Hágase tu voluntad…

Hacer la voluntad de Dios, es aceptar con alegría y confianza todo lo que se presenta en nuestra vida, aunque parezca difícil de llevar y de comprender

I. Hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo, rogamos a Dios en la tercera petición del Padrenuestro. Queremos alcanzar del Señor las gracias necesarias para que podamos cumplir aquí en la tierra todo lo que Dios quiere, como lo cumplen los bienaventurados en el Cielo. La mejor oración es aquella que transforma nuestro deseo hasta conformarlo, gozosamente, con la voluntad divina, hasta poder decir con Jesús: No se haga mi voluntad, Señor, sino la tuya: no quiero nada que Tú no quieras. Nada. Éste es el fin principal de toda petición: identificarnos plenamente con el querer divino.

Si es así nuestra oración, siempre saldremos beneficiados, pues no hay nadie que quiera tanto nuestro bien y nuestra felicidad como el Señor. Casi sin darnos cuenta, sin embargo, deseamos en muchas ocasiones que se cumpla ante todo nuestro querer, que juzgamos muy acertado y conveniente, aunque deseemos, quizá fervientemente, que el querer divino coincida con el nuestro… No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal (1), escribe el Apóstol Santiago.

Cuando decimos: Señor, hágase tu voluntad, no nos situamos ante un acontecimiento o ante una gestión…, en la peor de las posibilidades o en la desgracia, sino en «la mejor» de las posibles, porque, aun en el caso en que aquello que Dios permite parezca a primera vista un desastre, debemos trascender esa visión puramente humana y aprender que existe un plano más alto, donde Dios integra aquel suceso en un bien superior, que quizá en ese momento nosotros no vemos. Aquella situación que se nos presenta oscura es sólo una sombra de un cuadro luminoso y lleno de belleza; pues la sabiduría divina ¿no es más sabia que la nuestra?; su amor por nosotros y por los nuestros, ¿no es infinitamente mayor que el nuestro?

Si pedimos pan, ¿nos va a dar una piedra? ¿No es acaso nuestro Padre? Cuando oréis habéis de decir: Abba, Padre… Sólo en este clima de amor y de confianza es posible la oración verdadera: Señor, si conviene, concédeme… Dios sabe más y es infinitamente bueno, mejor siempre de lo que nosotros podemos comprender. Él quiere lo mejor; y lo mejor a veces no es lo que pedimos. María de Betania le envió un mensaje urgente para que curara a su hermano Lázaro, que se encontraba a punto de morir. Y Jesús no lo curó, lo resucitó. Él es sabio, con una sabiduría divina, y nosotros, ignorantes. El abarca la vida entera, la nuestra y la de aquellos a quienes amamos, y nosotros apenas vislumbramos un poco de lo inmediato. Vemos esos instantes con premura e impaciencia quizá, y Él ve toda la vida y la eternidad… No sabemos pedir lo que conviene, pero el Espíritu Santo aboga por nosotros con gemidos inefables (2). No rogamos que Dios quiera, sino que nos enseñe y nos dé fuerzas para cumplir lo que Él quiere (3).

Querer hacer la voluntad de Dios en todo, aceptarla con gozo, amarla, aunque humanamente parezca difícil y dura, no «es la capitulación del más débil ante el más fuerte, sino la confianza del hijo en el Padre, cuya bondad nos enseña a ser plenamente hombres: lo cual implica el alegre descubrimiento de la condición de nuestra grandeza» (4) la filiación divina.

II. Hágase tu voluntad..

En muchos momentos, nuestro querer natural coincide con el de Dios. Todo parece entonces sereno y suave, y se camina sin gran dificultad. Pero no debemos olvidar que en el progreso hacia la santidad tendremos que purificar el propio yo, la propia voluntad inclinada excesivamente hacia uno mismo, incluso en asuntos nobles, y dirigirla a la plena identificación con el querer divino. Éste es la verdadera brújula que orienta los pasos directamente a Dios, y que nos llevará en tantas ocasiones por senderos distintos a los que nosotros, con un criterio exclusivamente humano, hubiéramos escogido. Y el Espíritu Santo quizá nos diga, en la intimidad de nuestro corazón: Mis caminos no son vuestros caminos… (5).

Del Señor debemos aprender el camino seguro del cumplimiento de la voluntad de Dios en todo, Es ésta una enseñanza continua a lo largo del Evangelio. Cuando los Apóstoles instan a Jesús, cansado después de una larga jornada, para que tome algún alimento de los que acaban de comprar en una ciudad de Samaría, les dice: Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado y dar cumplimiento a su obra (6). Nuestro alimento, lo que nos da fuerzas y firmeza para vivir como hijos de Dios, lo que da sentido a una vida, es saber que estamos haciendo la voluntad de Dios hasta en los detalles más pequeños del vivir diario.

En otras muchas ocasiones repetirá Jesús esta misma enseñanza: no pretendo hacer Mi voluntad, sino la de Aquel que me ha enviado (7). ¡Si pudiéramos nosotros decir siempre esto mismo! Yo no quiero, Señor le decimos en nuestro interior, hacer aquello que desean mis sentidos o m¡ inteligencia, aunque sea lícito, sino aquello que Tú quieres que lleve a cabo, aunque parezca difícil y costoso. Si alguna vez nos sucede esto, que nos cuesta aceptar la voluntad de Dios, iremos al Sagrario a ver a Jesús, y después de un rato de oración comprenderemos que nuestro querer más íntimo es precisamente aceptar y amar la voluntad de Dios. Será entonces el momento especialmente si se trata de un asunto que nos resulta muy costoso y molesto de hacer nuestra la oración de Jesús en los comienzos de la Pasión: Padre mío, si es de tu agrado, aleja de Mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya (8). No se haga mi voluntad…, repetiremos despacio, sino lo que Tú quieres.

Los Apóstoles predicaron más tarde lo que aprendieron del Maestro: el Reino de los Cielos sólo es accesible al que hace la voluntad de mi Padre celestial (9), pues el que hiciere la voluntad de mi . Padre que está en los Cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre (10). Es ahí en el cumplimiento del querer divino donde la criatura encuentra su verdadera felicidad, pues la voluntad divina está orientada a que seamos plenamente felices en esta vida y en la otra, de un modo con frecuencia, distinto al que nosotros habíamos proyectado: «a quien posee a Dios, nada le falta…. si él mismo no le falta a Dios» (11).

Nuestra voluntad tiene así una meta: hacer siempre, también en lo pequeño, en las tareas ordinarias, lo que Dios quiere que hagamos. Así, decidimos en cada circunstancia no aquello que nos es más útil o agradable, sino según lo que quiere el Señor en aquella situación concreta. Y como Dios quiere lo mejor, aunque de modo inmediato no lo experimentemos, estamos ejerciendo la libertad en el bien, que es donde verdaderamente se realiza (12). Por eso, cuando ejercitamos nuestra libertad haciendo propio el querer divino, estamos convirtiendo nuestra vida en un continuo acto de amor.

III. Padre, hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo… Y disponemos el alma no sólo para llevar a cabo el querer divino, sino para amar lo que Dios hace o permite. Cuando los acontecimientos o las circunstancias no permiten que escojamos nosotros, es Dios quien ya ha elegido por nosotros. Es en esas situaciones, a veces humanamente difíciles, donde debemos decir con paz: «¿Lo quieres, Señor?… ¡Yo también lo quiero!» (13). Pueden ser ocasiones extraordinarias para confiar más y más en Dios.

Esa voluntad divina que aceptamos puede llamarse sufrimiento, enfermedad o pérdida de un ser querido. 0 quizá son hechos que nos llegan por los simples sucesos de cada jornada o el transcurrir de los días: aceptar el paso del tiempo que comienza a dejar su huella bien marcada en el cuerpo, el sueldo insuficiente, una profesión distinta de la que hubiéramos deseado ejercer pero que debemos realizar con amor porque las circunstancias nos han llevado a ella y que ya no es posible abandonar, el fracaso por un olvido o error ridículo, los malentendidos, el carácter de alguien con el que cada día hemos de pasar codo a codo muchas horas, los sueños nobles no realizados…. el aceptarse a uno mismo con todas sus limitaciones, sin que esto mate el deseo de superación y, sobre todo, de crecer en las virtudes. También podremos decir nosotros entonces:

«Dadme riqueza o pobreza,

dad consuelo o desconsuelo,

dadme alegría o tristeza

¿Qué mandáis hacer de mí?» (14).

¿Qué quieres, Señor, de mí en esta circunstancia concreta, y en aquella otra?

La aceptación alegre de la voluntad divina nos dará siempre paz en el alma y, en lo humano, evitará desgastes inútiles, pero muchas veces no suprimirá el dolor. El mismo Jesús lloró como nosotros. En la Carta a los Hebreos leemos que en los días de su vida mortal ofreció oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas (15). Nuestras lágrimas, cuando se trata de un suceso doloroso, no ofenden a Dios, sino que mueven a su compasión. «Me has dicho: Padre, lo estoy pasando muy mal.

»Y te he respondido al oído: toma sobre tus hombros una partecica de esa cruz, sólo una parte pequeña. Y si ni siquiera así puedes con ella, … déjala toda entera sobre los hombros fuertes de Cristo. Y ya desde ahora, repite conmigo: Señor, Dios mío: en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno.

»Y quédate tranquilo:) (16).

Quiere el Señor además que, junto a la amorosa aceptación del querer divino, pongamos todos los medios humanos para salir de esa mala situación, si es posible. Y si no lo es, o tarda en resolverse, nos abrazaremos con fuerza a nuestro Padre Dios y podremos decir, como San Pablo en momentos muy difíciles: Reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones (17). Nada podrá quitarnos la alegría.

Nuestra Madre Santa María es el modelo que hemos de imitar, diciendo: Hágase en mí según tu palabra. Que se haga lo que Tú quieras, y como Tú quieras, Señor.


1 Sant 4, 3.

2 Cfr. Rom 8, 20.

3 Cfr. SAN AGUSTÍN, Sermón del Monte, 2, 6, 21,

4 G. CHEVROT, En lo secreto, Rialp, Madrid 1960, p. 164.

5 Is 55, 8.

6 Jn 6, 32.

7 Jn 5, 30.

8 Lc 22, 42.

9 Mt 7, 21.

10 Mt 6, 10.

11 SAN CIPRIANO, Tratado sobre la oración, 21.

12 Cfr, C. CARDONA, Metafísica del bien y del mal, EUNSA, Pamplona 1987, p. 185.

13 Cfr. J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 762.

14 SANTA TERESA, Poesías, 5.

15 Heb 5, 7.

16 J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Vía Crucis, VII, n. 3.

17 2 Cor 7, 4

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7 comentarios

  1. ascuchando y leiendo siento que mi corazon salta de alegria al escrutar esta palabra voluntad del señor jesus.pedir todoa los enfermos ñiños habandonados.dios me siga regalando sabiduria deserdimiento para poder seguir horando poa bienestar del mundo. bendiciones MIGUEL MEJIA

  2. 16/08/2011 hoy tome una desicion la cual me dio por resultado quedarme sin trabajo senti miedo y preocupacion pero antes de tomarle le pedi a Dios que se hiciera su voluntad por lo tanto estoy convencido que hice lo mas correcto que boy hacer no lo se ya Dios me indicara el camino pero de una cosa estoy combencido el no me ambandonara ni a mi ni a ninguno de sus hijos que dios los vendija

  3. OH DIOS MIO YO TE AMO, DEJO EN TUS MANOS TODAS MIS NECESIDADES PARA QUE A TRAVES DE TU VOLUNTAD LAS RESUELVAS EN PRESENTE, LLENAME DE BENDICIONES ESTE DIA PROTEJEME A MI A MIS HIJOS A MI ESPOSA A MI PADRE A MI HERMANA A MIS SOBRINOS A MI CUÑADO A MI CIELO GRACIAS DIOS POR ESCUCHARME ESTE DIA Y SI YO ME OLVIDO DE USTED USTED NUNCA SE OLVIDE DE MI POR QUE YO TAMBIEN SOY SU HIJO AMEN QUE TENGAS UN EXCELENTISISIMO DIA MI DIOS AMEN

  4. Soy católico y muchas veces no comprendo aún cuanta misericordia tiene nuestro Señor. Verdaderamente amo mucho a Dios, pienso y siento que hablo con Él todos los días y cuando me atrevo a pedirle algo, no le exijo, solo pongo mi cuerpo y espíriru en sus manos, y llega una respuesta continua de ternura y paz. Yo, como muchos deberíamos encontrar en el Señor al único que calme nuestras angustias y tristezas. Así vivo y viviré pidiendo por que nunca me falte la fe y amor en Él, por mi familia, amigos y por la gente de todo el mundo que necesitamos de su protección.Dios los Bendiga siempre.

  5. Soy católico y muchas veces no comprendo aún cuanta misericordia tiene nuestro Señor. Verdaderamente amo mucho a Dios, pienso y siento que hablo con Él todos los días y cuando me atrevo a pedirle algo, no le exijo, solo pongo mi cuerpo y espíriru en sus manos, y llega una respuesta continua de ternura y paz. Yo, como muchos deberíamos encontrar en el Señor al único que calme nuestras angustias y tristezas. Así vivo y viviré pidiendo por que nunca me falte la fe y amor en Él, por mi familia, amigos y por la gente de todo el mundo que necesitamos de su protección.Dios los Bendiga siempre.

  6. Soy católico y muchas veces no comprendo aún cuanta misericordia tiene nuestro Señor. Verdaderamente amo mucho a Dios, pienso y siento que hablo con Él todos los días y cuando me atrevo a pedirle algo, no le exijo, solo pongo mi cuerpo y espíriru en sus manos, y llega una respuesta continua de ternura y paz. Yo, como muchos deberíamos encontrar en el Señor al único que calme nuestras angustias y tristezas. Así vivo y viviré pidiendo por que nunca me falte la fe y amor en Él, por mi familia, amigos y por la gente de todo el mundo que necesitamos de su protección.Dios los Bendiga siempre.

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