San Guillermo de Bourges (+1209)
Este santo se hizo eclesiástico para medrar, pero se convirtió, renunció a sus prebendas y se recluyó en la abadía de Grandmont y después en la de Chalis. Fue elegido obispo contra toda su voluntad. Orientó su labor hacia los pobres, los prisioneros y los enfermos abandonados. Su fama de santidad fue tal que el papa Honorio III lo canonizó tan sólo ocho años después de su muerte.
San Pedro de Orséolo (928-987)
Llegó a ser dux de Venecia, cargo en el que desplegó un enorme talento administrativo al restaurar la paz pública, el templo de San Marcos y los barrios incendiados tras las guerras internas. Una noche desapareció sin dejar huella, y fue hasta Francia donde entró en la abadía de Rosellón y se hizo monje bajo un falso nombre. Allí pasó el resto de sus días entregado a la expiación y a la contemplación.
San Gonzalo (1189-1259)
Monje dominico, que al final de su vida pidió permiso para vivir en una ermita, donde era visitado por multitud de personas que, atraídas por su fama de santidad, acudían a pedir su intercesión y sus consejos. Se le considera patrón de los que buscan un buen cónyuge.