Los seminaristas, hijos de su tiempo

Habla el rector del seminario de Toledo con ocasión del Día del Seminario.

Viernes, 14 de marzo de 2003

Zenit

 

TOLEDO, 14 marzo 2003 (ZENIT.org).- Mencionar el seminario de Toledo supone asociarlo inmediatamente al nombre de don Marcelo González Martín, cardenal arzobispo de la sede primada de España entre 1972 y 1995. Mientras casi todos los seminarios españoles caían en picado, el de Toledo supo, lentamente, remontar el vuelo y pasar el centenar de seminaristas.

 

Las críticas al modelo «reaccionario» de formación de sacerdotes no tardaron en llegar. Ahora, tres décadas después, el seminario toledano es el que recibe más vocaciones de toda España (32 este año) y es el segundo más grande del país, con 116 seminaristas, siendo superado tan sólo por el de Madrid, que tiene 143 candidatos al sacerdocio.

 

Ante el Día del Seminario que se celebra este domingo, don Juan Miguel Ferrer, rector del seminario de Toledo, ha revelado a Zenit en España las «técnicas» que han logrado que el centro que dirige sea uno de los más sólidos de la Iglesia: fidelidad al Vaticano II, Providencia, oración y sacrificio.

 

–¿Por qué ese desfase entre algunos seminarios de España que están llenos y otros vacíos?

 

–Juan Miguel Ferrer: Los motivos que llevan a que en algunas diócesis acudan al seminario jóvenes, incluso desde fuera de la misma, y en otras apenas se puedan contar seminaristas son muy variadas.

 

Pero no cabe duda que el número de vocaciones es el mejor termómetro para medir la vitalidad religiosa de una diócesis, de una parroquia o de una asociación apostólica.

 

Factores positivos son:

 

a) El mantenimiento de familias auténticamente cristianas.

 

b) La cuidada pastoral juvenil y el apoyo decidido a los grupos parroquiales y a las asociaciones de fieles.

 

c) Una pastoral donde se valora el papel de la oración en la vida cristiana y que no descuida la centralidad de los sacramentos de la Eucaristía y la Penitencia en la misma.

 

d) El talante de un clero que vive gozoso su sacerdocio y propone abiertamente la vocación sacerdotal como una legítima, gozosa y actual forma de vivir la vida cristiana como vocación y servicio.

 

e) Un clima diocesano y parroquial de apertura universal y de horizontes amplios frente a opciones donde parecen privar otros intereses, tal vez nobles, pero que cortan las alas de una visión auténticamente cristiana de la vida.

 

–Su seminario es uno de los más numerosos de España. ¿A qué se debe? ¿Qué «técnicas» emplean para conseguir vocaciones?

 

–Juan Miguel Ferrer: El gozo que nos produce poder contar desde hace veintitrés años con un número nunca inferior a cien seminaristas lo atribuimos en primer lugar a la Providencia de Dios. La vocación que ha de ser cuidada y fomentada ha de entenderse siempre como un don gratuito y libre por parte de Dios.

 

Ofrecer un modelo sacerdotal fiel a las exigencias del Vaticano II y sin rupturas patológicas con el pasado. Un cuidado esmerado de la vida espiritual, de la austeridad, del espíritu de sacrificio y la entrega total en el ejercicio del ministerio, son puntos claves para una feliz pastoral vocacional.

 

En orden a la captación de vocaciones el principal instrumento es la oración y junto a ésta el testimonio libre feliz y gozoso de la vida de nuestros sacerdotes y seminaristas. Donde hay un sacerdote, donde hay un seminarista, éste es nuestro mejor agente de pastoral vocacional, viviendo gozosamente su vocación.

 

La presencia del seminario en la pastoral juvenil diocesana, el trabajo de los delegados arciprestales de pastoral vocacional, el cuidado esmerado del seminario menor y la presencia de los seminaristas a través de toda la diócesis durante los cuatro días de campaña vocacional con oración de la fiesta de San José completan esta tarea.

 

–Durante muchos años, en numerosos seminarios impartían clases profesores que enseñaban doctrina que estaba claramente fuera del Magisterio eclesial. ¿Ha pasado ya esa época? ¿Por qué se les permitió impartir clase?

 

–Juan Miguel Ferrer: En los años que siguieron al Concilio Vaticano II, en muchos ambientes se creó una sensación de vacío pastoral y doctrinal. La renovación, más que entendida como recuperación de la pureza original, se entendió por muchos como reinvención, y muchos ante esto se sintieron acomplejados e incapaces de marcar rumbos o directrices desde sus tareas de gobierno y responsabilidad pastoral. Esta situación de vacío la cubrieron muchas veces personas, que sin juzgar sus intenciones, ofrecieron una teología y una pastoral rupturista y muchas veces aventurera.

 

Lo que al principio podía justificarse como legítimo deseo de abrir nuevos caminos terminó siendo empecinamiento por no reconocer los propios errores y la infecundidad de muchas propuestas.

 

La Providencia que guía a la Iglesia ha obtenido de esta situación una auténtica purificación y un deseo sincero de progresar renovando sin negar el pasado y respondiendo a las legítimas necesidades de nuestros hermanos.

 

Hoy contamos con una tendencia general a asegurar en las aulas de los seminarios y facultades una teología creativa, sincronizada con los problemas de hoy pero fiel al legado de la tradición.

 

–¿Cuál es el perfil de los jóvenes que ingresan hoy en el seminario?

 

–Juan Miguel Ferrer: El perfil de los seminaristas es muy variado, tanto por edad como por estilos y procedencias. En todos suelen coincidir dos rasgos: una experiencia de fe vivida en el ambiente del grupo parroquial o del movimiento apostólico y una cierta fragilidad psicológica que les hace claramente hijos de su tiempo.

 

–¿Fragilidad psicológica? ¿En qué se manifiesta?

 

–Juan Miguel Ferrer: Cada vez se perciben más problemas derivados de desequilibrios emocionales, de inmadurez afectiva, tendencia a la depresión, etc. En gran parte se debe a las familias desestructuradas, o a que el ambiente en general de la sociedad es débil, no está hecho para el sacrificio. Al llegar al seminario hacen un esfuerzo por estar a la altura y ponerse al mismo ritmo, pero les falta la fuerza. Por eso primero tenemos que consolidar a la persona, tener personas completas, y después edificar sobre esa base. Antes la gente llegaba más hecha. Pero esto no ocurre sólo con los jóvenes que entran en el seminario. Pasa lo mismo con los jóvenes que acceden a la universidad, o los que se casan, que no son maduros para convivir juntos, aunque tengan veintitantos años.

 

–La formación que se imparte en los seminarios, ¿está actualizada? Es decir, a los futuros sacerdotes ¿se les enseña algo sobre los medios de comunicación, sobre cómo trabajar con jóvenes y sobre temas de actualidad?

 

–Juan Miguel Ferrer: La formación se ha ido actualizando prácticamente en todas partes aunque los modelos de planes de estudios sean muy variados. No obstante, creo que es común la preocupación por capacitarlos por afrontar los problemas de hoy, una sociedad pluralista y paganizada y la incomprensión de muchos ante su opción y modo de vida. En su práctica pastoral y en sus estudios se les suele iniciar en el uso de los medios de comunicación y en el trabajo pastoral con jóvenes

 

–¿Cuántos seminaristas tienen en su seminario?

 

–Juan Miguel Ferrer: Nuestro seminario comenzó el curso con 116 seminaristas mayores y 96 menores. De los 116, 93 se forman para la diócesis de Toledo y el resto ha sido enviado por sus obispos para incorporarse a sus lugares de origen una vez acabada su formación.

 

–El caso de Toledo ha sido desde hace años el más paradigmático. ¿A qué se debe esa pujanza? ¿Fue todo –o casi todo– por el buen hacer de don Marcelo, el célebre obispo de Toledo de los años 70 y 80? ¿Es cierto que cuando éste llegó a Toledo, el seminario apenas tenía seminaristas y que él fue capaz levantarlo?

 

–Juan Miguel Ferrer: Cuando en el año 1972 don Marcelo se hace cargo de la diócesis encontró una situación en decadencia y 21 seminaristas. Cuando dejó la diócesis en el año 1995 el seminario contaba con 145 seminaristas.

 

Su pastoral del año 1973 «Un seminario nuevo y libre» (en septiembre cumple 30 años) fue decisiva para marcar un horizonte claro a la formación sacerdotal en la diócesis y en España. Esta claridad que nacía de la fidelidad al magisterio de la Iglesia y de la libertad a la hora de plantear exigencias ha sido clave para asegurar la pujanza y vitalidad del seminario de Toledo.

 

Sin cuestionar la buena voluntad y la fidelidad de otros muchos obispos hemos de afirmar que este modelo adoptado por Don Marcelo ha dado frutos y otros no. Y ha dado frutos no sólo aquí en Toledo, sino en todos los lugares donde se ha aplicado este mismo esquema.

 

No se trata de encastillarse en posturas preconciliares. No se trata de obtener una disciplina basada en el miedo o la desconfianza. Se trata simplemente de armonizar tradición y progreso en un genuino estilo eclesial. La profunda vida de oración y ascética asegura la disciplina externa, pero sin separarla de una sana y espontánea alegría y de un juvenil entusiasmo.

 

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