¡Qué alguien me ayude!

En esa situación desesperada lo que más necesitas es un buen consejo. Checa la importancia de este valor.

Aconsejar debería convertirse en la expresión habitual del interés que tenemos por los demás, por nuestra familia, amigos y conocidos.

El valor del consejo nos hace darnos cuenta de las posibilidades de mejorar que tienen las personas, transmitiendo ideas que orienten y faciliten el crecimiento individual de cada una de ellas en los distintos aspectos de su vida; siempre de persona a persona, en un ambiente de confianza, sin ofender, ni interferir en decisiones que no nos corresponden.

Saber aconsejar es un valor necesario para lograr un mejor entendimiento en la vida familiar; facilitar el trato personal en la actividad profesional o de estudio; establecer verdaderas y profundas relaciones de amistad, eliminando todo rastro de complicidad o indiferencia y superando la superficialidad de simples encuentros de antro.

Seguramente, a veces sentirás que en tu situación no puedes aconsejar a nadie: tronaste 8 materias, tienes un mes llegando a las 3 am los fines de semana y no sabes qué carrera estudiar.

Pero también es seguro que has estado en problemas similares a los que está pasando tu amiga Fulana o tu cuate Mengano. Ellos necesitan una mirada desde fuera de esa situación estresante que los tiene hechos garras por dentro.

El consejo nos ayuda a mejorar nuestra comprensión hacia los demás, y crecemos en sencillez para aceptar y agradecer los consejos que recibimos, con el consecuente esfuerzo personal por mejorar.

Es común pensar que los consejos están reservados a circunstancias de verdadera trascendencia, sin embargo, nos enfrentamos a situaciones ordinarias en las que es necesario superar el temor a provocar un malentendido o herir los sentimientos de los demás. Pensemos en tu hermano a la hora de comer; el mal aliento de tu amigo… Qué fácil es criticar y pasar por alto detalles tan insignificantes pero al mismo tiempo tan evidentes.

Aconsejar supone el riesgo de convertirnos en una señora regañona y metiche. Por eso debemos cuidar no convertirnos en observadores y jueces permanentes de la conducta ajena.

Para no hacer de nuestro consejo una crítica imprudente, es necesario analizar y comprender las circunstancias y necesidades de los demás, aportando la experiencia propia como punto de partida, pero jamás como la única y posible solución.

Cada vez que hablamos sin ton ni son, lo que catalogamos como consejo carece de validez porque personalmente no demostramos interés por mejorar en ese mismo aspecto. Por ejemplo, es fácil decir como deben hacer su trabajo los demás, y ser inconstante, irresponsable y desordenado en el propio.

Si deseamos vivir este valor, debemos mostrar interés por ayudar a los demás a mejorar en esas “pequeñeces”, pues un consejo oportuno y con rectitud de intención, siempre será apreciado y comprendido.

Para actuar con prudencia y aprender a dar buenos consejos, podríamos comenzar por:

* Evita dar tu opinión sobre lo que no te gusta o te parece mal de los demás. A eso se le llama crítica y demuestra falta de comprensión.

* Antes de dar un consejo, revisa tu vida y piensa tres alternativas que ayuden a la persona a mejorar.

* No exhibas a los demás. Procura expresar tu consejo sólo al interesado, jamás lo hagas en público.

* No olvides que es de suma importancia encontrar el momento oportuno para expresar tu punto de vista.

* Observa tu actitud al recibir consejos y haz el propósito de aceptarlos con serenidad. Así serás más sencillo, y creces en comprensión y delicadeza en el trato con los demás.

Aconsejar es una responsabilidad muy grande, porque cada una de nuestras palabras puede traer un beneficio o una consecuencia grave en la vida de quien nos escucha.

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