El 13 de marzo de 2013 fue el día histórico y memorable en que, por primera vez, un latinoamericano y un jesuita fuera electo Papa. A un año de la elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio nos detenemos a reflexionar sobre los ejes principales que asumido sobre su pensamiento y acciones.
El Papa Francisco ha despertado todo tipo de reacciones en el mundo desde su elección. Desde grafitis y canciones hasta un nuevo aire de esperanza para la vida de la Iglesia, el Papa Francisco se ha ganado la confianza de millones. Sin embargo, para algunos ciertos planteamientos de Bergoglio resultan peligrosos, o al menos incómodos: elogiar tanto la pobreza, tener una liturgia austera y tener actitudes innovadoras o liberales ha alzado la ceja de muchos católicos.
Basta leer algunos puntos de la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, la alegría del Evangelio, para notar que las palabras del Papa Francisco pueden llegar a ser conscientes de la realidad pastoral de los fieles de cualquier ciudad y que también estas palabras pueden ser una espada para muchos de los que, en mayor o menor medida, son responsables de las injusticias económicas o sociales, la violencia, la exclusión, el desprecio, etc.
Ejemplo de esto son las palabras que tiene para los malos financieros y malos ministros de la Iglesia, a los cuales invita a tomar el dinero no como un fin, sino como un medio, y a no considerarse un grupo selecto dentro de la comunidad de creyentes, respectivamente.
Ahora bien, ¿Cuáles han sido, a grandes rasgos, los ejes que dan sustento al pensamiento y a la acción de Francisco? A un año de su elección podemos establecer una mayor claridad que hace unos meses, pues hemos tenido la distancia suficiente para hacer del pensamiento y la acción del Papa unos objetos estudiables. Los ejes que presentamos no son, claro está, los únicos posibles, sino los que nos parecen más notables. Hagamos un breve repaso sobre ellos y detengámonos a reflexionar sobre las propuestas del Papa con un corazón dispuesto a acatar sus indicaciones y una voluntad firme para emprender las acciones a las que nos invita.
1. La Iglesia debe ser comunidad abierta y evangelizadora.
La Iglesia, la comunidad de los creyentes, ha sido desposada con Cristo. No debe cerrarse sobre sí misma de modo egoísta, sino abrirse a todos los hombres para mostrarle a Cristo. La Iglesia, como Cristo, primerea, tiene la iniciativa de mover a los hombres al encuentro con Dios.
En este sentido, la Iglesia es una comunidad en movimiento hacia el mundo. Sin duda podemos decir que los miembros de la Iglesia están llamados a ser «Sal de la tierra y luz del mundo», es por eso que su momento de acción óptima está en la donación al necesitado, no en la contemplación egoísta de Dios que hace que segreguemos a los demás. Ésta es la actitud que Cristo criticó en los fariseos, que seguían la ley, pero no tenían acciones de compasión y de caridad.
De esta forma, la Iglesia, comunidad de salida hacia los hombres, está llamada a primerear (tener la iniciativa), involucrarse, acompañar, fructificar y festejar como Cristo lo hizo con los hombres. (Evangelii Gaudium, No. 24)
2. Los pobres tienen un lugar especial en la sociedad porque, al ser relegados, merecen más atención y cuidado.
La defensa de los pobres tiene como base la dignidad intrínseca de la persona humana, a la que no le es apropiado vivir en una condición de carencia de los recursos más básicos para vivir. El Papa no fundamenta su defensa de los pobres en una opinión o en un sentimiento, sino en una realidad que es la confrontación de la dignidad de la persona con la carencia de lo más básico. Es también esta una cuestión de justicia, pues si se le da a la persona humana lo que necesita según su dignidad, se logrará la justicia de la sociedad, cuya consecuencia es la paz y la seguridad.
Y no es que el Papa indique que a los pobres se los mantenga como tal y que se les dé todo gratis, sin ningún esfuerzo. Al contrario, la solución es dar a todos equidad en oportunidades y proporción en la distribución de la riqueza para que los pobres pueda trabajar y dejar de ser considerados como una carga o sobrante económico, sino como personas humanas, capaces de trabajar y de construir la sociedad en concordia.
Ante esto el Papa dice lo siguiente: «¡El dinero es para servir, y no para gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos. Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano» «Evangelii Gaudium», No. 55.
3. El cristiano está llamado a hacer del cristianismo una vida activa plena.
Es decir, que el cristianismo es la vivencia de la caridad. El cristiano se hace óptimo cuando hace que su vida contemplativa se convierta en una contemplación hecha acción. Esto implica tener la voluntad de cambiar al mundo y de dar testimonio de Jesucristo.
El Papa, siguiendo la espiritualidad jesuita de contemplación que se hace acción, ha propuesta a los cristianos tener mayor participación y de una mejor calidad en la vida comunitaria. Con esto se refiere a hacer de las pequeñas comunidades, como las parroquias, centros de acción para llamar a todos a que conozcan a Cristo y se sepan salvados y reunidos con el Padre por medio de Él.
De la vida contemplativa que observa al Evangelio y lo lleva a plenitud en la acción surge la alegría del Evangelio. La Palabra de Dios, si es sólo leída de poco sirve, pues ella, sobre todo, nos invita a convertirnos a Dios, o sea volver nuestro rostro a Dios, a quien no se puede llegar si no nos ponemos en marcha y si no vivimos como Cristo vivió: orando, dando un buen ejemplo y haciendo presente a Dios entre los hombres.
4. La Iglesia no es fiel a Cristo cuando vive inmersa en un narcisismo y se considera un grupo de creyentes selectos.
Más bien, la Iglesia es comunidad mixta y abierta, hecha de hombres falibles que buscan participar de la vida de Dios. Ante Dios somos valiosos en la medida en que somos únicos. Todos tratamos de acercarnos a Dios y tenemos en Cristo, la Imagen del Padre, el ejemplo para poder aproximarnos. En el espíritu de sabernos salvados por Cristo no es conveniente tener una actitud de superioridad ante otros miembros de la Iglesia sólo por saber más o por ser más piadoso que ellos.
En este ambiente también hay que estar alerta, nos dice el Papa, de dos tentaciones de la vida de piedad que nos pueden llevar a tener una «mundanidad espiritual»: una es la «fascinación por el gnosticismo», esto quiere decir «una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan.» (Cfr. EG, No. 94) La otra es el «neopelagianismo autorreferencial», es decir, «confiar en las propias fuerzas y sentirse superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico» (Cfr. EG, No. 94)