De siempre he tenido debilidad por acercarme al obrero José, humilde hombre de Nazaret, como no podía ser de otra manera para llegar a santo, que puso dignidad a las obras realizadas por personas. Con justicia le nombraron guardián de los trabajadores; o sea de los que tienen callos en las manos, cicatrices por todo el cuerpo y el alma endurecida de tanto tragarse sapos. No podían tener mejor defensor los peones, braceros, jornaleros y demás gentucia que dicen los burgueses. El obrero ha sido elevado, con José, a lo más alto de lo alto del ascendiente verso. Esto es hacer justicia. El obrero tiene más necesidad de respeto que de pan, dijo Karl Marx. Por consiguiente, estimo que siempre son saludables estas subidas interiores, de puesta en verdad. Es buena manera de unir al obrero mundo con el mundo obrero. Poner la nobleza del trabajo humano en su lugar, ennoblece y destierra la pomposidad de los procesos productivos actuales. Detesto esa maquinaria de producción que no tiene corazón. De igual modo, el aluvión de empleos en precario. Se los tragan siempre las mismas personas, los marginales. Aquí, en este desbarajuste de precariedades, si que le demando a San José que nos eche una mano. La precariedad no es una realidad natural, es una construcción social de la que somos pioneros en estos muros de la patria mía. Qué tristeza más dolorosa de que después de tantos avances, la cultura obrera liberadora no reine, ni gobierne ¿Por qué esa incapacidad de enmendarnos la página del alarmante deterioro de las condiciones de trabajo? Cuando el sistema de producción se organiza de espaldas al ser humano, a la familia, se producen otros frutos; desde luego, no se acrecienta dignidad alguna. Es cierto. La sociedad, sin embargo, necesita de la obra de los obreros para crecer y conquistar futuros. Los dormidos sindicatos, bien nutridos con los presupuestos de los obreros, piden un empleo estable en igualdad. Ya nos gustaría que así fuese. Lo primero ha de creerse lo que se dice ¿Se lo creen? ¿O es más de lo mismo? Tener un empleo con derechos es lo mínimo que se puede exigir, cuestión que debiera ser afán y desvelo de todo sindicalista que se precie. Pienso que va en el cargo esa lucha. Además, creo que estamos en edad de merecerlo como demócratas de un Estado social. Cuando la acción sólo se queda en palabra, la reacción es de verlas pasar y quedarse a salvo. Se habla de superar la precariedad por un empleo digno y, a pesar de ello, la siniestralidad laboral ya no es noticia porque nos hemos acostumbrado al suceso, por repetitivo. Oiga que se mueren personas, no cosas. Realmente cuesta entender, tal y como está el patio de abusos, que no exista fuerza social que avive el movimiento obrero, una fuerza hábil que lo despierte del falso encandilamiento. Algo falla o alguien quiere que esto falle, la fuerza de construir una comunidad obrera con derechos, puesto que las obligaciones las tienen todas en sus hojas de servicios. Debemos, sin duda, promover deseos distintos al mero consumo, valores que nos conciencien en otros estilos de vida. Nada es imposible Ahí tenemos a San José, en su camino de gloria. De una ciudad desacreditada como Nazaret surge una historia que nos trasciende. La labor desarrollada por José en su pequeño taller de carpintero, mientras Jesús, a su lado, “crecía en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres”, nos reafirma que el trabajo es un medio de participar en la tarea creadora de Dios, para el que crea. Y para el que no crea, en la tarea humanizadora y humanista. En consecuencia, hemos de reivindicar la dignidad de ser y sentirse obrero. ¿Cuántos maldicen la palabra? Realmente, los obreros cuentan bien poco en este mundo de honores y cargos, apenas pueden decidir sobre el cómo y el para qué de su trabajo. Esta es la pura realidad. Con estos parámetros resulta improbable vivirlo como algo propio y como algo que nos debiera realizar. El mundo obrero, para salir de esos tremendos túneles de explotación y dependencia, necesita abrir salidas, ventanas a una cultura que permita otras respiraciones más humanas y otras aspiraciones más libres. Buscar el interés de cada uno es muy del capital y poco de seres pensantes. Consumir mucho para vivir lo mejor posible, tampoco es garantía de felicidad. Despreocuparse de cómo se organiza la sociedad, que para eso están los políticos, es como firmarle un cheque en blanco a los burros y ponerle a buscar camino por si mismo. Pensar que el trabajo no es más que un medio de ganar dinero, es una actitud mísera que a nada conduce. Para vivir humanamente y crecer, necesitamos más que nunca volver a aquel pequeño poblado situado en las últimas estribaciones de los montes de Galilea, donde residió aquella familia excelsa, cuando pasado ya el peligro había podido volver de su destierro en Egipto. Y allí es donde José, viviendo y sobreviviendo a todas las fatigas, a veces en un taller de carpintero y otras en una choza en la ladera del monte, desarrolla su función de cabeza de familia, con la mayor de las dignidades . Como todo obrero, mantiene a los suyos con el trabajo de sus manos: toda su fortuna está radicada en su brazo, y la reputación de que goza está integrada por su probidad ejemplar y por el prestigio alcanzado en el ejercicio de su oficio. En este reino de pillos, esta es la gran lección del buen obrero José, el varón justo, la de compenetrarse con sus conciudadanos. Que diferente situación a la que vivimos hoy, donde todo el mundo parece estar ausente de todo, lo que se traduce en pasotismo y en pérdida de valores propios de la cultura obrera: la solidaridad, la justicia, la igualdad; y lo que es peor, está generando una profunda desesperanza. Un año más, el gentío que no suele ejercer como obrero saldrá a la calle el primero de mayo para mostrar su mejor sonrisa y, así, por lo menos despistar de que somos los europeos que más en precario trabajamos. Por eso, prefiero citarme con los trabajadores que acuden a revivir el espectáculo de santidad del obrero José, especial protector ante Dios, y escudo para tutela y defensa en las penalidades y en los riesgos del trabajo. ¡Viva San José en el primero de mayo!