Conversando con Mons. Jean Marie Lustiger, cardenal arzobispo de París sobre algunos temas de Bioética. ¿Qué opina usted del proyecto de ley examinado por el Parlamento sobre la ampliación a dos semanas del plazo para abortar? - Cardenal Lustiger: La antigua ley que despenalizaba el aborto se presentaba como ley de excepción que buscaba paliar situaciones de “angustia”. Hoy, hemos pasado a una reivindicación del aborto como un “derecho” socialmente garantizado. Este cambio lleva consigo dos consecuencias. La primera: el desarrollo de los medios de contracepción no disminuye el número de abortos. Al contrario, el número de interrupciones voluntarias del embarazo (IVE) ha aumentado de un 6% en Francia entre 1993 y 1998, llegando hoy en día a 210.000. La IVE se convierte en una suplencia corriente de la contracepción. Los responsables políticos deben reflexionar sobre este distanciamiento entre la intención del legislador y el resultado obtenido. No podemos decir que la IVE no tiene consecuencias sociales. El legislador debe favorecer la ayuda a las mujeres embarazadas en dificultad y promover una alternativa al aborto. Es una urgencia ética y social. La segunda consecuencia versa sobre la sexualidad en los adolescentes y llama igualmente a la responsabilidad del legislador. Llega un momento preciso a partir del cual se toca el equilibrio global de la sociedad y de las relaciones humanas. Si se trata de responder a situaciones trágicas de embarazo no deseado, ¿no habría que preguntarse sobre su origen? Si el padre es un adulto, un miembro de la familia, un educador, nos encontramos con problemas de incesto o libertinaje. Si el padre es otro adolescente, ¿qué pasa con el sistema educativo para que la sexualidad de los adolescentes sea tan permisiva que llega a provocar semejantes tragedias? ¿Los embarazos por accidente no son síntoma de una regresión afectiva y psicológica de toda una generación? La responsabilidad del gobierno como de la sociedad ¿no consiste en favorecer una educación más que en facilitar el aborto? ¿En cuanto a la proposición de ley socialista sobre la píldora del día siguiente ¿sostiene una postura similar? - Cardenal Lustiger: En la proposición de ley sobre la píldora del día siguiente, o contraceptiva, la autoridad parental está en degradación, por lo que crece el desorden. Para luchar contra la violencia en el liceo y en el colegio, los ministros del interior y de la educación nacional llaman al refuerzo de la educación moral y de la autoridad parental. Pero cuando se trata de la sexualidad de los adolescentes, se hace lo contrario. Parece que nadie reacciona ante el salvajismo inaudito de la publicidad ante el erotismo grosero y la violencia de la televisión y de Internet. Es muy necesario condenar la “pedofilia”. Pero no hay que favorecer la transgresión sexual de los adolescentes, incluso bajo capa de prevención. Sobre la figura del niño se cristaliza la mala conciencia de nuestra sociedad. Pero ¿cómo no establecer una relación entre las prácticas perversas y la promoción de la licencia sexual? Es la historia del bombero pirómano. Se me dirá que hay situaciones de urgencia. Pero no hay que hacer de una situación de urgencia una norma establecida, una regla de comportamiento. La urgencia oscurece el juicio moral, no debe llevar a modificar la ley. La misma lógica ética vale para los últimos estados de la vida: solicita a la política mantener la prohibición del homicidio y favorecer el desarrollo de los cuidados paliativos. ¿El gobierno debe poner en obra la ley sobre la bioética de 1994. ¿Cómo situaría usted este arbitraje entre el progreso de la medicina y la responsabilidad de la política? -Cardenal Lustiger: La bioética es tema primordial, síntoma de nuestra vida social. Nos encontramos frente a una lógica productivista que pone en duda la naturaleza del trabajo del legislador y de la responsabilidad política. Los intereses de la investigación y de los grupos que la financian acaban por transigir. Se confunden, afirman ellos, con el bien de la humanidad, libre de abandonar sus víctimas al borde del camino. La investigación se apropia de un componerse una especie de legitimidad rica y orgullosa que por motivos de salud -en realidad, por miedo a la muerte- llega a transgredir toda regla de derecho. Pero resulta peligroso cuando la investigación y el dinero se imponen como fines. Éstos son medios y no ídolos dignos de sacrificios humanos. Es también peligroso que los políticos responsables del bien común se centren en ambiciones técnicas y económicas. ¿No es hora de que centremos el debate, más que en los medios, en los fines a los que los políticos deben custodiar y dar relevancia? ¿Cuál es la dignidad de los seres humanos, su libertad y su fraternidad? ¿Qué es permitido y qué es lo que hay que prohibir para respetar a los individuos su nacimiento y muerte? Sobre estas apuestas ¿por qué resulta indispensable políticamente transgredir los principios morales esenciales? ¿Comparte usted el miedo expresado ya por numerosos investigadores y médicos ante las nuevas posibilidades de la manipulación de la fecundación y los riesgos de eugenesia asociados a los logros del diagnóstico prenatal? ¿Le parece necesario el arbitrio entre el progreso científico y la responsabilidad de los políticos? -Cardenal Lustiger: Ante el progreso mi pregunta únicamente es: ¿con qué fin? ¿Cómo la paternidad y la maternidad conciben al ser humano, ser de lenguaje, de espíritu y de don? ¿Basta el deseo del niño para que éste exista? ¿Basta no desear al niño para que no exista? La generación que hoy en día se beneficia de las técnicas de procreación asistida se adueña de la historia, pero este dominio inexorable de la reproducción por el diagnóstico prenatal y preimplantario establecido, tiene temibles consecuencias morales, sociales y políticas. ¿Diagnóstico para curar? Sí. ¿Diagnóstico para eliminar? No. La fecundidad humana no es un objeto de fabricación o un producto de consumo. Es un campo de gran responsabilidad respecto del otro, primero del niño y luego de la futura humanidad. Se invierte el sentido de la precaución en sentencia de muerte. Por vez primera esta generación tiene la responsabilidad de la raza genética, la responsabilidad de la continuidad y de la solidaridad entre las generaciones humanas Sí, la responsabilidad política está aquí comprometida. ¿Quién protegerá a los seres humanos de sus violencias y de sus delirios si no lo hace la democracia? Usted dice “¿Riesgo de eugenesia?” ¿Dónde está el riesgo? Yo veo la eugenesia. ¿Usted ha hablado de “raza genética” y de “responsabilidad” respecto de la futura humanidad. ¿Se refiere a la clonación humana? -Cardenal Lustiger: Por supuesto. La clonación de seres humanos, si llega a ser técnicamente posible, implica una reproducción en identidad. Sería un ataque a la filiación. Es contrario a nuestra dignidad reducir la generación humana a una reproducción de sí, a una producción de copias conformes. Es moralmente injusto privar a un nuevo ser humano de la relación filial con sus padres y de la novedad única propia de cada persona engendrada. Es deber cívico de los responsables políticos prohibir jurídicamente la clonación , como lo pidió el 7 de septiembre el Parlamento Europeo. Éste considera que la clonación terapéutica plantea un problema ético profundo, franquea sin retorno una frontera en el campo de las normas de la investigación y es contraria a la política pública adoptada por la Unión Europea. ¿Qué conclusión saca usted de este principio de responsabilidad sobre las decenas de millares de embriones humanos congelados desde hace varios años en Francia? - Cardenal Lustiger: Estamos ante una situación absurda. Fabricar estos embriones como se ha hecho corresponde a una presión médico-científica de la que empezamos a medir la amplitud trágica: 500.000 embriones congelados en el mundo. Hay un principio claro: el fruto de la concepción humana es humano y debe ser pues respetado desde el principio hasta el final natural de su existencia. El respeto que debemos a estos embriones humanos es de dejarlos ahí donde la industria del hombre les ha colocado. Por respeto hacia nosotros, por respeto por ellos y por respeto hacia nuestra propia concepción de la humanidad. ¿Podemos pensar que tengamos que paralizar su congelación? Dicen que esto no sería matarlos, sino simplemente poner fin a nuestra industria en atención a ellos, al igual que se renuncia a un empeño terapéutico. Pero no son enfermos en los que haya que mantener las funciones orgánicas. Privarlos del medio vital, ¿no sería un gesto de muerte que traduciría solamente nuestra impotencia para librarlos del embarazo “carcelario” al que han sido relegados? Servirse de estos embriones como de un material de investigación es todavía peor: es aceptar una nueva transgresión utilitarista del principio de precaución y ofender mortalmente el respeto debido a quien tiene sobre esta tierra valor absoluto, el ser humano. Si los responsables políticos autorizan esta transgresión, no tendrán razones sostenibles para prohibir la producción de embriones humanos para fines de investigación. ¿Quién les ha dado poder de vida y muerte sobre sus semejantes? Ahora que la Corte de Casación acaba de resolver a favor de la indemnización del prejuicio que supone vivir discapacitado, ¿qué puede hacer la responsabilidad política frente al desarrollo de las técnicas de asistencia médica en la procreación y frente a la demanda de un niño perfecto? - Cardenal Lustiger: ¡El niño perfecto no existe! Es una pesadilla. No querer obtener más que un niño perfecto ¿significa deshacerse de muchos otros? Y ¿qué piensa usted sobre los que piden trabajar sobre algunas centenas o millares de embriones humanos para resolver ciertos interrogantes o poner a punto nuevas terapias? -Cardenal Lustiger: Esto, en otras palabras, plantea el problema de las manos sucias: significa “para hacer el bien, déjeme cometer el mal”. La respuesta, aquí, consiste en decir a los investigadores: “Ustedes son suficientemente inteligentes para llegar a su objetivo por otras vías.” Algunas ya se dan. Le Monde.