Nunca se plantea un conflicto entre la fe cristiana y el progreso científico."Algunos ven en el progreso de la ciencia y de la tecnología modernas una de las principales causas de secularización y materialismo: ¿por qué invocar el dominio de Dios sobre esos fenómenos, cuando la ciencia ha mostrado su propia capacidad de hacer lo mismo?"Es Benedicto XVI quien se interroga en la asamblea plenaria de la Pontificia Academia de las Ciencias, que en estos días han afrontado el tema: "Posibilidad de predicción en la ciencia: precisión y limitaciones".Al hablar de “secularización y materialismo” se está refiriendo el Papa a algunas tendencias de nuestra sociedad a abandonar la religión. ¿Por qué? Sería falso afirmar que la ciencia venga a suplantar a la religión.Después de aclarar que nunca se plantea un conflicto entre la fe cristiana y el progreso científico, Benedicto XVI recordó que Dios creó al ser humano, dotándole de inteligencia, y le confió el dominio sobre todas lo creado para llegar a ser un "colaborador de Dios" en esa creación.Podemos decir, por tanto, que "el trabajo de predecir, controlar y gobernar la naturaleza, que la ciencia hace hoy más factible que en el pasado, forma parte del plan del Creador"."El ser humano -advierte el Papa- no puede depositar en la ciencia y en la tecnología una confianza tan radical e incondicional, como para creer que el progreso de la ciencia y la tecnología puede explicar todo y satisfacer plenamente sus necesidades existenciales y espirituales. La ciencia no puede sustituir a la filosofía y a la revelación, dando una respuesta exhaustiva a las cuestiones fundamentales del hombre, como las que conciernen al sentido de la vida y de la muerte, a los valores últimos y a la naturaleza del progreso".Se hace inevitable recordar aquí a tantos hombres y mujeres reflexivos que han encontrado a Dios al interrogarse valientemente por el sentido de su vida. Vittorio Messori, joven intelectual italiano entonces, descubre que la política le resuelve los problemas inmediatos de su vida -cómo vivir mejor a su gusto, entre otros-, pero no los interrogantes más profundos: ¿Qué pasa conmigo después de la muerte? Busca respuestas en la lectura del Nuevo Testamento y se encuentra con una Persona, con Cristo que pasa, Dios hecho hombre. Y después vislumbra también la Iglesia fundada por Cristo. No le fue fácil, pero desde entonces es creyente.Refiriéndose a las responsabilidades éticas de los científicos, el Papa señaló en la Academia de las Ciencias que "sus conclusiones deben guiarse por el respeto a la verdad y por el reconocimiento honesto de la precisión y de los límites inevitables del método científico. Ciertamente esto significa evitar innecesarias predicciones alarmantes cuando no están sostenidas por datos suficientes o exceden la capacidad actual de la ciencia para hacer previsiones. Al mismo tiempo, se debe evitar lo contrario, es decir, callar, por temor, frente a los auténticos problemas".Aunque Benedicto XVI no descendió a ello, la advertencia es válida para las pretensiones de justificar la manipulación de embriones humanos -seres vivos como los adultos, con sus mismos derechos- para experimentar con sus células madre, a fin de lograr supuestas terapias para grandes males como el Parkinson. Es deshonesto asegurar que se obtendrán curaciones de ciertos males sacrificando la vida de seres humanos en desarrollo, con alma como nosotros. Y más deshonesto es promoverlo. (Intolerable engaño de propaganda electoral en Estados Unidos la del actor Michael J. Fox exhibiendo sus espasmos del Parkinson, en apoyo de un Partido que promueve la investigación con células embrionarias)."Los científicos encontrarán ayuda en la Iglesia -asegura el Papa- a la hora de afrontar estos temas porque ésta ha recibido de su divino fundador la tarea de encaminar a las conciencias hacia el bien, la solidaridad y la paz. Precisamente por eso, (...) insiste en que la capacidad científica de control y previsión no se debe emplear jamás contra la vida y la dignidad del ser humano, sino ponerse siempre a su servicio y al de las generaciones futuras".A John C. Eccles, neurofisiólogo australiano, Premio Nobel en Medicina por sus trabajos sobre la transmisión sináptica en el sistema nervioso central, le debemos esta afirmación:“Me veo obligado a atribuir el carácter único del yo o del alma a una creación espiritual sobrenatural. Cada alma es una creación divina. Esta conclusión tiene un valor teológico inestimable. Refuerza considerablemente nuestra creencia en el alma humana y en su origen milagroso por creación divina. Hay no sólo un reconocimiento del Dios trascendente, creador del cosmos, el Dios en el que creía Einstein, sino también del Dios amoroso al que debemos nuestro ser” (John C. Eccles, La evolución del cerebro: creación de la conciencia. Barcelona 1992. Original: Evolution of the Brain: creation of the Self. London y New York 1991).Emilio Palafox, sacerdote, es doctor en Ciencias por la Universidad Complutense de Madrid.E-mail: epalafox@buzon.com