Aunque María Ferrando recibió una educación cristiana, en su adolescencia se fue alejando de Dios. Su vida eran las fiestas, el alcohol, el tabaco…, cayó en la bulimia, llevaba una vida tan desordenada y superficial que llegó a desear el suicidio. Cansada de todo, asqueada de todo, durante el confinamiento al que nos llevó la pandemia del COVID-19, decidió dejar a su novio y volver a casa. Su madre la invitó a ir a Misa. Al terminar esa Eucaristía, María decidió ir a confesarse. Sentía que era lo único que podía hacer: o confesarse o tirarse por una ventana. El Señor no desaprovechó la ocasión. Ese mismo día María decidió dejarlo todo, como el joven rico, para seguir al Señor.
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