Cuando fallece una persona, lo primero que se le ocurre a la mayoría es decir: «Lo siento mucho, que Dios te dé pronta resignación». Sin embargo, hay que hacer algunas aclaraciones al respecto
La resignación es un sentimiento que, de acuerdo con el diccionario, denota «aceptación con paciencia y conformidad de una adversidad o de cualquier estado o situación perjudicial», es decir, conformarse ante algún acontecimiento que ha causado daño.
Si nos ponemos a pensar, hay situaciones adversas que sí tienen remedio y que no podemos pasar por alto, y mucho menos, resignarnos a no hacer nada para cambiarlas. Pongamos un ejemplo: alguien atraviesa una crisis en su matrimonio, pero resulta que se resigna y no busca ayuda para resolverla, sino que dice: «ni modo, es la suerte que me tocó y qué le vamos a hacer» y, con esto, permite que la dificultad avance hasta que ya no tiene arreglo. Esa es una actitud que no tiene nada de cristiana.
Lo mismo ocurre cuando muere alguien amado. Estamos conscientes de que es un final que a todos nos va a alcanzar, por eso, hablar de resignación, enfocándonos únicamente en la parte pesimista, podría llevarnos a la depresión. Por supuesto que nadie quiere morir ni que fallezcan sus seres queridos, pero para el creyente, la muerte es solo un paso para una vida nueva y definitiva ante la presencia de Dios.
1 DIOS NOS DIO LO NECESARIO PARA SALIR DE LA DIFICULTAD
Es importante darnos cuenta de que la vida está llena de altibajos y que todo lo que nos sucede entra en el plan divino para nuestra salvación, aunque -en apariencia- nos esté yendo tan mal que no entendamos por qué Dios permite que seamos probados, incluso con mucha severidad. Es el momento en el que debemos decir como San Pablo: «Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2Cor, 12,10).
Para eso Dios nos ha dado inteligencia, voluntad y libertad, para encontrar solución a todos los problemas que nos aquejan. En conciencia deberíamos esforzarnos para sacar provecho de las circunstancias negativas y obtener un aprendizaje, y, sobre todo, procurar no volver a cometer el mismo error o dejar arrastrarnos por el pesimismo. Y de ningún modo, resignarnos, como el que no tiene esperanza.
Por eso, en el caso de un fallecimiento, sustituyamos la palabra «resignación» por «consuelo», porque Cristo dijo: «dichosos los que lloran, porque serán consolados»(Mt 5,5). En una dificultad, digamos «Ánimo y perseverancia», porque el Señor se apiada de los que se arriesgan a enfrentar las dificultades y bendice a los confían en Él (Jr 17,7)».
Y en cualquier momento, agradezcamos lo que tenemos y pensemos que ante la adversidad, Dios está pendiente de nosotros y nos dará lo necesario para ganar.
Por Mónica Muñoz
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