Un hombre corrupto al que nombraron papa

Posiblemente el más indigno sucesor de San Pedro fue Juan XII, inculto, traidor e incapaz de comportarse moralmente.

Juan XII

Los romanos se lo habían prometido a Alberico: su hijo Octaviano sucedería a Agapito. Y, en efecto, el 16 de diciembre del 955, aquel joven de diecisiete años accedía a la cabecera de la Iglesia y de Roma. Como hiciera Mercurio en el 533, Octaviano se cambió el nombre para la circunstancia y se hizo llamar Juan XII. ¡Hubiera sido mucho mejor que cambiara de vida!
Apasionado por la caza y por los juegos de dados, Juan XII estaba completamente corrompido. Su residencia pontificia de Letrán se llenó de mujeres, eunucos y esclavos y se convirtió en escenario de excesos y de orgías en el que el pontífice se movía como pez en el agua. Por demás, era un hombre perfectamente inculto que hasta ignoraba el latín. En su habitual jerga grosera juraba por Venus o por Júpiter y brindaba por los amores del diablo. Un día tuvo el capricho de ordenar un diácono en una cuadra, y, en otra ocasión, consagró obispo a un muchacho de diez años.
Con una visión sólo humana es del todo incomprensible -¡cómo en tantas otras ocasiones!- que con un hombre así al frente de la Iglesia, y muy a pesar suyo, fueran aquellos años el principio de una de las etapas más importantes de la historia de Occidente: la de la estrecha unión del imperio y del papado.
En efecto, en el 960, ante la amenaza que representaba Berengario de Ivrea y su hijo Adalberto, cuyas tropas avanzaban hacia el sur, el papa y los príncipes de Italia llamaron en su socorro al rey alemán Otón el Grande. Sintiéndose éste como un nuevo Carlomagno, cayó sobre Italia, venció a Berengario y entró triunfador en Roma. El 2 de febrero del 962, con su esposa, Adelaida, recibió aquella corona imperial que, desde entonces, ceñiría siempre frentes de príncipes alemanes. De este modo quedó restaurado el imperio de Carlomagno, el Santo Imperio Romano, como se le llamaría en el siglo XIII, antes de adoptar, en el XIV, su nombre definitivo de «Sacro Imperio Romano Germánico».
Hay un detalle revelador de la muy escasa confianza que tenía Otón en el papa y en los romanos en general: exigió que durante toda la ceremonia de su consagración su portaespada mantuviera el arma desnuda sobre su cabeza para protegerle de una eventual agresión.
El 13 de febrero del 962, remitió el emperador a Juan XII el célebre «Privilegium Ottonianum», por el que confirmaba al sucesor de Pedro todas las donaciones hechas a la Iglesia por sus predecesores desde Pipino el Breve, pero en el que también se planteaban las exigencias imperiales formuladas en el año 824 por la «Constitutio Lotharii». En particular, la obligación de obtener, antes de consagrar a ningún papa, el «placet» del emperador, y que el elegido y aceptado le prestara luego juramento de fidelidad.
Juan XII juró a Otón todo lo que éste quiso, pero el juramento le duró estrictamente el tiempo que permaneció en Roma el emperador. Tan pronto como el séquito imperial abandonó la Urbe, el papa expidió cartas a los griegos, a los húngaros y hasta a los mismos sarracenos proponiéndoles alianzas contra el flamante emperador. Los tales mensajes fueron interceptados y llevados a Otón, que se resistía a creer lo que veían sus ojos. Aunque lo que más le horrorizó fue el rumor generalizado, casi clamor, acerca de las costumbres licenciosas del joven pontífice. El caso es que el emperador se dirigió de nuevo a la Ciudad Eterna.
Naturalmente, Juan XII no esperó a que llegara: se dio a la fuga llevando consigo el tesoro de la Iglesia y se guardó mucho de comparecer ante el sínodo imperial. Otón hizo entonces jurar a los romanos que no elegirían papa sin su autorización y, el 4 de diciembre del año 963, pronunció la deposición de Juan XII, nombrando en aquel mismo día a su sucesor: León VIII.
Considerando que ya había puesto las cosas en orden, regresó el emperador a Alemania. Pero el papa depuesto sólo esperaba ese momento para reaparecer en Roma. Efectivamente, en febrero del 964 ya estaba en la Urbe. León VIII logró escapar por muy poco. Los que no tuvieron esa suerte lo pasaron mal: les saltaron los ojos, les arrancaron las orejas o les cortaron la nariz. La venganza del papa depuesto fue espantosa.
Avisado Otón, se apresuró a ir, una vez más, a Roma. Más no tuvo ocasión de castigar personalmente al culpable. Se dijo que un marido que había sorprendido a Juan en el lecho de su mujer le propinó tal paliza que murió a los tres días, el 14 de mayo del 964. Lo único seguro es que murió con violencia inesperadamente y sin sacramentos. Jamás se había sentado en la silla de Pedro persona más abyecta.
León VIII
El 6 de diciembre del 963, por voluntad del emperador Otón el Grande, había sido elegido papa el encargado general de los archivos pontificios y jefe de secretarios. Debía sustituir a Juan XII, condenado por contumacia y depuesto dos días antes.
El elegido era laico. Contrariamente a las normas eclesiásticas, recibió todas las órdenes sagradas el mismo día. Un grupo de revoltosos, alentado por el desaprensivo Juan XII, había intentado provocar una sublevación contra el nuevo papa -antipapa en realidad- en los primeros días de enero del 964, pero el emperador reprimió enérgicamente el levantamiento. Restaurado el orden, Otón tomó el camino de Alemania.
Cuando el emperador se encontraba ya lejos de Roma, Juan XII se dispuso a ejecutar su venganza. León VIII, afortunadamente para él, pudo huir y buscar el amparo de Otón.
El 26 de febrero del año 964, reunió Juan XII un sínodo en el que hizo deponer a León. Como es sabido, Juan murió prematuramente, en circunstancias infamantes, el 14 de mayo. Y los romanos eligieron entonces un nuevo pontífice: Benedicto V. Pero al mes siguiente regresó a Roma León VIII. El infortunado Benedicto fue depuesto y desterrado. Y León prosiguió en calma un pontificado que, por lo demás, fue bastante breve, puesto que falleció el 1 de marzo del 965.
Se han atribuido a León VIII, tres documentos célebres: el Privilegium majus, el Privilegium minus y la Cessatio donationum. Según tales textos, el papa habría renunciado oficialmente a todas las donaciones hechas a la Iglesia por Pipino y Carlomagno. Pero no es verdad, sino que se trata de un infundio elaborado con ocasión de la querella de las investiduras por los partidarios del rey Enrique IV.
Benedicto V
Al morir Juan XII el 14 de mayo del año 964, pretextando la ausencia de León VIII, que se había alejado de Roma buscando la protección de Otón, los romanos eligieron a Benedicto V. El nuevo papa, consagrado el 22 de mayo, era un sacerdote digno. Su vasta cultura le había valido el sobrenombre de «Grammaticus», el «gramático».
Inmediatamente puso manos a la obra para borrar la imagen dejada por su predecesor, Juan XII. Pero exactamente al mes de su consagración volvieron a la Urbe León VIII y su protector, el emperador Otón. El pobre Benedicto se vio condenado por un sínodo como usurpador y degradado al rango de simple diácono. Fue desterrado a Hamburgo, donde el arzobispo Adaldag le tuvo bajo vigilancia, aunque este carcelero procuró hacerle grata o llevadera su reclusión.
Benedicto falleció, con toda paz, el 23 de junio del 966.
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5 comentarios

  1. Pues al parecer a Dios no le importó mucho porque no vi que haya hecho nada. Valla dios, un poco flojo, dejó que se encargaran sus muñecos de barro. Este papa fue papa por casi 10 años.

  2. Hizo todas estas cosas: celebrar misa sin comunión, ordenar a destiempo y en una cuadra de caballos, consagrar simoniacamente a algunos obispos y a uno de edad de diez años; otros sacrilegios, hacer de su palacio un lupanar a fuerza de adulterios, dedicarse a la caza, haber cometido la castración y asesinato de un cardenal, haber producido incendios armado de espada y yelmo, beber vino a la salud del diablo, invocar en el juego a dioses paganos, no celebrar maitines ni horas canónicas, no hacer la señal de la cruz.

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