Carta de la Congregación Vaticana sobre la doctrina de la fe sobre la atención pastoral de los homosexuales
1. El problema de la homosexualidad y del juicio ético sobre los actos
homosexuales se ha convertido cada vez más en objeto de debate público,
incluso en ambientes católicos. En esta discusión, frecuentemente, se
proponen argumentaciones y se expresan posiciones no conformes con la
enseñanza de la Iglesia católica, que suscitan una Justa preocupación en
todos aquellos que están comprometidos en el ministerio pastoral. Por
consiguiente, esta Congregación ha considerado el problema tan grave y
difundido que justifica la presente carta, dirigida a todos los obispos de
la Iglesia católica, sobre la atención pastoral a las personas homosexuales.
2. En esta sede, naturalmente, no se puede afrontar un desarrollo
exhaustivo de tan complejo problema; la atención se concentrará más bien en
el contexto específico de la perspectiva moral católica. Esta encuentra
apoyo también en seguros resultados de las ciencias humanas, las cuales, a
su vez, tienen un objeto y un método propio, que gozan de legítima
autonomía.
La posición de la moral católica está fundada sobre la razón humana,
iluminada por la fe y guiada conscientemente por el intento de hacer la
voluntad de Dios, nuestro Padre. De este modo, la Iglesia está en condición
no sólo de poder aprender de los descubrimientos científicos, sino también
de trascender su horizonte; ella está segura que su visión más completa
respeta la compleja realidad de la persona humana que, en sus dimensiones
espiritual y corpórea, ha sido creada por Dios y, por su gracia, llamada a
ser heredada de la vida eterna.
Sólo dentro de este contexto, por consiguiente, se puede comprender con
claridad en qué sentido el fenómeno de la homosexualidad, con sus múltiples
dimensiones y con sus efectos sobre la sociedad y sobre la vida eclesial,
es un problema que concierne propiamente a la preocupación pastoral de la
Iglesia. Por lo tanto, se requiere de sus ministros un estudio atento, un
compromiso concreto y una reflexión honesta, teológicamente equilibrada.
3. En la «Declaración sobre algunas cuestiones de ética sexual», del 29 de
diciembre de 1975, la Congregación para la doctrina de la fe ya había
tratado explícitamente este problema. En aquella declaración se subrayaba
el deber de tratar de comprender la condición homosexual y se observaba
cómo la culpabilidad de los actos homosexuales debía ser juzgada con
prudencia. Al mismo tiempo, la Congregación tenía en cuenta la distinción
comúnmente hecha entre condición o tendencia homosexual y actos
homosexuales. Estos últimos venían descritos como actos que están privados
de su finalidad esencial e indispensable, como «intrínsecamente
desordenados» y que en ningún caso pueden recibir aprobación.
Sin embargo, en la discusión que siguió a la publicación de la declaración
se propusieron unas interpretaciones excesivamente benévolas de la
condición homosexual misma, hasta el punto que alguno se atrevió incluso a
definirla indiferente o, sin más, buena. Es necesario precisar, por el
contrario, que la particular inclinación de la persona homosexual, aunque
en sí no sea pecado, constituye, sin embargo, una tendencia, más o menos
fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de
vista moral. Por este motivo, la inclinación misma debe ser considerada
como objetivamente desordenada.
Quienes se encuentran en esta condición deberían, por tanto, ser objeto de
una particular solicitud pastoral para que no lleguen a creer que la
realización concreta de tal tendencia en las relaciones homosexuales es una
opción moralmente aceptable.
4. Una de las dimensiones esenciales de una auténtica atención pastoral es
la identificación de las causas que han creado confusión en relación con la
enseñanza de la Iglesia. Entre ellas se señala una nueva exégesis de la
sagrada Escritura, según la cual la Biblia o no tendría cosa alguna que
decir sobre el problema de la homosexualidad o incluso le daría en algún
modo una tácita aprobación, o, en fin, ofrecería unas prescripciones
morales tan condicionadas cultural e históricamente que ya no podrían ser
aplicadas a la vida contemporánea. Tales opiniones, gravemente erróneas y
desorientadoras requieren, por consiguiente, una especial vigilancia.
5. Es cierto que la literatura bíblica debe a las varias épocas en las que
fue escrita gran parte de sus modelos de pensamiento y de expresión. En
verdad, la Iglesia de hoy proclama el Evangelio a un mundo que es muy
diferente del antiguo. Por otra parte, el mundo en el que fue escrito el
nuevo Testamento estaba ya notablemente cambiado, por ejemplo, respecto a
la situación en la que se escribieron o se redactaron las sagradas
Escrituras del pueblo hebreo.
Sin embargo, se debe destacar que aun en el contexto de esa notable
diversidad, existe una evidente coherencia dentro de las Escrituras mismas
sobre el comportamiento homosexual. Por consiguiente, la doctrina de la
Iglesia sobre este punto no se basa solamente en frases aisladas, de las
que se pueden sacar discutibles argumentaciones teológicas, sino más bien
en el sólido fundamento de un constante testimonio bíblico. La actual
comunidad de fe, en ininterrumpida continuidad con las comunidades judías y
cristianas dentro de las cuales fueron redactadas las antiguas Escrituras,
continúa siendo alimentada por esas mismas Escrituras y por el Espíritu de
verdad del cual ellas son palabra. Asimismo es esencial reconocer que los
textos sagrados no son comprendidos realmente cuando se interpretan en un
modo que contradice la Tradición viva de la Iglesia. La interpretación de
la Escritura, para ser correcta, debe estar en efectivo acuerdo con esta
Tradición.
El Concilio Vaticano II se expresa al respecto de la siguiente manera: «Es
evidente, por tanto, que la sagrada Tradición, la sagrada Escritura y el
Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están
entrelazados y unidos de tal forma que no tienen consistencia el uno sin
los otros y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu
Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas». A la luz de
estas afirmaciones se traza ahora brevemente la enseñanza bíblica al
respecto.
6. La teología de la creación, presente en el libro del Génesis, suministra
el punto de vista fundamental para la comprensión adecuada de los problemas
puestos por la homosexualidad. Dios, en su infinita sabiduría y en su amor
omnipotente, llama a la existencia a toda la creación como reflejo de su
bondad. Crea al hombre a su imagen y semejanza como varón y hembra. Los
seres humanos, por consiguiente, son criaturas de Dios, llamadas a
reflejar, en la complementariedad de los sexos, la unidad interna del
Creador. Ellos realizan esta tarea de manera singular, cuando cooperan con
él en la transmisión de la vida, mediante la recíproca donación esponsal.
El capítulo tercero del Génesis muestra cómo esta verdad sobre la persona
humana, en cuanto imagen de Dios, se oscureció por el pecado original. De
allí se sigue inevitablemente una pérdida de la conciencia del carácter de
alianza que tenía la unión de las personas humanas con Dios y entre sí.
Aunque el cuerpo humano conserve aún su «significado nupcial», éste ahora
se encuentra oscurecido por el pecado. Así, el deterioro debido al pecado
continúa desarrollándose en la historia de los hombres de Sodoma. No puede
haber duda acerca del juicio moral expresado allí contra las relaciones
homosexuales. En el Levítico (18, 22 y 20, 13), cuando se indican las
condiciones necesarias para pertenecer al pueblo elegido, el autor excluye
del pueblo de Dios a quienes tienen un comportamiento homosexual.
Teniendo como telón de fondo esta legislación teocrática, san Pablo
desarrolla una perspectiva escatológica, dentro de la cual propone de nuevo
la misma doctrina, catalogando también a quien obra como homosexual entre
aquellos que no entrarán en el reino de Dios. En otro pasaje de su
epistolario, fundándose en las tradiciones morales de sus antepasados, pero
colocándose en el nuevo contexto de la confrontación entre el cristianismo
y la sociedad pagana de su tiempo, presenta el comportamiento homosexual
como un ejemplo de la ceguera en la que ha caído la humanidad. Suplantando
la armonía originaria entre el Creador y las criaturas, la grave desviación
de la idolatría ha conducido a toda suerte de excesos en el campo moral.
San Pablo encuentra el ejemplo más claro de esta desavenencia precisamente
en las relaciones homosexuales. En fin, en continuidad perfecta con la
enseñanza bíblica, en el catálogo de aquellos que obran en forma contraria
a la sana doctrina, vienen explícitamente mencionados como pecadores
aquellos que efectúan actos homosexuales.
7. La Iglesia, obediente al Señor que la ha fundado y la ha enriquecido con el don de la vida sacramental, celebra en el sacramento del matrimonio el designio divino de la unión del hombre y de la mujer, unión de amor y capaz de dar vida. Sólo en la relación conyugal puede ser moralmente recto el uso de la facultad sexual. Por consiguiente, una persona que se comporta de manera homosexual obra inmoralmente.
Optar por una actividad sexual con una persona del mismo sexo equivale a anular el rico simbolismo y el significado, para no hablar de los fines, del designio del Creador en relación con la realidad sexual. La actividad homosexual no expresa una unión complementaria, capaz de transmitir la vida, y, por lo tanto, contradice la vocación a una existencia vivida en esa forma de autodonación que, según el Evangelio, es la esencia misma de la vida cristiana. Eso no significa que las personas homosexuales no sean a menudo generosas y no se donen a sí mismas, pero cuando se empeñan en una actividad homosexual refuerzan dentro de ellas una inclinación sexual desordenada, en sí misma caracterizada por la autocomplacencia.
Como sucede en cualquier otro desorden moral, la actividad homosexual impide la propia realización y felicidad porque es contraria a la sabiduría creadora de Dios. La Iglesia, cuando rechaza las doctrinas erróneas en relación con la homosexualidad, no limita sino más bien defiende la libertad y la dignidad de la persona, entendidas de modo realista y auténtico.
8. La enseñanza de la Iglesia de hoy se encuentra, pues, en continuidad
orgánica en la visión de la sagrada Escritura y con la constante tradición.
Aunque si el mundo de hoy, desde muchos puntos de vista, verdaderamente ha
cambiado, la comunidad cristiana es consciente del lazo profundo y duradero
que la une a las generaciones que la han precedido «en el signo de la fe».
Sin embargo, en la actualidad, un número cada vez más grande de personas,
aun dentro de la Iglesia, ejercen una fortísima presión para llevarla a
aceptar la condición homosexual y a legitimar los actos homosexuales. Así,
quienes, dentro de la comunidad de la fe, incitan en esta dirección, tienen
a menudo estrechos vínculos con los que obran fuera de ella. Ahora bien:
estos grupos externos se mueven por una visión opuesta a la verdad sobre la
persona humana, que nos ha sido plenamente revelada en el misterio de
Cristo. Aunque no en un modo plenamente consciente, manifiestan una
ideología materialista que niega la naturaleza trascendente de la persona
humana como también la votación sobrenatural de todo individuo.
Los ministros de la Iglesia deben procurar que las personas homosexuales
confiadas a su cuidado no se desvíen por estas opiniones, tan profundamente
opuestas a la enseñanza de la Iglesia, y aprovechen esta confusión para sus
propios fines.
9. Dentro de la Iglesia se ha formado también una tendencia, constituida
por grupos de presión con diversos nombres y diversa amplitud, que intenta
acreditarse como representante de todas las personas homosexuales que son
católicas. Pero el hecho es que sus seguidores, generalmente, son personas
que o ignoran la enseñanza de la Iglesia o buscan subvertirla de alguna
manera. Se trata de mantener bajo el amparo del catolicismo a personas
homosexuales que no tienen intención alguna de abandonar su comportamiento
homosexual. Una de las tácticas utilizadas es la de afirmar, en tono de
protesta, que cualquier crítica, o reserva en relación con las personas
homosexuales, con su actividad y con su estilo de vida, constituye
simplemente una forma de injusta discriminación.
En algunas naciones se realiza, por consiguiente, una verdadera y propia
tentativa de manipular a la Iglesia conquistando el apoyo de sus pastores,
frecuentemente de buena fe, en el esfuerzo de cambiar las normas de la
legislación civil. El fin de tal acción consiste en conformar esta
legislación con la concepción propia de estos grupos de presión, para
quienes la homosexualidad es, si no totalmente buena, al menos una realidad
perfectamente inocua. Aunque la práctica de la homosexualidad, amenace
seriamente la vida y el bienestar de un gran número de personas, los
partidarios de esta tendencia no desisten de sus acciones y se niegan a
tomar en consideración las proporciones del riesgo allí implicado.
La Iglesia no puede dejar de preocuparse de todo esto y, por consiguiente,
mantiene firme su clara posición al respecto, que no puede ser modificada
por la presión de la legislación civil o de la moda del momento. Ella se
preocupa sinceramente también de muchísimas personas que no se sienten
representadas por los movimientos pro homosexuales y de aquellos que
podrían estar tentados a creer en su engañosa propaganda. La Iglesia es
consciente de que la opinión, según la cual la actividad homosexual sería
equivalente, o por lo menos igualmente aceptable, cuanto la expresión
sexual del amor conyugal tiene una incidencia directa sobre la concepción
que la sociedad tiene acerca de la naturaleza y de los derechos de la
familia, poniéndoselos seriamente en peligro.
10. Es de deplorar con firmeza que las personas homosexuales hayan sido y
sean todavía objeto de expresiones malévolas y de acciones violentas. Tales
comportamientos merecen la condena de los pastores de la Iglesia,
dondequiera que se verifiquen. Revelan una falta de respeto por los demás,
que lesiona unos principios elementales sobre los que se basa una sana
convivencia civil. La dignidad propia de toda persona siempre debe ser
respetada en las palabras, en las acciones y en las legislaciones.
Sin embargo, la justa reacción a las injusticias cometidas contra las
personas homosexuales de ningún modo puede llevar a la afirmación de que la
condición homosexual no sea desordenada. Cuando tal afirmación es acogida
y, por consiguiente, la actividad homosexual es aceptada como buena, o
también cuando se introduce una legislación civil para proteger un
comportamiento al cual ninguno puede reivindicar derecho alguno, ni la
Iglesia, ni la sociedad en su conjunto, deberían luego sorprenderse si
también ganan terreno otras opiniones y prácticas torcidas y si aumentan
los comportamientos irracionales y violentos.
11. Algunos sostienen que la tendencia homosexual, en ciertos casos, no es el resultado de una elección deliberada y que la persona homosexual no tiene alternativa, sino que es forzada a comportarse de una manera homosexual. Como consecuencia se afirma que ella, no siendo verdaderamente libre, obraría sin culpa en estos casos.
Al respecto es necesario volver a referirse a la sabia tradición moral de la Iglesia, la cual pone en guardia contra generalizaciones en el juicio de los casos particulares. De hecho, en un caso determinado pueden haber existido en el pasado o pueden todavía subsistir circunstancias tales que reducen y hasta quitan la culpabilidad del individuo; otras circunstancias, por el contrario, pueden aumentarla. De todos modos, se debe evitar la presunción infundada y humillante de que el comportamiento homosexual de las personas homosexuales esté siempre y totalmente sujeto a coacción y, por consiguiente, sin culpa. En realidad, también en las personas con tendencia homosexual se debe reconocer aquella libertad fundamental que caracteriza a la persona humana y le confiere su particular dignidad. Como en toda conversión del mal, gracias a esta libertad el esfuerzo humano, iluminado y sostenido por la gracia de Dios, podrá permitirles evitar la actividad homosexual.
12. ¿Qué debe hacer entonces una persona homosexual que busca seguir al
Señor? Sustancialmente, estas personas están llamadas a realizar la
voluntad de Dios en su vida, uniendo al sacrificio de la cruz del Señor
todo sufrimiento y dificultad que puedan experimentar a causa de su
condición. Para el creyente, la cruz es un sacrificio fructuoso, puesto que
de esa muerte provienen la vida y la redención. Aun si toda invitación a
llevar la cruz o a entender de este modo el sufrimiento del cristiano será
presumiblemente objeto de mofa por parte de alguno, se deberá recordar que
ésta es la vía de la salvación para todos aquellos que son seguidores de
Cristo.
Esto no es otra cosa, en realidad, que la enseñanza del apóstol Pablo a los
gálatas, cuando dice que el Espíritu produce en la vida del creyente «amor,
gozo, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre y
dominio de sí», y aún más: «No podéis pertenecer a Cristo sin crucificar la
carne con sus pasiones y sus deseos».
Esta invitación, sin embargo, se interpreta mal cuando se la considera
solamente como un inútil esfuerzo de autorrenuncia. La cruz constituye
ciertamente una renuncia de sí, pero en el abandono en la voluntad de aquel
Dios que de la muerte hace brotar la vida y capacita a aquellos que ponen
su confianza en él para que puedan practicar la virtud en cambio del vicio.
El misterio pascual se celebra verdaderamente sólo si se deja que empape el
tejido de la vida cotidiana. Rechazar el sacrificio de la propia voluntad
en la obediencia a la voluntad del Señor constituye de hecho poner un
obstáculo a la salvación. Así como la cruz es el centro de la manifestación
del amor redentor de Dios por nosotros en Jesús, así la conformidad de la
autorrenuncia de los hombres y de las mujeres homosexuales con el
sacrificio del Señor constituirá para ellos una fuente de autodonación que
los salvará de una forma de vida que amenaza continuamente de destruirlos.
Las personas homosexuales, como los demás cristianos, están llamadas a
vivir la castidad. Si se dedican con asiduidad comprender la naturaleza de
la llamada personal de Dios respecto a ellas, estarán en condición de
celebrar más fielmente el sacramento de la penitencia y de recibir la
gracia del Señor, que se ofrece generosamente en este sacramento para
poderse convertir más plenamente caminando en el seguimiento a Cristo.
13. Es evidente, además, que una clara y eficaz transmisión de la doctrina
de la Iglesia a todos los fieles y a la sociedad en su conjunto depende en
gran parte de la correcta enseñanza y de la fidelidad de quien ejercita el
ministerio pastoral. Los obispos tienen la responsabilidad, particularmente
grave, de preocuparse de que sus colaboradores en el ministerio, y sobre
todo los sacerdotes, estén rectamente informados y personalmente bien
dispuestos para comunicar a todos la doctrina de la Iglesia en su
integridad.
Es admirable la particular solicitud y la buena voluntad que demuestran
muchos sacerdotes y religiosos en la atención pastoral a las personas
homosexuales, y esta Congregación espera que no disminuirá. Estos celosos
ministros deben tener la certeza de que están cumpliendo fielmente la
voluntad del Señor cuando estimulan a la persona homosexual a conducir una
vida casta y le recuerden la dignidad incomparable que Dios ha dado también
a ella.
14. Al hacer las anteriores consideraciones, esta Congregación quiere pedir
a los obispos que estén particularmente vigilantes en relación con aquellos
programas que de hecho intentan ejercer una presión sobre la Iglesia para
que cambie su doctrina, aunque a veces se niegue de palabra que sea así. Un
estudio atento de las declaraciones públicas y de las actividades que
promueven esos programas revela una calculada ambigüedad, a través de la
cual buscan confundir a los pastores y a los fieles. Presentan a veces por
ejemplo, la enseñanza del Magisterio, pero sólo una fuente facultativa en
orden a la formación de la conciencia, sin reconocer su peculiar autoridad.
Algunos grupos suelen incluso calificar como «católicas» a sus
organizaciones o a las personas a quienes intentan dirigirse, pero en
realidad no defienden ni promueven la enseñanza del Magisterio; por el
contrario, a veces, lo atacan abiertamente. Aunque sus miembros
reivindiquen que quieren conformar su vida con la enseñanza de Jesús, de
hecho abandonan la enseñanza de su Iglesia. Este comportamiento
contradictorio de ninguna manera puede tener el apoyo de los obispos.
15. Esta Congregación, por consiguiente, anima a los obispos para que
promuevan en sus diócesis una pastoral que, en relación con las personas
homosexuales, esté plenamente de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia.
Ningún programa pastoral auténtico podrá incluir organizaciones en las que
se asocien entre sí personas homosexuales, sin que se establezca claramente
que la actividad homosexual es inmoral. Una actitud verdaderamente pastoral
comprenderá la necesidad de evitar las ocasiones próximas de pecado a las
personas homosexuales.
Deben ser estimulados aquellos programas en los que se evitan estos
peligros. Pero se debe dejar bien en claro que todo alejamiento de la
enseñanza de la Iglesia, o el silencio acerca de ella, so pretexto de
ofrecer un cuidado pastoral, no constituye una forma de auténtica atención
ni de pastoral válida. Sólo lo que es verdadero puede finalmente ser
también pastoral. Cuando no se tiene presente la posición de la Iglesia se
impide que los hombres y las mujeres homosexuales reciban aquella atención
que necesitan y a la que tienen derecho.
Un auténtico programa pastoral ayudará a las personas homosexuales en todos
los niveles de su vida espiritual, mediante los sacramentos y en particular
a través de la frecuente y sincera confesión sacramental, mediante la
oración, el testimonio, el consejo y la atención individual. De este modo,
la entera comunidad cristiana puede llegar a reconocer su vocación a
asistir a estos hermanos y hermanas, evitándoles ya sea la desilusión, ya
sea el aislamiento.
16. De esta aproximación diversificada se pueden derivar muchas ventajas,
entre las cuales no es menos importante la constatación de que una persona
homosexual, como por lo demás todo ser humano, tiene una profunda exigencia
de ser ayudada contemporáneamente a distintos niveles.
La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, no puede ser
definida de manera adecuada con una referencia reductiva sólo a su
orientación sexual. Cualquier persona que viva sobre la faz de la tierra
tiene problemas y dificultades personales, pero también tiene oportunidades
de crecimiento, recursos, talentos y dones propios. La Iglesia ofrece para
la atención a la persona humana el contexto del que hoy se siente una
extrema exigencia, precisamente cuando rechaza el que se considere la
persona puramente como un «heterosexual» o un «homosexual» y cuando subraya
que todos tienen la misma identidad fundamental: el ser criatura y, por
gracia, hijo de Dios, heredero de la vida eterna.
17. Ofreciendo estas clarificaciones y orientaciones pastorales a la
atención de los obispos, esta Congregación desea contribuir a sus esfuerzos
en relación a asegurar que la enseñanza del Señor y de su Iglesia sobre
este importante tema sea transmitida de manera íntegra a todos los fieles.
A la luz de cuanto se ha expuesto ahora, se invita a los ordinarios del
lugar a valorar, en el ámbito de su competencia, la necesidad de
particulares intervenciones. Además, si se retiene útil, se podrá recurrir
a una ulterior acción coordinada a nivel de las Conferencias episcopales
nacionales.
En particular, los obispos deben procurar sostener con los medios a su
disposición el desarrollo de formas especializadas de atención pastoral
para las personas homosexuales. Esto podría incluir la colaboración de las
ciencias psicológicas, sociológicas y médicas, manteniéndose siempre en
plena fidelidad con la doctrina de la Iglesia.
Los obispos, sobre todo, no dejarán de solicitar la colaboración de todos
los teólogos católicos para que éstos, enseñando lo que la Iglesia enseña y
profundizando con sus reflexiones el significado auténtico de la sexualidad
humana y del matrimonio cristiano en el plan divino, como también de las
virtudes que éste comporta, pueden ofrecer una válida ayuda en este campo
específico de la actividad pastoral.
Particular atención deberán tener pues, los obispos en la selección de los
ministros encargados de esta delicada tarea, de tal modo que éstos, por su
fidelidad al Magisterio y por su elevado grado de madurez espiritual y
psicológica, puedan prestar una ayuda efectiva a las personas homosexuales
en la consecución de su bien integral. Estos ministros deberán rechazar las
opiniones teológicas que son contrarias a la enseñanza de la Iglesia y que,
por lo tanto, no pueden servir de normas en el campo pastoral.
Será conveniente, además, promover programas apropiados de catequesis,
fundados sobre la verdad concerniente a la sexualidad humana, en su
relación con la vida de la familia, tal como es enseñada por la Iglesia.
Tales programas, en efecto, suministran un óptimo contexto, dentro del cual
se puede tratar también la cuestión de la homosexualidad.
Esta catequesis podrá ayudar asimismo a aquellas familias, en las que se
encuentran personas homosexuales a afrontar un problema que las toca tan
profundamente.
Se deberá retirar todo apoyo a cualquier organización que busque subvertir
la enseñanza de la Iglesia, que sea ambigua respecto a ella o que la
descuide completamente. Un apoyo en este sentido, o aun su apariencia,
puede dar origen a graves malentendidos. Una especial atención se deberá
tener en la práctica de la programación de celebraciones religiosas o en el
uso de edificios pertenecientes a la Iglesia por parte de estos grupos,
incluida la posibilidad de disponer de las escuelas y de los institutos
católicos de estudios superiores. El permiso para hacer uso de una
propiedad de la Iglesia les puede parecer a algunos solamente un gesto de
justicia y caridad, pero en realidad constituye una contradicción con las
finalidades mismas para las cuales estas instituciones fueron fundadas y
puede ser fuente de malentendidos y de escándalo.
Al evaluar eventuales proyectos legislativos, se deberá poner en primer
plano el empeño de defender y promover la vida de la familia.
18. El Señor Jesús ha dicho: «Vosotros conoceréis la verdad y la verdad os
hará libres». La Escritura nos manda realizar la verdad en la caridad.
Dios, que es a la vez Verdad y Amor, llama a la Iglesia a ponerse al
servicio de todo hombre, mujer y niño con la solicitud pastoral del Señor
misericordioso. Con este espíritu, la Congregación para la doctrina de la
fe ha dirigido esta carta a ustedes, obispos de la Iglesia, con la
esperanza de que les sirva de ayuda en la atención pastoral a personas
cuyos sufrimientos pueden ser agravados por doctrinas erróneas y ser
aliviados en cambio, por la palabra de la verdad.
El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en el transcurso de la audiencia concedida
al suscrito prefecto, ha aprobado la presente carta, acordada en la reunión
ordinaria de esta Congregación, y ha ordenado su publicación.
Roma, desde la sede de la Congregación para la doctrina de la fe, 1° de
octubre de 1986.
Cardenal Joseph Ratzinger, prefecto.
Alberto Bovone, arzobispo titular de Cesarea de Numidia, secretario.