La semana pasada que empezábamos la Cuaresma, vi un video de Instagram, producido por nuestro equipo digital de la Arquidiócesis, LA Catholics.
Era el sencillo testimonio de una mujer mayor, que tenía ceniza en la frente y, que explicaba, en español, la importancia que el Miércoles de Ceniza tenía para ella.
La mujer dijo: “Es importante tener siempre en cuenta que somos polvo y que en polvo nos convertiremos. Y es necesario ser conscientes de que a lo largo del año hemos de visitar las iglesias porque, gracias al Señor, tenemos vida, alimento, aire y un lugar donde vivir; y tenemos que dar gracias por nuestra salud”.
Son palabras sabias, que reflejan el espíritu de esta temporada santa.
Las Escrituras nos recuerdan frecuentemente que contamos con poco tiempo en nuestra vida. Hay un salmo que dice que somos como la hierba, que brota como una flor silvestre y, tan pronto como el viento la azota, deja de existir.
Es el mismo mensaje que se nos transmite por medio del signo de la ceniza: “Recuerda que eres polvo y que en polvo te convertirás”.
Pero la muerte no define los límites de nuestra vida; es cierto que provenimos del polvo de la tierra, pero Dios utilizó ese polvo para crearnos según su imagen divina.
Dios nos creó para la santidad, porque Él es santo, y nosotros llevamos la impronta de su imagen. Y el Padre envía a Jesús — como Hijo único suyo — a vivir entre nosotros, con el fin de hacernos ver las maravillosas posibilidades que nos ofrece la vida.
San Pablo decía que, así como nosotros llevamos en nosotros mismos la imagen de Adán, el primer hombre que fue creado del polvo de la tierra, de igual manera estamos destinados a llevar la imagen de Jesucristo, el “hombre nuevo” que bajó del cielo para ser “un espíritu que da la vida”.
Este es el camino y propósito de nuestra vida: estamos llamados a perfeccionar esa imagen divina según la cual fuimos creados, se nos llama a ser transformados en imagen de Jesús, por la gracia.
Dios sabe que este recorrido nos llevará toda una vida, y que implicará siempre empezar de nuevo.
Todos llevamos la carga del pecado original de Adán; nuestra naturaleza humana ha recibido esa herida.
Y nosotros nos sentimos inclinados a utilizar nuestra libertad para pecar, para tomar malas decisiones y para herir a los demás. Experimentamos la inclinación a pensar más bien en nosotros mismos y en nuestra comodidad, que en los demás, y nos cuesta poner nuestra confianza en la bondad de Dios.
Al principio de cada Santa Misa hacemos siempre la misma confesión: “He pecado mucho… de pensamiento, palabra, obra y omisión”. En esta vida, nunca habrá un solo día en que esto no sea una verdad.
La Iglesia nos ofrece cada año este tiempo sagrado con el fin de ayudarnos a hacer un alto, para ayudarnos a apaciguarnos y a “hacer un balance” de nuestra vida.
¿Cómo va el camino que estamos recorriendo con Jesús? ¿Estamos viviendo del modo en que Jesús quiere que vivamos? ¿Cómo podemos mejorar? ¿Qué cosas de nuestra vida tendríamos que cambiar?
La Cuaresma no es una temporada sombría; Dios no pretende que en ella estemos reprochándonos nuestras propias fallas y debilidades.
Dios sabe lo que somos; él sabe que somos pecadores a quienes él está llamando a ser santos. La Iglesia nos ofrece este tiempo sagrado para que examinemos honestamente nuestra conducta y así podamos realizar la ardua labor de llegar a ser santos.
La Iglesia nos propone tres disciplinas durante la Cuaresma: la oración, el ayuno y la limosna. Estas prácticas nos purifican y nos hacen centrarnos en lo que es lo fundamental en nuestra vida espiritual.
La oración nos hace prestar nuevamente atención a la amistad con Dios y a la necesidad de que ésta sea nuestra máxima prioridad, profundizando cada día más en nuestra relación con él, escuchando su voz y leyendo sus palabras en las Escrituras.
El ayuno nos recuerda que todo lo que tenemos es un don de Dios y que hemos de vivir con un espíritu de agradecimiento y de sacrificio, poniendo nuestra vida —con amor— al servicio de Dios.
La limosna dispone nuestro corazón para que amemos al prójimo con un espíritu generoso de servicio.
Conforme estas prácticas cuaresmales se vayan volviendo un hábito en nuestra vida, iremos comprendiendo con mayor profundidad el corazón y la manera de pensar de Jesús.
Y a medida que estas prácticas se vayan convirtiendo en hábitos de nuestra vida, iremos viviendo cada día más al modo de Jesús: amando como Él ama, viendo el mundo como Él lo ve y tratando a los demás como Él los trata.
Oren por mí y yo oraré por ustedes.
Esmerémonos por vivir esta Cuaresma como la mejor de nuestra vida y por hacer un verdadero progreso en el recorrido que vamos haciendo con Jesús.
Que María, nuestra Santísima Madre, ruegue por nosotros durante esta temporada santa y que ella nos ayude a asemejarnos cada vez más a su Hijo.
13 de marzo de 2025
Los escritos, homilías y discursos del arzobispo se pueden encontrar en ArchbishopGomez.com

El obispo José H. Gomez es actualmente Arzobispo de Los Ángeles, California, la comunidad católica más grande en USA. Es también Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos y forma parte de la Comisión Pontificia para América Latina.
En su ministerio, el Arzobispo José Gómez anima a la gente a seguir a Jesucristo con alegría y sencillez de vida, buscando servir a Dios y a sus vecinos en sus actividades diarias ordinarias.
Ha desempeñado un papel decisivo en la promoción del liderazgo de los hispanos y las mujeres en la Iglesia y en la sociedad estadounidense. Es miembro fundador de la Asociación Católica de Líderes Latinos y de ENDOW (Educación sobre la Naturaleza y la Dignidad de las Mujeres).
Durante más de una década, el Arzobispo Gómez ha sido una voz clara sobre cuestiones morales y espirituales en la vida pública y la cultura estadounidense. Ha desempeñado un papel principal en los esfuerzos de la Iglesia Católica para promover la reforma migratoria y es autor, entre otros libros, del titulado: Inmigración y la próxima América: renovando el alma de nuestra nación.
