Meditación para los cuarenta días

 “Rásguense el corazón y no las vestiduras. Vuelvan a el Señor su Dios”. Joel 2: 12

Estos días para los cristianos son días para buscar a Cristo. Buscarlo por medio de la oración, el ayuno y la limosna.

“Cuídense entre ustedes, no se hagan daño”, ha dicho el Papa Francisco. Y es que de esto se trata el seguimiento de Cristo al que de repente se pierde debido al mal que impera en el mundo.

Estos cuarenta días son necesarios para hacer un detox del pensamiento, de los apetitos mundanos y, hasta quizá de las bajas pasiones que surgen el corazón, casi sin darse cuenta. Por esto esta gran necesidad de hacer un alto, para meditar la vida de Cristo por medio de lo más seguro que es lectura de la santa Biblia y el camino de la oración, el ayuno y la limosna. Estas prácticas espirituales propiamente son las que nos llevan a renovarnos interiormente.

Con la oración imitamos la forma en la que Cristo se relacionaba con su Padre, aprendemos cómo cultivaba su vida interior para poder descubrir la voluntad de este en su vida.

Estos cuarenta días no son solo para ir a la Iglesia y recordar que somos polvo; tampoco para renunciar a los dulces o a las compras o quizá a la cerveza. Esto es lo que el catolicismo light nos ha hecho creer.  Es algo más profundo que debes comprender.

Es preciso que yo me esfuerce y me pregunte en el momento de que la ceniza me sea impuesta: “Quiero buscar a Cristo, ¿para qué? ¿Qué es lo que me mueve a hacer este alto en mi vida? ¿Cómo están mi mente, mi corazón y mi vida espiritual en este Aquí y ahora? ¿Cuáles son los resultados que quiero ver en mi vida en cuanto a mi conocimiento de Cristo y su imitación en estos cuarenta días? ¿Qué estoy dispuesto a hacer en estos cuarenta días? ¿Cómo monitorearé mi propio progreso? ¡Cuántas preguntas!

Estas Preguntas te obligan a pararte para pensar y encontrar lo que hay o no hay en el corazón. Por esto el ayuno no es menos importante ya que por medio de él, podré abrir una de esas puertas que permanecen cerradas cuando se vive una vida orientada a la comodidad.

Ayunaré sin que nadie sepa que me quito los postres, aquella novela que tanto me gusta, los helados, los dulces, las habladurías o qué aceptaré cosas que en general me incomodan o que no desayunaré hasta el almuerzo porque quiero sentir el hambre de Dios.

San Juan Crisostomo invitaba a “ayunar de no decir nada que haga mal al otro”, y añadía: “¿De qué te sirve no comer carne si devoras a tu hermano?”

Por medio de mi ayuno me quiero dar cuenta de cuáles son mis disposiciones interiores para acompañarlo cuando llegue el momento de la agonía en Getsemaní, el camino de la vía dolorosa, la burla de los soldados, el despojo de la autoestima y quizá entonces lo encontraré.

Me preguntaré o le preguntaré: Señor: ¿Cómo quieres que sea mi ayuno? ¿Qué necesitas que haga por ti para que más te conozcan? ¿Qué tanto sientes que te amo? Y al hacerme estas preguntas pensaré en los pobres y necesitados que requieren de mi ayuda. Creo que por esto dedicaré todos los días de estos cuarenta días a pensar en los pobres.

Quizá yo mismo soy pobre y comprendo muy bien estas palabras ya que comprendo su sencillez y su dependencia De Dios Padre. Pero, ¿y si no lo soy?

Le preguntaré: “Señor, ¿cómo puedo ayudarte entre los pobres? ¿De qué formas quieres que me acuerde de ellos en estos cuarenta días? ¿Cómo podré consolarte en ellos?

En estos cuarenta días tendré muy presentes las palabras de san Alberto Hurtado, ese santo jesuita chileno que decía: “El pobre es Cristo”.

Ciertamente Jesús, Cristo, eres el modelo de una nueva humanidad. Este día, solo por hoy te pido con humildad tu Gracia en mi corazón para buscarte, para encontrarte y para amarte todos y cada uno de todos los días de mi vida.

FIRMASHEILA

Sheila Morataya
Austin, TX
www.sheilamorataya.com
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