Religiones, culturas, reconciliación

(publicado en www.analisisdigital, 11-V-2009)

Aristóteles veía en el “eros” la potencia que mueve el mundo. En su Divina Comedia, Dante comprendió más a fondo a Dios como amor. Veía la luz eterna de la Trinidad representada en tres círculos, y, en el círculo central, un rostro humano, el de Jesucristo, el rostro del amor. Según Benedicto XVI, el cristianismo supone, en ese sentido, “una gran novedad respecto a la razón y a las religiones”, novedad que sólo Dios podía revelar.

Los encuentros del Papa con los representantes de las religiones no cristianas (como en Colonia, Nápoles, Washington, Sidney, Camerún, y estos días en Tierra Santa) son signo de una actitud de diálogo y a la vez de anuncio del Evangelio, que deriva de la unión con Cristo. Esto lo ha manifestado el obispo de Roma sobre todo con los creyentes de las otras religiones monoteístas (judaísmo e islam), según el principio de la primera carta de San Pedro: “Debéis estar siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza".

Citemos algunos ejemplos de su diálogo con las religiones. Con los judíos en Colonia quedó firme el compromiso de oponerse a todo antisemitismo y hostilidad hacia los extranjeros; con los musulmanes, el rechazo de todo rencor, intolerancia y fanatismo, y la llamada al respeto por la vida y la defensa de la libertad religiosa. En Estados Unidos, les animó a todos a seguir promoviendo una “sana laicidad” que promueve el respeto a la libertad religiosa. A los australianos les ofreció la embajada de la paz, la sed de la verdad y el hambre de la virtud; y a sus jóvenes, el compromiso para buscar la belleza del sentido de la vida. A los musulmanes de Camerún y Jordania les ha instado a buscar con todos lo razonable, lo recto y justo, para contribuir a la civilización del amor.

De formas y en ocasiones diversas ha puesto de relieve que las guerras religiosas se producen por la deformación de la religión debida a los límites culturales y –como ha señalado estos días en Jordania– por la manipulación ideológica y política de las religiones. De por sí las religiones llevan a la fraternidad universal y al amor, y se oponen al odio y la venganza, a las tensiones y divisiones. Es patente –ha dicho el Papa ante la mezquita nacional jordana– la  “contribución constructiva de la religión en los sectores educativo, cultural, social, y en otros sectores caritativos”. En Galilea, a los representantes religiosos de cristianos, musulmanes, judíos y drusos –también monoteístas- les ha pedido que promuevan conjuntamente la paz y los valores espirituales.

Al mismo tiempo, Benedicto XVI impulsa el anuncio de la fe por parte de los cristianos, como les decía a los movimientos eclesiales en las vísperas de Pentecostés de 2006: “Quien ha encontrado algo verdadero, hermoso y bueno en su vida –el único auténtico tesoro, la perla preciosa– corre a compartirlo por doquier, en la familia y en el trabajo, en todos los ámbitos de su existencia”. En otras o similares oportunidades, ha explicado que, precisamente en un momento en que muchos abusan del nombre de Dios y otros quieren que no se oiga en las calles ni se contemple en las leyes, hemos de mostrar que sólo vence el amor de la Cruz, y no la violencia. Y que la pura racionalidad separada de Dios no sirve para mediar entre fe, culturas y religiones. En ningún caso puede interpretarse el anuncio cristiano como imposición, sino como oferta movida por el amor y propuesta a la libertad de quien escucha, dejando que sea Dios quien actúa; resulta así un servicio a la humanidad, como reconocía Mahatma Gandhi.

Respecto a los cristianos corrientes (los no expertos en estas cuestiones), un análisis de las orientaciones que se vienen dando en este pontificado en relación con las religiones no cristianas, podría sintetizarse en los siguientes puntos.

Ante todo, el refuerzo de la identidad cristiana, mediante el conocimiento de la propia fe y la coherencia con ella, lo que incluye la oración y el estudio (es necesario estar preparado para responder a objeciones –que pueden ser legítimas– sobre la forma en que se conoce o se vive el cristianismo). Nadie “posee” por sí mismo la verdad (no tiene sentido la “autosuficiencia”), sino que es “poseído” por ella, en la medida de la autenticidad de la fe demostrada en las obras, pues la verdad es inseparable del amor. 

En segundo lugar, la actitud positiva hacia las religiones más presentes en el propio entorno, que lleve a una información básica acerca de sus principios y costumbres, sus aportaciones y sus límites. Una actitud de respeto y reconciliación. Una actitud que se enraíce y se alimente en la oración, sea personal o conjunta, evitando el sincretismo (la mezcla de creencias) y el relativismo (pues no todas las religiones tienen igual valor).

Junto con ello, la colaboración con los no cristianos, y aún con todas las personas de buena voluntad, en la búsqueda de la justicia y la paz. Y en ese contexto, la apertura, sin ingenuidad, a los problemas que genera la integración de los inmigrantes –máxime en circunstancias de crisis económica–, incluyendo el respeto por sus derechos fundamentales y la atención prioritaria a los más pobres y necesitados. También parece equitativo exigir cierta reciprocidad en el trato que reciben los cristianos en muchos países musulmanes.

En cualquier caso, la responsabilidad por testimoniar la propia fe con la conducta y la palabra, en el modo conveniente según las circunstancias. 

Concluyendo, las religiones son el corazón de las culturas. Hoy las religiones están llamadas al diálogo entre ellas y con una razón “abierta” a todo lo humano. Y los cristianos tenemos, también en esto, una misión de la que no podemos desertar.    

Ramiro Pellitero, Instituto Superior de Ciencias Religiosas, Universidad de Navarra

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