Bossilkov. «El obispo Bossilkov murió en la cárcel hace ya 23 años», fue la repuesta.
Fue beatificado el 15 de marzo de 1998, en Roma, donde afluyen las multitudes cristianas y confluyen los ríos de sangre de todos los mártires.