¿Qué quiero cosechar?

Ahora nos movemos por los vericuetos de las ideas, no de realidades, sino de lo que pensamos, de lo que nos gustaría, de los sentimientos.

Hace poco falleció, casi centenario, mi amigo Ramón, gran amante de la naturaleza. Pocas semanas antes se le veía en el huerto escardando, regando, podando. También solía cantar, y muy bien. Le gustaba la romanza de El sembrador, de La rosa del azafrán: “Cuando siembro voy cantando, porque pienso que, al cantar, con el trigo voy sembrando mis amores al azar”. Uno suele recoger lo que ha sembrado. Es posible tener la mala suerte, pero a la larga, recogemos lo que esparcimos.

Hay en el ambiente la idea de que uno se lo merece todo por su cara bonita. Entre las promesas electorales de cierto partido se defiende la medida de dar a todos los jóvenes 20.000 euros al cumplir los 23 años, basados en una supuesta herencia universal. También el Gobierno ofrece un bono cultural a los que llegan a los 18 años; ir al cine, casi gratis, a los mayores; etc., en el trasfondo de todo esto está la cultura del todo gratis, que nos encanta a los españoles, aunque sabemos que es mentira. Las cosas cuestan y, si te lo dan, te acaban pasando factura.

Volviendo a las tareas del campo, sabemos que, si no hemos sembrado patatas, por muchas visitas que le hagamos al huerto y, por mucha ilusión que nos haga, no las cosecharemos. Habrá que comprarlas. Un poco de realismo nos irá muy bien. También saber un poco de Metafísica: rama de la Filosofía que estudia la naturaleza, estructura, componentes y principios fundamentales de la realidad. La Filosofía realista razona estudiando y contemplando la vida. Se asoma a la ventana y saca sus deducciones.

Ahora nos movemos por los vericuetos de las ideas, no de realidades, sino de lo que pensamos, de lo que nos gustaría, de los sentimientos. Un ejemplo es el mundo queer: movimiento que cuestiona las normas sociales, culturales y científicas sobre la identidad sexual y de género. Un logro reciente ha sido nombrar Miss Países Bajos a una mujer trans. Aquí el deseo y el sentimiento se impone a la biología, si es que todavía existe esa bonita rama científica.

El deseo, el gusto, los sentimientos, los relatos, están muy bien, me los puedo creer; pero, si no son reales, son relatos: cuentos. No habrá patatas en mi huerto si no las siembro; no sabré sobre determinada materia, aunque tenga una titulación regalada o comprada, sin estudio; no lograré el cariño de mi cónyuge si no le dedico tiempo y atención; no me querrán mis hijos si no los educo bien y me entrego a ellos. Si voy por la vida despreciando la verdad y con falsedades, siempre habrá alguien que grite: “pero si va desnudo”.

El Evangelio de hoy nos lleva al fresquito de la costa: “Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno a él una multitud tan grande, que tuvo que subir a sentarse en una barca, mientras toda la multitud permanecía en la orilla”. A mí me da un poco de envidia, con “la caló” que estamos pasando.

El Maestro nos habla de las tareas de la siembra, de la diversidad de suerte del grano esparcido: “Al echar la semilla, parte cayó junto al camino y vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra y brotó pronto por no ser hondo el suelo; pero al salir el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la ahogaron. Otra, en cambio, cayó en buena tierra y comenzó a dar fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta. El que tenga oídos, que oiga”.

La cosecha no es arbitraria, el grano debe caer en tierra buena y, sin la generosidad del labrador y su buen hacer, no habrá buena cosecha. Esto es de sentido común, sentido muy poco común entre muchos. La libertad, de la que tanto alardeamos, está para hacer las cosas bien, para elegir lo mejor, para preparar el campo del que queremos vivir. Para trabajar bien, para formarnos adecuadamente, para ponernos al día en nuestro oficio, si queremos obtener un buen beneficio.

Una buena familia, hay que cultivarla. Si doy amor recibiré amor. Si voy de listillo, a pasarlo bien, a lo mío, a darle a tu cuerpo alegría Macarena; me puedo quedar más solo que la una. Si quiero ser querido, tener paz, ser feliz, tendré que quitar las zarzas que me ahogan.

Dice el Papa: “Son los vicios que se pelean con Dios, que asfixian su presencia: sobre todo los ídolos de la riqueza mundana, el vivir ávidamente, para sí mismos, por el tener y por el poder. Si cultivamos estas zarzas, asfixiamos el crecimiento de Dios en nosotros. Cada uno puede reconocer a sus pequeñas o grandes zarzas, los vicios que habitan en su corazón, los arbustos más o menos radicados que no gustan a Dios e impiden tener el corazón limpio. Hay que arrancarlos, o la Palabra no dará fruto, la semilla no se desarrollará”. Si quiero una buena cosecha tendré que ponerme a ello.

Por Juan Luis Selma
www.almudi.org

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