Peregrina a la Basílica de Guadalupe

Puedes iniciar hoy mismo, tu camino a la «Casa de tu Mamá». Te espera con ansias de madre buena que ella es. Puedes ir diario, varias veces al día, a cualquier hora. Ya no hay pretextos que valgan.


PEREGRINA A LA BASÍLICA DE GUADALUPE

Por Pablo Arce Gargollo
15 de abril 2020

Qué alegría cuando me dijeron.
¡Vamos a la casa del Señor!
(Salmo 22) 

Inicio de las peregrinaciones

Inmediatamente después de la Resurrección de Jesús, muchos de los primeros cristianos que vivían fuera de Jerusalén, desearon intensamente ir al lugar donde murió y resucitó el Señor, así como conocer, con detalle, cada lugar donde él estuvo, donde dijo tal o cual cosa, por donde pasó, o hizo algún milagro, tocar lo que el tocó, hablar con quienes lo conocieron.

Algo se muere en el alma, cuando un amigo se va. ¿Quién quiere dejar partir al que se quiere?  Y si lo quieres muchísimo, lo haces presente de esas mil maneras que el corazón sabio sabe hacer. Por tierras y mares, por valles y riscos, mil senderos se han abierto con un rumbo mismo.

Peregrinación

A un viaje con destino a la Tierra que pisó Jesús, que calificamos de Santa, le llamaron al principio solo Peregrinatio, término latino que designa un viaje o estancia en el extranjero, sin ninguna connotación especial.

Con el paso de los años, Peregrinación fue el apelativo para designar un viaje o estancia a algún lugar sagrado. Es decir, todo viaje a esos lugares tenía un apellido propio que lo designaba. En vez de decir voy a Jerusalén o a Galilea, bastaba con decir voy de Peregrinación.

Se emplea un nombre apelativo en lugar de uno propio, como cuando basta decir el Filósofo para referirse a Aristóteles. A esto se le llama antonomasia o sinécdoque en la lengua española.

De manera que acudir a un lugar sagrado es peregrinar. A esta acción le conviene el nombre apelativo con que se la designa, Peregrinación, por ser, entre todas las de su clase, la más importante, conocida o característica.

Ir de Peregrinación denota siempre ir a un lugar sagrado.

Peregrinar

Esos viajes a Tierra Santa tenían siempre un carácter penitencial. Al dolor y arrepentimiento por una mala acción, o sentimiento de haber ejecutado algo que no se quisiera haber hecho —por ejemplo, no tener un comportamiento semejante al que hubiera tenido Jesús si estuviera en nuestros zapatos — habría que sumar las dificultades que ese ejercicio comportaba: viajes extenuantes. Extenúa es lo que te agota y debilita.

Testigo de la época

Un testigo de aquellos primeros años de la Iglesia, viajero empedernido, escritor de buenas cartas —sus textos han sido leídos por millones de personas—, estando en Éfeso, otoño del año 57, escribió a sus amigos de Corinto, lo siguiente:

«En mis repetidos viajes, sufrí peligros de ríos, peligros de bandidos, peligros por parte de mis compatriotas, peligros por parte de los paganos, peligros en la ciudad, peligros en lugares despoblados, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos, trabajos y agotamiento, frecuentes noches sin dormir, con hambre y sed, con muchos días de ayuno, con frío y sin abrigo». (2 Corintios, 11, Gálatas 1, 11-21).

Quien es mi tocayo, lo que me honra, viajaba, mucho, peregrinó poco, escribió bastante.

«Les recordaré, hermanos, que el Evangelio con el que los he evangelizado no es doctrina de hombres».

«No lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por una revelación de Cristo Jesús. Ustedes han oído hablar de mi actuación anterior, cuando pertenecía a la comunidad judía, y saben con qué furor perseguía a la Iglesia de Dios y trataba de arrasarla. Estaba más apegado a la religión judía que muchos compatriotas de mi edad y defendía con mayor fanatismo las tradiciones de mis padres».

«Pero un día, a Aquel que me había escogido desde el seno de mi madre, por pura bondad le agradó llamarme y revelar en mí a su Hijo para que lo proclamara entre los pueblos paganos».

«En ese momento no pedí consejos humanos, ni tampoco subí a Jerusalén para ver a los que eran apóstoles antes que yo, sino que fui a Arabia, y de allí regresé después a Damasco. Más tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para entrevistarme con Pedro y permanecí con él quince días. Pero no vi a ningún otro apóstol fuera de Santiago, hermano del Señor. Todo esto lo digo ante Dios; él sabe que no miento. Luego me fui a las regiones de Siria y Cilicia». (Gálatas 1, 11-21).

Papas peregrinos

A San Juan Pablo II lo llamaron «el Papa Peregrino». Desde octubre de 1978 —inicio de su pontificado—, realizó 104 viajes fuera de Italia, en 129 países. No es del todo apropiado, decir que visitó tal o cual país. No fue a ninguno como mero visitante —algo que hace un turista —, sino como peregrino, quiso convivir con lo santo y sagrado, —cada persona —, y cada lugar sagrado, en especial los dedicados a nuestra Madre.

En México hizo su peregrinación a la Basílica de Guadalupe en cinco ocasiones: 1979, 1990, 1993, 1999, 2002.

Estando en recuperación en el hospital Gemelli, luego de ser baleado el 13 de mayo de 1981, recibió un regalo que agradeció mucho, un cassette, con cantos grabados dirigidos a la Virgen de Guadalupe. Fue el beato Álvaro del Portillo quien tuvo esa feliz idea de pensar en lo que en aquellos momentos dramáticos podía ser de utilidad para el Papa. El presente fue muy adecuado. Luego se supo que el Papa, tendido en la cama, hacía su oración escuchando aquello de “conocí a una linda morenita y la quise mucho”. El Papa Santo, con la tecnología de esa época, estaba haciendo su peregrinación virtual a la Villa.

Durante sus siete años y medio como Papa, Benedicto XVI realizó 24 viajes oficiales. El último fue al Líbano, el primero, a Colonia. Estuvo una vez en México. Vino a ver a la Guadalupana.

 Hombre de mucha oración —que por fortuna y además le funcionan muy bien las neuronas—, explicó un día lo que es un peregrino, pensando en Pablo, el apóstol de las gentes.

En primer lugar, el peregrino debe ser alguien que «ha visto al Señor, es decir, ha tenido con él un encuentro determinante para su propia vida. Este encuentro marcó el inicio de su misión: Pablo no podía continuar viviendo como antes, ahora se sentía investido por el Señor del encargo de anunciar su Evangelio».

La segunda característica, continuó el Papa Benedicto, es la de «haber sido enviado, como embajador y portador de un mensaje. Por eso Pablo se define apóstol de Jesucristo, o sea, delegado suyo, puesto totalmente a su servicio».

La tercera, finalmente, es la dedicación completa de la vida a esta misión. «El de apóstol, por tanto, no es y no puede ser un título honorífico, sino que empeña concretamente y también dramáticamente toda su existencia».

Cuando en febrero de 2013 anunció su renuncia por Sumo Pontífice dijo algo muy interesante: «Ya no seré Papa sino un simple peregrino que se encamina para su última etapa como peregrino en la tierra».

Al Papa Francisco le gusta hacer peregrinaciones y las entiende bien. Dijo: «Al que arriesga, el Señor no lo defrauda. Caminemos y caminemos juntos, arriesgando, dejando que sea el Evangelio la levadura que lo impregne todo. Vamos todos a la alegría de la salvación». «Venimos a los pies de la Madre, sin muchas palabras, a dejarnos mirar por ella y que con su mirada nos lleve a Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida».

Todos recordamos, con emoción, el momento en que Francisco, con cara de niño, pudo estar a pocos centímetros, del ayate o tilma (del náhuatl tilmatli, que es la manta de algodón que llevaban los indígenas mexicanos a modo de capa, anudada sobre un hombro) que perteneció a San Juan Diego donde quedó estampada la única fotografía auténtica de nuestra madre.

Luego de su estancia en México, en febrero de 2016, desde Roma escribió al Cardenal Albero Suárez Inda, entonces arzobispo de Morelia. En ese texto, que me enseñó don Alberto al día siguiente de su recepción, se podía leer su agradecimiento por las atenciones que tuvieron con él durante su peregrinar por nuestro país. Casi al final de la carta, Francisco le pedía humildemente, «póngame por favor en las pupilas de la morenita del Tepeyac». Así lo hacemos.

Ahora, el Papa Francisco podrá hacer, también, su peregrinación virtual a la Basílica de Guadalupe. Mejor dicho, es él el que nos acompaña todo el trayecto, dirigiendo el Santo Rosario. Disfruta el viaje.

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3 comentarios

  1. Padre Pablo que bello es saber que todos podemos ser peregrinos y cumplir En compañía de nuestra santísima madre nuestra misión
    Dios lo bendiga 🙏🙏

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