Fraile agustino, amigo de los pobres, profesor y arzobispo de Valencia. Supo llevar una vida modesta en la que tenían lugar las letras y los estudios. Como maestro fue un ejemplo que llevó su clase al pueblo cuando se convirtió en arzobispo, sin renunciar a la Orden de frailes agustinos.
Le llamaban «el divino Tomás», Era un inmenso predicador, que había nacido en Fuenllana (Ciudad Real) en 1486, de padres caritativos, de los que heredó su amor por los pobres: “Madre, le dijo Tomás, ya podéis dejar pan abundante en la panera; pues si no tenéis cuidado, pronto no habrá una sola gallina en el gallinero”. Vivió sus primeros años en Villanueva de los Infantes, de donde recibirá el “nombre”. A los quince años, fue enviado a estudiar a la Universidad renacentista de Alcalá, de la que llegó a ser maestro, con una vasta competencia en las ciencias humanas y sagradas. Allí obtuvo, el título de “Maestro” de lógica, física y metafísica. Continuó estudiando teología durante tres cursos. Bachiller en artes y Licenciado en Teología, le encargaron la Cátedra de Lógica. Sus estudios en Alcalá, le habían dejado una profunda impronta humanística. Poseía una inteligencia excepcionalmente lúcida y un criterio muy práctico para dar opiniones sobre temas difíciles. Pero tuvo que ejercitarse continuamente para adquirir una buena memoria y luchar mucho para que las distracciones no le alejaran de los temas que quería tratar.
FRAILE AGUSTINO
En Salamanca viste el hábito de la Orden de San Agustín, que por aquellos mismos días, Lutero tira a las zarzas. Se ordena de Sacerdote en 1518. Fue nombrado Prior de Salamanca, Provincial de Andalucía, Prior de Burgos; Provincial de Castilla, Prior de Burgos. Carlos V, que siente por él una especial predilección y le considera una persona clave para la reforma de su reino, le nombra predicador y consejero suyo.
El emperador Carlos V le había ofrecido el nombramiento de arzobispo de Granada pero él no lo aceptó. Un día el emperador le dijo a su secretario: Escriba: «Arzobispo de Valencia, será el Padre…», y le dictó el nombre de otro sacerdote. Cuando fue a firmar el decreto leyó que el secretario había escrito: «Arzobispo de Valencia, Tomás de Villanueva». «¡Pero este no fue el que yo le dicté!», dijo el emperador. «Perdone, señor» – le respondió el secretario. «Me pareció haberle oído ese nombre. Pero lo borraré». «No, no lo borre, dijo Carlos V, el otro era el que yo pensaba elegir, pero éste es el que Dios quiere que sea elegido». Y mandó que lo llamaran para darle noticia del nombramiento. Tomás se negó a obedecer al emperador. Sólo aceptó tan alto cargo cuando su superior se lo mandó bajo obediencia.
ENTRADA EN VALENCIA
Llegó a Valencia de noche mientras caía un fortísimo aguacero, acompañado solamente por un religioso. Pidió que lo hospedaran por caridad en el convento de los Padres Agustinos, diciendo que le bastaba una estera en el suelo para dormir. Antes de tomar posesión del arzobispado hizo seis días de retiro, oración y penitencia en el convento. Los sacerdotes de la ciudad le obsequiaron con 4000 monedas de plata que entregó al hospital diciendo: «los pobres necesitan esto más que yo. ¿Qué lujos y comodidades puede necesitar un sencillo fraile y religioso como soy yo?». Lo criticaban porque usaba una sotana muy vieja y desteñida, y él respondía: «Lo importante no es una sepultura. Lo importante es embellecer el alma que nunca se va a morir». Le costó mucho al clero catedralicio que aceptara un sombrero de seda, pero a él le parecía que los pobres se lo reclamaban. Y muchas veces enseñaba el sombrero con sonrisa de burla, diciendo:”Aquí tenéis mí dignidad episcopal. Mis señores, los canónigos, han creído que no podía ser obispo sin esto”.
SITUACION DE LA DIOCESIS
Valencia, vivía unas condiciones espirituales deplorables, después de un siglo sin un Obispo residente, con muchos clérigos en situación irregular y atenazada por la agitación morisca. Tomás busca la re-cristianización de la diócesis. Para ello funda el colegio-seminario de la Presentación en 1550, para formar al clero. Tiene muy claro que un Arzobispo sin la ayuda de los sacerdotes, limita mucho su influencia pastoral. Debe cuidar, atender, animar, santificar a sus sacerdotes. Eso, que cuesta tanto a ciertas personas y que yo no puedo entender. Lo que más le interesaba era transformar a sus sacerdotes. A los menos cumplidores se los ganaba a base de consejos y peticiones amables y los hacía mejorar. A uno que no quería cambiar, lo llamó a su palacio y le dijo: «Yo soy el que tengo la culpa de que usted o quiera enmendarse. Porque no he hecho penitencias por su conversión, por eso no ha cambiado». Y quitándose la camisa empezó a darse latigazos hasta derramar sangre. El otro se arrodilló llorando y le pidió perdón y mejoró totalmente su conducta. ¿Qué no puede hacer un Arzobispo si se gana la confianza sincera y cordial de sus sacerdotes? No se debe preocupar de que los sacerdotes no le quieran sino de si es él el que quiere de verdad a sus sacerdotes.
PREDICADOR FORMIDABLE
El emperador Carlos V al oírle predicar exclamaba: «Este obispo conmueve hasta las piedras». Y cuando estaba en la ciudad, nunca faltaba a sus sermones. Su predicación producía cambios impresionantes en los oyentes, y aun hoy día conmueven a quienes los leen. La gente decía que Tomás de Villanueva era como un nuevo apóstol San Pablo. Fue el “predicador” más grande de su tiempo, pero su fuerza más que en la palabra, la ejercía con el ejemplo de su vida, que es lo que definitivamente convencía. Contemporáneo suyo será Fray Juan de Sahagún en Salamanca. Los dos impresionantes predicadores, éste más gracioso, hasta quizá pasarse, Tomás más serio, como fiel cumplidor de las normas dadas a los predicadores por Fray Luís de Granada: “Nada digan de lo que puedan con razón ofenderse los oyentes; nada digan con insolencia, nada con arrogancia, nada con descaro, nada con desvergüenza, nada injurioso, nada soez, nada chocarreramente, nada bajo, nada licenciosa, indecente y viciosamente, sino que todo el carácter de la oración represente modestia, humanidad, caridad, celo y un deseo fervoroso de la verdadera caridad.
SUS ACTIVIDADES COMO ARZOBISPO
El Arzobispo convoca un Sínodo y visita todas las parroquias, actuando con mano enérgica y paternal. Envió misioneros al Perú. Encuentra su inspiración en las enseñanzas del Buen Pastor, en San Pablo y en los grandes obispos. Será llamado el “San Bernardo español” por su profundidad teológica sobre la Virgen. Se distinguió por su asistencia a los pobres y enfermos y decía que la cama de un enfermo es como la zarza ardiente de Moisés, en la cual se logra encontrar con Dios y hablar con Él, entre las espinas de incomodidad que lo rodean. La evangelización a los moriscos y la dedicación a la juventud, también acaparó parte de sus energías. La intensa actividad afianzada en su gran erudición, le consagra como uno de los hombres más respetados de su tiempo y modelo del obispo. En Valencia, se mostró como verdadero modelo de buen pastor, sobresaliendo por su caridad, pobreza, prudencia y celo apostólico. Se le reconoce como “El Obispo de los pobres”, envió a América los primeros Padres Agustinos que llegaron a México.
SU ORACION MISTICA
Frecuentemente mientras celebraba la Santa Misa o rezaba los Salmos, le sobrevenían los éxtasis y se olvidaba de todo lo que lo rodeaba y sólo pensaba en Dios. En esos momentos el rostro le brillaba intensamente. Predicando en Burgos contra el pecado, tomó en sus manos un crucifijo y levantándolo gritó «¡Pecadores, mírenlo!», y no pudo decir más, porque se quedó en éxtasis, y así estuvo un cuarto de hora, mirando hacia el cielo, contemplando lo sobrenatural. Al volver en sí, dijo a la multitud que estaba maravillada: «Perdonen hermanos por esta distracción. Trataré de enmendarme». En un sermón de la Transfiguración, dijo: “En cuanto a mí me ha sido dado, sin ningún mérito mío, subir con él hasta la santa montaña y contemplar la gracia de su rostro, aunque sólo fuese de lejos, ¡con qué lágrimas, con qué entusiasmo gritaba entonces: Señor, bueno es estar aquí! No permitáis que descienda jamás. No os alejéis, por favor. ¡Que sea así toda mi vida, todos los días de mi vida! ¿Para qué quiero más?” Pero el camino de la perfección no se ha de recorrer al vuelo, sino paso a paso: “Non pervolanda, sed perambulanda est”.
ATIENDE A TODOS
Aunque dedicaba muchas horas a rezar y a meditar, su secretario tenía la orden de llamarlo cuando alguna persona necesitara consultarle o pedirle algo. A su palacio arzobispal acudían cada día centenares de pobres a pedir ayuda, y nadie se iba sin recibir algún regalo o algún dinero. Especial cuidado tenía el prelado para ayudar a los niños huérfanos. Y las muchachas pobres de la ciudad, el día de su matrimonio recibía un buen regalo del arzobispo. A quienes lo criticaban por dar demasiadas ayudas incluso a vagos, les decía: «mi primer deber es no negar un favor a quien lo necesita, si en mi poder está el hacerlo. Si abusan de lo que reciben, ellos responderán ante Dios». A los ricos les insistía continua y fuertemente sobre el deber tan grave que cada uno tiene de dar limosnas de todo lo que le sobre, en vez de gastarlo en lujos y cosas inútiles. Decía a la gente: «¿En qué otra cosa puedes gastar mejor tu dinero que en pagar tus pecados, haciendo limosna? Si quieres que Dios oiga tus oraciones, tienes que escuchar la petición de ayuda que te hacen los pobres. Debes anticiparte a repartir ayudas a los que no se atreven a pedir».
Algunos le decían que debía ser más fuerte y lanzar maldiciones contra los que vivían amancebados. Él respondía: «Hago todo lo que me es posible por animarlos a que se pongan en paz con Dios y que no vivan en pecado. Pero nunca quiero emplear métodos agresivos contra nadie». Si oía hablar de otro respondía: «Quizás lo que hizo fue malo, pero probablemente sus intenciones eran buenas».
SU MUERTE
En septiembre de 1555 sufrió una angina de pecho e inflamación de la garganta. Mandó repartir entre los pobres todo el dinero que había en su casa. Hizo que le celebrara la Misa en su habitación, y exclamó: «Que bueno es Nuestro Señor: a cambio de que lo amemos en la tierra, nos regala su cielo para siempre». Y murió cuando tenía 66 años, el 8 de septiembre de 1555. Beatificado en 1618, el Papa Alejandro VII lo canonizó en 1658. Sus restos se conservan en la iglesia catedral de Valencia. Su fiesta se celebra el 10 de Octubre.
(Fuente: jmarti.ciberia.es)