Marcos 11, 27-33
Autor: Pablo Cardona
«Llegan de nuevo a Jerusalén. Y mientras paseaba por el Templo, se le acercan los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le dicen: ¿Con qué potestad haces estas cosas?, o ¿quién te ha dado tal potestad para hacerlas? Jesús les contestó. “Yo también os haré una pregunta, respondedme, y os diré con qué potestad hago estas cosa: el bautismo de Juan ¿era del Cielo o de los hombres? Respondedme. Y deliberaban entre sí diciendo: Si decimos que del Cielo, dirá: ¿por qué, pues, no le creísteis? Pero ¿vamos a decir que de los hombres? Temían a la gente; pues todos tenían a Juan como a un verdadero profeta. Y contestaron a Jesús: No lo sabemos. Entonces Jesús les dice: Pues tampoco yo os digo con qué potestad hago estas cosas.» (Marcos 11, 27-33)
1º. Jesús, los jefes de los judíos están buscando la manera de poder acusarte y por eso te hacen esta pregunta.
No intentan conocer la verdad, no les interesa lo más mínimo saber «quién te ha dado tal potestad».
¡Qué pena!
Ni siquiera niegan los milagros, porque son patentes.
Simplemente, no quieren creer: les falta la sencillez necesaria para poder recibir el don de la fe.
Porque la fe sólo se recibe cuando se pide con humildad.
Los jefes de los judíos no se plantean su postura ante el Bautismo de Juan.
Su razonamiento demuestra una actitud profundamente hipócrita: no importa la verdad, sino lo que quiero conseguir o lo que los demás piensen.
Jesús, cómo te duele la hipocresía.
El hipócrita no sólo intenta engañar a los hombres, sino que -como ocurre en esta escena- pretende engañar a Dios.
Y lo más triste es que se está engañando a sí mismo.
Jesús, si quiero ser tu discípulo, necesito la sencillez de corazón, la sinceridad de vida: con los demás, con Dios y conmigo mismo.
Pero si no soy sincero primero conmigo mismo -si no reconozco mis errores, si me conformo con cualquier cosa pensando que ya hago bastante- ¿cómo voy a ser sincero contigo y con los demás?
2º. «Tota pulchra es Maria, et macula originalis non est in te!» ¡toda hermosa eres, María, y no hay en ti mancha original!, canta la liturgia alborozada. No hay en Ella ni la menor sombra de doblez: ¡a diario ruego a Nuestra Madre que sepamos abrir el alma en la dirección espiritual, para que la luz de la gracia ilumine toda nuestra conducta!
María nos obtendrá la valentía de la sinceridad, para que nos alleguemos más a la Trinidad Beatísimo, si así se lo suplicamos» ((Surco.-339).
María, tu sencillez y tu humildad han hecho posible que el Todopoderoso haya hecho cosas grandes en ti. ((Lucas 1,49).
Dios ha podido contar contigo, porque en ti no hay «ni la menor sombra de doblez.»
María es «virgen no sólo en la carne, sino también en su alma, sin que la menor doblez de malicia corrompiese la pureza de sus afectos; humilde en su corazón, prudente en las palabras, madura en el consejo, parca en su conversación» (San Ambrosio).
Para ser sincero conmigo mismo, necesito hacer «a conciencia» el examen de conciencia cada noche: ver lo que he hecho bien, lo que he hecho mal, y lo que debo mejorar al día siguiente.
Si no lo hago, o lo hago superficialmente, no me entero de mis fallos, ni me exijo en mis propósitos.
Y mi lucha cristiana se convierte en un «ir tirando», que es el gran engaño de la vida interior.
Para mejorar en sinceridad, no hay nada mejor que «abrir el alma en la dirección espiritual»: contar lo que me pasa, mis luchas, mis victorias y mis derrotas.
De este modo, recibiré «la luz de la gracia».
María, ayúdame a tener siempre «la valentía de la sinceridad»: conmigo mismo, con Dios y con los demás, especialmente en la dirección espiritual.
Fuente: almudi.org