Todos tenemos una serie de ideas preconcebidas acerca de qué es el perdón. “¿Perdonar?”, “¿Qué se soluciona con eso?”, “¿Después de lo que me hizo?”, “¡Eso es imperdonable!”, son las frases más comunes que se escuchan al respecto.
Sin embargo, el perdón es el umbral que nos permite saltar por encima de los rencores, y quedar libres para vivir con mayor paz y felicidad. Por otro lado, de acuerdo a las investigaciones médicas, perdonar hace bien a la salud física.
En efecto, los datos indican que quienes se empeñan en no perdonar son más propensos a morir de enfermedad cardíaca que las personas que aceptan que en la vida hay malentendidos y choques con los demás cuyos efectos se pueden neutralizar. Asimismo, el doctor Carl Simonton, director de una conocida clínica de California que trabaja en pos de la remisión del cáncer, ha observado que la tendencia a permanecer resentido y la incapacidad de perdonar están vinculadas con un aumento del riesgo de cáncer.
Según el psicólogo Robert Enright, de la Universidad de Wisconsin-Madison, cuando estamos “consumidos” por el rencor puede aumentar la presión sanguínea y el ritmo cardíaco. En cambio, “cuando perdonamos puede haber una disminución de la presion sanguínea”.
Otros expertos creen que el estrés producido por los rencores acumulados puede disparar o agravar problemas como dolores de cabeza y de espalda, úlceras, arrugas y debilitamiento del sistema inmunológico, con más predisposición a resfríos, gripes y otras infecciones. “No hay dudas de que aferrarse a resentimientos y pensamientos de venganza puede hacernos envejecer”, asegura el doctor Gerald Jampolsky, fundador del Centro de Curación Actitudinal, en California.
Perdón bien entendido
Tal vez para muchas personas no esté bien entendido de qué se trata el perdón. En realidad, perdonar no significa aceptar cualquier cosa que el otro haya hecho, como el maltrato, la violencia o la deshonestidad. No es humillarse, reprimir el enojo, hacer como si no pasara nada o perdonar porque sentimos lástima –”es un tonto, no tiene remedio”–. Tampoco es convertirnos en amigos de nuestro victimario, descuidar nuestra propia seguridad o llamarlo para comunicarle nuestro cambio de actitud. El sentido común indica, por ejemplo, que podemos perdonar a un marido excesivamente gastador, pero eso no significa que le entreguemos nuestro sueldo para que lo administre.
¿Qué es, entonces, perdonar? “Es tomar la decisión de ver más allá de los límites de la personalidad de otra persona, de sus miedos, idiosincracias, neurosis y errores, la decisión de ver una esencia pura, no condicionada por historias personales, que tiene una capacidad limitada y siempre es digna de respeto y amor”, define Robin Casarjian, psicoterapeuta y autora del libro Perdonar (Ediciones Urano). El doctor Jampolsky lo explica en términos gráficos: “Es ver la luz de la lámpara y no la pantalla”.
Por su parte, el escritor Hugh Prather entiende que “el perdón no es un acto de rosado autoengaño, sino el tranquilo reconocimiento de que, bajo nuestros respectivos egos, todos somos exactamente iguales”.
Rencor, viejo rencor
La rabia, el odio, el rencor son emociones que desgastan enormemente la energía. Como muebles desvencijados e inútiles, ocupan un espacio valioso que necesitaríamos recuperar; en cambio, cuando se reciclan se transforman en agradables objetos que da gusto tener en casa. Uno de los mejores motivos para perdonar es liberarnos de los efectos nocivos de esas emociones.
Cuando se abandona el rencor, también se alivia la ansiedad y el estrés, que nos devoran y causan enfermedades. Para hacer esto es preciso hacer algunos cambios en el tipo de pensamiento.
¿Por qué a veces nos es tan difícil dejar de estar enojados? “Porque nos parece que obtenemos algo al aferrarnos a la rabia –dice Robin Casarjian–. Estos beneficios, llamados ganancias secundarias, suelen ser inconcientes y tienen mucho poder hasta que tomamos conciencia de ellos y descubrimos formas de reaccionar más sanas.”
Hay quienes aprendieron a estar enojados como forma de adquirir más poder y dominio, cuando en el fondo se encubren sentimientos de impotencia, desilusión, inseguridad, miedo. En tanto, algunas personas encuentran en el enojo el motor para el cambio, como algunos líderes políticos que transmiten un gran resentimiento. En realidad, el contacto con nuestra verdadera naturaleza nos impulsa a actuar con convicción, que es mucho más convocante que el rencor.
Otras ganancias secundarias podrían ser controlar a los demás –que se sienten culpables o asustados cuando otro se enoja–, evitar comunicarse en profundidad –por miedo a expresar lo que sentimos–, obtener cierta seguridad o protección –ya que los demás se mantienen alejados–, aferrarse a una relación con una persona –aunque haya una separación de por medio nos mantenemos ligados por el rencor–, culpar al otro de lo que nos pasa.
Una clave que destaca Casarjian para el trabajo con el perdón es ser amable con uno mismo.”Es importantísimo tomar nota de nuestros pensamientos y reacciones sin juzgarlos. Si aparecen el temor, la autocrítica o las dudas, sea amable con usted. Estos sentimientos son una parte natural del proceso de curación. En realidad, ser amable con uno mismo es un gran acto de perdón. Lo crea o no, en todo momento, usted hizo lo que podía hacer dado el grado de amor o temor que sentía.”
Algunas veces la fuente del resentimiento puede estar profundamente instalada en nuestro interior, escondida hasta de nosotros mismos. Una forma de indagar en la raíz del enojo es anotar los sentimientos en un diario. Hágalo con la idea de ser específico, busque hilar más fino que decir si se siente bien o mal. Esto lo ayudará a “enfocar” su resentimiento y estará en mejores condiciones para perdonar.
Es interesante considerar las manifestaciones de rabia, irritabilidad o agresividad propias o ajenas como un grito que pide reconocimiento, respeto, ayuda y amor. Esto puede modificar el punto de vista que tradicionalmente hemos utilizado para percibir la rabia y reaccionar.
Si a usted le parecen interesantes las ideas que se expusieron hasta aquí, tenga en cuenta los puntos que siguen:
Es mejor elegir estar en paz que tener razón. Aferrarnos al enojo o creer que los demás siempre están equivocados no nos permite tener paz mental. El primer paso es la disposición a perdonar. Cuando reconocemos que guardar pensamientos de venganza es algo que nos hace sufrir, nos resulta más fácil tener deseos de perdonar y de olvidar el rencor pasado.
Sepamos que aunque perdonemos, la otra persona no necesariamente cambiará. Sólo se trata de modificar nuestros pensamientos y actitudes.
Perdonar no significa que se tenga que coincidir con la conducta del otro.
El perdón eleva la autoestima y disminuye la ansiedad y la depresión.
Pensar en el presente es bueno para curar las heridas emocionales. Cuando a los cuatro años un amigo nos quita nuestros juguetes juramos que lo odiaremos para siempre y que nunca más jugaremos con el; esta promesa se cumple durante diez minutos. Si usted está enojado por algo que ocurrió en el pasado, pregúntese para qué le sirve el enojo hoy en día. Si no esta mejorando su vida, no se detenga en la colera.
Al sufrir un delito, un problema sentimental o alguna otra situación en la que uno se siente impotente, es común que se instale el resentimiento. En estas instancias muchas veces se necesita perdonarse a sí mismo, porque uno tiende a culparse por lo que se podía haber hecho y no se hizo.
Cuando descubra que está enojado con algo o alguien piense ¿a quién o qué necesito perdonar? Lo aliviará quitar un velo a la rabia.
Tal vez, el acto de perdonar no se trate en realidad sólo de un hecho altruista orientado hacia los demás, sino que beneficia física y emocionalmente al que perdona, porque elimina los sentimientos negativos que pueden perjudicar. Tiene un efecto boomerang que fortalece el bienestar de ambas personas.
Perdonar requiere práctica. Hay que tomar la decisión, tener el deseo, asumir el compromiso, repetirlo muchas veces para dominarlo e incorporarlo como natural. Es más fácil comenzar a “ejercitarse” con personas no tan allegadas como los padres, por ejemplo, sino en situaciones menos comprometidas.
Busque ayuda profesional si siente la necesita, ya sea en forma individual o grupal.
Ejercicios saludables:
En su libro Perdonar, Casarjian propone ejercicios interesantes para trabajar el perdón:
Recuerde un momento en el que se haya enojado. ¿Cómo se sintió? Cierre los ojos, respire hondo, relájese e introdúzcase en sus sentimientos. ¿Qué puede ver bajo su rabia? ¿Miedo? ¿Tristeza? ¿Inseguridad? ¿Desamparo? ¿Impotencia? ¿Desilusión? ¿Se siente herido o abandonado? Mire más profundamente, ¿qué hay bajo ese miedo, desilusión o tristeza? ¿Un pedido de atención? ¿Necesidad de respeto o de amor?
Recuerde a alguna persona con quien tenga dificultades para relacionarse. Piense en algo que desea recibir de ella: ¿amor?, ¿afecto?, ¿aprobación?, ¿consideración? Imagínese que está con esa persona, relájese, respire hondo, exhale… Dígale lo que desea: “…(el nombre), lo que necesito de vos es….y….(haga una lista hasta sentir que agota todas las posibilidades)”. Luego agregue: “…, ya no te hago responsable de darme…(todo lo que haya puesto antes)”.
La Psicología descubre el poder del Perdón
Perdonar a otro por una profunda injusticia lleva su tiempo
Entrevista de Zenit a Robert Enright.( Extracto)
Robert Enright, psicólogo, creó el Instituto Internacional del Perdón en 1994 con el fin de aplicar años de investigación en la práctica del perdón. Es coautor de «Helping Clients Forgive: An Empirical Guide for Resolving Anger and Restoring Hope» (Ayudar a los clientes a perdonar: Guía empírica para Resolver el Odio y Restaurar la Esperanza”), publicado por American Psychological Association Books, 2000.
–¿Qué efectividad ha tenido el perdón como terapia?
–Enright: ha sido muy variada. Algunos grupos de investigación obtuvieron excelentes resultados científicos con la terapia del perdón, mientras que otros no.
Como afirma Richard Fitzgibbons en nuestro libro, una causa de los diferentes resultados es el tiempo y el cuidado que el terapeuta dedica al paciente.
Perdonar a otro por una profunda injusticia lleva su tiempo. Los instrumentos de cura a menudo insisten en la terapia «breve», la cual no da suficiente tiempo al cliente para recorrer el itinerario doloroso y terapéutico del perdón.
Uno de nuestros proyectos de investigación, con Suzanne Freedman, de la Universidad de Northern Iowa, era con sobrevivientes de incestos. Estas valientes mujeres necesitaron mucho tiempo, en torno a un año, para perdonar a quienes habían abusado de ellas. Valió la pena el esfuerzo.
Cuando comparamos el grupo experimental, que ha recibido terapia del perdón, con un grupo de control que no la ha recibido, en el primero se reduce de manera significativa la ansiedad y la depresión.
Aunque un año parece mucho tiempo, deberíamos darnos cuenta de que algunas de las mujeres sufrían desórdenes emocionales desde hacía 20 ó 30 años antes de perdonar.
–¿Qué pasos debe dar una persona que desea curarse mediante el perdón?
Seguir el propio itinerario de perdón es otra razón del éxito observado en la terapia del perdón. El doctor Fitzgibbons y yo ofrecemos un itinerario de perdón, científicamente avalado en nuestra obra. Este itinerario es ampliamente descrito en mi libro «Forgiveness Is a Choice» («El perdón es una opción») para el público en general.
En este itinerario, en primer lugar, las personas deben reconocer que han sido tratadas injustamente, reconocer humildemente que esto les ha supuesto un choque emocional y que están verdaderamente enfadadas.
A continuación, si desean empezar la terapia del perdón, deben explorar lo que es perdón y lo que no es perdón. Por ejemplo, cuando las personas perdonan, no están condonando, excusando u olvidando lo que han hecho contra ellas. Pueden reconciliarse o no reconciliarse.
Perdonar es reducir el resentimiento y aumentar la benevolencia y el amor hacia alguien que ha sido injusto. Esta es una opción personal, un acto de la voluntad. Reconciliarse es para dos personas recuperar la mutua confianza.
Luego recomendamos que la gente se implique en lo que el doctor Fitzgibbons llama «perdón cognitivo». Son pensamientos de perdón y declaraciones dirigidas a la persona que ha sido injusta. En ese estado, la persona no necesita abordar al ofensor sino realizar este perdón cognitivo en su interior.
Parte del perdón cognitivo es pensar en la persona como un todo, sin definirla sólo por sus pecados. Todos somos más que nuestras acciones. Somos vulnerables.
Al perdón cognitivo sigue el perdón emocional, la apertura de uno mismo a la compasión y al amor. Esto es difícil y puede llevar su tiempo. Algunas personas en la terapia no están preparadas para este paso y merecen comprensión.
Para nosotros sigue siendo un misterio saber cómo crece en el corazón humano esta compasión por quienes realizaron y realizan grandes injusticias. Seguramente la gracia de Dios actúa en este caso, pero nosotros como científicos no tenemos el lenguaje para describirlo plenamente. La ciencia es limitada, al igual que los intentos humanos de comprender el misterio.
Más allá del perdón emocional, está la difícil tarea de «soportar el dolor» de lo que ha sucedido. Quien perdona no puede hacer que el reloj vuelva atrás y deshacer el daño, pero puede tomar la valiente decisión de aceptar el dolor y ser un instrumento de bien para el ofensor.
–¿Qué ha aprendido sobre los niños y el perdón?
Los niños parecen tener corazones cálidos y abiertos al perdón. Por consiguiente, la educación al perdón es una posibilidad real para ellos.
Al mismo tiempo, pienso que a los niños se les puede desanimar a perdonar si están rodeados por quienes ridiculizan o son indiferentes hacia el perdón. Por consiguiente la educación al perdón es vital.
Hemos publicado recientemente un libro gráfico infantil sobre el perdón, «Rising above the Storm Clouds» («Superar las Nubes de Tormenta»), para niños de entre 4 y 10 años.
Hemos descubierto que niños tan pequeños como los de seis años, pueden aprender sobre el perdón y de esta manera reducir la cólera excesiva.
–¿Qué consejo daría a la gente sobre la práctica del perdón en su vida diaria?
Primero, el perdón es de Dios y no podemos pensar en el perdón como una técnica psicológica más.
Esta es una enseñanza difícil en efecto, pero vale la pena esforzarse por comprenderla.
En segundo lugar, la gente que perdona necesita saber qué es el perdón y qué no es el perdón. Perdonar es ofrecer amor incondicional al ofensor. No es un acto de debilidad. Cuando una persona perdona, debería buscar justicia. Si a uno le estropean el coche, puede perdonar y al mismo tiempo presentar la factura de la reparación al causante.
Un punto importante es estar abiertos al misterio del perdón, sin tener en cuenta el historial personal.
–¿Qué consejo daría a quienes tienen especial dificultad en perdonar a los demás, como quienes han perdido a sus seres queridos en los atentados del 11 de septiembre?
Perdonar a los demás no es algo puntual. Para muchos de nosotros, el perdón supone un camino.
Esto requiere tacto y paciencia con uno mismo y tiempo.
Por eso, a quienes no pueden perdonar, les pregunto: «¿Estás listo para explorar lo que es o no es el perdón?». Esta pregunta no pide a nadie que perdone sino más bien examinar lo que es el perdón.
Cuando una persona ya conoce las dimensiones del perdón, yo le pregunto: «¿Estás preparado para examinar el perdón de la persona que te ha hecho daño, en su forma más básica? ¿Deseas tratar de no hacer daño a esa persona?». Esta pregunta no pide a la persona que ame al ofensor sino refrenar en sí misma lo negativo, refrenar el deseo de hacer daño incluso de modo sutil.
Luego viene la pregunta: «¿Deseas el bien para esa persona?». Esto cambia el enfoque hacia lo positivo, hacia al menos un deseo, aunque no sea una acción deliberada, el bien de otra persona.
Todas estas preguntas pretenden mover a la persona ofendida hacia una mayor cercanía en el amor. Si aún rechaza el perdón, debemos comprender que su «no» enfático hoy no es necesariamente la última palabra. Esta persona puede cambiar mañana.
–¿Qué proyectos tiene entre manos el Instituto del Perdón?
–En la próxima década o en la siguiente, trabajaremos con niños afectados por entornos de guerra y otros ambientes de violencia, mediante programas de educación al perdón en escuelas, casas y lugares de culto.
El perdón ha sido casi completamente ignorado por el movimiento pacifista, pero sin perdón no hay paz duradera. Dado que lleva tiempo aprender y apreciar el perdón, debemos empezar con niños para reforzar la probabilidad de que aprendan bien la lección.
De manera que tratamos de convencer a los filántropos de que el perdón, centrado especialmente en los niños, debe ser parte de cualquier esfuerzo en favor de la paz.
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