Krishna –así se llama– es un joven alcarreño que pasó una adolescencia difícil de drogas y alcohol. «Con 16 años iba a clase muy ‘fumao’», confiesa. Leer al clásico medieval alemán le cambió la vida
Porros y litros de cerveza
«En 6º de primaria, con los amigos de mi urbanización probamos los porros. Mi madre me pilló con un poco de marihuana. Con 12 años ya se veía a dónde tiraba la cabra, ¿no?», plantea. «Mi madre lo vio venir y dijo: ´A este niño hay que meterle en algún sitio’, y me metió en un ‘colegio de curas’, como decía ella», prosigue. Krishna comenzó entonces su etapa en el colegio Andel de Alcorcón, al sur de Madrid, un centro educativo del Opus Dei.
Al principio renegaba del centro escolar: «Me decía: ‘Jo, estos pijos con corbata no sé qué, ¿de qué va esta gente?’». Pero, cuando vuelve la vista atrás, reconoce que «ha sido una pasada: los profesores que tuve me enseñaron a trabajar, a estudiar, están muy encima de ti, estás súper arropado». «Yo creo que me han salvado la vida, por poder acudir a un sacerdote, de no tener esa vergüenza y saber que puedes acudir a él», sentencia.
Pese a ello, Krishna seguía fumando tabaco y porros a lo largo de toda la ESO. «Teníamos una guarida construida con muebles robados, a la que íbamos siempre los amigos», recuerda. Más tarde comenzaron los planes de fin de semana: «Beber litros y litros de cerveza». «Para cuando me di cuenta ya me estaba gastando 5 euros en cerveza todos los días y el plan entre semana era ese y fumar porros. Los fines de semana comprábamos el doble de todo y bebíamos cubatas con los amigos de fiesta, en descampados y llegando a casa a las 12 de la noche», afirma.
La situación con su madre, claro, se tensionó: «Tenía bronca con ella todos los días», porque «mi madre siempre ha sido antidroga, antiporros, antialcohol…». Pese a ello, Krishna reconoce que «ella siempre ha estado al pie del cañón». «Me enteré más tarde de que en aquella época dejó el Hare Krishna y empezó a ir a misa y a rezar el rosario con mi abuela todos los días para pedir por mí. Tenían un grupo de oración en el que pedían para que yo me alejara de todos estos temas», señala.
«Iba a clase muy ‘fumao’»
«En 4º de la ESO me cambiaron al colegio público, donde enganché bien con todos mis amigos. Ahí noté que era otra cosa: no estás tan cobijado por los profesores, a la gente le das más igual, los compañeros son un poco más malos. Yo entraba a clase muy fumao y se reían de mí y la verdad que creo que fue el peor año de mi vida», afirma.
Krishna siguió descendiendo por la resbaladiza pendiente de las drogas y las adicciones: «Se me empezó a ir un poco la pinza con los porros, el alcohol. Dejé de fumar porque me sentaba fatal y empecé a probar otras cosas. A los 16 nos colábamos en discotecas, metíamos alcohol porque no teníamos dinero, usaba un DNI falso, etc.», prosigue. Todo eso le llevó a repetir un curso por malas notas, a un nuevo cambio de colegio y de barrio.
La última bala
«Hubo una noche que estuve tan mal que utilicé la única, la última bala que me quedaba en la recámara, porque lo había probado todo, había probado todo lo que te propone el mundo para ser feliz: drogas, chicas, popularidad… lo que te ofrece el mundo y la verdad que no me llenaba. Estaba muy triste. Entonces esa noche me comí mi orgullo y me acuerdo que recé un Padre Nuestro diciendo: ‘Te necesito’».
Terminó el Bachillerato en Madrid y se mudó a Bilbao, donde comenzó a estudiar y a trabajar en una cocina de un restaurante. Para entonces ya había dejado de consumir droga: «Lo bueno de la cocina es que trabajas todos los fines de semana y no puedes salir de fiesta porque trabajas hasta tarde», reconoce. Poco a poco empezó a ir a misa los domingos y a leer el Evangelio mientras iba o volvía de clase. «Me lo ponía en la radio y escuchaba. Me llamaban mucho la atención las lecturas y me llenaban», rememora.
«Cuando terminó la pandemia, un día hicimos una videollamada de antiguos socios del club del Opus Dei al que iba de pequeño. Hablamos de todo y de nada», explica. Pero se le quedó una pequeña espina clavada: «¿No habrá algo parecido a esto en Bilbao?», se preguntó. «Recordé que yo me lo pasaba muy bien con esta gente… y que además rezaba. Entonces escribí a mi monitor y me puso en contacto con una persona del Opus Dei en Bilbao. Empecé a hablar con este chico y la primera vez que hablé con él me puse a llorar porque le conté mi vida: que estaba fatal aunque iba a misa, pero que todavía tenía heridas que sanar», reconoce.
Dos horas de rodillas rezando
«Un día decidí confesarme y fue fenomenal. Encontré un libro en la casa a la que nos habíamos mudado en Bilbao que se llamaba La imitación de Cristo, de Tomas de Kempis, que era muy potente», recuerda. «Contaba cosas sobre el cristianismo que tenían mucho sentido, y por la noche fácilmente me podía pasar 2 horas de rodillas rezando», añade. «Era impresionante: me llenaba muchísimo, pero sí que sentía que me faltaba algo más, siempre necesitaba algo más: iba a misa, me confesaba, hablaba con un cura, pero me faltaba algo», subraya.
Dios te hace santo
Este miembro del Opus Dei «me animó a rezar más, a rezar el Rosario, etc., pero hubo una cosa que me cambió la vida. Me dijo: ‘Tú, Krishna, puedes ser santo’. Yo pensé: ‘Este hombre no me conoce todavía’. Y me insistió: ‘No, no, es que tú puedes ser santo y estás llamado a ser santo. Todos estamos llamados a ser santos y tú no lo vas a hacer, lo hace Dios en ti‘, y eso me descolocó», admite.
«A partir de ahí empezamos a hablar y yo hacía lo que me decían: empezaba la semana muy bien, luego bajaba, subidas, bajones, lo típico, pero al final conectas los puntos: caí de repente en un club del Opus Dei, me hablaron de la santidad en medio del mundo, y en un momento dado me propusieron pedir la admisión al Opus Dei y entregarme a Dios», observa. Fue entonces cuando se planteó la llamada a incorporarse como agregado de la Obra fundada por San Josemaría Escrivá de Balaguer. «La verdad es que me costó un poco la idea del celibato. Dices: ‘A mí me encantan las tías, igual esto no es para mí’, pero claro a todos nos gustan, pero es que Dios necesita gente, nos llama como a los apóstoles y no te lo esperas», reconoce.
«Me costó un poco; varias personas rezaron varias novenas por mí y al final me lancé a la piscina y me fie. La verdad es que sigo muy contento cuatro años después», admite. «Sigo luchando con las mismas cosas evidentemente, porque siempre tiene que haber lucha. Cuando pedí la admisión, dije: ‘Ya he llegado, ya está todo hecho, qué bien’. Pero no: acaba de empezar todo y hoy sí que puedo decir que soy feliz con mayúsculas», subraya.
«Darte cuenta de que Dios te quiere, que está pendiente de ti, que tiene un propósito y una misión para ti concreta… es impresionante. La libertad que te deja para hacer lo que te dé la gana. Cada día no puedo hacer otra cosa que dar gracias a mi familia que ha rezado tanto por mí; mi madre, que puede ser Santa Mónica, la madre de San Agustín, fácilmente; al igual que mi abuela», concluye Krishna.
Por Álex Navajas
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