La auténtica felicidad no se encuentra en una vida perfecta

Tres claves necesarias para ser felices

Según el psicoterapeuta Thomas d’Ansembourg, la condición principal es aceptarnos tal y como hemos sido creados, con nuestras cualidades y defectos. Corresponde a cada uno, aprender a conocer sus necesidades fundamentales. Entonces será más fácil atreverse a ser uno mismo. Luego, se trata de recibir la vida con sus imprevistos y sus accidentes. La felicidad no llegará mañana, cuando se cumpla un proyecto esencial, sino que debe encontrar su lugar en la vida diaria.

“Busca lo más vital, no más”, como cantaba Baloo a Mowgli en la canción de El libro de la selva.

Entonces, ¿por qué una persona enferma u otra que vive sola conserva su alegría de vivir? Porque no se rebela contra lo que le sucede. Aunque no todo el mundo es capaz de “las flores espinas aceptar”, como escribía Teresa de Lisieux en su poema Mi alegría, cada uno puede negarse a dejarse encasillar en una identificación con el cáncer, con la viudez o con la desdicha.

Segundo punto de atención: “la adicción a la mirada del otro”, la droga que el psicoterapeuta Thomas d’Ansembourg afirma ser la más frecuente entre sus pacientes. “¿Quieres ser tú mismo felizmente o adaptarte a las normas penosamente?”, pregunta entonces.

Conformarse a los estándares del mundo solo procura un falso placer efímero. Porque la juventud pasa, el rendimiento intelectual flaquea… Y sin embargo, cuántos sueñan con ganar la lotería, ser ricos, amados, ser “alguien”, como si no fuéramos nadie si no tenemos reconocimiento. ¿Y si la alegría se situara en la renuncia a los mandatos de la sociedad de consumo?

Conocer la felicidad no es conocer una vida perfecta

Se trata de dejar decididamente atrás la idea de que la felicidad depende de las circunstancias. Tarde o temprano, llega un sufrimiento, una muerte, una discapacidad, una crisis de pareja…

¿Cómo responder? ¿Dejando de creer en Dios? ¿Reprochándoselo al mundo entero?

La pregunta que plantearse es, más bien: “¿Cómo acercarnos al encanto de la vida en vez de agravar la pena?”, dice Thomas d’Ansembourg. Y es que, además, el sufrimiento puede hacernos crecer.

Hacer el duelo de un cónyuge o de unos padres “ideales” es el sino de toda vida feliz. Conocer la felicidad no es conocer una vida perfecta o exenta de riesgos. Quien rechaza siempre la oportunidad de ser feliz aprende más a compensar su malestar que a vivir. Sin embargo, la felicidad no es un destino, sino un camino cotidiano.

La felicidad no es una cuestión de azar o destino, sino un proceso voluntario. Del mismo modo que no sirve de nada luchar contra el tiempo que pasa, es inútil esperar que la vida sea más clemente. ¿Cuántos esperan al fin de semana o a la jubilación para ser felices?

Este estado mental se mantiene en la amargura y transpira en el lenguaje. Palabras pesimistas, juicios perentorios o frases anodinas (“Qué pocas ganas de que sea lunes”, “Buena suerte”), que autoproducen la tristeza.

Pueden alertar sobre un estado del alma que conviene cambiar. El psiquiatra Michel Lejoyeux propone un sencillo truco para expulsar eficazmente las emociones negativas: sonreír.

Sin embargo, aunque algunos trucos puedan ayudarnos a ser felices, el entrenamiento se extiende en varios frentes y puede asumir la forma de un combate interior.

La ambición de ser felices y, por tanto, mejores, puede desarrollarse tras haber identificado nuestros malos reflejos. ¿Qué ámbitos merecen cambiar? ¿La búsqueda de poder, las posesiones, los apegos afectivos?

Como la felicidad es un arte de vivir, puede residir incluso en este esfuerzo por obtenerla, no como objetivo en sí, sino para amar mejor.

Y si te falta amor…

Amar a los demás forma parte también de la “operación felicidad”.

“Si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe”, nos dice san Pablo.

Todavía queda encontrar el lugar justo del amor. ¿Quién es el otro para mí? ¿Es como mi hermano o sirve ante todo para colmar mis carencias? ¿Qué papel puedo desempeñar en su felicidad?

Thomas d’Ansembourg preconiza una “ecología relacional” para cultivar encuentros auténticos.

Esquivar a las personas tóxicas no quiere decir protegerse de ellas, puesto que su presencia resulta a veces inevitable.
Sin embargo, saber rodearse también de personas positivas contribuye al clima de paz y bondad que necesita el alma para desarrollarse. No es casualidad que los padres presten atención a las personas que frecuentan sus hijos.

Es la misma lucha por nuestra relación con el mundo: estar atentos a las buenas noticias en la marea de la actualidad es una cuestión de “higiene de conciencia”, analiza el psicoterapeuta, que invita a cuidar de lo que escuchamos y lo que miramos. Las personas cuyo universo está poblado de violencia corren el riesgo de hundirse al menor accidente en su camino.

“Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican” (Lc 11,28). Conectados con la fuente de la vida, su dicha se vuelve inagotable y sus males se transfiguran. Formar parte de la alegría de Dios sigue siendo el camino más seguro hacia la felicidad.

Por Olivia de Fournas
es.aleteia.org

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