El Padrenuestro

Rezar como hijos, no como extraños y menos como hipócritas. Pero ¿qué decir?

Jesús enseña el Padrenuestro, la oración más perfecta salida de labios humanos. "Vosotros, pues, orad así:

 

Padre nuestro, que estás en los Cielos,

 

santificado sea tu Nombre;

 

venga tu Reino;

 

hágase tu voluntad

 

así en la tierra como en el Cielo.

 

El pan nuestro de cada día dánosle hoy;

 

y perdónanos nuestras deudas,

 

así como nosotros perdonamos a nuestros deudores;

 

y no nos dejes caer en la tentación,

 

mas líbranos del mal.

 

Pues si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre Celestial. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados"(Mt).

 

Lo primero pedir, porque es la actitud humilde que evita el orgullo de quien se piensa que por sus propios méritos alcanzará la perfección. Para evitar el escollo, casi insalvable, del amor propio, disfrazado en ocasiones de religiosidad, pedir. Reconocer la propia verdad de criatura necesitada. Pero orar como hijos a ese Padre que está en los cielos, y no desoye nunca las súplicas de los hombres.

 

Pedir su gloria, lo primero, también porque es lo más conveniente para los hombres. La gloria de Dios es la vida del hombre: que sea santo, que ame sin mentiras, que viva vida eterna. Y el esplendor de la vida divina se refleja en el hombre, que es su imagen.

 

Y, después, viene rezar por la venida del Reino, y con él la paz, la justicia, la libertad, el amor que Dios derramará sobre los hombres, si quieren acogerlo.

 

En tercer lugar, desear el cumplimiento de la voluntad de Dios en el mundo, pues el hombre no puede alcanzar su propio fin sin la ayuda amorosa del Padre. El hombre es un orante, llamado a un fin altísimo que sólo puede alcanzar con la ayuda del Padre.

 

El pan de cada día lo constituyen las necesidades materiales y espirituales de todo hombre. Y cada día es único, hasta que el hoy se convierte en eternidad.

 

Luego el perdón, condición para ser perdonado con el perdón divino mucho más grande que el humano porque el pecado tiene una dimensión misteriosamente infinita.

 

La superación de la tentación requiere la ayuda divina. El hombre no está solo ni en las pequeñas pruebas, ni en las grandes, ni en la sutiles que quizá vienen muy disfrazadas.

 

Y como gran final, la liberación de todo mal, del tentador que se rebeló frente a Dios, al que odia intentando destruir al hombre; y de todos los dolores que amedrentan al hombre.

 

Estas son las siete peticiones; pero el fondo es uno solo: la actitud del hijo ante su Padre poderoso y amoroso que respeta su libertad y nunca deja de ayudarle, más aún si se lo pide.

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Reproducido con permiso del Autor,

Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias

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