Homilías del Ciclo B

Primer Domingo de ADVIENTO 28 de noviembre de 1999

Primera: Is 63, 16-17.19; 64,1-7; Segunda: 1Cor 1,3-9; Evangelio: Mc

 

NEXO entre las LECTURAS

 

Actitud vigilante entre la espera y la esperanza: aquí está el punto nuclear de las lecturas litúrgicas. El evangelio repite por tres veces: "vigilad, estad alerta, velad", porque no sabéis cuándo llegará el momento, cuándo llegará el dueño de la casa. En la primera carta a los corintios, Pablo habla de esperar la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que "os mantendrá firmes hasta el fin". La bellísima invocación a Dios del tercer Isaías expresa el deseo de que el Señor irrumpa con su poder en la historia, como si se tratase de un nuevo Éxodo, recordando que "Tú, Señor, eres nuestro padre".

 

MENSAJE DOCTRINAL

 

El día del Señor. En el adviento la tradición de la Iglesia ha unido dos venidas: la del Verbo en la debilidad de la carne, que celebraremos el día de Navidad, y la del Señor en la majestad de su gloria, que pertenece, en cuanto al tiempo y al modo de realizarse, al reino del misterio escondido en el corazón del Padre. Entre ambas corre un hilo de continuidad: la venida histórica de Jesús preanuncia y anticipa en cierto modo su venida última, al final de la historia; quien sale con gozo al encuentro de Jesús de Nazaret en el misterio de su nacimiento, no tiene motivo para temer o desesperar del encuentro postremo y definitivo con el Cristo glorioso, Señor del universo y de la historia. Para el fiel cristiano, el día del Señor no tiene por qué estar revestido de escenas terrificantes, de miedos atenazadores, de horribles fantasmas paralizantes, de visiones apocalípticas deslumbrantes. Con san Pablo, el critiano está seguro de que "el Señor os mantendrá firmes hasta el fin, para que nadie tenga de qué acusaros en el día de nuestro Señor Jesucristo" (segunda lectura). El día del Señor reclama al cristiano, y a todo ser humano, a la responsabilidad de cara al misterio infinito de la encarnación y de la redención.

 

Certeza e ignorancia. La revelación de Dios nos ha desvelado la certeza de la última venida de Jesús, al final de los tiempos. De esto no podemos tener duda alguna los cristianos. Pero Dios nos ha dejado en oscuridad respecto al tiempo y a la manera en que tendrá lugar la parusía. Se ve que para Dios estas cuestiones carecen de importancia. Dios no se revela para satisfacer nuestra curiosidad ni para arrancar de nuestra alma la saludable esperanza; se revela para nuestro bien y para nuestra salvación. La ignorancia sobre el cuándo y el cómo nos mantiene a los hombres, generación tras generación, en estado de alerta y vigilancia, que es a lo que Jesús nos invita en el evangelio.

 

Abandono en las manos del Padre. Junto a esta actitud evangélica, el texto de Isaías nos propone la actitud de abandono filial, pues Dios es nuestro padre y nuestro libertador, nuestro alfarero y nosotros somos su arcilla. Una actitud que se obtiene y configura de manera especial en la plegaria, crisol del espíritu filial y de la fe sólida en Dios. Este espíritu filial hace gritar al profeta con envidiable confianza: "¡Ojalá rasgases el cielo y bajases". Cinco siglos después el deseo se convertiría en realidad con la encarnación del Verbo. Cuando en los designios de Dios esté determinado, el cielo volverá de nuevo a rasgarse y aparecerá el hijo del hombre para juzgar a vivos y muertos y para establecer definitivamente su reinado de justicia, de amor y de paz.

 

SUGERENCIAS PASTORALES

 

¡Vigilancia! Llega la Navidad. En nuestra sociedad corremos el peligro de "pasar bien" la Navidad, como se pasan bien las vacaciones estivas o un día de fiesta nacional. Es decir, vamos quizá a la misa de gallo, porque "tradición obliga", adornamos nuestra casa con un arbolito de luces y un belén, festejamos en familia con un banquete opíparo, vemos en televisión algún programa relativo a las fiestas navideñas, hacemos hermosos regalos a nuestros amigos y seres queridos, reavivamos los lazos familiares en torno al hogar…¡todas ellas, cosas buenas! Pero la sustancia de la Navidad, el misterio más sublime de la historia: Dios entre nosotros, Enmanuel, se nos escapa como agua entre los dedos de las manos o se diluye como el humo en nuestra mente superficial y poco propensa a la meditación seria de las cosas que realmente valen la pena. Hoy la liturgia nos dice: ¡Atentos! Vigilad para no perder la ocasión de meditar en algo importante, de valorar debidamente el misterio que vamos a celebrar.

 

¡Vigilancia! Eres pecador. No sabemos ni el día ni la hora en que vendrá el Señor al término de la historia, pero sí conocemos su venida histórica. ¿Cometeremos la criminal osadía de vivir despreocupados, a sueldo dañoso de pecador empedernido, ajenos del todo al Niño divino de Belén y al Señor de la gloria? Somos pecadores. Llevamos en nosotros la querencia al pecado. No podemos dejar de vigilar para que la llegada del Señor nos encuentre preparados, engalanados con el vestido de boda. Somos pecadores: la Navidad nos recuerda que el Hijo de Dios se ha hecho hombre para redimir al hombre del pecado. ¡Recordemos! ¡Vigilemos! Que la venida histórica de Dios entre los hombres reavive nuestra conciencia de pecadores y nuestra necesidad de salvación. La Navidad no es sólo tiempo para sentimientos de ternura, de intimidad, de fiesta; lo es también para despertar del letargo nuestra conciencia y "hacer nacer a Dios" en nuestro corazón.

 

Segundo Domingo de ADVIENTO 5 de diciembre de 1999

Primera: Is 40, 1-5.9-11; segunda: 2Pe 3,8-14; Evangelio: Mc 1, 1-8

 

NEXO entre las LECTURAS

 

La imagen del "desierto" aparece en la primera lectura y en el evangelio y en ella se compendia el mensaje litúrgico de este domingo de adviento. En el exilio babilónico, a punto ya de que se acabe, un voz grita: "Preparad en el desierto un camino al Señor" (primera lectura). En el evangelio la voz que así grita es la de Juan Bautista, el precursor del Mesías, cuya venida está ya cerca. También en el "desierto" el hombre habrá de prepararse para la grande venida última del Señor, en la que "esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en que habite la justicia" (segunda lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

 

Un "desierto" necesario. En el mundo se dan fenómenos nada evangélicos, nada cristianos. Como los judíos exiliados de Babilonia estaban encandilados por la grandeza del imperio y por la fastuosidad de sus ritos religiosos, los hombres de hoy sienten la seducción del progreso técnico, el prurito de otras religiones que no son cristianas, el reclamo de paraísos alucinantes en que reinan la droga, el sexo y el alcohol, la dulce y adormecedora inconciencia del pecado incluso ante las exigencias básicas de los diez mandamientos…En estas circunstancias surge la necesidad del "desierto": lugar o estado del espíritu donde recrear el ambiente propicio y favorable para encontrarse con Dios y con la propia dignidad de imagen e hijo de Dios, mediante el silencio interior y el recogimiento de los sentidos, mediante la meditación y la plegaria asiduas. Ante la pérdida del sentido de Dios y del sentido del pecado se requieren "espacios", sean exteriores o interiores, de recuperación de sentido, de readquisición de principios, valores y convicciones anclados en el mismo ser del hombre y del cristiano.

 

La intervención divina. Dios desea intervenir en la historia y en la vida del hombre, día con día. Los hombres, sin embargo, ni captan la intervención divina ni se dejan conducir por ella, sino únicamente en el "desierto". Sólo en el "desierto" los hombres se dan cuenta, como los judíos de Babilonia, que hay valles que elevar, colinas que abajar y caminos torcidos que enderezar, a fin de regresar otra vez a la tierra prometida (primera lectura). Sólo en el "desierto" escuchan la predicación de Juan Bautista, se convierten y reciben el bautismo de agua, preparación del bautismo con Espíritu Santo, propio de los discípulos de Cristo (evangelio). Dios continúa en nuestros días su intervención en la vida del individuo y de los pueblos. Imposible reconocer y aceptar tal intervención, si no se vive la experiencia purificadora y medidativa del "desierto".

 

El "desierto" florece. En el ambiente sereno y silencioso de "desierto" nos vamos empapando de la verdad de Dios, del sentido del tiempo, de la norma suprema de la existencia. Dios es nuestro rey que viene con poder y brazo dominador para liberarnos del pecado y de sus secuelas; Dios es nuestro Señor que trae consigo su salario de vida y salvación eternas; Dios es nuestro pastor, que reúne al rebaño y lo cuida amorosamente (primera lectura). En el "desierto" conoceremos que el día del Señor llega como un ladrón y que el cómputo del tiempo que Dios hace no coincide con el de los hombres. En el "desierto" sabremos que Dios no quiere que alguien se pierda, sino que todos se conviertan. En el "desierto" veremos con claridad que la espera de la venida del Señor debe llevar al hombre a una conducta santa y religiosa, es decir, al cumplimiento perfecto de la voluntad santísima de Dios (segunda lectura).

 

SUGERENCIAS PASTORALES

 

Un "desierto" en tu vida. La vida es movimiento, acción, ir y venir, hacer, proyectar, progresar, cambiar. Tu vida, desde la mañana a la noche, está llena de trabajos y tareas, de citas y reuniones, de contactos y relaciones, de ruido, smog, tensión nerviosa…Puedes llegar a pensar que más que vivir eres "vivido" por el dinámico duende de cada día. ¿Cómo vivir? ¿Cómo ser tú mismo en plenitud? ¿Cómo infundir espíritu al duende cotidiano, no poco materialista y ramplón? Tienes necesidad de "desierto". Y eres tú mismo quien puede y tiene que construírselo con paciencia, voluntad y gracia de Dios. Dentro de tu "desierto" te será fácil prepararte bien para la Navidad, para la sorpresa de Dios en este año jubilar.

 

¿Sabes quién viene?. La respuesta es fácil y clara para un cristiano: "El Verbo de Dios que se hizo hombre y nació de María la Virgen en Belén de Judá". Es la respuesta catequética, que apredimos de niños. Pero te vuelvo a preguntar: ¿Sabes realmente quién viene? A la respuesta catequética tiene que seguir la respuesta dogmática, es decir, el rico contenido doctrinal de la formulación catequética; y además la respuesta espiritual, o sea, el sentido e incidencia que Jesucristo tiene en tu mundo interior (pensamientos, decisiones, ideales, proyectos) y en tu relación con lo divino; y finalmente, la respuesta moral, aquella que se da con los comportamientos diarios según el estilo de Cristo, aquella en la que Cristo modela la propia actividad y el conjunto de las experiencias vitales. ¿Sabes realmente quién viene? ¿Es la tuya una sabiduría meramente nocional o incide vitalmente en toda tu personalidad y en toda tu experiencia existencial? El adviento es tiempo favorable para dar una respuesta completa a pregunta tan sencilla, pero tan trascendental.

 

Solemnidad de la Inmaculada Concepciòn 8 de diciembre de 1999

Primera: Gén 3,9-15.20; Segunda: Ef 1,3-6.11-12; Evangelio: Luc 1,26-38

 

NEXO entre las LECTURAS

 

Los designios de Dios para el hombre y el mundo eran maravillosos, un verdadero paraíso, con la obvia limitación de su ser creatural. Pero el hombre, por instigación diabólica, prefirió erigirse su propio paraíso, rebelándose contra su misma condición, eliminar a Dios y ponerse él en su lugar. El resultado fue desastroso, la "desnudez" más radical de su dignidad y de su sana relacionalidad (primera lectura). Pero Dios es fiel en sus designios y solícito de la suerte del hombre, y por ello al pecado de Adán y Eva responde con un proyecto estupendo de salvación: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza". Esta promesa se cumple cuando María, al anuncio de la encarnación del Verbo, hecho por el ángel Gabriel, pronuncia su humilde respuesta: "Hágase en mí según tu palabra" (evangelio). ¡Oh feliz culpa! Porque nos ganó un tal Salvador y una tal Madre. Sí, en Jesús, y en María por mérito de su Hijo, Dios mismo recreó en sus inefables designios la naturaleza humana y la elevó a un rango superior (segunda lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

 

Dios realiza sus designios. La vida e historia del mundo y de los hombres no dan vuelcos y vuelcos por simple azar o ínsita necesidad. Así sería, si nada ni nadie estuviese en el origen de las cosas y de los acontecimientos. Hay, sin embargo, un Dios que ha creado el universo y en él al hombre; hay un Dios que ha dado orden a todas las cosas y ha trazado un plan magnífico para el hombre. Ese plan lo llamamos "historia de la salvación": una historia que inicia con la historia del hombre, tiene su plenitud en Jesucristo, centro y punto focal del universo y de la historia, y terminará con el fin de los tiempos. El plan de Dios era algo estupendo, la suma de todos los bienes, que el libro del Génesis denomina "paraíso". El hombre primigenio, quizá por inexperiencia y ciertamente en virtud de su libertad, se rebela contra ese plan divino y peca.

 

¿Qué hace Dios al ver desbaratado su plan para el hombre? No rechaza sus designios de amor y de salvación. Por eso, "castiga" al hombre y lo pone en su sitio de creatura y en su condición de ser limitado, imperfecto, débil, y además con una libertad que no ha sabido usar de modo digno, a servicio de su bien y en respeto del designio de Dios. Ante esta situación, el hombre, desde la intimidad misma de su ser, cae en la cuenta de que está necesitado de salvación. ¿Quién, sino Dios, podrá salvarlo? Dios lo sabe, y hace al hombre una promesa que atravesará los siglos hasta que se cumpla la plenitud de los tiempos.

 

Dios saca bien del mismo mal. En su providencia, Dios no cambia su plan ni lo corrige; hace lo que no podríamos siquiera imaginar: del pecado, que pretendía destruir el designio divino, se sirvió para que resplandeciese de modo más fulgurante su amor al hombre y su plan de salvación. De esta manera, el Verbo e Hijo de Dios entró en la historia humana, por medio de María, y llevó a plenitud y perfección, sea la historia humana (Jesús es el hombre perfecto) sea la historia de la salvación (Jesús es el Redentor del hombre y de la historia).

 

En Jesucristo la historia de la salvación ha logrado su culmen y perfección. En Él, prototipo de todo hombre, ha llegado a su fase final y completa. Pero la historia no termina en Él, sino que continúa en la vida de los hombres a lo largo de los siglos hasta el fin del mundo. Cristo redentor prolonga en la historia el designio salvífico de Dios y el Espíritu Santo lo interioriza en el corazón de los hombres. María es la primera que participa en la plenitud de la historia salvífica, de una manera privilegiada y única. Pero el hombre de cualquier época de la historia tiene que confrontarse con este plan de Dios y tomar postura. La libertad, con la que el primer hombre se confrontó con el designio de Dios, es la misma con la que el hombre posterior a Cristo puede aceptar o rechazar el programa cristiano de la redención. Con todo, la oferta de salvación en Cristo Jesús no sólo sigue en pie, sino que responde a las aspiraciones más profundas e íntimas de todo hombre, hoy, ayer y siempre.

 

SUGERENCIAS PASTORALES

 

La vida no es un azar. Tu vida no es un meteorito caido del cielo sobre el planeta tierra en el siglo veinte por puro capricho del azar, al igual que podría haber caído en el siglo XIX ó XXI, o simplemente no haber caído. No. Tu vida tiene una razón de ser, responde a un proyecto, forma parte de un plan grandioso trazado por Dios desde su eternidad. Descubrir tu puesto en este proyecto divino, conocerlo bien, valorarlo y entregarte en cuerpo y alma a su realización es la tarea más importante y más apasionante de tu existencia terrena. Es lo que hizo María en toda su vida, como el evangelio de hoy lo ejemplifica en el momento de la anunciación del ángel Gabriel. Su hermoso ejemplo nos estimule a seguir con actitud obediente y con fidelidad el mapa de ruta que Dios ha trazado a nuestra existencia. Y pensemos que no caminamos en solitario. A nuestro lado, en nuestro medio ambiente, en nuestra parroquia, hay otros hombres y mujeres que forman parte del mismo designio de Dios. Sintámonos solidarios unos de otros.

 

La Inmaculada Concepción. En el designio de Dios estaba que María fuese redimida de un modo absolutamente original por los méritos de su Hijo Jesucristo y en previsión de su vocación de Madre de Dios. El lugar privilegiado de María en el plan de Dios lleva consigo dones y gracias correspondientes, algunas de carácter único. También a tu vida Dios la enriquece con gracias más que suficientes para que realices con dignidad y perfección el puesto que te ha asignado Dios en la historia de la salvación. No cuenta tanto que el puesto sea grande o pequeño, más bien que Dios estará contigo y te bendecirá con sus dones para que logres ocuparlo dignamente.

Domingo Tercero de ADVIENTO 12 de diciembre de 1999

Primera: Is 61,1-2.10-11; segunda: 1Ts 5,16-24; Evangelio: Jn 1, 6-8.19-28

 

NEXO entre las LECTURAS

 

"El espíritu del Señor me ha enviado para dar la buena nueva…me ha enviado para anunciar…" (Is 61,1-2). Un personaje, figura de Cristo, se siente investido de una misión liberadora y salvífica. También Juan Bautista, que reconoce honestamente su función en el plan de Dios, se sabe enviado no como suplantador, sino como testigo de la luz, del mesías por todos esperado (Evangelio). Finalmente, Pablo, apóstol-enviado de Cristo, lleva a cabo su misión mediante la predicación y mediante cartas. En esta su primera carta a los tesalonicenses les exhorta a vivir en conformidad con la salvación que Cristo, el enviado de Dios, nos ha conferido (segunda lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

 

Por encima de todo, la misión. Es ésta, en mi opinión, la grande enseñanza de la liturgia de hoy. El profeta, para el pueblo ya regresado del exilio babilónico, recibe una misión que, en parte le tocará realizar entre sus contemporáneos, pero que en la mayor parte remite a la figura futura del mesías. Con toda razón Jesús hará propia esta misión del profeta, indicando así el cumplimiento de la Escritura y su vocación y misión mesiánicas. Juan el Bautista, por otra parte, es muy consciente de quién es él y de cuál es su misión. Él no es el mesías; él no realiza la figura mesiánica del texto de Isaías. Él es sólo una voz que prepara los caminos del mesías, es sólo un testigo de la luz que alumbrará a todos los hombres. Saberse con misión no es suficiente, hay que conocer cuál es la propia misión en los designios de Dios. Nuestra misión, como la de Juan Bautista es la de ser testigos de la Luz, como la de Pablo y la de los primeros cristianos es ser apóstoles de Jesucristo. Hay, pues, una hilo continuo entre la misión del profeta, la de Juan el Bautista, la de Jesús, la de Pablo y la de los cristianos de todos los tiempos. Esta continuidad garantiza y da credibilidad a nuestra conciencia y a nuestro sentido de misión entre los hombres.

 

Misión con contenido. Cuando uno es enviado a alguien, lo es para comunicarle un mensaje. La misión es, por tanto, inseparable del mensaje que se ha de comunicar. ¿Cuál es el contenido de la misión del profeta, del Bautista, de Pablo? Considerando los textos litúrgicos, podemos señalar algunos elementos de este contenido:

 

a) El anuncio de la liberación por parte del mesías, es decir, de Jesús de Nazaret: "me ha vestido con un traje de liberación, y me ha cubierto con un manto de salvación". Una liberación mediante la palabra y mediante las obras. Una liberación integral, que evangeliza, que cura, que consuela. Un anuncio que lleva a la conciencia viva de que "somos libres con la libertad con la que Cristo nos ha liberado".

 

b) El testimonio de Cristo como luz del mundo, que ha sido enviado por el Padre para iluminar las mentes y las conciencias de los hombres. Una luz que está en medio de nosotros, pero que no se ve, si no hay alguien que dé testimonio de ella, como Juan el Bautista.

 

c) El estilo de vida del hombre liberado e iluminado por Cristo, tal como se describe en la exhortación de Pablo a los tesalonicenses: alegría cristiana, oración, eucaristía, discernimiento de los carismas, vida irreprochable y auténtica.

 

SUGERENCIAS PASTORALES

 

1. Cristianos con misión. No se puede separar el nombre de cristiano de la misión. Por definición, cristiano es el discípulo de Cristo que participa de la misma misión de Jesucristo. Si alguna vez hubo cristianos "pasivos", esa época ciertamente no puede ser la nuestra. Cada cristiano ha de ser consciente de que tiene una misión que realizar en la Iglesia: santificar su vida y colaborar en la santificación de la de los demás. Los primeros destinatarios de la misión somos nosotros mismos, porque sólo cuando nosotros somos evangelizados podemos ayudar en la evangelización de otros. ¿Cómo ser "misioneros" de nosotros mismos? El Espíritu Santo, que nos habla al corazón mediante la Biblia y a través de las enseñanzas de la Iglesia, nos irá mostrando a cada uno las formas personales y concretas de conseguirlo. Pero somos también "misioneros" de nuestros hermanos, cualesquiera que sean, hagan lo que hagan, independientemente de las circunstancias existenciales en que se hallen. Somos "misioneros", es decir, enviados por el mismo Cristo a anunciar en la escuela, en la casa, en la oficina, en la calle, en el club, en el parlamento, etc., que Jesucristo es el Salvador de todos, que Él es la Luz del mundo que ilumina todas las oscuridades de la conciencia individual y de la existencia social y colectiva, que Jesucristo Salvador crea un hombre nuevo y un estilo de vida nuevo, dignos de vivirse.

 

Testimonio y Eucaristía. El "misionero" cristiano cumple su misión sobre todo cuando es testigo, es decir, cuando encarna en su vida de todos los días lo que va predicando de palabra en los diversos lugares y circunstancias diarias. La participación cotidiana a la Eucaristía consolida la vocación de testigo. En efecto, se da testimonio ante todo de que la Eucaristía es el centro de convergencia y punto de referencia de la fe y de la santidad. Además, participando al misterio de la redención y alimentándose con el cuerpo y la sangre de Cristo, se recibe una fuerza espiritual inimaginable para ser testigo de Cristo Salvador, luz del mundo y rey de los corazones de los hombres. Finalmente, con la Eucaristía damos testimonio de pregustar ya al Señor que viene, en la Navidad mediante la actualización litúrgica del misterio, al fin de los tiempos mediante la virtud de la esperanza de poseer plena e íntegramente lo que ahora sólo sacramentalmente pregustamos.

Domingo Cuarto de ADVIENTO 19 de dciembre de 1999

Primera: 2Sam 7, 1-5.8-12.14.16; Segunda: Rom 16, 25-27; Evangelio: Lc 1, 26-38

 

NEXO entre las LECTURAS

 

Dios muestra a David su gratuidad anunciándole que le construiría una casa, es decir, una dinastía y que sería para él y sus descendientes como un padre (primera lectura). La misma gratuidad divina se hace evidente en el anuncio del ángel Gabriel a María sobre su vocación de Madre de Dios por obra del Espíritu Santo. María será la "nueva casa", la "nueva arca" construida por Dios en la plenitud de los tiempos (evangelio). La acción gratuita de Dios se manifiesta, finalmente, en medio de los cristianos y del mundo entero, en su poder para consolidar a los fieles en la fe, en su revelación del misterio mantenido en secreto desde la eternidad, y ahora dado a conocer a todas las naciones para que respondan a este revelación con la fe (segunda lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

 

La gratuidad de Dios. Es ante todo una obra de la Trinidad. Es el Padre quien promete a David una "casa", quien envía el ángel Gabriel a una virgen de nombre María y quien revela a los hombres su misterio; es en el Hijo de Dios (hijo de David según la carne) en quien tal promesa logra su perfecto cumplimiento: "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la estirpe de Jacob y su reino no tendrá fin", y en quien el Padre se revela a los hombres; es por obra el Espíritu que el Hijo de Dios se hizo hijo de David en el seno de María: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra", y por quien los cristianos son hechos hijos de Dios. Esta gratuidad trinitaria se caracteriza por tres notas: La absoluta iniciativa divina (ni David, ni María, ni los hombres han emprendido algo merecedor de la intervención de Dios), una iniciativa que tiene que ver exclusivamente con la salvación del hombre sin interés alguno por parte de la divinidad, y una salvación caracterizada por la universalidad: todas las naciones.

 

Los caminos de la gratuidad. 1) El primero es el de la elección: Dios elige a quien quiere para realizar sus designios en la historia. Eligió a David, y no a Samuel o Saúl, para fundar la monarquía y la dinastía mesiánica. Eligió a María, no a Isabel o a Ana, para ser la Madre del Mesías y la Theotókos. Eligió a Pablo y a los apóstoles para revelar a los hombres el misterio escondido desde la eternidad. 2) Otro camino de la gratuidad divina es la misión que Él encomienda. No son los hombres quienes la buscan y se afanan por alcanzarla; es Dios quien la da y quien acompaña al hombre en su realización. La misión concreta en la vida no se la inventó David, ni María Santísima ni Pablo. El inventor, dador e impulsor de la misión es sólo y exclusivamente Dios. 3) Un tercer camino es la salvación. Sólo Dios salva. Los hombres somos únicamente instrumentos racionales y libres, colaboradores responsables o no de Dios en la realización de su obra salvífica. Quien quisiera izarse a salvador por propia voluntad, usurpando un derecho exclusivo de Dios, sería reo de impiedad y de soberbia inauditas. 4) En este ámbito de la gratuidad, hemos de colocar la Navidad. No es este acontecimiento ni su memoria litúrgica algo que nos es debido cada año. Como en su mismo origen, sigue siendo hoy absolutamente gratuito. Es un misterio, y éste es siempre don, gracia, pura liberalidad divina.

 

SUGERENCIAS PASTORALES

 

La Navidad, un don. En nuestra mentalidad "cristiana", damos por descontado que el día 25 de diciembre es Navidad. Esta fiesta forma parte del calendario civil, y marca, con sus tradiciones populares en los diversos países "cristianos", unos días de especial carga de ternura y de gozoso ambiente familiar y hogareño. En muchos países es costumbre intercambiar regalos, y abrir el corazón a los más necesitados con una sonrisa o con una ayuda en dinero o en especie. Todo eso es bueno y hermoso, y puede estar inspirado por el mismo acontecimiento de la Navidad, pero es obra del hombre, es resultado de la historia o exigencia de las circunstancias presentes. Todo eso rodea al misterio, pero no entra en él. Para poder entrar en el misterio de la Navidad requerimos de la intervención de Dios. Entonces la Navidad será sobre todo una realidad interior, una honda transformación, un compromiso exigente. El período de adviento es tiempo de preparación para acoger el don, para abrir la puerta del alma al poder de Dios sobre mi vida. ¿Cómo me estoy preparando, cómo me puedo preparar mejor para recibir esa gratuita y estupenda donación de Dios?

 

María, figura del adviento. La vida de María, antes de la primera Navidad, puede ser considerada como el primer y más verdadero "adviento". María se preparó para acoger el don de Dios en un clima de oración, siendo como era una fervorosa hija de Israel. Se preparó viviendo la vida sencilla de una niña y adolescente judía, cumpliendo con perfección sus deberes religiosos y familiares. Se preparó con la lectura y la meditación de la Escritura y de las grandes maravillas de Dios en Ella narradas. Se preparó con la docilidad al Espíritu Santo, que había llenado su alma desde su misma concepción haciéndola una mujer "llena de gracia". Y tú, ¿cómo te estás preparando? ¿O ni siquiera has pensado que haya que prepararse al acontecimiento más crucial de la historia humana? Como párroco y pastor de almas, ¿qué estás haciendo para ayudar a los fieles a abrir el corazón a la irrupción misteriosa y gratuita de Dios en su vida personal y en la vida de sus hermanos? El adviento de María puede inspirarnos en nuestro adviento del año 1999.

 

 

Misa en la NOCHE de NAVIDAD 24 de diciembre de 1999

Primera: Is 9, 1-3.5-6; Segunda: Tit 2, 11-14; Evangelio: Lc 2, 1-14

 

NEXO entre las LECTURAS

 

Se da una fuerte paradoja entre el oráculo de Is 9,1-6 en que se habla de una luz que ha brillado y el oráculo anterior en que el pobre israelita "sólo encontrará angustia y oscuridad, desolación y tinieblas, noche sin salida" (Is 8, 22-23). El mismo tono paradojico continúa en el evangelio de san Lucas: por un lado, el nacimiento de un niño en una cueva y reclinado en un pesebre, por otro, un ángel dice a los pastores, refiriéndose a ese niño: "Os ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías, el Señor". ¿Y no se encuentra también una paradoja en la segunda lectura entre estar en el mundo y vivir los valores del mundo, por una parte, y, por otra, no ser del mundo y por tanto estar sellado por lo específico cristiano?.

 

MENSAJE DOCTRINAL

 

La paradoja de Yavéh. No pocas veces, Dios se ha mostrado en la historia de Israel de forma paradójica. Recordemos a Abrahán (sin hijos y Dios le promete una descendencia más numerosa que las estrellas del cielo y las arenas del mar), a José (esclavo judío y virrey de Egipto), a Moisés (un pobre extranjero ante el faraón para pedir que deje marchar a su pueblo), a los valientes de Gedeón (300 para derrotar a un numeroso ejército de madianitas)…En el siglo VIII a.C. Isaías conoce bien la devastación llevada a cabo el año 734 por Tiglat Pileser III sobre las tierras de la Galilea (país de Zabulón y Neftalí), que en adelante será una región semipagana odiada por los judíos. Sin embargo, proclama en nombre de Dios que esa tierra será la primera en ver la luz de la alegría, de la paz y de la justicia "porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado" (primera lectura). Los caminos de Dios no son ciertamente los de los hombres ni los de los hombres son los de Dios.

 

La paradoja de Jesús. Toda la vida de Jesús es un juego impresionante de contrastes y contraluces, y esto se hace evidente desde su misma entrada en el mundo. Por un lado, Augusto el señor del imperio romano, por otro, un niño judío impotente, ignorado, apenas recién nacido. Por un lado, un pobre niño nacido en una cueva y reclinado en un pesebre, por otro, el anuncio del ángel de que ese niño es el Salvador, el Mesías, el Señor, es decir, más grande y por encima del mismo Augusto. Como Mesías, ese niño es el Salvador del pueblo de Israel que desde siglos lo esperaba con anhelo; como Señor es el Salvador del mundo gentil y pagano, que esperaba, casi sin saberlo, a alguien que lo salvara de las guerras y de la galopante inmoralidad y vida desordenada en que estaba inmerso. Por un lado, un anuncio maravilloso, hecho nada menos que por un mensajero divino, por otro, los destinatarios del mensaje: unos ignorantes pastores, que además gozaban de mala fama entre los judíos.

 

La paradoja del cristiano. Viendo la acción de Dios en la historia de Israel, y la vida de Jesús desde sus mismo comienzos, ¿no hemos de pensar que toda la vida cristiana habrá de ser una paradoja? Es lo que se dice en el texto de la segunda lectura, tomada de la carta a Tito. Por un lado, el critino vive en el mundo, se codea con hombres que no son cristianos, pero que tienen unos valores, como por ejemplo la moderación, la justicia, la religiosidad. Por otro, el cristiano es y debe vivir siempre como cristiano, que no es de este mundo, sino que vive "aguardando la bienaventurada esperanza: la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo". Los valores, que comparte con los demás hombres, los debe "cristianizar", de modo que a través de ellos exprese su fe, su esperanza y su caridad. En cuanto hombre, debe asumir los valores humanos, pero en cuanto cristiano, debe revestir estos valores de un talante propio: el cristiano.

 

SUGERENCIAS PASTORALES

 

Una Navidad igual y diversa. Como tantos millones de hombres, el día 24 y 25 de diciembre no irás a trabajar, cenarás alegre pavo relleno u otro plato típico con tus seres queridos, escucharás y tal vez cantarás villancicos navideños, disfrutarás con tus hijos del árbol de Navidad en un ricón del salón, o hasta de un pequeño "belén" con bonitas figuras de porcelana…Pero si eres cristiano, todo esto debes hacerlo con sentido cristiano, como expresiones tradicionales e históricas, y a la vez actuales, de la fe en el misterio que la Iglesia celebra desde hace dos mil años: la presencia salvadora de Dios en la carne de un niño recién nacido. Tú, párroco, debes recordar esto a tus feligreses. Tú, padre o madre de familia, debes hablar de esto a tus niños, en la forma en que ellos puedan entender. Tú, cristiano, quienquiera que seas, debes vivir esos días navideños en gran parte igual que los demás hombres, pero al mismo tiempo con un espíritu diverso. En todo se ha de notar que somos y vivimos como cristianos.

 

Paz y alegría. No sé si algún día se logrará la globalización de la paz, pero la verdad es que en nuestro año 1999 no se ha conseguido todavía, habiendo como hay tantos focos de horror y de muerte. Es el duro contraste entre el mensaje del ángel por el nacimiento de Jesús, y la realidad con que el hombre topa cada día. La Iglesia no se cansa de enseñarnos que la globalización de la paz es el resultado de hombres pacíficos, constructores de paz. ¿Vives en paz con Dios y con tu conciencia? ¿Vives en paz con tus familiares, vecinos, compañeros de trabajo, parroquianos? De la paz interior nace la alegría, esa alegría que nada ni nadie te puede arrebatar, aunque tu corazón esté sangrando y tus ojos en lágrimas. Es la alegría del creyente, que sabe tener en Jesús el Salvador del mundo y el Señor de la historia.

 

 

Solemnidad del Nacimiento del HIJO de DIOS 25 de diciembre de 1999

Primera: Is 52, 7-10; Segunda: Heb 1,1-6; Evangelio: Jn 1,1-18

 

NEXO entre las LECTURAS

 

Las lecturas del día de Navidad se centran todas ellas en el "misterio". Se trata primeramente de un misterio escondido en la eternidad de Dios (evangelio), preanunciado y prefigurado por medio de los profetas a lo largo de siglos (primera y segunda lectura), revelado en la "carne" del Verbo (evangelio), testimoniado por Juan el Bautista y por todos los que aceptaron a Jesús, al venir a este mundo (evangelio).

 

MENSAJE DOCTRINAL

 

Misterio escondido y revelado. "Al principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios" (Jn 1,1). En el ámbito misterioso de lo eterno habitaba la Palabra junto al Padre y al Espíritu. Una Palabra pronunciada por el Padre de una vez para siempre. Una Palabra sin palabras, única, definitiva, completa. El Padre, rico en misericordia, quiso que su Palabra comenzara a resonar en la historia y en la vida de los hombres, "muchas veces y de diversos modos por medio de los profetas" (Heb 1,1), "mensajeros que anuncian la paz, que traen la buena nueva y proclaman la salvación" y "centinelas que ven con sus propios ojos que el Señor vuelve a Sión" (primera lectura). De este modo, al resonar en labios proféticos, la única Palabra se hizo múltiple, la Palabra completa vino a ser parcial y limitada, la Palabra definitiva se hizo provisoria. ¡Gran misterio de la Palabra, misterio que culminará en la asumpción de la carne en el seno de María Santísima! ¡Qué abismo de misterio nos revela este acontecimiento imprevisible, inefable, infinitamente gratuito, aunque esperado y ardientemente deseado por la humanidad entera!

 

Misterio testimoniado y que pide respuesta. "Juan dio testimonio de él" (Jn 1,15). "La luz resplandece en las tinieblas y las tinieblas no la sofocaron" (Jn 1,5), la recibieron (cf Jn 1,12). Es el testimonio de quienes han visto y han oído. ¿Qué cosa? O mejor, ¿a quién?. Han "visto" y "oído" la Palabra en la carne y en los labios de Jesús de Nazaret. El Espíritu les ha hecho "ver" y "oír" la Buena Nueva, el Evangelio traído del cielo y que conduce al cielo. ¿Qué Evangelio? Jesús es la luz que con su venida al mundo ilumina a todo hombre; Jesús es la vida por la que nacemos de Dios y llegamos a ser hijos de Dios; Jesús es la gracia y la verdad, que estando en el seno del Padre nos puede revelar y explicar el misterio del Padre (Evangelio). Jesús es el resplandor de la gloria del Padre e imagen perfecta de su ser (segunda lectura), es decir, plenamente igual al Padre en su ser, en su poder y en su amor.

 

Este Jesús, que nos llega mediante el testimonio de Juan el Bautista y de los apóstoles y primeros cristianos, interpela a cada hombre para que acepte su misterio personal y sea su testigo entre los demás. Ante el misterio de Jesús, hay quienes lo rechazan y quienes lo aceptan, quienes se ponen a su servicio y quienes se desinteresan de Él. La Navidad es magnífica ocasión para que el hombre examine su actitud ante el Niño Dios: ¿Acogida y testimonio, o rechazo e indiferencia?

 

 

SUGERENCIAS PASTORALES

 

Mensajeros y centinelas. Desde los inicios de la historia de la salvación ha habido mensajeros y centinelas de Dios para anunciar el designio de Dios y proteger a los hombres, especialmente al pueblo de Israel y a la Iglesia, como nuevo Israel, de sus enemigos. Mensajeros para anunciar y proclamar las maravillas de Dios para con los hombres, para con su pueblo. Y pensemos que la maravilla más extraordinaria de toda la historia la estamos precisamente celebrando: el nacimiento del Hijo de Dios de una Madre Virgen. Centinelas para avizorar el horizonte de la historia, prever los movimientos culturales, religiosos, ideológicos, políticos y sociales que van a afectar la vida de los hombres y de los cristianos. Reflexionemos en que Jesucristo es "la clave, el centro y el fin de toda historia humana" (CIC 450), y por consiguiente de las culturas, religiones, ideologías, política y sociedad. Cada cristiano está llamado a ser mensajero y centinela: mensajero que proclama con su vida y su palabra la conversión y la salvación en Jesucristo; centinela que advierte al hombre de las cosas buenas que aportan los movimientos históricos y que le previene y defiende de los peligros que los mismos encierran. Tú, párroco, ¿eres mensajero y centinela para tus fieles? Tú, padre o madre de familia, ¿eres mensajero y centinela para tus hijos? Tú, catequista, ¿eres mensajero y centinela para aquellos, niños, jóvenes o adultos, a quienes impartes, en nombre y de parte de la Iglesia, la catequesis?

 

Aquí-hoy-ahora. El misterio escondido, revelado y testimoniado se celebra y actualiza "aquí". Es decir, en el lugar en que un sacerdote y una comunidad cristiana se reúnen para celebrar la Navidad. Aquí quiere decir Roma, Amsterdan, Tokio o Buenos Aires. Aquí quiere decir en tu parroquia, en tu comunidad religiosa, en el movimiento o grupo eclesial al que perteneces. El misterio además se celebra y actualiza "hoy": esta Navidad de 1999, en que tiene lugar la inauguración del año jubilar por el 2000 aniversario de la Encarnación del Verbo; esta Navidad, en la que no han cesado las guerras, en la que algún niño morirá o simplemente no participará del banquete de la vida, en la que hombres y mujeres unirán sus manos en oración y sus vidas en la acción para orar y trabajar por la paz, para arrancar de la humanidad los males que la afligen. El misterio finalmente se celebra y actualiza "ahora": en este momento de tu vida, de tu experiencia religiosa, de tu madurez humana y cristiana, de tu situación familiar y profesional. En este momento de la vida de los hombres, para incidir en ellas, si la acogen, con toda la fuerza de Dios, que nos llega velada en la carne de un Niño. El "aquí-hoy-ahora" de la Navidad no es ciertamente un somnífero de la conciencia; más bien quiere ser un despertador y un estímulo para nuestra vida cristiana.

 

 

Domingo Primero de NAVIDAD: La Sagrada Familia 26 de diciembre de 1999

Primera: Gén 15, 1.6; 21, 1-3; Segunda: Heb 11, i.11-12.17-19; Evangelio: Lc 2, 22-40

 

NEXO entre las LECTURAS

 

Tema central de este domingo parece ser la fe. La primera lectura trata de la fe de Abrahán, una fe inquebrantable, probada. Esta misma fe es objeto de la segunda lectura en la que el autor de la carta a los Hebreos nos hace una verdader apología de los grandes hombres de fe en la historia de la salvación. Finalmente, el evangelio resalta la fe de la Virgen María, al escuchar las palabras que Simeón dirige a su niño: "gloria de Israel y luz de las naciones", al igual que las a ella dirigidas: "Una espada te atravesará el alma".

 

MENSAJE DOCTRINAL

 

Fe en el Dios de la promesa, de la prueba y del cumplimiento. "Por la fe Abrahán salió hacia una tierra que iba a recibir en posesión, y salió sin saber a dónde iba…Por la fe recibió fuerza para fundar un linaje, porque se fió del que se lo había prometido" (Heb 11, 8.11). Dios promete a Abrahán tierra y descendencia, y Abrahán, fiado de Dios, no duda un instante en dejar su patria y en esperar lo humanamente imposible (primera lectura). María y José contemplan a Simeón que tiene en sus manos a su hijito y dice de él cosas maravillosas y sorprendentes. Pero María es mujer de fe, es la madre de los creyentes, y no admite la más mínima duda sobre el destino y la misión grandiosa de su hijo, en ese momento una criatura pequeña y necesitada: gloria de Israel y luz ge las naciones. Se ve claro tanto en el caso de Abrahán como en el de María que "nada hay imposible para Dios" y que "todo es posible para el que tiene fe". Las promesas de Dios no han terminado con la familia de Abrahán y Sara o con la de la María y José. Las promesas de Dios continúan: la gran promesa de la salvación, la promesa de unos cielos nuevos y una tierra nueva en donde reine la justicia…La familia de los creyentes, ¿tiene fe en estas promesas de Dios? Así como Dios cumplió la promesa hecha a Abrahán y a María, porque creyeron, así cumplirá su promesa a los hombres que quieran entrar en el espacio de la fe.

 

"Por la fe Abrahán, sometido a prueba, estuvo dispuesto a sacrificar a Isaac" (Heb 11, 17). Dios no ahorra a ningún creyente las pruebas de la fe, forman parte de la misma "lógica" divina. Una fe no probada, ¿sería fe? Fue probado Abrahán, el padre de los creyentes; fueron probados los patriarcas, y Moisés y David, y los profetas…Y fue probada, al llegar la plenitud de los tiempos, la Virgen María. "Será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón" (Lc 2, 34-35). Dios somete a prueba nuestra fe, no como "tentador", sino como educador y padre que quiere aquilatar y perfeccionar nuestro abandono total a la fe. Ante las pruebas de la fe, la actitud del hombre debe ser la de Abrahán y la de María.

 

La familia de la fe. Así como cada familia de sangre puede mostrar su árbol genealógico, existe también la familia de la fe, con su árbol genealógico y con su historia concreta. Tal vez no podamos determinar documentalmente ese árbol ni esa historia, pero existe, es un dato incancelable, por más que nos sea desconocido. La carta a los Hebreos hace desfilar por el capítulo 11 grandes figuras de ese árbol genealógico en la historia de Israel. Cada Iglesia cristiana tiene también su árbol genealógico. Recordemos por ejemplo las primeras: Jerusalén, Antioquía, Galacia, Corinto, Roma. Cada nación y cada Iglesia particular (diócesis) hoy en día se gloría también de su "padre en la fe". La fiesta de la Sagrada Familia hace referencia en primer lugar a cada familia de sangre, pero incluye además esa otra familia de la fe, pues María, la creyente, es Madre de la Iglesia, y José es su patrono especial.

 

SUGERENCIAS PASTORALES

 

Los padres en la fe. Los padres de sangre dan la vida, pero no basta; tienen que dar también la fe para ser verdaderamente padres cristianos. La primera escuela de la fe, desde los inicios del cristianismo, ha sido la familia y deberá continuar siéndolo. Una familia en la que los padres no son "practicantes", ¿cómo podrá ser escuela de fe? Una familia en la que los padres se despreocupan de la educación religiosa de sus hijos, ¿qué puede esperar de sus hijos cuando crezcan? Una familia en la que los padres creen, pero no hay coherencia entre la vida y la fe, ¿qué modelo de fe está ofreciendo a sus hijos? Para los padres cristianos el transmitir la fe no es algo opcional, ni algo que pueden transferir a los maestros del colegio o a los catequistas de la parroquia, ni algo carente de interés frente al estudio de otras materias más importantes. Para los padres cristianos transmitir la fe es inherente al hecho mismo de transmitir la vida. Si todos los padres cristianos transmitieran a sus hijos, de palabra y con el ejemplo, la fe de la Iglesia, algo cambiaría en este mundo…

 

La Iglesia es familia. Los hombres podemos formarnos imágenes diversas de la Iglesia, que subrayan aspectos reales de ella o secuelas históricas: la Iglesia-institución, la Iglesia-poder, la Iglesia-carisma, la Iglesia-sociedad perfecta, la Iglesia-pueblo…En este día dedicado a la Sagrada Familia merece la pena subrayar que la Iglesia es familia: familia de Dios entre los hombres, familia de hermanos que se aman y se ayudan mutuamente en su fe y en su vida cristiana, familia herida en su unidad, pero que la busca sincera y ardientemente, familia que tiene una misma fe, un mismo bautismo, un mismo Dios y Padre, un mismo Señor y un mismo Espíritu. Si como Iglesia somos familia, vivamos todos, con nuestros comportamientos, actitudes, pensamientos y palabras, el espíritu de familia. Fijémonos más, tanto en el diálogo intraeclesial como en el diálogo ecuménico, en todo lo que nos une que en lo que nos diferencia y nos separa.

La Maternidad Divina de MARÍA 1 de enero de 2000

Primera: Núm 6, 22-27; segunda: Gál 4,4-7; Evangelio: Lc 2, 16-21

 

NEXO entre las LECTURAS

 

La mujer es el centro de atención de la liturgia. Particularmente la mujer como madre. Y esa mujer y esa madre es María. San Pablo en su carta a los gálatas dice de Jesucristo: "nacido de mujer, nacido bajo la ley" (segunda lectura), para indicarnos que como hombre Dios necesariamente ha tenido que tener una madre. La bendición litúrgica de la primera lectura parece que fue escrita dirigida a María madre: "El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor te muestre su rostro y te dé la paz". El rostro del Señor es Jesús de Nazaret, el hijo de María. El evangelio nos permite intuirlo cuando con impresionante sencillez nos dice, refiriéndose a los pastores: "Fueron de prisa y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre".

 

MENSAJE DOCTRINAL

 

Mujer y Madre de Dios. "Nacido de mujer" es Jesús. Mujer, con toda su feminidad, es María, la nueva Eva, origen y espejo de toda mujer redimida. Siendo Jesús el Verbo de Dios, resulta obvio que María es la Madre de Dios, la gloria suprema de la mujer. Dios, en su inmensa sabiduría, ha querido vivir la experiencia de tener una madre, de mirarse en la ternura de sus ojos, de acunarse en sus brazos y de ser estrechado en su regazo. Para ser Madre de Dios María no tuvo que renunciar o dejar al margen nada de su feminidad, al contrario, la tuvo que realizar en nobleza y plenitud, santificada como fue por la acción del Espíritu Santo. Al nacer de una mujer Dios ha enaltecido y llevado a perfección "el genio femenino" y la dignidad de la mujer y de la madre. La Iglesia, al celebrar el uno de enero la maternidad divina de María, reconoce gozosa que María es también madre suya, que a lo largo de los días y los meses del año engendra nuevos hijos para Dios.

 

Madre, bendición y memoria. En el designio de Dios, que es fuente de la maternidad, ésta es siempre una bendición: como a María, se puede decir a toda madre: "Bendito el fruto de tu vientre". Una bendición primeramente para la misma mujer, que mediante la generación da cumplimiento a la aspiración más fuerte y más noble de su constitución, de su psicología y de su intimidad. Bendición para el matrimonio, en el que el hijo favorece la unidad, la entrega, la felicidad. Bendición para la Iglesia, que ve acrecentar el número de sus hijos y la familia de Dios. Bendición para la sociedad, que se verá enriquecida con la aportación de nuevos ciudadanos al servicio del bien común.

 

La maternidad es también memoria. "María hacía \\’memoria\\’ de todas esas cosas en su corazón" (evangelio). Memoria no tanto de sí misma, cuanto del hijo, sobre todo de los primeros años de su vida en que dependía totalmente de ella. Memoria que agradece a Dios el don inapreciable del hijo. Memoria que reflexiona y medita las mil y variadas peripecias de la existencia de sus hijos. Memoria que hace sufrir y llorar, que consuela, alegra y enternece. Memoria serena y luminosa, que recupera retazos significativos del pasado para bendecir a Dios y cantar, como María, un "magnificat".

 

SUGERENCIAS PASTORALES

 

La madre, "sol de la casa". Esta expresión aplicó el papa Pío XII a la madre en un famoso discurso. Como el sol, la madre aporta "calor" al hogar con su cariño y su dulzura; como el sol, la madre ilumina los "ángulos oscuros" de la vida hogareña cotidiana; como el sol, la madre anima, suscita, regula y ordena la actividad de los miembros de la familia; como el sol, en el atardecer, la madre se oculta para que comiencen a brillar en la vida de los hijos otras luces, otras estrellas. La Virgen María fue el "sol" de la casa de Nazaret para su hijo Jesús y para su esposo José. En ella encuentra toda esposa y madre un modelo que imitar, un camino que seguir. ¿Cómo puede ser hoy, una esposa y una madre, sol de la casa? ¿Cuáles son las expresiones de cariño y de dulzura para "calentar" el hogar? ¿Cómo iluminar los "ángulos oscuros" del esposo, de los hijos, y de los demás seres queridos que conviven en la misma casa? ¿Qué formas de tacto y mesura habrá de usar para orientar la actividad de la familia hacia la unión, el bienestar, la paz, la felicidad? ¿En qué modo habrá de "ocultarse" para no opacar las nuevas luces que aparecen en el horizonte de sus hijos? Sería una desgracia para la familia y para la sociedad el que la madre, en lugar de ser el sol de la casa, viniese a ser noche y tiniebla, tormenta y huracán. ¡Madre!, sé siempre luz del hogar, levanta tu mirada hacia María la Madre y sigue sus pasos.

 

Valorar la maternidad. En el mundo actual la maternidad pasa por un estado de ambivalencia. Por un lado el fenómeno de la disminución de la natalidad en el mundo, especialmente en Europa y Occidente, es real y evidente, al igual que casi se ha perdido el carácter "sacro" de la maternidad por su colaboración con la obra del Creador y el respeto a las leyes divinas sobre las fuerzas y límites procreativos del hombre y la mujer; por otro, la mujer desea satisfacer a toda costa su vocación íntima a la maternidad, o quiere tener menos hijos para poder dedicarse más y mejor a su tarea de madre educadora, o adopta con amor y decisión hijos "anónimos" o "huérfanos", a costa incluso de muchos sacrificios. Ante esta ambivalencia, simplemente delineada y que por tanto abarca otros muchos aspectos, es necesaria una campaña para que tanto la mujer como la sociedad en general valoren más la maternidad. ¿Qué se puede hacer en tu ambiente para lograr esta valoración? ¿En qué pueden las leyes, los medios de comunicación, las instituciones estatales y eclesiales contribuir a valorar la vocación original y primaria de toda mujer?

 

Segundo Domingo de NAVIDAD 2 de enero de 2000

Primera: Sir 24, 1-4.8-12; segunda: Ef 1,3-6.15-18; Evangelio: Jn 1, 1-18

 

NEXO entre las LECTURAS

 

Jesús, el Verbo hecho carne y que ha puesto su casa entre nosotros (evangelio), es la sabiduría de Dios entre los hombres. Una sabiduría que existe desde el principio, que puso su tienda en Jacob y en Jerusalén ha asentado su poder (primera lectura). Una sabiduría que, no siendo humana, hemos de pedirla al Espíritu para que Él nos haga comprender y nos dé a conocer cuál es la esperanza a la que hemos sidos llamados, y la gloria otorgada en herencia a su pueblo (segunda lectura). Una sabiduría que goza de poder creador y de cuya plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia (evangelio).

 

MENSAJE DOCTRINAL

 

El Jesús del Evangelio. El prólogo que leemos en este domingo sintetiza los grandes rasgos del misterio de Jesucristo, teniendo como trasfondo un paralelismo con la sabiduría personificada, que hace su propio elogio, y que evidentemente Cristo supera. Jesús es un "hombre eterno", con un principio sin principio junto a Dios (Jn 1,1-2); la sabiduría por su parte dice de sí: "Antes de los siglos, desde el principio, me creó, y nunca dejaré de existir" (Sir 24,9). Jesús es con el Padre el creador de todo y sin él nada se hizo de cuanto llegó a existir (Jn 1,3). La sabiduría a su vez dice que "cuando Dios establecía los cielos, allí estaba yo…cuando echaba los cimientos de la tierra, a su lado estaba yo, como confidente" (Prov 8, 27-30). Jesús es la vida y el camino para llegar a ella y la verdad que la da sustancia y peso (Jn 1,4; 14,6). La sabiduría a su vez dice de sí que "quien me encuentra, encuentra la vida, y alcanza el favor del Señor" (Prov 8,35). Jesús es la luz verdadera que ilumina a todo hombre (Jn 1, 9), y el sabio "hará brillar la instrucción que ha recibido, y su orgullo será la ley de la alianza del Señor (Sir 39,8). Jesucristo es la plenitud de todo (Jn 1, 16), y "los pensamientos de la sabiduría son más anchos que el mar, sus designios más profundos que el gran abismo" (Sir 24,29).

 

Este es el Jesús que la Iglesia predica y hace presente en medio del tiempo y de la historia de los pueblos. La Iglesia lo hace presente, no por luces propias o a causa de poderosos instrumentos humanos, sino que Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, ilumina los ojos de su corazón para que lo conozca (Ef 1, 18), de modo que en tal conocimiento colaboren la inteligencia y el amor. En este sentido todo cristiano es un "iluminado", pero no por la ciencia de los hombres, sino por la ciencia de Dios. Aquí reside la verdadera sabiduría de la Iglesia, que tiene en Dios su origen y su camino y su destino.

 

La respuesta del hombre a Jesús. La Biblia no deja de decir claramente que quien no acepta la sabiduría de Dios es un necio (cf Sal 14 y 53). La "necedad" es el resultado de quien no acoge la sabiduría de Dios y, por tanto, no recibe a Jesucristo en su corazón y en su vida. Por el contrario, quien acoge a Jesucristo, incluso hasta en el escándalo de la cruz, posee la sabiduría de Dios, ya que Cristo se ha hecho para nosotros sabiduría divina, salvación, santificación y redención (cf 1Cor 1, 18-31). En todo ello existe la paradoja de que Dios desvela su sabiduría a los humildes y sencillos, a la vez que destruye la sabiduría de los sabios y hace fracasar la inteligencia de los inteligentes (Cf Is 29,14). El hombre está obligado a dar una respuesta al misterio de Jesús. ¿Será de acogida o de rechazo? ¿Será de necedad o de sabiduría?.

 

SUGERENCIAS PASTORALES

 

La sabiduría cristiana. El mundo está lleno de ciencia, pero en buena parte desprovisto de sabiduría. Con la ciencia el hombre aprende a manejar las cosas, con la sabiduría aprende a ser señor de sí mismo y a orientar su vida por los caminos de Dios. La ciencia da a luz al progreso y al desarrollo en todos los ámbitos de la existencia humana y del mismo universo, la sabiduría da a luz a la prudencia y a toda virtud, da a luz a la santidad. La ciencia hace la vida más llevadera y fácil, más dinámica e intensa, la sabiduría hace la vida más armoniosa y más feliz. Con la ciencia el hombre se está superando constantemente a sí mismo, con la sabiduría el hombre llega hasta Dios y adquiere la "mente" de Dios. La ciencia es un producto maravilloso del hombre, la sabiduría es un don estupendo de Dios…No es que haya que contraponer la ciencia humana y la sabiduría cristiana. Ambas pueden ser posesión del hombre y ennoblecerlo en su poder y dignidad. Como la razón y la fe, la ciencia y la sabiduría son dos alas con las que el hombre vuela en su peregrinación hacia Dios.

 

La Iglesia de la Palabra. La Iglesia es obra de la Palabra de Dios, su prolongación en el tiempo. La Iglesia no se pertenece, pertenece a la Palabra. Por eso, su primera tarea es tomar conciencia de sí misma, de su origen y de su misión entre los hombres; una toma de conciencia no sólo de la jerarquía, sino de todos los fieles cristianos. Por eso, debe predicar la Palabra sin cesar, en todos los rincones del planeta; predicarla con autoridad como elegida por Dios para esta misión y con humildad, como servidora de los misterios de Dios. Por eso, debe predicarla con competencia, para que la Palabra sea conocida y aceptada; debe predicarla con integridad, para no mutilar la Palabra de Dios. Por eso, no debe predicarse a sí misma, sino a la Palabra, al Verbo de Dios hecho carne. ¿Cómo es, sacerdote, tu predicación? ¿Haces resonar verdaderamente en tu predicación la Palabra de Dios? Para que la palabra de la Iglesia, la palabra de cada uno de sus hijos, sea eficaz en el mundo y en el ambiente particular de cada uno, ésta tiene que llegar a ser la Iglesia de la Palabra.

Solemnidad de la EPIFANIA 6 de enero de 2000

Primera: Is 60, 1-6; Segunda: Ef 3,2-3.5; Evangelio: Mt 2,1-12

 

NEXO entre las LECTURAS

 

La luz de Cristo brilla de modo singular en los textos de la Epifanía. El tercer Isaías canta, bajo el símbolo de la luz, el triunfo y la centralidad de Jerusalén en el concierto de las naciones (primera lectura). La luz de Jerusalén es profecía, mira hacia una persona que será la luz de las naciones y la gloria de Israel (cf Lc 2,32). El evangelio nos narra la historia de unos "magos" que llegaron a Jerusalén porque habían visto en oriente la estrella del rey de los judíos y venían a adorarlo (evangelio). Y san Pablo en la carta a los efesios afirma que el misterio de Cristo ha sido revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas (segunda lectura); misterio de Cristo que consiste en ser luz y gloria de la humanidad.

 

MENSAJE DOCTRINAL

 

Cristo, luz universal. Es una verdad de nuestra fe que "uno ha muerto por todos" y "que nadie más que él puede salvarnos" (Hch 4,12). Este misterio salvífico de la muerte de Cristo (de su vida y de su resurrección) ilumina con su resplandor a la humanidad en su totalidad, sin exclusión alguna. Dice bellamente el catecismo: "La llegada de los magos a Jerusalén para \\’rendir homensaje al rey de los judíos\\’ (Mt 2,2) muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David (cf Núm 24,17; Ap 22,16), al que será el rey de las naciones (cf Núm 24,17-19)" (CIC 528). Los Padres del Concilio Vaticano II comenzaron la Constitución dogmática sobre la Iglesia con estas palabras: "Cristo es la luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo…desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando el Evangelio a todas las criaturas" (LG 1). Esta verdad forma parte del patrimonio perenne de la Iglesia y fundamenta su razón misma de ser en el mundo.

 

Cristo, misterio de Dios. La universalidad salvífica de Cristo no consta en los anales de la historia humana ni es deducible mediante estudios historiográficos profundos ni resulta del esfuerzo de penetración de una mente extraordinaria y sin igual. San Pablo, que tuvo que enfrentarse en primera persona con esta realidad y luego defenderla a capa y espada frente a los adversarios, quedó convencido íntimamente -y así nos lo dejó escrito- de que está de por medio "un misterio que consiste en que todos los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y participan de la misma promesa hecha por Cristo Jesús a través del evangelio" (Ef 3,6). Un misterio de Dios, que por tanto sólo Dios puede revelar, en el modo previsto por su providencia. A los magos el misterio se les reveló por medio de una estrella; a Pablo mediante la visión y experiencia de Cristo en el camino hacia Damasco.

 

A este Niño, Luz universal envuelta en el misterio de Dios, sentido y plenitud de la humana existencia (así fue para los magos, así fue para Pablo, así debe ser para todo hombre), no se puede dejar de adorarlo y de ofrecerle nuestros regalos, como hicieron los magos; no se puede dejar de consagrarle nuestra vida, como hizo Pablo de Tarso. Sumisión y ofrecimiento, obediencia a la voluntad divina y donación son las coordenadas de todo critiano que acoge con amor y gozo el misterio de Cristo.

 

SUGERENCIAS PASTORALES

 

Cristiano, adora a tu Dios. Existe en el hombre una tendencia innata a "adorar", es decir, a someterse sumisamente a alguien o a algo que da razón de su existir. En la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento, se mencionan con frecuencia a los ídolos y se previene contra ellos. "No te harás ídolos…No te postrarás ante ellos ni les darás culto" (Dt 5,8-9). "Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen boca y no hablan…son como dioses que no pueden salvar". Esos ídolos pueden ser realidades materiales que con su poder encandilan la mirada del hombre y atraen su corazón, ídolos realmente numerosos y potentes; pueden ser también personas que, con su gracia y encanto, seducen y enajenan los pensamientos y el corazón de los hombres; pueden ser uno mismo, haciendo de su yo un sujeto adorante y adorado en un narcisismo inmaduro y cegador. Frente a los ídolos, el cristiano oye la voz de la Iglesia y de la conciencia que le dice: "Adora a tu Dios", el único Dios verdadero, el Dios vivo y fuente de vida. Sólo Él merece adoración, obediencia, entrega. Sólo Él te respeta sin avasallarte, sólo Él te libera de cualquier ídolo dentro o fuera de ti. Como enseña el catecismo: "La adoración del único Dios libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo" (CIC 2097).

 

Cristo y las religiones no cristianas. Los magos del oriente no vinieron a Belén a convertirse a la religión cristiana, sino a adorar al rey de los judíos. Nada sabemos históricamente de ellos, después de este encuentro con el Niño Jesús. El hecho es que simbolizan las grandes religiones del oriente que adoran a Jesucristo, reconociendo en él una persona importante capaz de hacer girar el eje de la historia, pero no necesariamente al Hijo de Dios. La figura de los magos no ha cesado de prolongarse en los veinte siglos de cristianismo, y hoy incluye a todos los no cristianos que buscan, en el claroscuro de sus creencias religiosas, al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo. La actitud de díalogo (diálogo doctrinal, pero también ético y espiritual) con los no cristianos responde al designio de Dios, y es cada vez más apremiante no sólo en Oriente sino también en Occidente, dada la intensa emigración y el fenómeno de la movilidad humana. Este diálogo será fructuoso si el cristiano está firmemente asentado en su fe y busca con sinceridad en las religiones no cristianas descubrir las "semillas del Verbo".

 

 

Bautismo del SEÑOR 9 de enero de 2000

Primera: Is 55, 1-11; Segunda: 1Jn 5,1-9; Evangelio: Mc 1,7-11

 

NEXO entre las LECTURAS

 

En el bautismo de Jesús, como en todo bautismo, el agua ocupa el puesto central (evangelio). En el banquete de alianza entre Dios y los hombres, imaginado por Isaías, no puede faltar el agua, al lado de otras bebidas (primera lectura). San Juan en su primera carta nos dice que "Jesucristo vino por agua y sangre" y que "tres son los que dan testimonio de Jesucristo: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo" (segunda lectura). En el evangelio, después de que Jesús, bautizado por Juan, salió del agua, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de paloma. El agua es la realidad más presente en todos los textos, el agua con toda su riqueza simbólica y con los demás elementos que la acompañan y completan.

 

MENSAJE DOCTRINAL

 

El hombre, sediento de Dios. El hombre es un ser naturalmente sediento: sediento de gozo y felicidad, sediento de justicia y de paz, sediento de eternidad, sediento de Dios. "El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha de no cesar de buscar" (CIC 27). Esta sed de Dios nadie la puede apagar, si no es el mismo Dios. Por eso, Dios, a través de Isaías, invita y exhorta a los hombres: "Venid por agua todos los sedientos…prestad atención, venid a mí; escuchadme y viviréis" (primera lectura).

 

El agua y Jesús. El agua que apaga la sed del hombre es el agua del bautismo. Jesús, prototipo de todo ser humano, quiso sumergirse en esas aguas de purificación, no por ser él pecador, sino por haber cargado con el pecado del mundo. En las aguas del Jordán, en las que Cristo se sumergió, la humanidad entera se sumergió en él y con él, y quedó purificada de su pecado. Jesucristo, el Santo de Dios, además santificó las aguas del Jordán, y así la sed de santidad que todo hombre tiene comienza a satisfacerse con el agua del bautismo y busca apagarse con el agua del Espíritu, a través de una existencia espiritual, es decir, guiada y promovida por el Espíritu de Dios.

 

El agua y la sangre. ¿Basta el agua para apagar la sed? En la existencia cristiana se añade la sangre, esa sangre que, junto con el agua, brotó del costado de Cristo (Jn. 19, 34). Del costado de Cristo, atravesado por una lanza, manaron, nos dirán los Padres de la Iglesia, dos sacramentos: el bautismo y la eucaristía. Ellos forman, junto con la Confirmación, los sacramentos de la iniciación cristiana. Ahora ya no sólo el hombre tiene sed de Dios, sino que tiene sed del Dios, revelado en Jesucristo, "imagen perfecta de su ser" (Heb 1,3). "Bebed todos de ella (la copa), porque ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados" (Mt 26, 28).

 

El agua, la sangre y el Espíritu. "Los tres están de acuerdo" (segunda lectura). ¿En qué consiste este acuerdo? En revelar el amor de Dios, que se nos ha hecho visible en Cristo Jesús. En efecto, el agua (bautismo de Jesús) y la sangre (crucifixión de Jesús) manifiestan que la humanidad de Jesús es una humanidad como la nuestra, contra toda idealización platónica o toda manipulación gnóstica. El Espíritu, por su parte, que viene del cielo, revela que ese Jesús, enteramente hombre, es el Hijo en que Dios tiene todas sus complacencias. ¿En qué consiste este acuerdo? Consiste además en que el Espíritu es quien da eficacia al agua para purificar del pecado y a la sangre para saciar la sed de redención. "El Misterio de salvación se hace presente en la Iglesia por el poder del Espíritu Santo" (CIC 1111) y "la misión del Espíritu Santo es hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo con su poder transformador" (CIC 1112).

 

 

SUGERENCIAS PASTORALES

 

La espiritualidad bautismal. Por el bautismo, el cristiano se ha revestido de Cristo, imagen y prototipo del hombre nuevo, creado a imagen de Dios, y tiene delante de sí la tarea de hacerlo crecer hasta la plena madurez interior. La verdadera novedad abarca a todo el hombre, pero radica especialmente en el corazón, un corazón nuevo capaz de conocer, amar y servir a Dios con espíritu filial, y de amar a los hombres y a las cosas de Dios. Esta es la tarea inaplazable, fundamental y permanente de toda vida cristiana, en cualquier estado, en cualquier época y en cualquier situación.

 

A partir de este nuevo modo de ser, vivido conscientemente por acción del Espíritu Santo, el hombre nuevo imprime a su vida un dinamismo interior orientado a desarrollar los rasgos de su conducta religiosa y moral, en conformidad con su modelo Jesucristo, y mediante la purificación incesante de sus pasiones desordenadas de sensualidad y soberbia.

 

La construcción, día tras día, de este hombre nuevo constituye el objetivo primordial de la vida cristiana y del apostolado en la Iglesia. De aquí que sea necesario meditar asiduamente en la riqueza y hondura del don del bautismo y del compromiso que conlleva, una meditación tanto individual como comunitaria. Porque "todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo bautismo", ya que éste le hace capaz de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo mediante las virtudes teologales; le concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo; le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales (CIC 1266). ¿Tenemos los cristianos suficiente conciencia de la espiritualidad bautismal? ¿Qué puedo hacer para desarrolar esta espiritualidad en mí mismo y en mis hermanos?

 

 

Segundo domingo del TIEMPO ORDINARIO 16 de enero del año 2000

Primera: 1Sam 3,3-10.19; Segunda: 1Cor 6,13-15.17-20; Evangelio: Jn 1, 35-42

 

NEXO entre las LECTURAS

 

La llamada o vocación ocupa el centro de las lecturas de este domingo, con que inicia el tiempo ordinario. Una llamada al seguimiento, es decir, a permanecer con Jesucristo, como los dos discípulos del Evangelio. Una llamada a la que hay que dar una respuesta generosa, como hizo Samuel: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha" (primera lectura). Una llamada que implica una "expoliación", un no pertenecerse a sí mismo, sino a Dios y a su Espíritu; de ahí, la clara conciencia y exigencia de una vida pura, lejos de la lujuria y de todo aquello que contravenga la pertenencia al Señor (segunda lectura).

 

MENSAJE DOCTRINAL

 

La llamada. En el origen de la concepción cristiana de la vida está la realidad de una llamada. Dios que llama a la existencia, a la fe cristiana, a la vida laical, consagrada o sacerdotal, al encuentro feliz con Él en la eternidad. Esta llamada implica ya en sí la conciencia de que el hombre no es absolutamente autónomo. Depende de Alguien que pronuncia su nombre, le llama. En el origen mismo de la existencia está el llamado de Dios, y el mismo desarrollo de la vida no será sino el desarrollo de las llamadas divinas. En este contexto general de la llamada, se sitúa la vocación sacerdotal, esa llamada que Dios dirige a unos pocos hombres para estar con Él y para establecer puentes entre Él y los hombres. Todo hombre, todo sacerdote, es un "llamado", y en la correcta respuesta a la llamada se juega su identidad, su realización personal, y su felicidad temporal y eterna.

 

Un lugar y un modo de llamar. Cada vocación a la vida sacerdotal, -vale igual para la vida consagrada- es irrepetible en el tiempo, en el espacio y en el modo. Y, además, no somos los hombres los que determinamos estas circunstancias, sino el mismo Dios que llama. Dios puede llamar a los doce, 15, 18, 23 ó 34 años , sin que tengamos los hombres derecho alguno para replicar: ¿Por qué me llamaste tan temprano? ¿Por qué me llamastre tan tarde? El lugar y el momento es también Dios quien lo elige. En la escuela, en casa, en una discoteca, en una iglesia. ¿Y qué decir sobre el modo tan variado como Dios va llamando a los hombres al ministerio sacerdotal? ¿Y sobre el proceso tan original mediante el cual Dios manifiesta su voluntad y lleva al hombre hacia una respuesta?

 

Algunos aspectos del llamado. El primer paso de la llamada es la búsqueda que el mismo Dios siembra en el corazón del hombre. La inquietud, que entraña la búsqueda, surge espontánea en el hombre, pero es Dios quien la ha puesto, como paso previo de la vocación. Así la llamada divina aparece, a los ojos del hombre, como una desembocadura de su inquietud y de su búsqueda. A los dos discípulos que iban tras él, junto a la ribera del Jordán, Jesucristo les pregunta: ¿Qué buscáis? No buscarían si Dios no hubiese metido en ellos el deseo de buscar, pero la búsqueda misma es algo personal, intransferible; es ya una primera respuesta.

 

A quien de alguna manera "busca", Dios no le llama, al menos de modo ordinario, por vía directa, sino a través de las mediaciones humanas: Elí fue el mediador entre Dios y Samuel, Jesús lo fue entre Dios y los primeros discípulos. Para el cristiano, la Iglesia, que es el "lugar" de la salvación, es también el lugar de la "mediación"; es en ella y a través de ella que Dios continúa llamando a los hombres. Una llamada al sacerdocio al margen de la Iglesia es inconcebible. En todo caso, habrá que decir que no es una llamada divina.

 

La vocación sacerdotal es una llamada al despojamiento, a la expropiación de uno mismo para llegar a ser propiedad exclusiva de Dios. Aquí radica el motivo fundamental del celibato sacerdotal, y el derecho de la Iglesia a pedirlo. Pero, la vocación es despojamiento que entraña revestimiento, expropiación que implica apropiación, expoliación que conduce a la posesión. En este proceso el hombre no se "enajena", no sufre una alienación de su personalidad. Al contrario, alcanza el máximo grado de identidad y de autorrealización al responder en plena conciencia y libertad a la voz divina.

 

Respuesta al llamado. Cuando alguien llama a otra persona, ésta tiene que dar necesariamente una respuesta. Puede ser positiva, negativa, neutra e indiferente. Lo que el hombre no puede hacer es dejar la llamada sin respuesta. Cuando Jesús a los dos discípulos les dice: "Venid y veréis", éstos ¿qué hicieron? "Se fueron con él, vieron dónde vivía y pasaron con él aquel día". Y cuando Samuel se entera de que es Dios que le llama, no duda en responder: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha". El hombre es libre para dar una u otra respuesta, pero está obligado a dar una respuesta, dada su intrínseca condición de llamado

 

SUGERENCIAS PASTORALES

 

Respuestas audaces. En nuestro mundo, en nuestro ambiente Dios continúa llamando al sacerdocio y a la vida consagrada, como lo ha hecho a lo largo de toda la historia de la salvación. Sin embargo, se constata un descenso muy notable en el número de respuestas afirmativas y, consiguientemente, en el número de vocaciones sacerdotales, aunque en el último decenio la flexión descendente se ha detenido y parece que comienza de nuevo un movimiento ascendente en el número de vocaciones. Si bien hay factores culturales e históricos que han podido influir, -y son de todos conocidos-, no pienso que los cristianos estemos exentos de cierta responsabilidad en todo este asunto. Quizá no hemos hecho lo suficiente -o incluso hemos hecho muy poco- para promover , renovar y reavivar nuestra fe, después del gran acontecimiento eclesial que fue el Concilio Vaticano II. Tal vez hemos pensado que las vocaciones es cuestión de la que se deben interesar los "curas" y, si somos curas, los encargados de la pastoral vocacional. El ambiente en que crecen los jóvenes hoy en día requiere de respuestas audaces y contra corriente. La comunidad parroquial y diocesana debe sostenerles y apoyarles en tales respuestas. Está en juego el futuro de la comunidad creyente y de la misma Iglesia. Con la ayuda de todos, la audacia de la respuesta será más sólida y convincente.

 

¿A qué llama el Señor? Ante todo, llama a pertenecerle y a estar con Él. El llamado al sacerdocio tiene que estar convencido de que su vocación es una relación particular con Dios y con nuestro Señor Jesucristo. Sin una espiritualidad consistente y bien fundada, el llamado cederá fácilmente a los reclamos del mundo y se derrumbará, como un castillo de naipes. Dios, pues, llama ante todo a ser radical y exclusivo en el amor a Él, para con Él y desde Él abrir el alma y el corazón a todos los hombres. Por eso, Dios llama también al ministerio de la salvación. El sacerdote sirve al hombre, proponiéndole la salvación de Dios. Aquí está su propuesta específica. Todo lo demás está en función de ella. ¿No ha sucedido en estos últimos decenios, en no pocos casos, que el sacerdote se ha dedicado más al servicio social que al ministerio de la salvación? He aquí un tema de reflexión para todos los sacerdotes. Si la Iglesia es la comunidad de los que esperan la venida del Señor, ¿no es verdad que fácilmente se han olvidado en la predicación, en la instrucción catequética, en el consejo y en el acompañamiento espiritual la gran realidad de las verdades últimas de la existencia terrena del hombre? Hay aquí una importante tarea que realizar al inicio del tercer milenio de la era cristiana.

Tercer domingo del TIEMPO ORDINARIO 23 de enero del año 2000

Primera: Jon 3,1-5.10; Segunda: 1Cor 7, 29-31; Evangelio: Mc 1, 14-20

 

NEXO entre las LECTURAS

 

Convertirse, he aquí la palabra clave de este domingo. Los ninivitas, ante la predicación amenazante de Jonás, hacen penitencia y se convierten. Jesús, según el evangelio de Marcos, comienza su predicación en Galilea invitando a la conversión: "Convertíos y creed en el Evangelio". En la segunda lectura se nos señalan las consecuencias de la verdadera conversión, porque el verdadero convertido vive con la conciencia de que la apariencia de este mundo pasa.

 

Publicaciones relacionadas

16 comentarios

  1. Felicito al equipo de nos proporciona este material valiosísimo para que el pueblo se Dios se alimente y sobre todo nosotros como sacerdotes para que alimentados de su Palabra de Vida podamos dar un testimonio alegre y confiable.

  2. Felicito a los hermanos sacerdotes que nos presentan estos aspectos para mejorar nuestras homilías de acuerdo a la región y al ambiente en donde el Señor nos ha puesto como cabezas de su pueblo sobre todo en la enseñanza, santificación y conducción de su rebaño. La Palabra converse y edifica, pero el testimonio alegre arrastra hacia una vida mejor.
    Estas aportaciones nos ayudan en primer lugar para nosotros los sacerdotes para meditar antes de proclamar el mensaje del Señor para que llegando al corazón podamos anunciarlo con valentía y entusiasmo.
    Muchas gracias y el Señor le conceda sabiduría en abundancia.

  3. soy un diacono en la parroquia de Santa Maria en Boise, Idaho. Me gustaria obtener ayuda en preparacion de mis Homilias. Predicare el tercer domingo de tiempo Ordinario ciclo B. Como podria obtener esta ayuda? Gracias

  4. pertenesco a un grupo de oracion y me toca dar las reflexiones de las lecturas de los domingos a mi me ayudan las homilias de los diferentes ciclos liturgicos,me gustaria que el ciclo B estuviera completo porque me ayudaria mucho gracias

  5. pertenesco a un grupo de oracion y me toca dar las reflexiones de las lecturas de los domingos a mi me ayudan las homilias de los diferentes ciclos liturgicos,me gustaria que el ciclo B estuviera completo porque me ayudaria mucho gracias

  6. pertenesco a un grupo de oracion y me toca dar las reflexiones de las lecturas de los domingos a mi me ayudan las homilias de los diferentes ciclos liturgicos,me gustaria que el ciclo B estuviera completo porque me ayudaria mucho gracias

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba

Copyright © 2024 Encuentra by Juan Diego Network. Todos los derechos reservados.