Esta semana la Iglesia celebra al gran apóstol San Pablo. Soy una mujer pero amo a Jesús con la pasión y convicción que leo y siento en San Pablo. Su conversión me conmueve completamente y me recuerda la mía, cuando hace muchos años yo también vi esa luz y sentí caerme de un caballo.
Jesús es Dios. Esto lo supo San Pablo en el momento en que persiguiendo a los cristianos escucho una voz desde el cielo que le preguntaba: “Pablo, ¿por qué me persigues?”
Puedo imaginarme a Pablo, desconcertarse, perder las riendas de su caballo y salir disparado por la tierra golpeándose por todos lados y sorprendido mirar asustado y preguntando: “¿Quién eres Señor?” Y escuchar la respuesta una vez más desde el cielo que le dice: “¡Yo soy Jesús, a quién tu persigues!” En ese momento, Pablo da un giro de 360 grados, lo que la ciencia conoce hoy como un proceso cuántico, que no es más que una metanoia de la mente y la transformación del corazón en un segundo ante el despertar a las realidades más hondas y profundas.
Dios existe. Dios es Jesús y Dios transforma en un segundo cambiando para siempre el rumbo de la vida. Esto le paso a Pablo quien sigue con la pregunta: “¿Señor que quieres que haga?”
Pablo ahora ya es otro hombre. Su corazón ha sido tocado y transformado y esa conversión le lleva a la entrega, a la disponibilidad, a la audacia absoluta de dejar que Dios dirija su vida. “Sé de quién me he fiado y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día, en que vendrá como juez justo, en encargo que me dio”, (2 Tim 12:4-8)
Si tú y yo lleváramos con más frecuencia esta lectura en la Biblia en los momentos de crisis, de sufrimiento, de confusión, de dolor, de incertidumbre, de propuesta de la vida inesperadas no caeríamos en estados de desesperanza o de depresión o de negatividad mental ya que su poder es el que haría fluir nuestra vida.
Hay momentos en la vida en que parece que todo sale mal, que las cosas que hemos trabajado quizá durante años no se realizan, que Dios nos ha olvidado. ¿Qué pasaría si volviéramos a esta escritura? Nos llenaríamos de poder, de optimismo, de abandono, pues sabríamos que Dios está en control de todas las cosas y de la marcha de nuestra propia vida.
La conversión y fe de San Pablo consiste precisamente en esto: en haber aceptado que Cristo, ese que le hablo cuando perseguía a los cristianos, entrara a su vida y le orientara hacia su único fin, que todas las almas conozcan que son hijos de Dios, anunciar el evangelio del Amor y la compasión humanas.
Pablo, gran y valiente guerrero, de personalidad extraordinaria en un momento comprendió y lo dejó todo por Cristo pues en un instante supo que el evangelio es fuerza de salvación para todos los que creen en él. (Romanos 1: 16).
Que María Santísima, La Morenita de Guadalupe te ayude a ti y a mí a servir a las almas tal y como lo hizo San Pablo, ¡Gloria a Dios!
Sheila Morataya
Austin, TX
sheilamorataya.co