CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL CARDENAL GIACOMO BIFFI, PREDICADOR DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES Al venerado hermano Señor cardenal GIACOMO BIFFI Arzobispo emérito de Bolonia Al llegar felizmente a su conclusión los ejercicios espirituales, con este mensaje deseo testimoniarle, venerado hermano, mi cordial agradecimiento y mi vivo aprecio por el servicio que nos ha prestado a mí y a mis colaboradores de la Curia romana, guiándonos con sus estimulantes meditaciones. Con la riqueza y la profundidad de pensamiento que conocemos muy bien, usted nos ha impulsado a elevar nuestra mente y nuestro corazón a "las cosas de arriba" (Col 3, 1-2), como indicaba el tema —de inspiración paulina— de estas jornadas de oración y reflexión. Tomando como punto de partida las dos invitaciones litúrgicas con las que, por decirlo así, se inicia el camino cuaresmal: "Convertíos y creed en el Evangelio", "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás", usted nos ha ayudado a meditar en el señorío de Cristo sobre el cosmos y sobre la historia, en su bienaventurada Pasión, en el misterio de la Iglesia y en la Eucaristía, así como en la relación de estas realidades sobrenaturales con el mundo. Completando y valorando las reflexiones teológicas y espirituales de cada día, nos ha presentado sabiamente algunas figuras de "testigos" que, de diversas maneras y con estilos diferentes, han orientado y sostenido nuestro itinerario hacia Cristo, plenitud de vida para cada persona y para el universo entero. ¿Cómo le podemos agradecer, querido señor cardenal, un regalo tan valioso? Sólo el Señor sabrá y podrá recompensarlo dignamente. Yo, por mi parte, y estoy seguro de que también quienes se han beneficiado de las meditaciones que nos ha dirigido, queremos asegurarle un ferviente recuerdo en la oración por su persona y por sus intenciones más queridas. Y para que este vínculo de oración sea más válido y eficaz, lo encomiendo a la intercesión celestial de María santísima. "Que en cada uno esté el alma de María": esta hermosa exhortación, que usted, haciéndose eco de san Ambrosio, ha puesto como culmen de los ejercicios, quisiera yo dirigirla como un íntimo deseo a usted, venerado hermano, a la vez que de corazón le renuevo la bendición apostólica, haciéndola extensiva a sus seres queridos. Vaticano, 3 de marzo de 2007