“Esta mujer tiene una sonrisa muy hermosa”, eso fue lo que pensé cuando la vi entrar por la puerta de la oficina del Centro Pro-Vida, donde soy voluntaria cada semana. Era una mujer madre de cinco hijos que venía dispuesta a abortar. Su marido la había dejado hace más de un año por una mujer más joven y en el día de su cumpleaños la había invitado a cenar, esa noche ella tomó algunas copas de más, tuvieron relaciones y quedo embarazada por sexta vez. Me decía que había cometido un error, que ella era muy pobre y que su marido le había dicho que no quería más hijos.
Este hombre que ha dejado a toda su familia por otra mujer, también quiere seguir siendo marido de la mujer que ha abandonado. Cuando le pregunte a ella, cómo se sentía, me respondió que prefería no pensar, más que hacer las cosas, ya que ella no estaba preparada para tener otro hijo, porque el último tenía tan solo 9 meses. En efecto, ella había decidido bloquear sus sentimientos pues no había expresión de dolor o lágrimas en sus ojos. No pude evitar verla detenidamente, y en ese instante vino a mi memoria aquella mujer que había abortado a los diecinueve años.
Con mucho cariño, empecé a relatarle su historia. “Ella tenía diecinueve años cuando supo que estaba embarazada. Su novio y ella tenían terror, pánico e incertidumbre porque su padre, sobre todo, se enojaría mucho con ellos. Recuerdo cuando me contó cómo había llegado al lugar donde la ayudarían a deshacerse de su hijo. Y así lo hizo.
Luego de haber abortado, la relación con su novio comenzó a cambiar. Empezó a tener ataques de furia incontrolables, tiraba las cosas cuando se enojaba. Finalmente, esa relación terminó. Con los años y sin ser consciente todavía de lo que había hecho, ella caía en profundos estados depresivos, que no podía comprender. Permanecía en la cama durante días. No sentía deseos de tener hijos y a los niños los evitaba, los expulsaba de su vida.
Luego de un tiempo, se casó y pudo tener hijos. Se dio cuenta, con el primero, que no se sentía conectada emocionalmente a él: no le dio el pecho, no le gustaba cargarlo y no sentía aquel amor que una mujer siente cuando se convierte en madre por primera vez. Todo esto a ella le parecía normal pues lo atribuía a que era distante, poco cariñosa. Sin embargo, los estados depresivos seguían.
Pasó los primeros años de sus hijos, empujándose en sus deberes maternales: se obligaba a asistir a juntas de la escuela, a llevarlos a sus eventos de deportes, se sentía una zombi. Estaba tan deprimida y tan muerta por dentro que poco a poco empezó a pensar en qué le pasaba. Se preguntaba si sería bipolar o si no estaba satisfecha con su matrimonio.
Un día tuvo la oportunidad de asistir a una conferencia de bioética. En una de las clases, se habló exclusivamente del aborto y de sus consecuencias a nivel mental y espiritual. Poco a poco, fue saliendo de esas tinieblas, dándose cuenta que lo que había hecho era decir no a la vida, una vida que Dios había creado en el mismo momento en que ese bebe se había alojado en su vientre. Alguien que era su hijo o su hija.
De un sopetón pudo comprender la razón de la desconexión emocional con sus hijos, sus arranques de furia, depresiones, sus compras compulsivas, su falta de compromiso en las relaciones… se dio cuenta de muchas cosas. Comprendió que al abortar, se había abortado, su interior estaba desecho, muerto, porque en el momento de haberse realizado un aborto, se había separado completamente de Dios.
Pasaron veinte años, dos décadas. Se confesó muchas veces, hasta que un día, siete años después de estar en este proceso de conversión hacia el camino del Señor y de profunda sanación interior bajo la acción de Dios, gracias a la oración, la asistencia a misa diaria, los retiros y la adoración, finalmente escuchó una voz que le dijo: “ponte los zapatos y sal a caminar”. Ella me expresaba, no sin emocionarse, que fue el momento de su vida en el que se sintió en absoluta y total sanación con Dios, tanto en su mente, como en su corazón y alma.
¿Cómo lo supo? Porque se sintió madre de verdad, la depresión desapareció completamente. La culpa se fue. Las explosiones de ira también se marcharon.
Finalmente le dije a esta mujer que estaba sentada frente a mi: “Amiga, si abortas a tu hijo, tu vida va a cambiar completamente porque tú misma estas decidiendo separarte de Dios. Es así.” No pude evitar llorar frente a ella, al relatar la historia de aquella otra mujer. Nos quedamos en silencio por un rato, hasta que ella dijo: “gracias por compartir esta historia conmigo. No sabía que todo eso me podía pasar. Voy a tener a mi niño. Lo que me pasa a mí con su padre, no es culpa de él. Él tiene derecho de venir al mundo.”
La Beata Teresa de Calcuta lo ha dicho: “si destruimos al hijo, destruimos al amor”. Oremos pues, para brindarle fuerzas a ésta mujer que ha decidido tener a su hijo y oremos por aquella otra mujer, que sanó luego de veinte años, para que pueda llegar al cielo con todos sus hijos. Que la Virgen Santísima desate los nudos de la duda si eres una de esas mujeres que está pensado en no tener a su hijo.
“Señor, en estos momentos de adversidad, quédate con nosotros, que sin ti nos perderemos”.
Sheila Morataya
Austin, TX
www.sheilamorataya.com
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Sheila Morataya es la Editora de la sesión de la mujer desde la creación de encuentra.com Es psicoterapeuta, coach de vida y talento para la radio y la televisión en los Estados Unidos. Actualmente es Productora Ejecutiva para Relevant Radio en español en los Estados Unidos. Autora de 6 libros entre ellos «El espejo: ámate tal como eres».
Cuando no está trabajando puedes encontrarla sembrando flores, dando clases de desarrollo personal a jovencitas o cocinando para su familia. Puedes escribirle a sheila@sheilamorataya.com