Santoral 1 de julio | San Simeón, San Teodorico, San Servando, Santos Justino Orona y Atilano Cruz , Beato Junípero…

San Simeón, confesor (+ 590)

Una de las figuras más extrañas del santoral es la de este hombre de Oriente que se convierte en anacoreta en el mismo paisaje sagrado que conoció a Jesucristo. Simeón, llamado “ el loco”:  profeta, taumaturgo, excéntrico escandaloso, payaso, comparte su vida con los mendigos y las prostitutas, deshechos de la sociedad, riéndose de todo y de todos, como para hacernos ver que la vida sería una gigantesca broma que solo tiene sentido si sabemos vivirla con amor de Dios y con buen humor. 

San Teodorico (+ 533)

Hijo del noble señor Marcard, que con todo era salteador de caminos, Teodorico se dio cuenta el mismo día de su boda que tenía vocación religiosa. San Remigio, obispo de Reims, le encargó de fundar el monasterio en el Mont d´Or del cual fue su primer abad. Uno de los días más felices de su vida fue cuando vio llegar a su padre que se había convertido y pedía entrar al noviciado.  Uno de sus milagros más comentados fue el de curar, con solo tocarlo, el ojo de Teodorico I que tenía totalmente dañado. 

San Servando (Siglo VI o VII)

Evangelizó la costa oriental de Escocia y allí fundó un monasterio sobre el emplazamiento de la actual villa de Culrose, condado de Fife.  Siempre vivieron los monjes en la más absoluta pobreza, tanto que hubo años que ni siquiera podían celebrar dignamente la Navidad.

Santos Justino Orona y Atilano Cruz (+1928)

Estos mártires mexicanos nacieron ambos en Atoyac, Jalisco, de familias pobres pero con costumbres fielmente católicas. Justino sintió en su alma la vocación al sacerdocio y con muchas dificultades por la falta de medios económicos, hizo sus estudios en el seminario de Guadalajara.  Después de ser ordenado sacerdote, fue párroco en varios pueblos del estado de Jalisco donde dio ejemplo ejerciendo su ministerio en un medio muy difícil por el anticlericalismo reinante, especialmente del gobierno.  En su parroquia de Cuquío fundó una congregación religiosa para atender a las niñas huérfanas.  Cuando la persecución se iba poniendo más tensa, la gente le aconsejaba que huyera pero él les respondía: “Yo, entre los míos, vivo o muerto”. 

Atilano Cruz Alvarado, el presbítero más joven de los 22 mártires mexicanos, nació en una familia de ascendencia indígena y recibió una buena educación cristiana.  Con muchas dificultades, ingresó en el Seminario Auxiliar de Teocaltiche y luego en el de Guadalajara.  Obtuvo magníficas calificaciones y varios premios.  Al ordenarse sacerdote, fue destinado  como vicario en Cuquío, Jalisco, donde desempeñó su ministerio con gran celo y entusiasmo.

El 28 de junio de 1928, los dos sacerdotes estaban durmiendo en el rancho de una familia de feligreses suyos, y en la madrugada los despertaron con grandes golpes en la puerta un pelotón de soldados. El padre Justino abrió la puerta gritando ¡Viva Cristo Rey!, y fue en ese instante acribillado a balazos. En seguidas el padre Atilano murió de igual manera.  Sus  cuerpos fueron tirados en la plaza principal, de donde fueron recogidos piadosamente por sus feligreses y enterrados en el panteón del pueblo. Ahora se veneran en el templo parroquial.

El papa Juan Pablo II los canonizó el 21 de mayo del año 2000.

Beato Junípero Serra, sacerdote (1713-1784)  

Miguel José Serra nació en la isla de Mallorca, España.  Tomó el nombre de  

Junípero al entrar a la Orden Franciscana en 1730. Ordenado sacerdote en 1737, enseñó filosofía y teología en la Universidad de Padua. A los 37 años fue a México, donde gastó generosamente su vida en la evangelización de los habitantes del continente. Con gran celo apostólico recorrió el noroeste de México y el sur de los Estados Unidos, fundando 21 misiones desde donde irradió mucho bien. No puede pasarse por alto el enorme sacrificio de aquellas caminatas, con el deseo de hacer el bien, que nos anima a desplazarnos a donde sea necesario para cumplir con nuestro deber.

Beato Damián de Veuster (1840-1889)

Lo llaman “el leproso voluntario” porque con tal de atender a los leprosos que estaban en total abandono, acepto la posibilidad de contraer la enfermedad, de la cual, efectivamente, murió.

Nació en Bélgica de padres campesinos y fue enviado a Bruselas a estudiar. A los veinte años pidió permiso a sus padres para entrar de religioso en la comunidad misionera de los Sagrados Corazones. 

En 1863 zarpó hacia Hawai  donde fue ordenado sacerdote.  Allí se dio cuenta de que los leprosos de las islas eran enviados a la Isla de Molokai donde vivían en condiciones infrahumanas, olvidados de todos.  Pidió a sus superiores lo enviaran allí, y empezó su misión que duraría toda su vida hasta que cayó víctima de la temible enfermedad, pues no se desdeñaba de fumar en la misma pipa que los leprosos.  Logró formar una clínica donde se curaban numerosos enfermos, ayudaba a los habitantes a construir sus casas, a crear pequeñas fuentes de trabajo y les organizaba sanas diversiones, como una banda de música.

Cuando enfermó, comentaba a sus queridos fieles:  “No importa que el cuerpo se vaya volviendo deforme y feo, si el alma se va volviendo agradable a Dios”. 

Murió el 15 de abril de 1889 y fue beatificado por el Papa Juan Pablo II en 1994.

Beato Fernando María Baccilieri (1821-1893)

Sacerdote y párroco de Galeazza, diócesis de Bolonia, Italia, que ejerció el ministerio durante 41 años, humilde y trabajador, experimentado director espiritual y predicador.  Fundó la congregación de las Siervas de María de Galeazza para la formación de las jóvenes. Fue beatificado el 3 de octubre de 1999.

Beato Ignacio Falzon (+1865)

Clérigo maltés que dejó un bufete de abogado de gran éxito para seguir su vocación sacerdotal.  Fue beatificado por Juan Pablo II el 9 de mayo de 2001, en La Valetta, Malta.  De él dijo el papa:  Renunció al éxito terreno para el que se había preparado con el objetivo de servir al bien espiritual de los demás, incluidos los numerosos soldados y marineros británicos ahí destinados en aquel tiempo.  Al acercarse a ellos- muchos no eran católicos- anticipó el espíritu ecuménico de respeto y diálogo. 

Beato Tchang-Hoa-Lu (+1900)

Este catecúmeno se bautizó con su propia sangre después de hacer la señal de la cruz, en la persecución religiosa de la guerra de los bóxers, en China.

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