NOSTALGIA DE DIOS
Mensaje Jubilar del Monseñor Juan Luis Cipriani Thorne Arzobispo de Lima y Primado del Perú, 23-05-1999
Prólogo
El anuncio del mensaje jubilar "Nostalgia de Dios" fue hecho público por el Arzobispo de Lima, monseñor Juan Luis Cipriani Thorne, el domingo 23 de mayo de 1999, durante la misa por la Solemnidad de Pentecostés.
En la ceremonia litúrgica, a la que asistieron los vicarios que forman parte de la Arquidiócesis de Lima y los miembros de la comunidad católica para recibir la Cruz de la Evangelización, monseñor Cipriani dio inicio a la Gran Misión Jubilar de Lima y formuló una invitación al pueblo católico para que participe activamente en ella con miras al Jubileo 2000, que tendrá como punto culminante el Congreso Eucarístico Nacional, en mayo del próximo año.
Este importante documento, que forma parte de la colección Nueva Evangelización, analiza no sólo el sentido y la trascendencia de lo que significa la Misión Jubilar para el pueblo católico, sino que, además, se constituye en un medio por el cual cada ciudadano, religioso o laico, encuentre la claridad necesaria para que se identifique y viva realmente este tiempo de renovación espiritual.
"Es necesario suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal", señala el Primado del Perú. Y agrega: "La valentía para enseñar el camino de la vida en Dios a quienes conviven con nosotros es una virtud necesaria de nuestra condición de hijos de Dios;: la valentía nos hace testigos, nos hace apóstoles, nos hace, en definitiva, verdaderos cristianos".
Javier Dextre Uzátegui
Secretario de Prensa
Arzobispado de Lima
Mediante este Mensaje Jubilar deseo invitar a todos los fieles de la Arquidiócesis, unidos a nuestros hermanos de todo el país, a participar activamente en la Gran Misión Jubilar de Lima.
GRAN MISIÓN JUBILAR DE LIMA
Hoy, Solemnidad de Pentecostés, se inicia esta Gran Misión Jubilar de Lima, que terminará con la realización del Congreso Eucarístico Nacional en mayo del año 2000.
La primera etapa, del 23 de mayo al 30 de agosto, estará dedicada a sensibilizar los corazones de los fieles e iluminar la mente con las ansias de responder generosamente a la vocación cristiana que han recibido en el bautismo, a través de la preparación de los colaboradores en las escuelas vicariales y parroquiales; y la segunda etapa, del 1° de setiembre de este año al mes de mayo del año 2000, estará dedicada a movilizar a todos los fieles mediante visitas a los hogares, centros escolares y culturales, hospitales y clínicas, medios de comunicación, centros de trabajo, para que todos los ambientes y grupos de la sociedad tengan la noticia de la presencia viva de Cristo, siendo "testigos vivos de Jesucristo" [1].
La Gran Misión Jubilar culminará con el Congreso Eucarístico Nacional, que tendrá lugar en Lima en el mes de María del año 2000. Previamente se organizarán, como preparación, encuentros masivos en las diversas vicarías. La convocatoria a esta cita de amor humano y divino espera la respuesta pronta y alegre de todos los católicos. Se trata de un encuentro eucarístico comunitario de fe. Así ocurrió con el Congreso Eucarístico Nacional y Mariano de 1954, y con el Congreso Eucarístico y Mariano que fue clausurado por el Santo Padre Juan Pablo II, en su segunda visita al Perú, en 1988. Estupendo precedente del Congreso que tendremos el próximo año. Preparémonos desde hoy para compartir fraternalmente esta fiesta eucarística que la Providencia pone oportunamente en nuestro camino.
CON LA FUERZA DE LA SANTIDAD
"Todo deberá mirar al objetivo prioritario del Jubileo, que es el fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos. Es necesario suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un clima de oración siempre más intensa y de solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado" {2] La Gran Misión Jubilar de Lima busca fundamentalmente suscitar en el alma de cada uno de los fieles la decisión de seguir las huellas de "nuestros santos y protectores, que con sus vidas y merecimientos santificaron nuestro suelo" [3]. Por eso hemos decidido que nuestro antecesor, santo Toribio de Mogrovejo, Arzobispo de Lima, sea Patrono de esta Misión Jubilar.
A la pregunta ¿Para qué la misión?, respondemos con la fe y la esperanza de la Iglesia: para abrirse al amor de Dios, que es la verdadera liberación. En Él, sólo en Él, somos liberados de toda forma de alienación y de esclavitud del pecado. La misión es una invitación a examinar nuestra fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros [4]. Cada fiel debe plantearse, por eso, la necesidad de hacer un esfuerzo concreto para descubrir el profundo sentido del sacramento del Bautismo y sus consecuencias en el cristiano como miembro vivo del Cuerpo de Cristo, su Iglesia; según las palabras del Apóstol: "todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo" [5].
¿Por qué la misión? Porque a nosotros, como a San Pablo, "se nos ha concedido la gracia de anunciar a los gentiles -a las personas alejadas de la práctica de la fe, a los atribulados y a todos los hombres de buena voluntad- las inescrutables riquezas de Cristo" [6]. De ahí por qué la misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros: ¡Urge testimoniar la fe y la vida cristiana como servicio a los hermanos! Revestirse de Cristo, según la enseñanza paulina, es imitar a Cristo, ser otro Cristo, ser el mismo Cristo. La santidad consiste, pues, en identificarse con Cristo. Un cristiano debe ser la imagen viva de Cristo, con su buena conducta en el hogar, en el trabajo, en las calles, en la política, en el deporte, en el mundo de las comunicaciones, en todo momento y en todo lugar. La Gran Misión Jubilar de Lima tiene, por eso, el desafío de "superar la división entre fe y vida (…) para que se pueda hablar seriamente de conversión" [7]. Solamente hay un camino para los cristianos consecuentes con su fe: "o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso (…) necesita nuestra época devolver -a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares- su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo. El auténtico sentido cristiano -que profesa la resurrección de toda carne- se enfrentó siempre, como es lógico, con la desencarnación, sin temor a ser juzgado de materialismo. Es lícito, por tanto, hablar de un materialismo cristiano, que se opone audazmente a los materialismos cerrados al espíritu" [8].
¿Quién guía la Misión? La Misión de la Iglesia, al igual que la de Cristo, es obra de Dios. Después de la Resurrección y Ascensión de Jesús, los Apóstoles -cada uno de los bautizados- viven una profunda experiencia que los transforma en Pentecostés. La venida del Espíritu Santo nos convierte en ¡testigos! [9] Es el Espíritu Santo que, por su inhabitación en nuestras almas en gracia, nos da la capacidad de testimoniar a Jesús con toda libertad.
DESTINATARIOS DE LA MISIÓN
Hoy, la imagen de la misión quizás está cambiando: lugares privilegiados son las grandes ciudades donde surgen nuevas costumbres y modelos de vida, nuevas formas de cultura, que luego influyen sobre la población. Es verdad que la "opción por los últimos" debe llevar a no olvidar a los grupos más marginados y aislados, pero también es verdad que no se puede evangelizar a las personas o los pequeños grupos descuidando, por así decir, los centros donde nace una humanidad nueva con nuevos modelos de desarrollo de la vocación cristiana.
También los jóvenes, que representan más de la mitad de la población, serán destinatarios privilegiados de este esfuerzo apostólico. Evidentemente, ya no bastan los medios ordinarios de la pastoral; hacen falta asociaciones culturales, iniciativas de solidaridad, promoción del mundo del deporte, iniciativas creativas que convoquen el afán de aprender a vivir en una libertad responsable, que todo joven busca con pasión. Todo ello, claro está, iluminado con un serio contenido doctrinal que ayude a la recta formación de las conciencias.
El mundo de la educación -niños y jóvenes que acuden a escuelas, colegios, universidades- requiere de un nuevo esfuerzo que afronte el desafío de la formación en su real profundidad. Padres, profesores y alumnos son una trilogía inseparable de cualquier proyecto evangelizador del mundo de la enseñanza. En este sentido los cursos de religión, de teología, de doctrina social de la Iglesia, de ética profesional, deben ser canales para llevar el mensaje de la Iglesia, de modo sistemático e integral, siempre vivo y actual. Las asociaciones de padres de familia merecen particular atención para ayudarlos a integrarse seriamente en el deber que tienen de ser los responsables de la educación y formación de sus hijos.
El mundo de las comunicaciones está unificando a la humanidad transformándola en la llamada "aldea global". Los medios de comunicación han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales [10]. Quizá se ha descuidado este lugar de encuentro de la fe y la cultura.
El trabajo en estos medios, sin embargo, no tiene solamente el objetivo de multiplicar el anuncio. Se trata de un hecho más profundo, como dijo Pablo VI: "La ruptura entre el Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo" [11]. Son los mismos comunicadores que, fieles a la naturaleza de estos medios y a su compromiso bautismal, deben ser sal y luz en sus programas y comentarios.
EL RETORNO A LO RELIGIOSO
Nuestro tiempo es fascinante y, al mismo tiempo, dramático. Mientras por un lado los hombres dan la impresión de ir detrás de la prosperidad material, de sumergirse cada vez más en el materialismo consumista, por otro, manifiestan la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas de oración. En todos los ambientes, aunque aparezcan secularizados -como ajenos a Dios-, sin embargo se busca la dimensión espiritual de la vida como vacuna para la deshumanización. Este fenómeno lo califica el Santo Padre como el "retorno religioso". La Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer a la humanidad. Es Cristo, que se proclama "El Camino, la Verdad y la Vida" [12]. Hay que prepararse para saber hablar con Cristo, de Cristo y por Cristo.
TAREA DE LOS LAICOS
En este "retornar a la casa del Padre" hay una verdadera necesidad de que "todos los fieles compartan esta tarea, no sólo por cuestión de eficacia apostólica, sino por ser un deber-derecho basado en la dignidad alcanzada en el Bautismo por el cual los fieles laicos participan según el modo que les es propio en el triple oficio -sacerdotal, profético y real- de Jesucristo. Los laicos tienen la obligación general y gozan del derecho, tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo; obligación que les apremia todavía más en aquellas circunstancias en las que sólo a través de ellos pueden los hombres oír el Evangelio y conocer a Jesucristo.
Además, dada su propia índole secular, tienen la vocación específica de buscar el Reino de Dios tratando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios [13]. Es un mensaje antiguo como el Evangelio, para los que quieren vivir con perfección su fe y practicar el apostolado: "deben santificarse con la profesión, santificar la profesión y santificar a los demás con la profesión. Viviendo así, sin distinguirse por tanto de los otros ciudadanos, iguales a ellos, que con ellos trabajan, se esfuerzan por identificarse con Cristo, imitando sus treinta años de trabajo en el taller de Nazareth"[14].
Del Bautismo derivan derechos y deberes respecto a los demás hombres y mujeres, responsabilidades concretas en el camino de otras personas hacia la vida eterna. Como enseña la Iglesia en el Concilio Vaticano II, esta realidad es consecuencia de la unión de los cristianos con Cristo Cabeza: "Insertos por el Bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al apostolado. Son consagrados como sacerdocio real y nación santa (cfr. 1 P 2, 4-10) para ofrecer hostias espirituales en todas sus obras y para dar testimonio de Cristo en todo el mundo"[15].
FORMACIÓN DE LAS CONCIENCIAS
Enseña san Agustín que "no se puede decir que vivan bien los que por ceguera desconocen el fin del vivir o lo desprecian por soberbia. Nadie puede tener esperanza verdadera y cierta en el vivir si no conoce la Vida, que es Cristo, y entra por la puerta en el redil"[16]. La valentía para enseñar el camino de la vida en Dios a quienes conviven con nosotros es una virtud necesaria de nuestra condición de hijos de Dios; la valentía nos hace testigos, nos hace apóstoles, nos hace, en definitiva, verdaderos cristianos.
El Señor Jesucristo bendice esta audacia apostólica, porque permite cumplir con su mandato: "Id por todo el mundo; predicad el Evangelio a todas las criaturas" [17]. Es el reclamo actual de la Iglesia a sus miembros, para presentar su mensaje redentor a todas las gentes, con la seguridad de que estamos dándoles el don poderoso de la gracia, el anuncio misterioso de la vida eterna, la alegría inmensa de la promesa de la visión beatífica.
Es necesaria la participación de laicos cristianos formados, tanto en los principios y valores de la Doctrina social de la Iglesia, como en las nociones fundamentales de la teología contenidas en el Catecismo de la Iglesia Católica. El conocimiento profundo de estos principios, unido a una vida espiritual intensa donde la práctica sacramental y la oración sean frecuentes momentos de encuentro personal con Cristo vivo, les permitirá alcanzar la unidad de vida, la coherencia. Así, la propia conciencia rectamente formada será un verdadero impulso incansable en la búsqueda del bien común. De esta manera, el compromiso apostólico les llevará a promover a su alrededor un círculo cada vez mayor de colaboradores comprometidos con la Iglesia, en su condición laical y siguiendo la llamada universal a la santidad. Es una tarea de suma urgencia, pero probablemente de mediano plazo. Se debe perseverar en esta tarea que es fundamental para entrar en el siglo XXI con "nuevo ardor, métodos y expresiones"[18].
LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA EN LA MISIÓN
La incorporación y comunión en la vida de la Iglesia se obtienen por los sacramentos de la iniciación cristiana, a través del Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Estos sacramentos son una excelente oportunidad para una buena evangelización y catequesis, cuando su preparación se hace por agentes dotados de fe y competencia. En este contexto se debe dar a la celebración de la Eucaristía dominical una nueva fuerza, como fuente y culminación de la vida de la Iglesia [19]. La práctica sincera y frecuente del sacramento de la Reconciliación permitirá redescubrir lo esencial que es la Confesión Sacramental para una vida coherente y de permanente crecimiento en la fe, esperanza y caridad. Los sacerdotes deben dedicar generosamente su tiempo a la administración del sacramento de la Penitencia, habitualmente en los confesionarios.
LA ORACIÓN FRECUENTE, ARMA PODEROSA
La buena voluntad no es suficiente, porque los obstáculos están a la vista; es indispensable acudir cada día a la fuente viva de la gracia de Dios, primero mediante la plegaria. Nadie alcanza la santidad sin un diálogo fluido con Dios. La oración humilde al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, tiene una fuerza sobrenatural maravillosa, porque la Santísima Trinidad la escucha con mirada complaciente: "Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra", reza la Iglesia en el salmo responsorial de la misa de la Solemnidad de Pentecostés. Esa oración comunitaria hecha en la casa de Dios, mientras celebramos el santo sacrificio del Altar, siempre llega a los oídos de nuestro Padre del cielo.
La filiación divina nos conduce de la mano, confiando en la fortaleza de Dios, a la virtud sobrenatural de la esperanza. Con ella, somos capaces de dar testimonio de cristianos, de defender todo el contenido doctrinal del Evangelio, de transmitir la riqueza de todo el magisterio pontificio, de explicar a nuestros hermanos, los hombres, la armonía lógica entre la razón y la fe [20], entre la libertad y la verdad [21], entre la justicia y la caridad [22].
La contemplación de los misterios y el rezo del Santo Rosario serán el arma poderosa que acompañará todos nuestros esfuerzos durante este tiempo de la Misión. Por lo tanto, se procurará organizar, sea en la familia, en la escuela, en las iglesias y en los diversos grupos, ambientes, etc., el rezo periódico de esta plegaria tan querida por nuestra Madre santa María.
UN NUEVO ESTILO DE VIDA
Dejémonos guiar por el Espíritu Santo hacia un nuevo estilo de vida. La propuesta de Juan Pablo II a los católicos de América de desear ardientemente una pronta conversión interior, para que se refleje en nuestra conducta diaria, está vigente para cada uno de nosotros. "A todos se les pide que profundicen y asuman la auténtica espiritualidad cristiana. En efecto, espiritualidad es un estilo o forma de vivir según las exigencias cristianas, la cual es la vida de Cristo y en el Espíritu, que se acepta por la fe, se expresa por el amor y, en esperanza, es conducida a la vida dentro de la comunidad eclesial" [23].
"La espiritualidad cristiana se alimenta ante todo de una vida sacramental asidua, por ser los Sacramentos raíz y fuente inagotable de la gracia de Dios, necesaria para sostener al creyente en su peregrinación terrena" [24]. La Gran Misión Jubilar de Lima escucha con alegría el consejo del Padre Común, y señala a los fieles la necesidad de agradecer con hechos la gracia del Bautismo, sentir el llamado a militar activamente en la Iglesia con la gracia de la Confirmación, unirse a Jesús en comunión frecuente mediante la Eucaristía, vivir con fidelidad y amor el Matrimonio, ver con devoción la entrega al sacerdocio de los que son llamados al Orden Sacerdotal y, por último, solicitar con piedad filial en el momento oportuno los Santos Óleos y preocuparnos con confianza de que se lleve esta unción extrema a los seres queridos que se aproximan al umbral de la casa paterna, porque nuestro peregrinaje terreno culmina en los brazos amorosos de nuestro Padre Dios.
Nos repite Juan Pablo II a todos los hombres contemporáneos, una vez más, el grito apasionado con el que inició su servicio pastoral: "No tengáis miedo! Abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo! (…) Tantas veces hoy el hombre no sabe qué lleva dentro en lo profundo de su alma, de su corazón (…) Está invadido por la duda que se convierte en desesperación. Permitid por tanto -os ruego, os lo imploro con confianza- permitid a Cristo que hable al hombre. Sólo Él tiene palabras de vida. ¡Sí! De vida eterna (…) No es una amenaza para el hombre y menos para la humanidad, sino es más bien, el único camino a recorrer si se quiere reconocer al hombre y a la mujer en su entera verdad y exaltarlos en sus valores" [25].
LIDERAZGO APOSTÓLICO SOLIDARIO
El Reino de Dios no es una idea, un concepto o una doctrina; menos aún, un programa sujeto a la libre elaboración de opiniones o encuestas. Es ante todo una Persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazareth, imagen del Dios invisible. No se puede separar el Reino de la Persona de Jesús, sin caer en ideologías y proyectos meramente humanos. Asimismo, el Reino no puede ser separado de la Iglesia.
Pablo VI afirmó que "existe un vínculo profundo entre Cristo, la Iglesia y la evangelización" [26]. Una característica peculiar de nuestro pueblo es la existencia de una piedad popular profundamente enraizada en expresiones maravillosas. Está presente en todos los niveles y sectores sociales, siendo un lugar de especial importancia para el encuentro con Cristo.
El Señor de los Milagros ocupa un lugar privilegiado en nuestra Arquidiócesis y es motivo de particular agradecimiento a Jesucristo, que ha querido sembrar en nuestro pueblo una devoción tierna y profunda al Cristo Morado. También, cómo no recordar el Santuario a santa Rosa de Lima, la primera santa de América. Santuarios y templos, como María Auxiliadora, san Francisco, santo Domingo, san Pedro y, el tradicional Morro Solar con su imagen de la Virgen y la Cruz que preside el litoral. Quiera Dios que el sueño de construir un gran Santuario Mariano en ese lugar tenga la acogida de este pueblo católico y, con la participación de todos -autoridades, empresarios, miembros de distintas organizaciones eclesiales- podamos dejar así una huella de fe y de amor a Jesús en el Jubileo del año 2000.
CATEQUESIS Y CONVERSIÓN
Cuando el Santo Padre anunció al mundo su voluntad de invitarnos a preparar adecuadamente el Jubileo del año 2000 de la era cristiana, afirmando la necesidad de buscar seriamente la santidad de vida, añadió que es necesario también "un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un clima de oración siempre más intensa y de solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado"[27].
Para ello, tenemos a la mano el "Catecismo de la Iglesia católica", que pone ante nuestra inteligencia el inagotable tesoro de la Revelación de Jesús a los hombres, señalándonos el camino de la salvación eterna. Este libro es una riqueza que tenemos que aprovechar para pensar en cristiano, para actuar en cristiano, para vivir en cristiano. La apologética cristiana no es una cuestión del pasado. El acercar las almas a Dios y comprometerlas en su seguimiento sigue siendo un imperativo evangélico. ¡No tenemos derecho a negar a los demás el ingreso a la puerta angosta pero gozosa de la verdad cristiana! Somos portadores del mensaje de Cristo que es el mensaje jubilar del año 2000.
La doctrina cristiana hay que enseñarla desde la primera infancia. Por eso, existen catecismos breves que ayudan a conocer los primeros rudimentos de la doctrina católica. Estamos preparando unos resúmenes brevísimos del "Catecismo de la Iglesia católica" para los escolares del nivel primario de educación. Los obispos y sacerdotes en los veinte siglos pasados, desde la vida de Jesús hasta hoy, se han esmerado en predicar el Evangelio mediante el uso de palabras sencillas. En seguimiento de ese modelo, he procurado explicar claramente el credo católico y las normas básicas de la teología moral, así como las prácticas más elementales de la piedad cristiana.
En octubre de 1999 se realizará un concurso para promover el conocimiento del "Catecismo de la Iglesia católica", en el mismo marco doctrinal de la Gran Misión Jubilar de Lima. Muchos bienes intelectuales se seguirán de esta y otras iniciativas apostólicas, que hoy vale la pena subrayar. En esa línea, hagamos una cruzada de enseñanza religiosa en el hogar, en la escuela, en el colegio, en la universidad, en la empresa, en el hospital, en el centro cultural y en los campos deportivos. ¿Acaso no es un valioso ejemplo de valentía cristiana y de fe honda el gesto de los futbolistas cuando hacen la señal de cruz al ingresar o dejar la cancha, encomendándose a Jesús para jugar como espera el público aficionado? ¡Claro que sí! Ellos también dan de esa manera testimonio vivo de Cristo.
EL MUNDO NECESITA DE DIOS
La globalización actual de las comunicaciones extiende muchas veces, por tierras multisecularmente cristianas, el neopaganismo materialista que ahoga los espíritus y rebaja la calidad humana de vida a niveles propios de la animalidad. Muchos inficionados por esta corriente permisiva que parece autorizarlo todo, a nombre el egoísmo individual, expresan con sus vidas opacas el error de pensar que el mundo no necesita de Dios, que la humanidad es autosuficiente, que la civilización tecnológica actual, por sí misma, tiene la llave de la felicidad humana.
Bien sabemos que no es así. Cristo dice a Nicodemo que "Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo unigénito para que el que crea en Él no muera"[28]. "De este modo Jesús da a entender que el mundo no es la fuente de la definitiva felicidad del hombre. Es más, puede convertirse en fuente de su perdición. Este mundo, que aparece como un gran taller de conocimientos elaborados por el hombre, como progreso y civilización, este mundo, que se presenta como moderno sistema de comunicación, como el ordenamiento de las libertades democráticas sin limitación alguna, este mundo no es capaz, sin embargo, de hacer al hombre feliz" [29].
La felicidad humana está siempre en Dios porque el mundo no es capaz de salvar al hombre del mal físico y moral, de sus enfermedades y dolores. La persona humana está sometida a la corrupción y a la mortalidad. "La inmortalidad no pertenece a este mundo; exclusivamente puede venirle de Dios. Por eso Cristo habla del amor de Dios que se expresa en esa invitación del Hijo unigénito, para que el hombre "no muera sino que tenga la vida eterna" [30]. La paz interior, la serenidad externa, la satisfacción vital, el consuelo ante el infortunio, la comprensión de nuestra contingencia y limitación, todo ello solamente tiene una respuesta cabal en el cultivo de la fe, la esperanza y la caridad, que nos conducen por el camino de la santidad y del apostolado fecundo.
La práctica frecuente de los sacramentos salvaguarda en nuestro corazón y en nuestra conducta esas virtudes teologales, ese actuar cristiano en el mundo y esa contemplación de Dios a través de las cosas comunes de la tierra.
AMAR LA CRUZ ES ELEGIR EL CAMINO HACIA DIOS
El escándalo de la Cruz, que conmovió a los coetáneos de Jesús sigue confundiendo a los hombres de hoy. Dios no tiene por qué dar explicaciones al hombre porque es el Creador Omnipotente, pero es también Sabiduría y es Amor por lo que "desea, por así decirlo, justificarse ante la historia del hombre. No es el Absoluto que está afuera del mundo, y al que por tanto le es indiferente el sufrimiento humano. Es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, un Dios que comparte la suerte del hombre y participa de su destino… Su sabiduría y omnipotencia se ponen, por libre elección, al servicio de la criatura. Si en la historia humana está presente el sufrimiento, se entiende entonces por qué su omnipotencia se manifestó con la omnipotencia de la humillación mediante la Cruz. El escándalo de la Cruz sigue siendo la clave para la interpretación del gran misterio del sufrimiento, que pertenece del modo tan integral a la historia del hombre" [31].
Está muy clara la enseñanza del Santo Padre, en estas profundas consideraciones ascéticas sobre el sentido cristiano del dolor.
Procuremos disminuir el sufrimiento humano mediante la educación, la medicina, la economía, la política, la cultura. Pero, cuando el sufrimiento se hace inevitable, pongámosle el condimento sobrenatural del amor, para soportarlo con un sentido corredentor. La fe en la comunión de los santos nos permitirá pensar que estamos ayudando a los demás. La esperanza de encontrarnos todos en el cielo será un ingrediente de gozo dentro de ese pequeño o quizás grande padecimiento.
Esa es la lección de la Cruz de Cristo, que no queremos eludir. La Gran Misión Jubilar de Lima no es una fiesta pagana, es un llamado espiritual al recogimiento dentro de la naturalidad de la vida diaria, para llevar con una sonrisa el peso de los pecados de los hombres, desagraviando con nuestros sacrificios y penitencias tanta maldad, tanta indiferencia, tanto egoísmo y tanta hipocresía mundana.
No nos engañemos pensando que el cristianismo está anticuado. Los que están anticuados son los que rechazan la Cruz, porque ellos vuelven hacia atrás en la historia, para mirar la vida pagana antes de la venida del Salvador, que redimió el mundo. Los paganos adoran a los ídolos. Los ídolos modernos son la codicia de riquezas caducas, la sensualidad brutal y salvaje, el consumo de droga y alcohol hasta el límite de la autodestrucción, la aceptación irreflexiva de prejuicios anticristianos, simplemente porque nos evitan enfrentarnos valientemente ante la Cruz. ¡Ese es un punto de meditación que nadie debe dejar de lado en estos tiempos jubilares!
La pastoral que se ocupa de visitar y llevar consuelo a los enfermos, a los ancianos, a los marginados, debe ocupar un lugar en nuestros planes con vistas al Jubileo. La oración sufriente de esos hermanos nuestros son un tesoro que impulsará la abundancia de frutos apostólicos en esta Gran Misión.
DIOS NOS REDIME DEL PECADO CON AMOR
En ocasiones, nos hemos alejado tanto de la predicación cristiana que podemos haber olvidado las verdades más elementales del catecismo escolar. Podemos habernos acostumbrado a hablar de salvación para referirnos a problemas domésticos, a conflictos bélicos, a dificultades políticas o a crisis económicas. El tema de la religión ha sido tantas veces relegado al olvido o se ha convertido en un asunto simplemente social, benéfico o filantrópico. Pero Jesucristo dijo muy claro que no era un líder terrenal: "Mi reino no es de este mundo" [32].
"Salvar, nos recuerda Juan Pablo II, significa liberar del mal. Aquí no se trata solamente del mal social, como la injusticia, la opresión, la explotación; ni solamente de las enfermedades, de las catástrofes, de los cataclismos naturales y de todo lo que en la historia de la humanidad es calificado como desgracia. Salvar quiere decir liberar del mal radical, definitivo. Semejante mal no es siquiera la muerte. No lo es si después viene la Resurrección. Y la Resurrección sucede por obra de Cristo. Por obra del Redentor la muerte cesa de ser un mal definitivo, está sometida al poder de la vida.
El mundo no tiene un poder semejante. El mundo, que puede perfeccionar sus técnicas terapéuticas en tantos ámbitos, no tiene el poder de liberar al hombre de la muerte. Por eso el mundo no puede ser fuente de salvación para el hombre. Solamente Dios salva, y salva a toda la humanidad en Cristo…" [33] La Iglesia ha enseñado siempre que el mal radical que pierde al hombre es el rechazo de Dios, que conduce a la condenación eterna, lo opuesto a la salvación.
En cambio, la salvación conduce a la vida eterna, a la felicidad que proviene de la unión con Dios. [34] "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y al que has enviado, Jesucristo" [35]. Cuando decimos que un ser muy querido, que hemos visto morir, se ha ido al cielo, estamos avivando en nuestros corazones la fe y la esperanza en las promesas de Jesús. Ese pariente nuestro, ese amigo nuestro, está gozando de la visión beatífica, que "lleva consigo el definitivo cumplimiento de la aspiración del hombre a la verdad. En vez de tantas verdades parciales, alcanzadas por el hombre mediante el conocimiento precientífico y científico, la visión de Dios "cara a cara" permite gozar de la absoluta plenitud de la verdad. De este modo es definitivamente satisfecha la aspiración humana a la verdad" [36].
DIOS, QUE NOS ACOGE, ES LA PLENITUD DEL BIEN
Pero la verdad no es lo único que ansía el corazón humano. Ante la maldad sufrida y observada en la tierra en el transcurso de nuestras vidas, esperamos confiados la acogida misericordiosa de nuestro Padre, que nos ofrecerá "la absoluta plenitud del bien" mediante el conocimiento del Padre "cara a cara", como decía Juan Pablo II, porque Dios es el Bien mismo y como plenitud del Bien, Dios es plenitud de la vida, la vida eterna. [37] Por eso Jesús dice al joven del Evangelio que "Nadie es bueno sino Dios" [38]. Esas son las enseñanzas que hemos aprendido de niños en la catequesis parroquial, que conviene repasar ahora.
Porque "el cristianismo es una religión salvífica, soteriológica. La soteriología es la de la Cruz y la de la Resurrección. Dios quiere que "el hombre viva" (cfr. Ez 18, 23), se acerca a él mediante la muerte del Hijo para revelarle la vida a la que le llama en Dios mismo. Todo hombre que busque la salvación, no sólo el cristiano, debe detenerse ante la Cruz de Cristo… Porque el Misterio de salvación es un hecho consumado. Dios ha abrazado a todos con la Cruz y la Resurrección de su Hijo. Dios abraza a todos con la vida que se ha revelado en la Cruz y en la Resurrección, y que se inicia siempre de nuevo por ella. El Misterio está ya injertado en la historia de la humanidad, en la historia de cada hombre" [39].
Estas verdades eternas nos deben mover a una lealtad irrevocable con nuestra Madre Iglesia, que ha vencido la ignorancia de los paganos con la luz de la doctrina cristiana, que guarda desde hace dos mil años ese tesoro del depósito de la fe y lo proyecta hacia el tercer milenio con la misma frescura y plenitud del día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo bajó al colegio apostólico. Una lealtad activa que se traduce en la participación en la Santa Misa por lo menos los domingos y fiestas de precepto. Una lealtad ejemplar que sirva de modelo a nuestros vecinos, amigos, parientes y compañeros de trabajo. Una lealtad con Dios, con el que nos encaramos humildemente en la Confesión y con el que comulgamos respetuosamente al recibir la Sagrada Eucaristía.
Renovar el amor a la Iglesia debe ser un propósito definido en la disposición nuestra ante el desafío personal que es para cada uno de nosotros esta convocatoria a la Gran Misión Jubilar de Lima que hoy se inicia.
LA PRESENCIA DE DIOS EN EL HOGAR
Me he referido largamente al sentido sagrado de la vida humana, a la santidad del matrimonio y a la familia como iglesia doméstica en mi reciente Carta Pastoral "Para que tengan vida y la tengan en abundancia", que escribí para el día domingo de Resurrección, el 4 de abril de este año, y cuyo texto está ya al alcance de ustedes. Quiero solamente insistir ahora en la energía inagotable de la Iglesia para predicar estas verdades, como haremos también en la Gran Misión Jubilar de Lima: nada ni nadie podrá nunca detener a la Iglesia católica en su afán apostólico de enseñar a todas las gentes que el amor humano es bendito de Dios y que convertirlo en ocasión de pecado es cosa del maligno.
Y si este magisterio pontificio es exigente, lo es porque la vocación cristiana está asentada en la Cruz, aunque viva gozosa bajo la esperanza del hecho histórico y salvífico de la Resurrección de Cristo. Cristo nos redime y nos invita cada día a unirnos solidariamente con Él, para redimir asimismo con Él a la humanidad frágil, precaria y doliente, humillada por sus pecados y confiada filialmente en la misericordia divina.
No es lícito buscar la popularidad fácil, cuando la verdadera doctrina es impopular. Debemos recordar las palabras de San Pablo: "Predica la Palabra, oportuna e inoportunamente; convence, exhorta, reprende con toda paciencia y doctrina" [40].
MAESTROS, CATEDRÁTICOS E INTELECTUALES EN MISIÓN DE FE
La filosofía nos dice que nadie quiere lo que no conoce. Por eso los misioneros predicaron a los pueblos de América, desde hace medio milenio, la buena nueva del Evangelio; y lo han hecho con una fecundidad divina. Pero no nos podemos quedar en las primeras letras de la evangelización. Corresponde a escuelas y colegios, institutos superiores y universidades confesar la fe sin temores ni acomodos. La fe conduce a la verdad de Dios, que es la misma Sabiduría, por lo que el hombre y la mujer tienen ansias de conocerlo, reconocerlo como Creador y Redentor de la humanidad, y darle gracias por todos los dones recibidos.
La Gran Misión Jubilar de Lima pide a los maestros que enseñen la doctrina cristiana; a los catedráticos, que afirmen su fe con la frente en alto; a los intelectuales, que eviten la esquizofrenia de una piedad sentimental en el templo y una actitud agnóstica o desconfiada en el ateneo; al artista, que dé gloria a Dios con sus canciones, sus cuadros, sus esculturas, sus presentaciones de ballet y teatro, sus versos, que son oraciones.
Todas las universidades e instituciones de estudios superiores deben reconocer la prioridad de la teología y la moral en el plano de las disciplinas académicas, porque el conocimiento de Dios es el mayor y más importante de los saberes humanos. La antropología cristiana, que tanto auge tiene ahora en los claustros universitarios de todo el mundo, mira al hombre en su magnífica dimensión de ser creado por la mano omnipotente de Dios. Debemos agradecer y conocer las obras del Santo Padre, que abordan con seriedad científica y deseo salvífico esta dimensión, desde su primera encíclica: "Redemptor Hominis".
LA COHERENCIA CRISTIANA EN EL MUNDO DEL TRABAJO
La Gran Misión Jubilar de Lima tiene puestos los ojos especialmente en el mundo del trabajo, porque muchas horas del día, del año, de nuestra vida, transcurren en nuestro puesto de trabajo. Es claro que el mundo actual tiende, por la agresividad de un neopaganismo que destruye al hombre, al divorcio entre los principios morales y las prácticas empresariales. Si no fuera así, no habría corrupción, no habría mentira, no habría competencia desleal, no habría estafa y engaño a los más débiles.
La Iglesia nos pide una conducta ética en nuestra profesión u oficio, porque en todos los momentos del día debemos tener presencia de Dios. ¿Y quién se comporta mal cuando advierte que la mirada divina se posa sobre él? Las reglas de moralidad objetiva no tienen por qué esperar el acompañamiento de leyes y reglamentos positivos puestos por el Estado. Para comportarnos como Dios quiere en el trabajo necesitamos al menos el conocimiento de los diez mandamientos de la ley de Dios. Allí está resumida toda la doctrina moral cristiana. Bien lo sabemos.
La Gran Misión Jubilar de Lima coincide con un momento político y económico sensible a causa de las próximas elecciones generales. Allí, la Iglesia tiene que recordar que hay que pensar primero en el bien común de la sociedad. Lo recuerda porque la Iglesia vela por la salud espiritual de las almas y quiere que se santifiquen en la realización plena del trabajo ordinario, ofreciéndolo a Dios, haciéndolo con amor de Dios y perfección humana, con un sentido solidario.
La conquista de metas elevadas de respeto al trabajador, al usuario, al consumidor, al empresario con el que quizás se compite, al desocupado, a la autoridad y al menesteroso, desde la esfera de la dirección de las empresas, permitirá a la sociedad superar la crisis que nos hace sufrir y que castiga ordinariamente a los que menos tienen. La responsabilidad del empresario no está solamente en manejar bien su negocio sino en pensar mucho en los demás, para encontrar fórmulas de solución, que ayuden y alivien. Dios quiere que así sea.
Por eso enseña la Iglesia que "en concreto, es absolutamente indispensable -sobre todo para los fieles laicos comprometidos de diversos modos en el campo social y político- un conocimiento más exacto de la doctrina social de la Iglesia" [41].
LOS PERIODISTAS, MISIONEROS DE LA VERDAD Y LA FE
La Gran Misión Jubilar de Lima convoca a todos los comunicadores sociales y a todos los empresarios periodísticos a detenerse para reflexionar, dejando de lado el tráfago ininterrumpido de las noticias, sobre la gran proyección trascendente de los medios de comunicación, porque la buena nueva del Evangelio es la noticia más importante de la historia de la humanidad.
Esta Gran Misión Jubilar de Lima está llamada a ocupar espacios informativos valiosos porque quiere comunicar mensajes transformadores del espíritu y enriquecedores del alma, gozosos y solidarios. Los diarios y revistas, las emisoras de radio y los canales de televisión pueden acelerar el desarrollo armónico de la sociedad si la noticia de Dios es siempre procesada y expuesta con la delicadeza extrema que reclama la dignidad divina.
"Los periodistas y empresarios de los medios de comunicación deben entender que esa gran libertad de expresión de que gozan también lleva a un gran respeto a la sociedad que recibe sus mensajes… Somos nosotros, la sociedad, cada persona, cada familia, cada escuela, cada equipo deportivo, cada grupo de vecinos de cada municipalidad distrital, cualquier grupo de personas -los empresarios, por ejemplo-, todos somos ciudadanos y, por lo tanto, todos tenemos derecho a gozar de esa libertad, ejercitándola a plenitud, con responsabilidad, sin ser manipulados ni por los políticos ni por los periodistas. Esa es buena parte de la libertad de la que habla el Evangelio del que enseña la Iglesia, no lo olvidemos, la libertad que salva al hombre y lo lleva a Dios"[42].
RECAPITULAR LAS COSAS EN CRISTO
La Gran Misión Jubilar de Lima, con sus múltiples actividades parroquiales y sociales, que se seguirán unas a otras durante todo el tiempo de su desarrollo, quiere ayudar a cada fiel católico a descubrir la unidad de vida en Cristo, para que todos los afanes temporales de su existencia terrena tengan la meta de la santidad, que se conseguirán con su vida espiritual de piedad y su acción constante de apostolado fecundo.
"En el descubrir y vivir la propia vocación y misión, los fieles laicos han de ser formados para vivir aquella unidad con la que está marcado su mismo ser de miembros de la Iglesia y de ciudadanos de la sociedad humana. En su existencia no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida "espiritual", con sus valores y exigencias; y, por otra, la denominada vida "secular", es decir, la vida de familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura. El sarmiento arraigado en la vida, que es Cristo, da fruto en cada sector de su actividad y de su existencia" [43].
El encuentro de cada católico con Jesús en la Eucaristía, cuando comulgue, al participar en el Congreso Eucarístico Nacional del año 2000, que tendremos en Lima, deberá marcar un hito en la vida personal y en la sociedad, porque la conversión que se habrá realizado en los meses anteriores, con las prácticas que brindará la Gran Misión Jubilar, habrá cumplido efectivamente su tarea evangelizadora.
UNA NUEVA PRIMAVERA Y UNA NUEVA EVANGELIZACIÓN
Si se mira superficialmente a nuestro mundo, nos dice Juan Pablo II, impresionan no pocos hechos negativos que pueden llevar al pesimismo. Mas éste es un sentimiento injustificado: tenemos fe en Dios Padre y Señor, en su bondad y misericordia. En la proximidad del tercer milenio de la Redención, Dios está preparando una gran primavera cristiana, de la que ya se vislumbra su comienzo. ¡Vocaciones que respondan al llamado que Jesús les hace: Sígueme, y que fieles a ese compromiso entreguen sus vidas al servicio de Dios en la Iglesia, cada uno dentro del carisma que el Padre les ofrece!
Los tres años de preparación católica del Jubileo por el inicio del tercer milenio de la cristiandad han estado dedicados a las tres personas de la Santísima Trinidad, para favorecer en la vida interior de los fieles el trato íntimo y familiar con Dios. A la Santísima Trinidad encomendamos, en consecuencia, el éxito de la Gran Misión Jubilar de Lima, porque la oración es todopoderosa. Pongamos todos los medios humanos para el triunfo de esta pacífica cruzada de amor eucarístico, pero confiemos más bien en la bondad del Dios Misericordioso que nosasiste, para que las almas mejoren con la conversión que la Iglesia les anima a provocar en sus espíritus.
MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA Y REINA DE LA EVANGELIZACIÓN
Como siempre hacemos los cristianos, miremos a nuestra Madre del Cielo. "María es nuestra mediadora, por ella recibimos, ¡oh Dios mío! tu misericordia, por ella recibimos al Señor Jesús en nuestras casas. Porque cada uno de nosotros tiene su casa y su castillo, y la Sabiduría llama a las puertas de cada uno; si alguno la abre, entrará y cenará con Él" [44].
Que la Virgen de la Evangelización acoja esta "llamada a la Misión Jubilar, que deriva de por sí de la llamada a la santidad. Cada fiel cristiano -obispo, sacerdote, religioso o laico- lo esauténticamente si se esfuerza en el camino de la santidad: La santidad es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia". [45] Que Nuestra Madre y Madre de la Iglesia, santa María, nos muestre que la "vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión" [46], mire con benevolencia esta iniciativa de la Gran Misión Jubilar de Lima e interceda ante Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, para que la conversión de los limeños sea real y conduzca a la Iglesia por caminos de paz y de amor.
En Lima, en la Solemnidad de Pentecostés,
Domingo 23 de mayo de 1999.
+ Juan Luis Cipriani Thorne
Arzobispo de Lima y Primado del Perú
[1] Juan Luis Cipriani Thorne, Testigos vivos de Cristo [2] Tertio Milennio Adveniente, nº42 [3] Cardenal Juan Landázuri Ricketts, Oración por las vocaciones sacerdotales [4] cfr. Redemptoris Missio, nº 11 [5] Ga 3, 27 [6] Ef 3, 8 [7] Ecclesia in América, nº 26 [8] Josemaría Escrivá, Amar al mundo apasionadamente, nº 115 [9] cfr. Redemptoris Missio, nº 24 [10] cfr. Redemptoris Missio, nº 37 [11] Evangelii Nuntiandi, nº 20 [12] Jn 14, 6 [13] cfr. Redemptoris Missio, nº 71 [14] Josemaría Escrivá, Amar al mundo apasionadamente, nº 115 [15] Apostolicam Actuositatem, nº 3; cfr. Lumen Gentium, nº 33 [16] In Ioannis Evangelium Tractatus, nº 45 [17] Mc 16, nº 15 [18] Juan Pablo II, Fisonomía pastoral del obispo en América Latina [19] cfr. Ecclesia in América, nº 34 [20] cfr. Fides et Ratio [21] cfr. Veritatis Splendor [22] cfr. Ecclesia in América [23] Ecclesia in América, nº 29 [24] Ecclesia in América, nº 29 [25] cfr. Christifideles Laici, nº 34 [26] Evangelii Nuntiandi, nº 16 [27] Tertio Millennio Adveniente, nº 42 [28] cfr. Jn 3, 16 [29] Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, nº 9 [30] Jn 3, 16 [31] Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, nº 10 [32] Jn 18, 36 [33] Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, nº 12 [34] cfr. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, nº 12 [35] Jn 17, 3 [36] Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, nº 12 [37] cfr. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, nº 12 [38] Mc 10, 17-18 [39] Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, nº 12 [40] 2 Tm 4, 2 [41] Christifideles Laici, nº 60 [42] Juan Luis Cipriani Thorne, Testigos vivos de Cristo, nº 25 [43] Christifideles Laici, nº 59 [44] San Bernardo, Homilía en la Asunción de la Beata Virgen María, nº 2, 2 [45. Christifideles Laici, nº 17 [46] Redemptoris Missio, nº 90