Padres por primera vez

La primer responsabilidad de traer al mundo un hijo, es formar una persona integra e independiente a través de la educación, presencia y cariño de ambos padres.

Resulta increíble que en la actualidad se hable tanto sobre información y, sin embargo, cuando por vez primera nos convertimos en padres, muchas veces poseemos conocimientos equívocos acerca de la paternidad en general. Esto es resultado en gran parte por la influencia que los medios de comunicación llegan a tener sobre nosotros al ofrecernos un prototipo de paternidad y maternidad generalmente idealizado o hasta tiranizado.

En general, han llegado a presentarla más bien como una realidad en la cual la mujer está llamada a sufrir, por lo que muchas veces la madre se ve superada por su propia maternidad, y respecto a la cual el hombre llega a desentenderse por completo, realidades ambas que sin más, son parte de la propia naturaleza del ser hombre o mujer que los ha dotado con la capacidad para que unidos por un lazo común de entrega y amor, puedan llegar a ser progenitores.

Los hijos, no son exclusivos del padre o de la madre ya que no son realidades excluyentes entre sí, muy por el contrario, han de complementarse y sumar esfuerzos asumiendo la paternidad como una tarea en común. Desgraciadamente, en la práctica la realidad muchas veces es otra: la madre asume la responsabilidad total de la crianza y educación de la prole, mientras el padre se limita a ser quien mantenga a la familia.

Efectivamente, la figura materna en los primeros años de vida del ser humano, se ha comprobado es primordial para el óptimo desarrollo del niño. Sin embargo, esta afirmación ha hecho pensar equívocamente a muchos que la ausencia de la figura paterna no es indispensable dentro de la rutina que se vive en un hogar y en relación directa con la tarea de educar a los hijos.

Bajo esta absurda postura, todos salen perdiendo: el padre, por no compartir con sus hijos cada una de las etapas de crecimiento de éstos con la gratificación que esto implica; y los hijos, por verse privados de la compañía y enseñanzas de un padre que seguramente tendrá más cariño que dar y muchas más cosas que enseñar, que cualquier otra figura masculina a la que puedan recurrir, ya que tarde o temprano, ambos buscarán identificarse tanto con el rol masculino como con el femenino, precisamente en aquellos que les resulten más familiares y cercanos, y es ahí precisamente donde deben de encontrar no solo presentes, sino también disponibles a ambos padres.

«La experiencia, el cariño y la presencia de los padres acompañan a la persona en su biografía y aún más cuando en los primeros años de su vida depende totalmente del cuidado de sus progenitores. De ahí que para que los hijos desarrollen plenamente todas sus capacidades, han de vivir dentro de un ambiente estable y acogedor, digno de su naturaleza de persona, lo cual solo es posible dentro del núcleo familiar en donde los cónyuges uniendo esfuerzos pondrán todos los medios que estén a su alcance para lograrlo, apoyándose en el mutuo amor que se tienen y que es extensivo primordialmente a los hijos y, por ello, trascendiendo cada uno sus propios intereses, deben volcarse en busca del bienestar de sus hijos.» (1)

Paternidad y maternidad son realidades sumamente complejas. La primera y más importante responsabilidad de traer al mundo un hijo, es la de procurar formar a una persona independiente e integra a través de la educación, presencia y cariño de ambos padres. La persona comienza a formarse en esa individualidad ya desde el momento de su concepción y más activamente a partir de su nacimiento.

Paradójicamente, es precisamente cuando el ser humano depende de una forma más directa que nunca de sus padres para lograr su subsistencia a través de la satisfacción de sus necesidades más primarias como son el comer, dormir y vestirse, así como también y no menos importante el recibir atención y afecto. Luis Gadea considera que la ausencia de dichos cuidados puede llegar a ser desastrosa y afirma que «si desde el momento en que nace, el niño no está rodeado de amor genuino de sus padres, si su atmósfera familiar no le brinda la atención y los cuidados solícitos que requiere, entonces hemos de pagar nuestro fracaso frente a la próxima generación al tener que vivir en un mundo desgarrado por el miedo y el odio, poblado por seres desdichados malogrados en el amor y en la amistad». (2)

Esta, parece ser una afirmación un tanto fuerte, pero si reflexionamos un poco nos podemos dar cuenta que efectivamente, todos los problemas y conflictos que se viven actualmente en nuestra sociedad, de una u otra forma tienen sus raíces dentro del núcleo familiar, donde su desintegración o la ausencia de alguno o ambos padres, así como la violencia intrafamiliar, pueden llegar a ser factores realmente desastrosos para el presente y futuro de cualquiera de sus miembros.

La crianza y educación de un hijo aún siendo un gran gozo para los padres, ciertamente no es tarea fácil, y menos aún cuando se trata de una experiencia nueva tan llena de responsabilidades como cuando se es padre o madre por vez primera. Muchos afirmaran que para ser padres no hace falta prepararse, puesto que la vida misma se encargará de hacerlo.

Efectivamente, tanto la mujer como el hombre llevan arraigado desde el momento del nacimiento dentro de su natural forma de ser femenino o masculino, esa posibilidad de algún día poder llegar a ser partícipes de la grandeza de la paternidad; para eso tan solo se necesita la unión de los cuerpos. Sin embargo, tampoco puede negarse que una cosa es procrear y otra muy diferente acompañar y ayudar a los hijos en su tarea de crecer y llegar a desarrollar día a día su potencial para llegar a ser personas de bien.

«Tal es la razón por la que urge que los padres de familia se preparen para serlo, cuidando en primer lugar lo que reflejan como matrimonio ante sus hijos y después tratando de afinar en todas aquellas cualidades y virtudes que les caracterizan y que inculcan de modo natural en los hijos. Por tales motivos «la casa», ese «techo común», es el sitio ideal para introducir a los hijos en el universo de las realidades esenciales: el amor a la verdad, el bien, la justicia, la belleza, la armonía, la paz, la responsabilidad, el trabajo, la alegría… etc., en un clima de libertad. Es allí donde, de modo propio, se vela amorosamente por las necesidades de orden material y corporal de los niños, y donde entran en contacto primariamente con la dimensión espiritual y los valores trascendentes.» (3)

Así, los padres tenemos la obligación de prepararnos y adquirir las herramientas que nos permitan hacer frente a los obstáculos naturales que la vida nos ha de presentar al ir tratando de educar a nuestros hijos. No es lo mismo enfrentar una situación determinada sabiendo de antemano que posiblemente podía suceder, que recibirla totalmente de sorpresa.

En ambos casos se ha tenido que vivir lo mismo; la diferencia está en la forma de enfrentarlo. La angustia que muchas veces pasamos con respecto de lo que le sucede a los hijos, muchas veces no tiene razón de ser ya que tomamos como fuera de contexto situaciones que en realidad son normales que ocurran en ciertos periodos concretos de madurez y desarrollo de la persona en sus distintas etapas de crecimiento. De ahí la importancia de estar informados y conocer las diferentes etapas por las que los hijos han de pasar para alcanzar la edad adulta.

La vida nos convierte en aprendiz de padres con el nacimiento del primer hijo, y la enseñanza y aprendizaje no terminan ni aun después de haberlo experimentado por más de una vez y los hijos se hayan convertido en adultos.

Paternidad y maternidad son realidades que se arraigan en nuestro ser y no dejan de existir nunca, ni aún después de la muerte se deja de ser el padre o la madre de tal o cual hijo y es una cadena interminable que va de generación en generación estrenándose siempre en esta experiencia única de ser padres por primera vez.

Y lo cierto es que existe una realidad que no se puede negar: Cada hijo, sea el primero o el último de una familia numerosa o no, cada uno por su indiscutible individualidad e irrepetible singularidad y valía, es único y siempre serán recibidos al momento de su nacimiento como si fueran siempre los primeros.


1 URDANETA Casas, Maria Isabel y VELASCO Gómez Alejandra. La importancia de la comunicación interpersonal entre madre e hijo para el óptimo desarrollo del bebé. Introducción p. IV Tesis de licenciatura, México, 1994.

2 GADEA de Nicolas, Luis. Escuela para padres y maestros. P22 Ed. Cedi, México, 1991.

3 CUELLAR, Hortensia. El niño como persona. P. 192 Ed. Minos, México, 1990.

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