Entrevista concedida por el prelado del Opus Dei a Marcin Przeciszewski director de KAI (agencia católica polaca). Mons. Echeverría habla sobre diversas cuestiones como la santidad en el mundo, la participación en la vida pública, la cultura contemporánea o el futuro de la evangelización.
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Excelencia, ¿en qué consiste la esencia del mensaje del Opus Dei al mundo contemporáneo y al hombre contemporáneo?
El mensaje del Opus Dei es sencillamente una expresión de la llamada del amor de Dios a todas las mujeres y hombres a vivir a fondo y a difundir el mensaje cristiano. Es peculiar el acento en la santificación del trabajo y de las circunstancias ordinarias de la vida.
Por decirlo de forma gráfica, San Josemaría Escrivá ha unido dos consideraciones que con frecuencia se ha tendido a enfocar de modo separado. Por una parte, ha repetido que el mundo no es una realidad negativa: «vio Dios que era bueno», dice el libro del Génesis. Por otra —y esto lo enseña también el Génesis—, que el hombre ha sido puesto en el mundo precisamente para trabajar.
En consecuencia, para cumplir la voluntad de Dios, para ser un cristiano coherente, para ser santo, no es necesario abandonar el mundo: el trabajo y las ocupaciones ordinarias de una persona corriente se convierten en medio y ocasión de vivir, de modo heroico, la caridad con Dios y con el prójimo.
Desde sus comienzos, el Opus Dei predica el ideal de la santidad en lo cotidiano realizado en cada momento de la vida. Como ideal es muy bonito, pero ¿cómo realizarlo, entre tantos problemas que cada día nos plantea, dentro de lo cotidiano que con su ritmo vertiginoso continuamente nos distrae?
El Prelado tuvo un encuentro con miles de polacos en su pasada visita al país.
La primera condición se concreta en aceptar con garbo los problemas y ese ritmo vertiginoso que usted menciona. Si no nos extrañamos ni nos desanimamos ante las dificultades, ya hemos recorrido la mitad del camino.
Pero el factor fundamental consiste en cultivar la amistad con Jesucristo cada jornada, mostrando que le queremos de modo objetivo y subjetivo, no teórico. Me refiero también a la necesidad de dedicar un tiempo diario al trato personal con Dios: a la participación en la Santa Misa, a la oración, a la lectura del Evangelio… No resulta tan difícil: basta tomar la decisión y organizarse, aunque quizá debamos considerar cómo aprovechar mejor el tiempo o prescindir de un rato de televisión.
Jesucristo mismo nos lo ha dicho: «Venid a Mí los que estáis cargados y agobiados, que yo os aliviaré». Si permitimos que Dios entre en nuestra vida, los problemas no desaparecerán, pero, compartidos con Él, los veremos de otro modo, como una ocasión de servirle y de servir a los demás. Si abrimos a Dios la puerta de nuestra conducta, de nuestra alma, también entrarán las personas que nos rodean.
Junto al diálogo con Dios se requiere también el ejercicio de las virtudes humanas. San Josemaría Escrivá subrayó siempre la urgencia de cultivar las virtudes que hacen más grata la convivencia: la generosidad, la alegría, el espíritu de servicio, el amor a la libertad…
Varios miembros del Opus Dei desempeñan funciones destacadas en la vida pública: hay intelectuales, empresarios y políticos. ¿Cómo se puede —hasta el final y sin rebajas— ser cristianos en la política? La política se define como «arte del compromiso». Y un cristiano en cuestiones de principios no puede «negociar compromisos». ¿Cómo compaginar estos aspectos?
En primer lugar, yo recomendaría no exagerar: ser coherente con la fe a veces puede resultar costoso, pero no hay que considerarlo una tragedia. También muchos no cristianos actúan en conciencia, con puntos de referencia firmes, que consideran innegociables: si no, serían personas sin principios, y de un hombre sin principios es de quien una persona recta menos se puede fiar. He visto políticos no cristianos que abandonaban una cartera ministerial por motivos de conciencia, por desacuerdo con una decisión de su gobierno. Si un cristiano, por defender su fe, se viera moralmente obligado a llegar a eso, no haría algo inaudito, aunque se trate de un caso excepcional.
«Para muchos europeos, el nuestro será el primer anuncio que reciban de la buena noticia del Evangelio».
La política, por su naturaleza, exige debate, consenso, búsqueda de acuerdos. Pero, antes, requiere prudencia, y —de modo especial— deseo de servir al bien común, honradez. Con esa base, el esfuerzo de los políticos, también de los cristianos, consiste en trabajar seriamente, explicar con claridad sus razones, atender a la razón o a la parte de razón que aportan los demás. Para santificar estos trabajos se requiere realizarlos bien, sin trampas ni chapuzas, con calidad y con caridad, rectificando cuando hay equivocaciones. Para los católicos, las tareas políticas no suponen una tarea incómoda, sino un reto apasionante.
Permítame añadir que la mayor parte de los fieles del Opus Dei desarrollan profesiones corrientes en la sociedad, aunque todos procuran descubrir el brillo que esconde todo trabajo realizado con amor de Dios y deseos de servir al prójimo.
El Opus Dei da un gran valor a la confesión. Sin embargo, este sacramento en muchos países y en algunas iglesias locales está casi desapareciendo. ¿Cuál ha de ser el papel de la confesión en la vida de quien quiere ser cristiano?
El Opus Dei no da «un gran valor» a la confesión, como si fuera una novedad de su mensaje: basta repasar el Catecismo de la Iglesia Católica para darse cuenta de que es algo querido por Dios y recordado por la Iglesia. La Prelatura siente el deber de traer a la mente de los fieles católicos que la posibilidad de acudir a ese sacramento es un grandísimo don de Dios, que hemos de agradecer, no una enojosa imposición; es un medio que necesitamos.
En la confesión, Dios perdona nuestros pecados. La palabra «pecado» quizá suena fuerte en nuestros días, pero el concepto está tan vigente como el de «conciencia». En la vida de cada uno coexisten el bien y el mal, y del mal no sólo hemos de responder ante la justicia humana, sino sobre todo ante Dios. La diferencia radica en que Dios pone
todo de su parte para perdonarnos.
Insisto: considero que la fe nos muestra el sacramento de la penitencia como un don inmenso y una liberación; nos ayuda a ser realistas y a reconocer nuestras limitaciones, sin eufemismos; nos descubre el amor de un Dios que perdona siempre, porque es Padre. Además, experimentar la misericordia nos invita a practicar sinceramente esa misericordia con todos.
¿Cómo juzga la cultura contemporánea? La Iglesia siempre ha mantenido un diálogo con la cultura tratando de evangelizarla. ¿Qué corrientes —como católicos— podemos aceptar en la cultura contemporánea, y cuáles debemos decididamente rechazar?
No me parece posible expresar un juicio sobre la cultura contemporánea de modo sumario, porque toda apreciación necesitaría muchos matices. Respecto a la segunda parte de su pregunta, pienso que el dilema de los católicos no se encuentra en la distinción entre corrientes de la cultura que pueden aceptar y tendencias que deben rechazar. A lo largo de la historia los católicos han sido más bien creadores de cultura: han acertado a expresar la fe en forma de filosofía, la esperanza en arte, la caridad en obras de servicio. Una gran responsabilidad del cristiano, en la hora presente, se traduce en manifestar su fe con expresiones culturales comprensibles y atractivas para sus conciudadanos.
Pienso que la superación del relativismo —al que se ha referido varias veces Benedicto XVI— requiere de los católicos, y específicamente de los laicos, una aportación constructiva, no sólo una denuncia. En particular, esto se aplica a lo que podríamos llamar «culturas profesionales», que se extienden más allá de las fronteras geográficas: la cultura propia de la comunidad científica o jurídica, la del mundo del cine o de la moda… En todas las culturas profesionales honradas han de estar presentes los cristianos, no tanto para entablar un diálogo externo, como desde fuera, sino para ofrecer su aportación desde dentro: realizar investigaciones científicas que respeten la dignidad de la persona y mejoren nuestra calidad de vida, proponer leyes que protejan la familia, etc.
Por decirlo con una imagen, hemos de «traducir» a todos los idiomas profesionales el gran léxico cristiano, que también resume algunos de los más importantes logros del progreso humano: verdad, libertad, belleza, caridad.
Hace unos meses falleció el hermano Roger Schutz de Taizé, gran promotor del ecumenismo. ¿Cómo trabaja el Opus Dei en este campo? ¿Cómo debemos trabajar cada uno de nosotros, como cristianos, por la unidad de los cristianos?
Por lo que se refiere al trabajo del Opus Dei en el campo del ecumenismo, podría señalar aspectos muy variados, en función de la condición de los fieles de la Prelatura. Por ejemplo, recientemente tuve la oportunidad de participar en la ordenación episcopal de un sacerdote de la Prelatura en Tallin, donde desarrolla una intensa actividad ecuménica, en un clima fraterno, con cristianos no católicos y también con creyentes de otras religiones.
Pero querría referirme a un aspecto más institucional, muy querido por San Josemaría: los cooperadores del Opus Dei que no son católicos. Desde que la Santa Sede concedió su aprobación, en tiempos de Pío XII, miles de personas de todas las confesiones cooperan con la labor del Opus Dei en el mundo entero. La colaboración con la Prelatura representa, como es obvio, una relación de afecto con la Iglesia católica, superación de diferencias, cercanía que prepara el camino de la unidad.
Tras su visita a Polonia, ¿cómo ve nuestro país y la Iglesia de esta tierra? ¿Qué puntos fuertes posee nuestro cristianismo y en qué puntos deberíamos mejorar?
Pienso que el mejor modo de responder a sus preguntas es volver a los mensajes que Juan Pablo II dirigió a los polacos, especialmente a los discursos pronunciados en sus distintos viajes.
He tenido ocasión de venir a esta amada tierra en varias ocasiones, de conocer a muchos polacos, de disfrutar de su hospitalidad. Puedo decir que para mí la historia de la Iglesia en Polonia representa un continuo estímulo. La fortaleza en la fe y la lealtad ante las dificultades constituyen un punto de referencia. Conforta también saber que Dios premia la fidelidad, como se puede comprobar por el florecimiento de las vocaciones sacerdotales.
Quizá aquí se encuentra uno de los retos del momento presente: las circunstancias han cambiado, ahora no está en juego la libertad; ha llegado el momento de luchar por otros bienes. Siempre es tiempo de fidelidad.
El Siervo de Dios Juan Pablo II ha animado muchas veces a los católicos polacos a una «creativa participación en el entorno europeo». ¿Cuál ha de ser, en su opinión, el papel del cristianismo de Polonia en la evangelización de Europa? Concretamente, ¿cómo deberíamos realizar la misión de la evangelización de Europa?
Por lo que acabo de decir, estoy convencido de que Polonia está llamada a jugar un papel destacado en la nueva evangelización de Europa. Respecto al modo de llevarla a cabo, me parece fundamental que nos demos cuenta de que nos encontramos, precisamente, ante una evangelización que es nueva, como repetía Juan Pablo II, y como ha señalado también Benedicto XVI: nueva porque, para muchos europeos, el nuestro será el primer anuncio que reciban de la buena noticia del Evangelio; y nueva porque hemos de transmitir la fe con nuevo vigor, con renovada alegría, con entusiasmo. Europa no sólo tiene raíces cristianas: alberga también un hermoso futuro cristiano.
El Santo Padre Juan Pablo II se ha encontrado en varias ocasiones con el Opus Dei y ha valorado muy positivamente la Obra. Ha llevado a los altares al Fundador. Dentro de la riquísima herencia de este Papa, ¿qué aspectos considera especialmente importantes? ¿Cómo deberíamos acometer esta obra que nos ha dejado?
Juan Pablo II nos ha transmitido una herencia muy rica. Nos ha dejado, entre otras cosas, el ejemplo de su valiente coherencia: puede parecer paradójico, pero pienso que ha sido un Papa popular porque ha sabido ser «impopular» cuando, en defensa de la verdad, le ha tocado serlo.
Juan Pablo II era consciente de que Cristo ha salvado a todos los hombres, y no ha dudado en acudir al último rincón del planeta para anunciar el Evangelio. Adelantándose a los tiempos, ha dado pasos de gigante en la línea de la «mundialización» del apostolado. Su ejemplo nos mueve a no limitar nuestro afán de evangelización a Europa o a las fronteras históricas del cristianismo, sino a extenderlo a todo el mundo, con magnanimidad. Su figura santa ha puesto de relieve la perenne novedad del mensaje cristiano.
En realidad, Juan Pablo II nos ha legado muchas más herencias, todas de gran riqueza. He señalado sólo dos porque nos muestran un regalo y también una tarea. Para hacer fructificar su herencia contamos con otro gran regalo suyo: su testimonio de esperanza. Ciertamente, la esperanza es un don de Dios, pero se aviva con el ejemplo de los santos. Y un testimonio heroico de esperanza ha ofrecido día tras día, en nuestro tiempo, Juan Pablo II.
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