Notificación sobre los escritos del P. Anthony De Mello S.J. 22 de agosto de 1998 El Padre Jesuita de la India, Anthony de Mello (1931-1987), es muy conocido debido a sus numerosas publicaciones, las cuales, traducidas a diversas lenguas, han alcanzado una notable difusión en muchos países, aunque no siempre se trate de textos autorizados por él. Sus obras, que tienen casi siempre la forma de historias breves, contienen algunos elementos válidos de la sabiduría oriental, que pueden ayudar a alcanzar el dominio de sí mismo, romper los lazos y afectos que nos impiden ser libres, y afrontar serenamente los diversos acontecimientos favorables y adversos de la vida. Particularmente en sus primeros escritos, el P. de Mello, no obstante las influencias evidentes de las corrientes espirituales budista y taoísta, se mantuvo dentro de las líneas de la espiritualidad cristiana. En estos libros trata los diversos tipos de oración: de petición, intercesión y alabanza, así como de la contemplación de los misterios de la vida de Cristo, etc. Pero ya en ciertos pasajes de estas primeras obras, y cada vez más en sus publicaciones sucesivas, se advierte un alejamiento progresivo de los contenidos esenciales de la fe cristiana. El Autor sustituye la revelación acontecida en Cristo con una intuición de Dios sin forma ni imágenes, hasta llegar a hablar de Dios como de un vacío puro. Para ver a Dios haría solamente falta mirar directamente el mundo. Nada podría decirse sobre Dios; lo único que podemos saber de El es que es incognoscible. Ponerse el problema de su existencia sería ya un sinsentido. Este apofatismo radical lleva también a negar que la Biblia contenga afirmaciones válidas sobre Dios. Las palabras de la Escritura serían indicaciones que deberían servir solamente para alcanzar el silencio. En otros pasajes el juicio sobre los libros sagrados de las religiones en general, sin excluir la misma Biblia, es todavía más severo: éstos impedirían que las personas sigan su sentido común, convirtiéndolas en obtusas y crueles. Las religiones, incluido el Cristianismo, serían uno de los principales obstáculos para el descubrimiento de la verdad. Esta verdad, por otra parte, no es definida nunca por el Autor en sus contenidos precisos. Pensar que el Dios de la propia religión sea el único, sería simplemente fanatismo. Dios es considerado como una realidad cósmica, vaga y omnipresente. Su carácter personal es ignorado y en práctica negado. El P. de Mello muestra estima por Jesús, del cual se declara “discípulo”. Pero lo considera un maestro al lado de los demás. La única diferencia con el resto de los hombres es que Jesús era “despierto” y plenamente libre, mientras los otros no. Jesús no es reconocido como el Hijo de Dios, sino simplemente como aquel que nos enseña que todos los hombres son hijos de Dios. También las afirmaciones sobre el destino definitivo del hombre provocan perplejidad. En cierto momento se habla de una “disolución” en el Dios impersonal, como la sal en el agua. En diversas ocasiones se declara también irrelevante la cuestión del destino después de la muerte. Debería interesar solamente la vida presente. En cuanto a ésta, puesto que el mal es solamente ignorancia, no existirían reglas objetivas de moralidad. El bien y el mal serían solamente valoraciones mentales impuestas a la realidad. En coherencia con lo expuesto hasta ahora, se puede comprender cómo, según el Autor, cualquier credo o profesión de fe en Dios o en Cristo impedirían el acceso personal a la verdad. La Iglesia, haciendo de la palabra de Dios en la Escritura un ídolo, habría terminado por expulsar a Dios del templo. En consecuencia, la Iglesia habría perdido la autoridad para enseñar en nombre de Cristo. Con la presente Notificación, esta Congregación, a fin de tutelar el bien de los fieles, considera obligado declarar que las posiciones arriba expuestas son incompatibles con la fe católica y pueden causar grave daño. El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en el curso de la audiencia concedida al infrascrito Prefecto, ha aprobado la presente Notificación, decidida en la Sesión ordinaria de esta Congregación, y ha ordenado su publicación. Dado en Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 24 de Junio de 1998, Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista. + Joseph Card. Ratzinger, PREFECTO + Tarcisio Bertone STB, Arzobispo Emérito de Vercelli, SECRETARIO NOTA ILUSTRATIVA Las publicaciones del jesuita de la India P. Anthony de Mello (1931-1987) han alcanzado una notable difusión en muchos países y entre personas de diferentes condiciones . En tales escritos, con en un estilo asequible y de fácil lectura, en la mayoría de los casos en forma de breves narraciones, ha recogido algunos elementos válidos de la sabiduría oriental que pueden ayudar a alcanzar el dominio de sí, romper los lazos y afectos que nos impiden ser realmente libres, evitar el egocentrismo, afrontar con serenidad las vicisitudes de la vida sin dejarse influenciar por el mundo exterior, a la vez que percibir la riqueza del mundo que nos rodea. Es de justicia señalar estos valores positivos, que se pueden encontrar en muchos de los escritos del P. de Mello. Sobre todo en las obras que datan de sus primeros años de actividad como director de retiros, aunque influenciado por las corrientes espirituales budistas y taoístas, se mueve en muchos aspectos en las líneas de la espiritualidad cristiana: se refiere a la espera, en el silencio y en la oración, de la venida del Espíritu, puro don del Padre (Incontro con Dio, 11-13). Habla muy bien de la oración de Jesús y la que él nos enseña, tomando como base el Padre nuestro (ibid. 40-43). Habla también de la fe, del arrepentimiento, de la contemplación de los misterios de la vida de Cristo según el método de san Ignacio. En su obra Sàdhana. Un cammino verso Dio, publicado por primera vez en 1978, sobre todo en su parte final (La devozione, pp. 175-235), Jesús ocupa un lugar central: se habla de la oración de petición, de la oración de intercesión, tal como Jesús enseña en el evangelio, de la oración de alabanza, de la invocación del nombre de Jesús. El libro está dedicado a la Bienaventurada Virgen Pero ya en esto volumen desarrolla su teoría de la contemplación como autoconciencia (consapevolezza), que no aparece exenta de ambigüedad. Ya al comienzo de la obra se equipara la noción de la revelación cristiana y la de Lao-Tse, con una cierta preferencia por la de este último: “«El silencio es la gran revelación», dijo Lao-Tse. Según nuestra forma común de pensar, la Revelación se encuentra en la Sagrada Escritura. Y es así. Pero hoy quisiera que descubrieras qué revelación puede encontrarse en el silencio” (p. 15; cfr p. 18). En el ejercicio de la conciencia (consapevolezza) de nuestras sensaciones corporales entramos ya en comunicación con Dios (p.44). Una comunicación que se explica en estos términos: “Muchos místicos nos dicen que, además de la mente y el corazón, con los cuales ordinariamente nos comunicamos con Dios, todos nosotros estamos dotados de una mente mística y de un corazón místico, una facultad que nos hace capaz de conocer a Dios directamente, de acogerlo e intuirlo en su mismo ser, aunque de manera oscura” (ibid.). Pero esta intuición, sin imágenes ni forma, es la de un vacío: “¿Qué cosa miro cuando en silencio miro a Dios? Una realidad sin imagen, sin forma. ¡Un vacío!” (p. 45). Para comunicar con el infinito es necesario “mirar al vacío”. Así se llega a la conclusión, “aparentemente desconcertante, de que la concentración en nuestra respiración o en nuestras sensaciones corporales es una óptima contemplación, en el sentido estricto de la palabra” (p. 51) . En otras obras posteriores se habla del “despertarse”, de la iluminación interior o del conocimiento: “¿Cómo despertarse? ¿Cómo saber si se duerme? Los místicos, cuando ven lo que les rodea, descubren un gran gozo que brota del corazón de las cosas. Unánimemente hablan de este gozo y del amor que lo inunda todo… ¿Cómo llegar a esto? Mediante la comprensión, liberándonos de las ilusiones y de las ideas deformadas” (Istruzioni di volo per aquile e polli, 77; cfr Chiamati all’amore, 178). La iluminación interior es la verdadera revelación, mucho más importante que la que nos llega por la Escritura: “Un gurú prometió a cierto estudioso una revelación de mayores consecuencias que cualquier otra contenida en las escrituras… Cuando has adquirido conocimiento, usas una antorcha para mostrar el camino. Cuando estás iluminado, te conviertes en antorcha” (La preghiera della rana I, 126-127). “La santidad no es una conquista, es una Gracia. Una gracia llamada conciencia, una gracia que se llama mirar, observar, entender. Si encendieras la luz de la conciencia y te observaras a ti y todo lo que te rodea durante el día; si te vieras reflejado en el espejo de la conciencia de la forma en que ves tu rostro reflejado en un espejo… sin emitir ningún juicio o condena, te darías cuenta de las transformaciones maravillosas que ocurren en ti.” (Chiamati all"amore, 176). En estos escritos sucesivos el P. De Mello ha llegado cada vez más a concepciones sobre Dios, la revelación, Cristo, el destino final del hombre, etc. que no resultan armonizables con la enseñanza de la Iglesia. Dado que muchos de sus libros no se presentan en forma doctrinal, sino como colecciones de pequeñas historias, con frecuencia muy ingeniosas, las ideas subyacentes pueden pasar fácilmente desapercibidas. Por ello se hace necesario llamar la atención sobre algunos aspectos de su pensamiento que, en formas diversas, afloran a lo largo de su obra. Nos serviremos de los textos del Autor, que, aun con sus peculiares características, muestran con claridad el pensamiento de fondo. El P. De Mello en repetidas ocasiones hace afirmaciones sobre Dios que ignoran, si no niegan explícitamente, su carácter personal y lo reducen a una vaga realidad cósmica omnipresente. Nadie puede ayudarnos a encontrar a Dios como nadie puede ayudar al pez a encontrar el océano (cf. Un minuto di saggezza, 77; Messaggio per un’aquila che si crede un pollo, 115). Igualmente Dios y nos no somos ni una sola cosa ni tampoco dos como el sol y su luz, el océano y las olas no son ni una sola cosa ni tampoco dos (Un minuto di saggezza, 44). Todavía con más claridad el problema de la divinidad personal se plantea en estos términos: “Dag Hammarskjöld, ex secretario general de las Naciones Unidas, ha dicho una frase muy bella: “Dios no muere el día en que dejamos de creer en una divinidad personal…” (Messaggio per un’aquila..., 140; lo mismo en La iluminación es la espiritualidad, 60). “Si Dios es amor, entonces la distancia entre Dios y tú es idéntica a la distancia entre ti y la conciencia de ti mismo” (Shock di un minuto, 287). Se critica e ironiza con frecuencia sobre todo intento de lenguaje sobre Dios, con el fundamento de un apofatismo unilateral y exagerado, consecuente con la concepción de la divinidad a que nos acabamos de referir. La relación de Dios y la creación se expresa con frecuencia según la imagen hindú del bailarín y la danza: “Veo a Jesucristo y a Judas, veo víctimas y perseguidores, verdugos y crucificados: una melodía única con notas contrastantes… una danza única tejida con pasos diferentes… en fin, me pongo delante de Dios. Lo veo como el danzante y a toda esta locura, insensatez, hilaridad, agonía espléndida que llamamos vida, como su danza…” (Alle sorgenti, 178-179; cfr Il canto degli uccelli, 30) ¿Qué o quién es Dios y qué son los hombres en esta “danza”? Y también: “Si quieres ver a Dios, observa directamente la creación. No la rechaces, no reflexiones sobre ella. Limítate a mirar” (p. 41). No se ve cómo entra aquí la mediación de Cristo para el conocimiento del Padre. “Dios no tiene nada que ver con la idea que tenéis de él… Lo único que podemos saber de Él es que es incognoscible (Istruzioni di volo per aquile e polli, 11; cf. ibid. 12-13; Messaggio..., 136; Preghiera della rana, vol 1, 351). Nada por tanto se puede decir sobre Dios: “El ateo comete el error de negar aquello sobre lo que no se puede decir nada… y el teísta comete el error de afirmarlo” (Shock di un minuto, 30; cf. ibid. 360). Las escrituras, incluida claramente la Biblia, no nos dan a conocer tampoco a Dios, son sólo como la señal indicadora que no me dice nada sobre la ciudad a la que me dirijo: “Llego a una señal donde está escrito Bombay… Esa señal no es Bombay y ni siquiera se le asemeja. No es un retrato de Bombay. Es un indicación. Esto son las escrituras: una indicación” (Istruzioni di volo... 12). Siguiendo la metáfora, diríamos que la indicación resulta inútil cuando se ha llegado al punto de destino. Y esto es lo que parece afirmar A. De Mello: “La escritura es una parte excelente, el dedo apuntado que indica la luz. Usamos sus palabras para ir más allá y alcanzar el silencio” (ibid. 15). Paradójicamente, la revelación de Dios no se expresa en su palabra, sino en su silencio (cf. también Un minuto di saggezza, 129; 167; 201, etc.; Messaggio per un’aquila che si crede un pollo, 112-113). “En la Biblia se nos señala solamente el camino, como ocurre con las escrituras musulmanas, budistas, etc.” (La iluminación es la espiritualidad, 64). Se proclama por tanto un Dios impersonal que está por encima de todas las religiones, a la vez que se ataca el anuncio cristiano acerca del Dios amor, que sería incompatible con la necesidad de la Iglesia para la salvación: “Mi amigo y yo vamos a la feria. La feria internacional de las religiones… En el pabellón judío nos dieron unos volantes que decían que Dios era compasivo y que los judíos eran su pueblo elegido. Los judíos. Ningún otro pueblo era tan elegido como el pueblo judío. En el pabellón musulmán aprendimos que Dios era misericordioso y que Mahoma era su único profeta. La salvación viene escuchando al único profeta de Dios. En el pabellón cristiano descubrimos que Dios es amor y que no hay salvación fuera de la Iglesia. Entra en la Iglesia o te arriesgas a condenarte eternamente. Mientras nos alejábamos pregunté a mi amigo: ¿qué piensas de Dios? Él respondió: es un santurrón, fanático y cruel. Una vez llegado a casa le dije a Dios: ¿Cómo soportas este género de cosas, Señor? ¿No ves que desde hace siglos te están dando mala fama? Dios respondió: yo no he organizado esta feria. Me avergonzaría incluso de visitarla” (Il canto degli uccelli, p. 186s., historia La fiera internazionale delle religioni; cf. también pp. 190-191; p. 194). La enseñanza de la Iglesia sobre la voluntad salvífica universal de Dios y la salvación de los no cristianos no está expuesta en modo correcto. Y también sobre el mensaje cristiano del Dios amor: “Dios es amor. Y nos ama, y nos recompensa siempre si observamos sus mandamientos. ¿Sí?, dijo el maestro. Entonces la noticia no es tan buena, ¿no?” (Shock di un minuto, 218; cf. ibid. 227). Toda religión concreta es un impedimento para llegar a la verdad. De la religión en general se dice lo que veíamos afirmado de las Escrituras: “Todos los fanáticos querían agarrarse a su Dios y hacerlo el único” (La iluminación es la espiritualidad, 65; cfr ibid. 28; 30). La verdad es lo que importa, venga de Buda o de Mahoma, ya que “lo importante es descubrir la verdad en donde todas las verdades coinciden, porque la verdad es una” (ibid. 65). “La mayor parte de las personas, desgraciadamente, tiene suficiente religión para odiar pero no para amar” (La preghiera della rana, vol 1, 146; cf. ibid. 56-57; 133). Cuando se enumeran los obstáculos que impiden ver la realidad, la religión ocupa el primer lugar: “Primero, tu fe religiosa. Si tú tomas la vida como comunista o como capitalista, como musulmán o como judío, estás experimentando la vida con prejuicios y de modo tendencioso: he aquí una barrera, un estrato de grasa entre la Realidad y tu espíritu, que no llega a ver ni a tocar directamente la Realidad” (Chiamati all’amore, 62). “Si todos los seres humanos estuvieran dotados de un corazón así, ninguno se etiquetaría como comunista o capitalista, cristiano, musulmán o budista. La luz y la claridad de su visión les revelarían que todos los pensamientos, todos los prejuicios, todas las creencias, son candiles cargados de tinieblas, nada más que signos de su propia ignorancia” (ibid. 172; cfr también Un minuto di saggezza, 169; 227, sobre los peligros de la religión). Lo que se afirma de la religión, se dice también en concreto de las Escrituras (cfr Il canto degli uccelli, 186s; Shock di un minuto, 28). La filiación divina de Jesús se diluye en la filiación divina de los hombres: “A lo que Dios replicó: Un día de fiesta es sagrado porque demuestra que todos los días del año son sagrados. Y un santuario es santo porque demuestra que todos los lugares están santificados. Así, Cristo ha nacido para demostrar que todos los hombres son hijos de Dios” (Il canto degli uccelli, 188). De Mello muestra ciertamente una adhesión personal a Cristo, del cual se declara discípulo (Alle sorgenti, 13.99), en el cual cree (p. 108) y con el que se encuentra personalmente (p. 109ss; 117ss). Su presencia transfigura (cf. p. 90s). Pero otras afirmaciones resultan desconcertantes: Jesús es mencionado como un maestro entre tantos: “Lao Tze y Sócrates, Buda y Jesús, Zaratustra y Mahoma” (Un minuto di saggezza, 13). Jesús en la cruz aparece como el que se ha liberado perfectamente de todo: “Veo al crucificado despojado de todo: privado de su dignidad… privado de su reputación… privado de todo apoyo… privado de su Dios… mientras miro a ese cuerpo sin vida, entiendo poco a poco que estoy mirando el símbolo de la liberación suprema y total. Precisamente porque está clavado en la cruz, Jesús llega a estar vivo y libre… Así, ahora contemplo la majestad del hombre que se ha liberado de todo lo que nos hace esclavos y destruye nuestra felicidad…” (Alle sorgenti, 92-93). Jesús en la cruz es el hombre libre de todos los lazos, se convierte por tanto en el símbolo de la liberación interior de todo aquello a lo que estamos apegados ¿Es algo más que el hombre libre? ¿Es Jesús mi salvador o me remite a una realidad misteriosa que le ha salvado a él?: “¿Podré alguna vez entrar en contacto, Señor, con la fuente de la cual brotan tus palabras, tu sabiduría?… ¿Podré encontrar las fuentes de tu valentía?” (ibid. 116). “Lo más bonito de Jesús es que se encontraba a gusto con los pecadores, porque entendía que no era en nada mejor que ellos… la única diferencia entre Jesús y los pecadores era que él estaba despierto y ellos no” (Messaggio per un’aquila che si crede un pollo, 37; también La iluminación es la espiritualidad, 30; 62). La presencia de Cristo en la eucaristía no es más que un símbolo que apunta a una realidad más profunda, la presencia de Cristo en la creación: “Toda la creación es Cuerpo de Cristo, y tú crees que sólo está en la Eucaristía. La Eucaristía señala esa creación. El Cuerpo de Cristo está por todas partes, y tú sólo reparas en su símbolo que te está apuntando lo esencial que es la vida” (La iluminación es la espiritualidad, 61). El ser del hombre parece llamado a una disolución, como la de la sal en el agua: “Antes de que aquel último pedazo se disolviera, la muñeca de sal exclamó sorprendida: ¡ahora se quién soy!” (Il canto degli uccelli, 134). En otros momentos se declara irrelevante la cuestión de la vida más allá de la muerte: “¿Hay vida después de la muerte?… ¡esa es la cuestión!, respondió el maestro enigmáticamente” (Un minuto di saggezza, 93; cf. ibid. 37). “Un buen síntoma del hecho de que estáis despiertos es que no os importa nada de lo que sucederá en la próxima vida. El pensamiento no os molesta; no os importa. No os interesa, punto y basta” (Messaggio per un’aquila che si crede un pollo, 50-51; también Messaggio..., 166). Tal vez todavía con más claridad: “¿Porqué preocuparse del mañana? ¿Hay una vida después de la muerte? ¿Sobreviviré después de la muerte? ¿Por qué preocuparse del mañana? Entrad en el presente” (Messaggio..., 126). “La idea que la gente tiene de la eternidad es estúpida. Piensa que dura para siempre porque está fuera del tiempo. La vida eterna es ahora, está aquí” (La iluminación es la espiritualidad, 42). En diferentes lugares de la vasta obra se critica de manera indiferenciada a las instituciones eclesiásticas: “Los profesionales han asumido completamente el control de la vida religiosa…” (Il canto degli uccelli, 74s). La función del credo o la profesión de fe es juzgada negativamente, como lo que impide el acceso personal a la verdad y a la iluminación. Así con matices diversos en ibid. p. 50; 59; 62s; 212. “Cuando ya no te haga falta el agarrarte a las palabras de la Biblia, entonces es cuando ésta se convertirá para ti en algo muy bello y revelador de la vida y su mensaje. Lo triste es que la Iglesia oficial se ha dedicado a enmarcar el ídolo, encerrarlo, defenderlo, cosificándolo sin saber mirar lo que realmente significa” (La iluminación es la espiritualidad, 66). Ideas semejantes se exponen en La preghiera della rana, vol 1, 21; 133, 135; 139: “Un pecador público fue excomulgado y se le prohibió entrar en la Iglesia. Fue a lamentarse con Dios: No me dejan entrar, Señor, porque soy un pecador. ¿De qué te lamentas? — dijo Dios—, tampoco me dejan entrar a mí” (ibid. 148). El mal no es más que ignorancia, falta de la iluminación: “Cuando Jesús ve el mal lo llama con su nombre y lo condena sin titubear. Sólo que donde yo veo la maldad él ve la ignorancia… Padre, perdónalos… (Lc 23,34)” (Alle sorgenti, 191). Ciertamente este texto no refleja toda la enseñanza de Jesús sobre el mal del mundo y el pecado; Jesús ha acogido a los pecadores con profunda misericordia, pero no ha negado su pecado, más bien ha llamado a la conversión. En otros lugares hallamos todavía afirmaciones más radicales: “No hay nada bueno ni malo, sino que el pensamiento lo hace tal” (Un minuto di saggezza, 115). “En realidad no existe ni el bien ni el mal en los hombres o en la naturaleza. Existe solamente una valoración mental impuesta a ésta o a aquella realidad” (Istruzioni di volo per aquile e polli, 100; ibid. 104-105). No hay razón para el arrepentimiento de los pecados, ya que de lo único de que se trata es de despertarse al conocimiento de la realidad: “No lloréis por vuestros pecados. ¿Por qué llorar por los pecados que habéis cometido durante el sueño?” (Messaggio per un’aquila che si crede un pollo, 33; ibid. 51; 166). La causa del mal es la ignorancia (Shock di un minuto, 260). El pecado existe, pero es un acto de locura (La iluminación es la espiritualidad, 63). El arrepentimiento es así volver a la realidad (cf. ibid. 48). “El arrepentimiento es un cambio de la mente, una visión radicalmente diversa de la realidad” (Shock di un minuto, 262). Entre estas diversas afirmaciones se da ciertamente una conexión interna: si se cuestiona la existencia de un Dios personal, no tiene sentido que se haya dirigido a nosotros en su palabra. La Escritura no posee por tanto un valor definitivo. Jesús es un maestro como los demás; sólo en las primeras obras aparece como el Hijo de Dios. Tendría poco sentido esta afirmación a partir de la concepción de Dios a que acabamos de referirnos. Consiguientemente no se puede atribuir valor a la enseñanza de la Iglesia. Nuestra supervivencia personal más allá de la muerte es problemática si Dios no es persona. Es claro que tales concepciones acerca de Dios, de Cristo y del hombre no son compatibles con la fe cristiana. No podía por tanto faltar una intervención clarificadora de parte de quien tiene la responsabilidad de tutelar la doctrina de la fe, para poner en guardia a los fieles acerca de los peligros presentes en los escritos del Padre de Mello o de cualquier modo a él atribuidos.