Encarar el sacrificio de Nuestro Señor no es fácil. Meditarlo y llevarlo a la oración implica darse cuenta de su verdadero significado. ¿Puede una película servir para ello?
Hoy, la sociedad le tiene pánico al sufrimiento, por más pequeño que sea. Desde una muela con caries hasta un cáncer, la mayoría ve en el dolor el enemigo a vencer. Nuestra capacidad de resistencia cada vez es menor y cualquier sacrificio nos parece deleznable.
El sacrificio de Jesús ha sido llevado al cine y una avalancha de críticas ha caído sobre la película dirigida por Mel Gibson. Innecesariamente violenta, un culto a la sangre, etcétera. Varios analistas y críticos centran su inconformidad respecto a la cinta en ese argumento. El director, dicen, está obsesionado con la tortura de Cristo.
También sostienen que el filme no muestra el menor interés en el mensaje de Cristo, en su celebración de la esperanza y la fraternidad ni le interesa la vitalidad de Jesús, su elocuencia, su radicalismo ético. Al director sólo le interesa, afirman, la sangre, el martirio, el dolor.
La cinta es criticada porque nos acerca con realismo al sacrificio de Cristo por nosotros. Pone en su justa dimensión las circunstancias. El castigo fue ejemplar, sí, y cruel, y despiadado, e inhumano, y la película deja ver esa realidad innegable.
Pues sí. La película es estremecedora y gira en torno al sufrimiento de Jesús. De hecho, por eso se titula así, “La pasión de Cristo”. Otra cosa sería si ostentara el nombre de “La primera Navidad” o “El mensajero social”. La historia narra las últimas doce horas de Cristo en la Tierra, horas que padeció bajo el más cruel de los castigos.
De hecho, la película llena un vacío en la historia fílmica. Durante los cien años de la historia del cine nadie se había centrando en ese momento del Evangelio. Hasta la llegada de esta cinta, las demás producciones compilaron toda la vida de Jesús, de su nacimiento a su resurrección, pero sin centrarse en una parte en concreto.
Al dedicarse exclusivamente a la pasión, apegado al relato evangélico y la doctrina de la Iglesia, la película de Gibson marca un hito en el desarrollo del cine religioso y muestra el tamaño de la ofrenda de Dios por nosotros.
Enterarse de lo que otros hacen por nosotros siempre sirve para valorar esas acciones. Un niño no es consciente de los sacrificios que hacen sus padres para darle educación, sustento o los caprichos más inusitados. Pero, cuando es adulto y tiene hijos, ese niño se percata del trabajo que supone sacar adelante a la familia y, automáticamente, valora y agradece el esfuerzo de sus padres. En los casos normales, claro.
El de Jesús no debió ser, ni de lejos, un sacrificio de poca monta. Se trataba de redimir a la humanidad de todos nuestros pecados, los pasados, presentes y futuros.
Es muy fácil ver la ofrenda de Cristo como un simple recuerdo del catecismo, una anécdota de viejos libros, perfectamente aséptica, indolora y lejana. Cuesta trabajo reflexionar realmente en lo que consistió el sacrificio de la Cruz, en sus alcances reales.
Puede que a muchos resulte difícil acercarse al Calvario en toda su realidad sólo con la lectura de los Evangelios. Los relatos sobre la Pasión ayudan a darse cuenta del verdadero significado y peso del sacrificio de Jesucristo, el valor de su sangre y dolor.
En este sentido, la cinta de Mel Gibson cumple cabalmente la tarea de involucrarnos a fondo en la pasión de Jesús, ser un testigo más en el camino hacia el Gólgota y, así, entender lo que significó su sacrificio y actuar en consecuencia.
Los duros momentos que la cinta exhibe no son gratuitos. No se puede tapar el sol con un dedo. Para entender y reflexionar sobre el drama de la guerra es necesario estar ahí o, por lo menos, vivir una experiencia que “remita al original”.
Ese y no otro es el eje de la película de Gibson: acercar, ser lo más fiel posible a lo que de verdad sucedió en esas horas hace dos mil años. Es un esfuerzo de arqueólogo en el que los Evangelios y otros textos son pistas fundamentales.
Como apoyo del director, está el relato de la venerable Anne Katherine Emmerich, una historia novelada que nos pone en la primera línea de los hechos, como otro de los que vieron pasar el cuerpo doliente de Jesucristo.
Para entender en toda su magnitud la obra de la redención es indispensable entender el sacrificio de Jesús en igual medida. Es necesario meditar sobre el drama de la pasión y muerte de Cristo para comprender que fuimos salvados, que las puertas del Cielo se nos han abierto y que es urgente expiar en cada momento nuestras faltas, que cada latigazo que recibió Jesús, que cada azote, fue por nuestra salvación. Pensar en que, si Él hizo eso por nosotros, qué hemos hecho nosotros por Él.
La película es una llamada de atención oportunísima para rectificar lo que haya que rectificar en nuestras vidas, para examinarnos sobre nuestro papel de cristianos, sobre si hemos entendido para qué murió Cristo en la cruz.