A 25 años de haber recibido el Nobel de la Paz, recordamos a Teresa de Calcuta con un análisis sobre su visión de la mujer.
“No entiendo por qué tanta gente insiste en decir, que tanto mujer como hombre, son exactamente lo mismo, negando de esta manera, las hermosas diferencias que existen entre ambos”. Estas palabras de Teresa de Calcuta, fundadora de la Orden de las Hermanas de la Caridad, resonaron en la cuarta conferencia para la mujer en Beijing, en 1997.
El convencimiento y aceptación de esas diferencias, nos permite, como mujeres, hacer una labor de amor mucho más onda y eficaz en el mundo, que se traduzca en un verdadero apostolado que empieza en la familia y se va extendiendo poco a poco en nuestro ambiente.
“Todos los regalos de Dios —recuerda Teresa de Calcuta— son buenos, pero no todos son iguales. Muy frecuentemente le digo a las personas que me preguntan, que como pueden ayudar a los pobres como lo hago yo les respondo: Lo que yo puedo hacer, tú no puedes. Lo que tú puedes hacer, yo no puedo. Pero juntos, podemos hacer algo muy hermoso para Dios. Y es de esta misma forma como pueden verse las diferencias que existen entre la mujer y el hombre”.
Lejos de alejar al uno del otro, estas diferencias son los ingredientes para poder crear el amor de pareja, el amor de familia, incluso, la armonía laboral. Piénsalo un poco: cuando una mujer quiere asumir actitudes esencialmente masculinas, comienzan los sinsabores y los conflictos, las luchas de poder y la desintegración en las relaciones. Parafraseando a la beata Teresa: lo que tú, como mujer, puedes hacer en la relación, él no lo puede hacer. Lo que tú como hombre puedes hacer en la relación, ella no lo puede hacer. Y, ¿qué más dijo Teresa de Calcuta en ese encuentro?
“Pero, ¿por qué Dios creó a algunos como hombres y a otros como mujeres? Porque el amor de la mujer es una imagen del amor de Dios, y el amor del hombre es otra imagen del amor de Dios. Ambos han sido creados para amar, pero cada uno a partir de una forma diferente. Mujer y hombre se complementan y juntos muestran el amor de Dios de una forma más completa, que haciéndolo cada uno por separado”.
Te invito, querida lectora, a profundizar en estas palabras tan sencillas, pero al mismo tiempo tan llenas de verdad. Llevado este texto a la acción, puede ayudarte a comprender que los detalles que para ti no son importantes, para él lo son y viceversa. Sea en el trabajo o el hogar, la comprensión debe reinar en las relaciones hombre-mujer.
Asumir esas diferencias con entereza y responsabilidad es vivir convencida de nuestra propia naturaleza y vocación. No se trata de encasillarse en un papel determinado por convenciones sociales o culturales. Se trata de responder a un llamado y realizarnos plenamente.
La humildad y la pureza de tu corazón serán la fuente de fortaleza para llevar a cabo nuestro proyecto como mujeres. Sólo desde un corazón limpio se puede ser capaz de poder ver la bondad en el otro, de hacer la diferencia entre persona y conducta. Sólo desde un alma humilde se puede caminar en la verdad y se puede enseñar el amor. Sólo desde esa actitud del alma se pueden hacer los cambios necesarios para crecer como persona, mujer, esposa y madre.
La humildad, esa de la que fuimos testigos tantas y tantas mujeres en el mundo, a través de la figura diminuta de la beata Teresa, es la virtud por excelencia capaz de rescatar y salvar el amor entre amigos, esposos, hijos, hermanos, ciudadanos del mundo.
Hermosas palabras
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