Democracia, tolerancia y convicciones fuertes
Daniel Innerarity, en uno de sus libros, analiza la supuesta incompatibilidad entre la tolerancia y la democracia de una parte y por otra las convicciones fuertes.
Por Jorge Balvey, periodista.
Daniel Innerarity,, en uno de sus libros, Libertad como pasión, analiza la supuesta incompatibilidad entre la tolerancia y la democracia de una parte y por otra las convicciones fuertes, entre las que, sin nombrarla, se cuenta indudablemente la fe cristiana. La teoría de Vattimo sobre la imposibilidad de asumir «pensamientos fuertes», es decir, aquellos que comprometen con alguna verdad entendida como tal, tanto en la vida personal como social, ha hecho fortuna en esta época en que prima todo lo light. Con este supuesto, mantener la fe en una revelación divina o la convicción sobre verdades absolutas, es algo que no se acepta como presupuesto de la tolerancia y del juego democrático. Lo más que se permite para ser considerado persona «normal» y «políticamente correcta» es la «propuesta» de «hipótesis» siempre revisables, siempre relativas, nunca verdades o valores inmutables.
Innerarity desvela el error y la trampa que se esconde tras esa apariencia de tolerancia democrática:
De una parte, «apelar a la tolerancia para desacreditar la posibilidad de convicciones fuertes es un error de bulto, pues la tolerancia se apoya y alimenta de una convicción». La tolerancia no implica relativismo, más bien al contrario.
De otra parte, también es un error contraponer relativismo y fanatismo, como si el relativista no pudiera ser fanático y el convencido tuviera que serlo: «es una falsa alternativa la que proclama una oposición entre fanatismo y relativismo; como tantos extremos, la ceguera furiosa del fanático y la ceguera del escéptico se tocan, cruzan y pactan entre sí».
»Una sociedad democrática necesita má que cualquier otra de valores firmes, de convencimientos no hipotéticos. Esta necesidad resultaba algo evidente a los fundadores del Estado de derecho: la abolición de la tortura y la esclavitud no fue el resultado de una hipótesis, ni los derechos humanos fueron una propuesta, sino una proclamación.
»Existen muchos argumentos, por ejemplo, a favor de la tortura -ayuda a perseguir la delincuencia, tiene un efecto disuasorio, favorece la labor de la policía- y, sin embargo, la conciencia moral hace bien cuando se resiste a tomarlos en serio. La aparente terquedad con la que se alzan determinados valores responde a una profunda sabiduría. Tiene que ver con la media luz propia de la condición humana, donde la convivencia de la lucidez y la debillidad exige asegurar la memoria de lo incondicionado».
Resulta evidente que por una hipótesis nadie arriesga su vida, cuando, por ejemplo, está presente la lucha contra la tiranía
«Una civilización hipotética se encuentra desprotegida contra el fanatismo.»
«Tener convicciones fuertes -entre las que se ha de contar la de no imponer nada a nadie- en una cultura hipotética es el verdadero heroísmo de nuestro tiempo. Se trata de negarse a derivar las propias convicciones de los consensos fácticos, de la moda y de la opinión dominante. Un heroísmo así no es incompatible con la normalidad, es perfectamente democrático; lo único que no soporta es vivir de prestado, inercialmente, lo que equivale a no tomarse en serio la propia libertad»
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