Eucaristía

Aquí es Cristo en persona el que acoge al hombre, atribulado por las dificultades del camino, y le conforta con el calor de su comprensión y de su amor.

Es en la Eucaristía donde encuentran su plena realización aquellas dulces palabras:

«Venid a Mí todos los que estáis fatigados y oprimidos, que Yo os aliviaré.»

Sólo mediante la Eucaristía es posible vivir las virtudes heroicas del cristianismo: la caridad hasta el perdón de los enemigos, hasta el amor a quien nos hace sufrir, hasta el don de la propia vida por el prójimo; la castidad en cualquier edad y situación de la vida; la paciencia, especialmente en el dolor y cuando se está desconcertado…

Recibir la Eucaristía significa transformarse en Cristo, permanecer en Él, vivir para Él. El cristiano, en el fondo, debe tener una sola preocupación y una sola ambición: vivir para Cristo, tratando de imitarlo en la obediencia suprema al Padre, en la aceptación de la vida y de la historia, en la total dedicación a la caridad, en la bondad comprensiva y sin embargo austera. Por esto, la Eucaristía se convierte en programa de vida.

En cada misa escuchamos juntos la Palabra de Dios, damos gracias expresamente a Dios por las grandes cosas que nos ha hecho, le pedimos en el nombre de Jesús que nos dé fuerza para llevar una vida realmente cristiana. En cada misa celebramos la muerte y resurrección del Señor. En cada misa podemos aprender a conocer mejor a Jesús.

Se ve nuestra unión con Jesús Eucaristía en si tratamos o no de estar reconciliados con nuestros enemigos, en si perdonamos a quienes nos hieren u ofenden. Quedará verificado si practicamos en la vida lo que nos enseña nuestra fe.

La autenticidad de nuestra unión con Jesús sacramentado ha de traducirse en nuestro amor verdadero a todos los hombres, empezando por quienes están más próximos. Habrá de notarse en el modo de tratar a la propia familia, compañeros y vecinos; en el empeño por vivir en paz con todos; en la prontitud para reconciliarse y perdonar cuando sea necesario.

El auténtico sentido de la Eucaristía se convierte de por sí en escuela de amor activo al prójimo.

De la Eucaristía es de donde recibimos todos nosotros gracia y fuerza para la vida diaria, para vivir la auténtica vida cristiana con la alegría de saber que Dios nos ama, que Cristo murió por nosotros, y que el Espíritu Santo vive en nosotros.

La oración máxima es la santa misa, porque en la santa misa es el mismo Jesús, realmente presente, quien renueva el sacrificio de la cruz.

Toda nuestra vida tiene que ser una preparación purificadora para nuestro encuentro con el Dios santo: en la eternidad, sí, pero también ahora en la Eucaristía. El Evangelio de la liturgia de hoy nos advierte expresamente: «Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.» Nuestra participación en la Eucaristía, que es la fuente de nuestra reconciliación con Dios, debe ser al mismo tiempo la fuente de nuestra reconciliación con los hombres.

La vida interior, para desarrollarse, exige participar en la santa misa y acudir al sacramento de la reconciliación. De este modo, toda la existencia está impregnada de Cristo: por él mismo y por su gracia. En efecto, él nos dice: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.» La Eucaristía es el alimento espiritual que nos proporciona, de manera especial, la fuerza espiritual para dar testimonio y para producir fruto abundante. Por eso es tan importante la participación en la santa misa dominical.

Cristo vino al mundo para comunicar al hombre la vida divina. No sólo anunció la buena nueva, sino que, además, instituyó la Eucaristía, que debe hacer presente hasta el final de los tiempos su misterio redentor. Y, como medio de expresión, escogió los elementos de la naturaleza: el pan y el vino, la comida y la bebida que el hombre debe tomar para mantenerse en vida. La Eucaristía es precisamente esta comida y esta bebida. Este alimento contiene en sí todo el poder de la Redención realizada por Cristo. Para vivir, el hombre necesita la comida y la bebida. Para alcanzar la vida eterna, el hombre necesita la Eucaristía. Ésta es la comida y la bebida que transforma la vida del hombre y le abre el horizonte de la vida eterna. Al comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo, el hombre lleva en sí mismo, ya aquí en la tierra, la semilla de la vida eterna, pues la Eucaristía es el sacramento de la vida en Dios. Cristo dice: «Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí.»

La Eucaristía es, efectivamente, Jesús que permanece en medio de nosotros de forma verdadera y real, aun cuando ante nosotros aparezca bajo los signos sacramentales del pan y del vino. Éstos, es cierto, no nos permiten la alegría de su visión sensible, pero nos ofrecen la seguridad de su presencia real y la ventaja de poder estar presente en todos los lugares y en todos los tiempos. La Eucaristía es así el punto privilegiado del encuentro del amor de Cristo hacia nosotros: «Permaneced en mi amor.»

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2 comentarios

  1. Qué lindo poder hacer cada jueves oración con este texto. Es maravilloso pode unirnos a Jesús en cada Comunión. Gracias por esta ayuda.

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