Definir la familia es muy difícil en tiempos en los que los criterios de afectividad y autonomía son considerados más importantes que los criterios de procreación y autoridad. Aquí reflexionamos sobre la familia como una comunidad de vida, generación, servicio y crecimiento.
Definición de diccionario
Hablar de una definición de familia es importante y a la vez difícil. ¿Qué autoridad nos puede dar un punto de partida para definir a la familia? Si nos acercamos a los moralistas católicos tradicionales seguramente nos darán una definición muy diferente a la que nos darían los católicos que estudian y trabajan con personas con tendencias homosexuales.
Más bien, para partir de una autoridad neutral y después confrontar otras autoridades comenzamos con la definición de familia del Diccionario de la Real Academia Española. En él encontramos esta definición de familia: «Grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas.» Con base en esta definición que parece simple encontramos las características esenciales de la familia. En primer lugar observamos que la familia es comunidad, en segundo, que es generadora; y en tercero, que es comunidad de servicio y de caridad.
No polemizaremos aquí sobre la legitimidad de las familias homoparentales ni trataremos de dar una definición unívoca o inflexible de la familia. No queremos condenara a nadie ni hacer polémica. Lo que pretendemos es acercarnos a una definición de familia a través de las características que hemos descrito: ser comunidad de caridad y de generación.
Familia es comunidad
No hay familia si no hay un grupo de personas. La palabra «familia» viene del latín, famulus, que significa siervo. Esto se puede traducir como el grupo de los servidores o de los que se sirven. Viviendo en comunidad se aprende a vivir sabiendo cuáles son las propias virtudes y defectos, a fin de poder aceptar nuestras debilidades para mejorarlas.
La comunidad nace del amor, que es el deseo del bien. En pocos lugares como en la familia se puede decir que existe un amor de caridad verdadero, pues tanto los padres como los hijos actúan por el bien de los miembros de la familia sin desear nada más que su perfección.
Desde hace tiempo ha sido costumbre decir que la familia es reflejo de la Santísima Trinidad porque tiene una estructura de amor y de procedencia semejante a la de la intimidad de Dios. La familia es análoga a la Trinidad Santa porque sus miembros se conocen y aman en un modo parecido en el que lo hacen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios es comunidad, es una familia. Las Personas divinas se aman como una familia. En un sentido semejante también se puede decir que la familia humana se parece a la Trinidad Santísima porque sus miembros se generan en el amor y la caridad.
La familia es generadora
La comunidad familiar cría a sus miembros en el seno del amor y la caridad. En esto también hay una presencia trinitaria. El Padre se conoce y ama a sí mismo perfectamente. De este amor y conocimiento perfecto el Hijo fue engendrado como Imagen del Padre. De un modo semejante, los padres humanos se aman y conocen bien, tanto, que desean perpetuar su amor en la procreación de los hijos, que son imagen suya.
Algunos pensadores contemporáneos indican que no todas las familias necesitan estar abiertas a la fecundidad por naturaleza para definirse como tal. Debemos tener en consideración que la familia no sólo genera en el sentido biológico, sino también espiritual. Da vida a los hijos y también da vida al espíritu de los mismos. No discutiremos aquí sobre la legitimidad de las parejas homosexuales que se dicen ser familia. Ese discusión, si bien, es interesante, debe ser analizada profundamente en un clima de diálogo para ser resuelta con plenitud.
La familia es comunidad de servicio
Ya hemos dicho que en un origen «familia» quiere decir «grupo de servidores». Los miembros de la familia se aman y conocen bien. Por eso se sirve, pues cada uno se sabe instrumento de servicio y a la vez un fin en sí mismo. De este modo, aunque haya jerarquía familiar, todos los miembros se sirven en el amor de caridad que desea la plenitud y el bien del otro de manera desinteresada.