CARTA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI EN EL 25 ANIVERSARIO DE LA ORDENACIÓN EPISCOPAL DEL CARDENAL VICARIO Venerado hermano Cardenal CAMILLO RUINI Vicario general para la diócesis de Roma Han pasado veinticinco años desde aquel 29 de junio de 1983, solemnidad de los apóstoles San Pedro y San Pablo, durante la cual usted, en la catedral de Reggio Emilia, por la imposición de las manos del obispo monseñor Gilberto Baroni, recibió la ordenación episcopal. Loablemente ha elegido celebrar este jubileo junto con los presbíteros de la diócesis de Roma que también festejan este año aniversarios significativos. Por tanto, en esta feliz circunstancia, deseo unirme espiritualmente a usted, querido y venerado hermano, en la acción de gracias a Dios recordando las etapas de su fructuoso ministerio episcopal. Ante todo, los primeros tres años en su diócesis de Reggio Emilia-Guastalla, como obispo auxiliar, con el título de la antigua Iglesia de Nepte. Siendo usted un sacerdote ya muy conocido y estimado, los fieles de Reggio Emilia y de Guastalla se sintieron felices de verlo como primer colaborador de monseñor Baroni en la guía pastoral de aquella Iglesia, con la tarea particular de seguir la formación y la promoción del laicado y la celebración del Sínodo diocesano, cuya tema era "El anuncio del Evangelio hoy en Reggio Emilia y Guastalla". Durante aquellos años también fue intenso su compromiso como vicepresidente del Comité promotor de la Asamblea nacional de la Iglesia italiana en Loreto. Viendo en usted un obispo fiel y sabio, inteligente y clarividente, mi venerado predecesor Juan Pablo II, en junio de 1986, lo nombró secretario general de la Conferencia episcopal italiana. Desde entonces hasta el 7 de marzo del año pasado, usted ha servido ininterrumpidamente al Episcopado italiano, de modo especial a partir de 1991, cuando se convirtió en presidente de la Conferencia episcopal. Como afirmé en la carta que le dirigí el 23 de marzo de 2007, usted ha transmitido con valentía y tenacidad las indicaciones magisteriales y pastorales del Sucesor de Pedro, mostrando gran solicitud por ayudar a sus hermanos en el episcopado a recibirlas y aplicarlas. Sin embargo, el motivo por el que ahora sobre todo deseo darle las gracias, señor cardenal, es su compromiso al servicio de la Iglesia de Roma. El 17 de enero de 1991, el siervo de Dios Juan Pablo II lo llamó a suceder al cardenal Ugo Poletti, encomendándole -así escribió el amado Pontífice- "lo que tengo de más mío y es para mí lo más querido: Roma apostólica, con sus incomparables tesoros de espiritualidad cristiana y de tradición católica; con sus fuerzas vivas de sacerdotes, comunidades religiosas y laicos comprometidos; pero también con sus innumerables experiencias humanas, con sus miles de fermentos y con sus problemas, con sus certidumbres y sus inquietudes, con sus logros y expectativas" (L\\'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de enero de 1991, p. 5). Sabía que podía encontrar en usted "un colaborador experto, de confianza y generoso" (ib.); y usted ha sabido posponer cualquier otro interés a la solicitud asidua y afectuosa por la diócesis. Y esta misma colaboración usted me la ha ofrecido también a mí durante estos años. En la Iglesia de Roma todos han podido constatar su gran capacidad de trabajo, su fe sencilla y genuina, su inteligente creatividad pastoral, su fidelidad a la identidad viva de la institución a través de la unión con el Papa, incluso en medio de las dificultades, y su optimismo confiado y alegre. Así pues, reciba un ferviente agradecimiento, venerado hermano, por cuanto ha realizado hasta hoy en esta amada diócesis. Ante todo, por haber llevado a cabo, en 1993, el Sínodo diocesano. Después de la primera fase, dirigida por su predecesor, usted guió la segunda promoviendo una implicación muy amplia de las parroquias y de todas las demás realidades eclesiales presentes en la ciudad, de modo especial a través de las asambleas presinodales de prefectura, y entablando, a través de la iniciativa denominada "Confrontación con la ciudad", un diálogo abierto con toda la población sobre los problemas más importantes y complejos de la Roma de hoy. Por último, dirigió la celebración de la asamblea misma hasta la redacción del libro del Sínodo. Aquel libro, que tanto le debe a usted, sigue siendo actual para identificar los caminos que pueden favorecer un encuentro real con Cristo en los ámbitos de acción pastoral privilegiados ya entonces por la Iglesia de Roma: la familia, los jóvenes, la responsabilidad social, económica y política, y la cultura. Para poner en práctica aquellas indicaciones, se siguen teniendo en la basílica de San Juan de Letrán muchos encuentros de reflexión y diálogo sobre los principales temas de fe y de programación pastoral. Pienso en los "Diálogos en la catedral" y en las asambleas eclesiales anuales, en las que he intervenido personalmente desde que fui llamado a la Cátedra de Pedro. Entre los compromisos de estos años de episcopado al servicio directo del Obispo de Roma, ¿cómo no mencionar la preparación y la celebración de la Misión ciudadana, como preparación para el gran jubileo del Año 2000? Misión de la que el pueblo de Dios no fue sólo destinatario, sino también protagonista activo. Después, el jubileo mismo, que tuvo su momento de mayor relieve en la XX Jornada mundial de la juventud: inolvidable experiencia de Iglesia, por la cual mucho se debe a la diócesis de Roma. Sin embargo, quiero manifestar mi aprecio en especial por su ministerio episcopal ordinario. A lo largo de los años, usted ha acompañado a la ordenación a 484 presbíteros diocesanos y ha favorecido con diversas iniciativas la construcción de 57 nuevas iglesias parroquiales, de dos lugares de culto supletorios y de la iglesia del Colegio de los santos mártires coreanos. Además, gracias a usted, señor cardenal, numerosas comunidades católicas provenientes de otras naciones del mundo han tenido la posibilidad de disponer de una iglesia en Roma para sus celebraciones y para mantener vivas las relaciones con sus compatriotas y sus países de origen. Deseo darle las gracias una vez más por todo lo que ha hecho por los sacerdotes, los diáconos, los religiosos y las religiosas, los seminaristas, las asociaciones laicales y todo el pueblo de Dios de la diócesis de Roma: durante estos años la diócesis ha crecido en la comunión y en la conciencia de la urgencia de la misión. Al respecto, quiero expresarle mi gratitud personal por la dedicación con que, durante estos años, me ha introducido en la compleja realidad de esta amada Iglesia, acompañándome en las visitas a las parroquias, en los encuentros con el clero, con los pobres, con los enfermos y con los jóvenes. Gracias por haber aceptado mi invitación a un serio compromiso en favor de la educación y por haber convocado muchas veces en la plaza de San Pedro a numerosos fieles para escuchar, sostener y alentar el ministerio del Romano Pontífice. En todas estas circunstancias, usted ha sido ejemplarmente fiel a su lema episcopal: "Veritas liberabit nos". En nombre de esta Verdad, que es Cristo mismo, usted se ha entregado sin cesar en favor del pueblo de Dios que está en Roma. También sería necesario darle las gracias, venerado hermano, por muchos otros servicios prestados a la Iglesia y a la sociedad durante estos veinticinco años de episcopado. El Señor, que conoce el corazón de los hombres, en particular las alegrías y los sufrimientos de los pastores, lo recompense como sólo él sabe hacer y siga colmándolo de sus dones. Encomiendo su querida persona a la Virgen María, Salus populi romani, a san José, a los apóstoles san Pedro y san Pablo, y a la virgen y mártir Inés, que veló sobre los años de su formación en el Almo Colegio Capránica y de cuya basílica, situada en la vía Nomentana, usted es titular, a la vez que con gran afecto, invocando una renovada efusión del Espíritu Santo, le imparto una especial bendición apostólica, que de buen grado extiendo a sus familiares, a sus colaboradores y a todos sus seres queridos. Vaticano, 19 de junio de 2008 BENEDICTO PP. XVI