EL AMBIENTE

Dicen por ahí que las comparaciones son odiosas pero es inevitable establecer el parangón entre un Mundial cuando el equipo de casa llega a instancias finales y el quedar eliminado prematuramente del evento.

Por eso, el ambiente que se respira en Sudáfrica, desde que los “Bafana Bafana” se quedaron en la orilla, lo han venido a poner los visitantes que viajaron hasta este bello rincón del planeta para apoyar a los suyos.

Por razones obvias, el número es reducido pero los participantes ruidosos y hasta el momento, no se ha visto el desolador panorama de un estadio semivacío, aunque las malas lenguas afirman que la FIFA, al más puro estilo de algún partido político, lleva “acarreados” para poblar las tribunas de los inmuebles donde se juega el Mundial.

Recuerdo con alegría mi primera participación en Copa del Mundo en la faceta de comentarista en Japón-Corea 2002. El Centro Internacional de Prensa o I.B.C. por sus siglas en inglés, estaba ubicado en uno de los barrios más céntricos de Seúl, la capital coreana y era un verdadero monumento a la tecnología y la modernidad. Además, en el mismo complejo había un centro comercial subterráneo y el hotel donde estábamos alojados, o sea que, sin salir a la calle bien podíamos haber pasado todo el mes.

Cuando la selección coreana ganaba, las calles eran invadidas por millares de personas, todas vestidas de rojo, para festejar ruidosamente y esa avalancha humana regocijaba al más frío espectador, pues era francamente deslumbrante.

Otro aspecto de llamar la atención era que, una vez terminado el festival, no transcurría más de una hora para que calles y banquetas quedaran rechinando de limpias, lo que nos habla de esa muy especial cultura ecológica de un pueblo que se sabe limitado en territorio.

A ese público no le importaba si el triunfo ante Italia estuvo viciado por las decisiones arbitrales o si eliminar a España fue producto, como lo consignó la prensa ibérica, de un “robo a silbato armado”, sino el simple hecho de ver a la selección llegar hasta las instancias finales de lo que consideraban “su” Mundial.

Hace cuatro años en Alemania, sin llegar a los extremos de los mexicanos que por una victoria mínima toman por asalto el Ángel de la Independencia, los germanos se reunían en los puntos emblemáticos de cada ciudad para festejar los triunfos de su combinado nacional y bueno, celebraron como locos la obtención del tercer lugar.

Desgraciadamente, Sudáfrica careció de las herramientas futbolísticas mínimas para darle esa alegría a su pueblo y privó de esa manera al mundo de saber cómo serían sus festejos.

La amabilidad y el afecto de sus habitantes permanecen idénticos porque ellos así son. Hospitalarios y bondadosos, abrazarán a quién se ciña la corona pero siempre quedará ese vacío que solo el ambiente mundialista real puede llenar.

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