Pluralismo y fe

Pluralismoyfe.encuentra.com.intEn nuestra sociedad y en la iglesia se habla hoy mucho de pluralismo, de respeto a todas las ideologías y formas de interpretar la realidad.

En nuestra sociedad y en la iglesia se habla hoy mucho de pluralismo, de respeto a todas las ideologías y formas de interpretar la realidad. Sin embargo, este naciente pluralismo está creando fuertes tensiones en la sociedad y en las comunidades cristianas, tanto más fuertes cuando más rígidos han sido el centralismo o el unitarismo padecidos.

Admitir el pluralismo supone tener conciencia de la relatividad de la verdad, de la laboriosidad de la unidad, de la transitoriedad de las situaciones, aunque ello provoque ansiedad, angustia e inseguridad en el ser humano. La uniformidad es el fruto de la comodidad y de la alienación de los que obedecen y de la manipulación de los que mandan.

La fuerza del Espíritu de Dios está más allá de los monopolios, de las instituciones y de las iglesias. Dios es siempre «más». A pesar de hablar mucho de pluralismo, es la intolerancia, el exclusivismo, la pretensión de monopolizar a Dios… los que predominan en la sociedad y en la iglesia. La tentación de pensar que Dios y Jesús son una propiedad nuestra, de identificar a Dios y el bien de la iglesia con el propio grupo, con la propia forma de hacer las cosas, con las propias ideas de un modo exclusivista, que el Espíritu sopla sólo en quienes piensan como nosotros…, es constante.

No podemos dejar de reconocer que los cristianos hemos caído a menudo en este pecado. Fácilmente desconfiamos -y condenamos- del pensamiento, de las iniciativas o de la acción de los no cristianos. La causa más superficial de las tensiones en la iglesia es la diversa manera de pensar, fruto de la formación religiosa recibida, lo que se manifiesta fundamentalmente en las distintas edades de los cristianos: es muy diferente en los mayores y en los jóvenes, por ejemplo. Cuando la causa es únicamente la formación recibida, podemos creer en la buena voluntad.

Las cosas se complican cuando entran otros intereses: cuando los jóvenes hacen «su» religión, «su» vida, «su» conveniencia…. quitando todo lo que les molesta y les complica y criticando a los adultos porque hacen otro tanto; cuando los adultos pretenden, ante todo, defender sus privilegios, sus negocios, sus conveniencias, sus posiciones, sus egoísmos, sus seguridades… y lo enmascaran con la defensa de la verdad, de la que pretenden tener el monopolio y la única expresión posible. Otra causa de la intransigencia es el celo desmedido por guardar la pureza de la fe, como si para conservarla tuviéramos que expresarla siempre con las palabras intocables del pasado. También la envidia a que otros posean lo mismo o más que nosotros. Pero la causa mayor de la intransigencia quizá sea la lucha que han desatado los que se sienten perjudicados y atacados contra los que pretenden desmontar el cristianismo burgués sobre el que está edificada nuestra iglesia de Occidente; lo mismo que en el campo social tratan de impedir el logro de una sociedad justa y fraterna todos los que se verían perjudicados en el cambio.

La comunión entre las iglesias, entre las naciones, entre los pueblos y comunidades no está en la uniformidad, sino en el amor, fruto de la justicia y de la libertad. Es necesario admitir un pluralismo en todos los ámbitos: por la complejidad de la verdad, de la que cada uno tenemos una parte; por el respeto a las libertades legítimas de los individuos y de los grupos; por la independencia del Espíritu en su manifestación en todo esfuerzo humano que lleve como marca la solidaridad universal.

Todo lo dicho no quiere decir que todos los pluralismos sean verdaderos, aunque no seamos cada uno de nosotros los que podamos decir cuáles no lo son. Son inviables los que no busquen como fin último el bien de todo el hombre y de todos los hombres; que para un cristiano significa todo lo que no tenga como norma el camino que marca el evangelio, aunque no se sepa, pero teniendo cuidado, porque se han presentado -y siguen presentándose- muchas exigencias como evangélicas que no tienen nada que ver con los planteamientos de Jesús.

El pluralismo no puede llevarnos a pensar que todo es igual, a relativizar la fe, a hacer de la religión lo que nos venga en gana. Sí a verlo todo y quedarnos con lo bueno (/1Ts/05/21). Todo lo bueno que existe en el mundo lleva la misma dirección: el bien, que para un creyente se llama también Dios. Un bien que no es verdadero mientras no abarque a toda la humanidad por igual. Lo mismo lo que sea justo… Todo tiene su plenitud en Dios, que es la verdad, la justicia…

No podemos monopolizar a Dios ni a su enviado

Este pasaje evangélico descalifica todo intento de monopolizar a Dios, a Jesús o al Espíritu. Y consagra todo pluralismo legítimo. El suceso a que Juan se refiere no es impensable en tiempos de Jesús, pues sabemos por otras fuentes (Flavio Josefo) la existencia de exorcistas judíos que empleaban ciertas oraciones y prácticas mágicas para expulsar demonios -curar enfermedades-. El libro de los Hechos de los Apóstoles (8,18-19) nos dice que un tal Simón el Mago quiso comprar a Pedro la facultad de hacer milagros, ofreciéndole dinero. Juan, uno de los discípulos más allegados a Jesús, se dirige al Maestro para contarle el encuentro que han tenido con un exorcista que utilizaba su nombre para expulsar demonios. Personifica la actitud natural del hombre preocupado exclusivamente de reclutar adeptos para el propio grupo y que, por ello, no tiene en consideración a los que quedan al margen o no quieren enrolarse.

No se dice nada de quién era el exorcista. A los evangelistas les interesa solamente poner de relieve la apertura que la comunidad cristiana debe tener con los que, no perteneciendo expresamente a la iglesia, demuestran hacia Jesús una actitud de simpatía y acercamiento. Ya había surgido en el seno de las primeras comunidades cristianas la tentación de monopolizar y fijar las características y condiciones que debían tener los verdaderos seguidores de Jesús.

Como los discípulos tenían éxito expulsando demonios en nombre de Jesús -aunque no siempre (Mt 17,19-20; Mc 9,28-29; Lc 9,40)-, uno de aquellos exorcistas intentó expulsar demonios también en nombre de Jesús, aunque no pertenecía al grupo de sus discípulos. La invocación del nombre del joven galileo era eficaz también en los que estaban fuera de la comunidad. Se lo quieren impedir, pero sin éxito. Y quedan inquietos, consideran su posición al lado de Jesús como un privilegio que los coloca por encima de los demás. Lo que hace el extraño merma su grandeza. Quieren dominar, no servir. ¡Qué frecuente es ponernos en contra de alguien y considerarlo enemigo sencillamente porque hace cosas que nosotros no sabemos o no queremos hacer! La envidia, muchas veces enmascarada bajo la bandera de pretender defender la ortodoxia, manifiesta la propia impotencia. ¡Cuántas condenas no son más que la demostración de nuestra propia incapacidad, el camuflaje de nuestros fallos y de nuestra pereza!

«No es de los nuestros». El orgullo de los discípulos se expresa en la pretensión de tener, en cuanto grupo, el monopolio absoluto de Jesús. Grave peligro de todo grupo: juzgar a una persona o una actuación según sea o no del propio grupo, sentir la necesidad de afirmar el propio grupo por oposición, distinción o separación de los demás. Este es «de los nuestros» y aquél no. Los nuestros son los buenos; los demás, los malos. Las faltas de los nuestros son justificables, las de los demás son de una extrema malicia. Las cosas buenas de los demás tampoco son tan buenas y se llegan a negar… Nos cuesta aceptar que las organizaciones de «los otros» tengan resultados positivos. ¿Será mucho pedir que el nombre de Jesús lo usemos «para» y no «contra», que su evangelio lo utilicemos, más que para defender posiciones, para dilatar los espacios del reino?

Detrás de la protesta de Juan se ve con claridad ese egoísmo de grupo, tan frecuente; ese mezquino miedo a la competencia que suele enmascararse de fe, pero que es en realidad uno de sus más profundos desmentidos. El discípulo mezquino e inseguro soporta mal que el Espíritu sople donde quiere. ¿No debe estar sólo en nuestras manos, de tal forma que aparezca con claridad que únicamente nosotros somos sus legítimos transmisores? Es un problema de siempre (Núm 11,25-29).

Los auténticos seguidores y amigos de Dios se gozan en la libertad del Espíritu. No se sienten desairados porque buscan en todo los intereses de Dios, al que aman, y no los propios. Y esto es lo importante: que el bien se abra camino. El orgullo es algo muy sutil. Es fácil verlo en los demás, pero no en uno mismo.

«No se lo impidáis»

Jesús, después de haberles explicado (capítulo anterior) quién es el más grande en el reino de los cielos en el plano individual, con la respuesta que les da a continuación invita a sus discípulos a no atribuirse importancia ni siquiera como grupo seguidor suyo. Les llama -y nos llama- a la sinceridad, a dejarse criticar constantemente por las opciones distintas a las suyas, a darse cuenta de que él es más que sus interesadas interpretaciones, a aprender a vivir respetuosamente con todas las opciones, alentando y apoyando todo lo que en ellas haya de bueno.

«No se lo impidáis…» Pobres discípulos: no dan una. Es la enésima demostración de lo lejos que están del Maestro. Les corrige su celo imprudente y les pide que toleren todo lo bueno que se haga en su nombre fuera del círculo reducido de los que le siguen a todas partes. Quienquiera que trabaje por Jesús y por su obra no debe ser impedido, aunque no pertenezca al grupo.

Y les dice el porqué: «Uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí». Les exhorta a reflexionar: si uno expulsa los demonios -hace el bien, implanta la justicia, cura las enfermedades- en su nombre, únicamente puede hacerlo a través de la fuerza del Espíritu, nunca por una especie de fórmula mágica que funcione automáticamente. Por lo que es absurdo suponer que pueda después hablar mal de él. De otra forma, el Espíritu actuaría contra sí mismo. Así Jesús establece una unión entre la acción ejercida en su nombre y las palabras sobre él. Les indica que hay otras formas de estar a su favor, de ser de los suyos, que deben ser respetadas. Todo hombre que hace el bien vive según el Espíritu, esté donde esté.

Pero también es verdad que no todos los intentos de liberación pertenecen a Cristo; sólo le pertenecen los que se hacen «en su nombre», es decir, los que se hacen de acuerdo con sus planteamientos, sin olvidar que el «nombre» no indica el recinto -el grupo, la comunidad o la iglesia-, sino la lógica -el trabajo hecho en bien de los demás-. Al exorcista no deben considerarlo como un extraño o un enemigo, puesto que invoca su «nombre», sino como un aliado.

Lo importante es lo que se haga y se viva, se realice consciente o inconscientemente, en nombre de Jesús. Nombre tan universal que no puede confundirse con ningún tipo de institución ni con ninguna formulación. La iglesia no puede pretender el monopolio de Cristo. Jesús es más que la iglesia, desborda las fronteras de ésta. Por eso, sin renunciar a pertenecer a la iglesia, debemos evitar descalificar a la buena gente que a su manera se inspira en el Mesías, reconocer todo lo bueno que hay en los demás, alegrarnos por ese bien y ser vínculos de paz y de unión.

Ser fieles seguidores de un Dios inmensamente misericordioso y universal. Abramos los ojos: en muchos de «fuera» está actuando hoy eficazmente el Espíritu que inspira el reino de Dios, el Espíritu de Cristo. También lo contrario es una desgraciada evidencia. «El que no está contra nosotros, está a favor nuestro». Lucas no habla de «nosotros», sino de «vosotros», excluyendo a Jesús del proverbio. Prefiere dejar más clara la diferencia entre él y los cristianos, evitar las identificaciones.

El origen de esta frase parece que está en un proverbio que se había hecho popular desde la guerra civil de los romanos: «Te hemos oído decir que nosotros (los hombres de Pompeyo) tenemos por adversarios nuestros a todos los que no están con nosotros, y que tú (César) tienes por tuyos a todos los que no están contra ti». Aquí Jesús da la razón al dicho del César, para indicarnos la actitud que debe tener la iglesia ante los valores de los hombres que permanecen fuera de ella. Esta frase está en aparente contradicción con otra de Jesús que dice: «El que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama» (/Lc/11/23; /Mt/12/30). Son las diferentes situaciones las que explican la diferencia de las afirmaciones. Cuando Jesús pronuncia esta segunda fórmula, mucho más rigurosa, está enfrentado a una total incredulidad y mala fe: algunos dirigentes religiosos lo han llegado a comparar con «Belcebú, el príncipe de los demonios» (Mt 12,24; Lc 11,15). Aquí Jesús se refiere expresamente a sus seguidores para subrayar la radicalidad del compromiso: o estáis totalmente conmigo o estáis en contra; no se puede hacer trampa. Ambos textos tienen algo común: en ningún caso es admisible la neutralidad. Nadie puede permanecer neutral ante el anuncio del reino.

Ante la realidad socio-económica de unas masas populares oprimidas y de unos pueblos sometidos no caben actitudes neutras, no hay «tierra de nadie». Y de entre los que luchan junto al pueblo nadie puede pretender la exclusiva de la revolución que vaya haciendo posible la llegada del reino de Dios.

Una comunidad cristiana debería siempre tratar de descubrir, con gozo, quiénes están «con nosotros» entre los muchos que «no son de los nuestros»; y, con tristeza, quiénes «no están con nosotros» entre los que se dicen «de los nuestros». El Espíritu es amor, libertad, justicia… Espíritu que está llamando a todas las puertas, sin exclusivismos de ninguna clase.

Habrá recompensa

«El que os dé a beber un vaso de agua porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa». Mateo incluye estas palabras al final de su segundo discurso: Misión de los Doce (Mt 10,42). Nos habla de recompensa, pero no como algo que podamos reivindicar como un derecho, sino como un fruto de la benevolencia de Dios. El que obrara por ella mostraría no actuar por Dios, sino por sí mismo. El hecho de seguir a Cristo puede autorizar a exigir «un vaso de agua» -lo indispensable para vivir, al no poderse dedicar a otros asuntos por tener el tiempo totalmente ocupado en ese seguimiento-, nunca a aprovecharlo para acumular bienes y prestigio en este mundo de la vanagloria. Es tan importante esto, que posiblemente tendrá también su recompensa el que, habiendo ofrecido el «vaso de agua», haya negado al discípulo una reverencia, una distinción, un primer puesto en el «teatro» del mundo. Un «vaso de agua» porque se va de camino y hace falta para seguir adelante. Lo demás hay que negarlo: es un estorbo, un impedimento a la fidelidad del seguimiento.

FRANCISCO BARTOLOMÉ GONZALEZ

ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET – 3 PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 136-142

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4 comentarios

  1. pero en realidad los protestantes siempre están calificando de falsa a la iglesia católica y hasta la llaman religión pagana, creo que esta neutralidad de los católicos a no defender la postura de la iglesia es la que cada vez deja menos adeptos, ya que los protestantes hablan de una sola verdad y no de la verdad relativa, es común que como católicos veamos personas que se convierten a otra religión y se acepte con naturalidad «bueno si a él le sirve» » si así está mejor» «si es bueno para él» en cambio los protestantes si ven a uno de sus compañeros acercarse a la iglesia católica dicen que están siendo tentados por los demonios y demás, entonces aceptar esa pluralidad no nos deja en desventaja?? porqué tantos católicos se convierten a otras religiones y de otras religiones no vienen a la católica?

  2. me gustaria por favor ponerme en contacto con D.Francisco bartolome gonzalez, tengo interes en los libros acercamiento a jesusde nazaret. Gracias

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