Simeón: Esperó contra toda esperanza

Era un anciano cuando los Evangelios hablan de él, por su edad se sabía cerca de la muerte. Las esperanzas humanas ya no le decían nada, conocía su vacío. En cualquier momento se iba a cortar el hilo de su vida cada vez más frágil, más desgastada.

Pero no era la suya una vida sin esperanza pues una luz llenaba su alma. El Señor le había hecho la promesa de que no vería el rostro de la muerte sin ver antes al Mesías de Israel. Y un día tras otro acudiría al Templo sin saber cual de aquellos niños sería el Ungido. Bien sabía él que Abraham esperó contra toda esperanza, y alcanzó las primicias de la salvación en Isaac el hijo tenido en su ancianidad. Él esperaban al Enviado de Dios. Nos es difícil pensar que sufriría dudas en su esperanza, pero no cedía en su fe.

Es impresionante la figura de este anciano cuya muerte se retarda hasta que haya visto en carne y hueso a la Sagrada Familia y tenido en sus brazos a Jesús. El valor de su vida terrena venía marcado por aquel instante. ¿Y la muerte? Dios la enviará cuando quiera, a él lo único que le importa es ver la salvación de Israel y su gozo se expresa de un modo conmovedor: Ahora ya puedo morir en paz[32].

La ley de Moisés prescribía que todo primogénito fuese presentado en el Templo para ser rescatado, pues lo consideraba consagrado a Dios. Junto a esta ceremonia, que se cumplía haciendo una ofrenda, se realizaba también la de la purificación legal de la madre. María y José cumplieron de modo estricto ambas leyes, aunque en sentido estricto estuviesen exentos de ellas. La naturalidad externa querida por Dios , y que se manifiesta en la elección de José como esposo virginal de María, se continúa en estas ceremonias.

A los ojos de la gente son un matrimonio joven de la tribu de Judá, descendientes del rey David, afortunados porque su hijo primogénito puediese nacer en Belén -pueblo de su ascendiente David-. Nada en ellos llama la atención. Eran uno más entre los matrimonios que acudían al Templo, es más, muy posiblemente les harían dejar paso a otros más importantes por su posición social o por su riqueza. No se quejarían. Simplemente rezarían llevando al Hijo de Dios al Templo de Dios. No estarían distraídos con la agitación del lugar, sino concentrados en el modo sorprendente con que Dios iba realizando las cosas.

Es entonces cuando Simeón entra en escena. Así lo cuenta San Lucas: Había por entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre, justo y temeroso de Dios, esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Había recibido la revelación del Espíritu Santo de que no moriría antes de ver al Cristo del Señor. Así vino al Templo movido por el Espíritu. Y al entrar con el niño Jesús sus padres, para cumplir lo que prescribía la Ley sobre él, lo tomó en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo:

Ahora, Señor, puedes sacar en paz de este mundo a tu siervo, según tu palabra:

porque mis ojos han visto

a tu Salvador,

al que has puesto

ante la faz de todos los pueblos,

como luz que ilumine a los gentiles

y gloria de Israel, tu pueblo[33].

La alegría de Simeón admira a José y María. Las palabras de Simeón son un nuevo anuncio a los hombres de la llegada del Salvador- como las de los ángeles a los pastores-; pero esta vez el anuncio se realiza más públicamente pues se escucha en el Templo donde se adoraba al Dios verdadero.

Este hombre anciano ha cumplido su misión en la vida: emitir unas palabras proféticas en el momento oportuno. Por eso puede decir que ya puede morir en paz, ya ha visto lo que se le había revelado, y se han cumplido las promesas de Dios.

Reflexionemos sobre la persona de Simeón. Muchas veces se han meditado sus palabras, tanto las dirigidas a todos, como las dirigidas expresamente a María Santísima, pero poco sobre él mismo. Ciertamente son pocos los datos biográficos que tenemos, pero lo sabido basta para penetrar algo en su interior. Lucas nos dice que era temeroso de Dios,y con esta expresión señala al buen israelita cumplidor fiel de la ley de Dios. Simeón era un hombre de recta conciencia. Esperaba la consolación de Israel, es decir, al Mesías Salvador prometido por Dios desde Adán y Eva.

Como hombre recto, que vive según la verdad moral, captaba con nitidez las miserias y pecados de su tiempo y le dolerían en lo mas hondo. Vería la hipocresía de los fariseos y su avaricia, la utilización de lo religioso para fines temporales por parte de los sacerdotes, la opresión de los débiles por parte de los poderosos, la impureza en muchos ambientes, las desobediencias a la ley de Dios, la presencia de un pueblo extranjero que imponía su ley pagana al Pueblo elegido por Dios y tantos otros pecados. ¿Qué hace un hombre bueno cuando ve los pecados del mundo que le rodea? Reza y hace el bien que le sea posible a su alrededor, pero desea un cambio profundo imposible para sus solas fuerzas. Lamentarse sirve de poco, pues más bien introduce en el alma un fermento de amargura que puede deteriorar toda el alma. Quizá le venía a su mente la expresión del salmo que dice Sálvanos, Señor, que se acaban los buenos.

Es entonces cuando le llega la revelación de Dios de que no morirá sin ver al Salvador de los pecados del mundo. La emoción debió ser grande. ¡La Salvación no está lejana! ¡El mismo podrá ver al Mesías, al Salvador!, !Ya está cerca el que librará al pueblo de sus pecados, y no sólo al pueblo de Israel sino a todos los pueblos!. Simeón repasaría con atención todo lo que decían los libros sagrados acerca del Mesías y lo meditaría, como lo hizo María. Simeón se une al grupo de los pobres de Yavé, aquellos que esperan al verdadero Mesías. Los males que veía se superarán al modo divino, y pronto. Es imaginable el gozo de Simeón ante esta revelación divina.

Pero debía poner algo de su parte. El Evangelio no nos dice como conoció la revelación de Dios. No dice si tuvo una locución interna como Isabel, o un ángel le habló como a Zacarías y a María, o si el vehículo fueron los sueños como José. Algo extraordinario debió ser. Pero toda revelación divina requiere una respuesta humana. La fe es un don divino: Dios habla y el hombre responde libremente. La esperanza también es un don de Dios que requiere la respuesta de la confianza y la lucha por ser fiel. Ciertamente la esperanza es un suave don de Dios que colma nuestras almas de alegría [34], pero es posible desconfiar. La esperanza está expuesta a pruebas distintas de la fe, pero tiene sus pruebas a través de las cuales crece.

La fe es certeza en lo que se conoce, con una cierta oscuridad ya que se conoce por el testimonio de otro. La base de la esperanza es la fe e inciden en ella las mismas dos características. Cuando hay esperanza hay certeza y seguridad, tanta cuanta sea la fe; pero aún no se ve lo esperado y cabe dudar.

Simeón podía desconfiar. No sabemos si el anuncio de que vería al Salvador lo recibió poco o mucho antes del Nacimiento de Jesús, pero debía experimentar dos pruebas. La primera sería acudir una y otra vez al Templo y no ver nada especial. ¿Cómo saber cual de aquellos niños era el Salvador?. Cada día sin ver nada especial sería una prueba a su perseverancia. La segunda prueba podía venir de los que le rodeaban. Nadie es profeta en su tierra dirá el Señor. Los conocidos le dirían que estaba loco, que eran imaginaciones suyas, que sus mismos deseos le llevaban a creerse que él mismo vería al Mesías, además era viejo y podía morir en cualquier momento. Todas son razones de peso. Es muy posible que hiciesen mella en su interior, pero no cedió ni perdió la esperanza. Simeón seguía subiendo al Templo sin desanimarse y rezaría. Su oración estaría llena de un deseo y de una confianza superior a las expectativas humanas. De ahí que las primeras palabras que salen de su boca sean inolvidables: ya me puedo morir, ya he visto al Salvador, ya he visto el objeto de mi esperanza, Dios siempre cumple sus promesas, era verdad lo que se me reveló, se podrán salvar los pecadores.

Cuando algo es muy deseado y esperado al conseguirlo el gozo es mayor que si se espera débilmente. Después de ver al Niño, el Espíritu Santo utilizó su boca para hacer notorio a todos la presencia del Mesías. Pero los del Templo no le escucharon, sus palabras fueron desoídas como fueron desatendidas las de los Magos. Ni los sabios, ni los sacerdotes fueron a Belén para investigar lo ocurrido en el momento del nacimiento de aquel niño de la estirpe de David, por su descuido no se enteraron de las palabras de los ángeles, ni el testimonio de los pastores. No creyeron tampoco a Simeón, como no creerían en el mismo Jesús cuando se manifestó lleno de milagros y de verdad. Les faltaba fe y esperanza. Cuando Simeón comprueba la poca atención que prestan a sus palabras los servidores del Templo le entraría una cierta pena, que sería como una espina en su gran gozo.

Simeón es modelo para los buenos cuando ven desgracias y problemas. ¡Es tan fácil caer en el desánimo y en la desesperanza! Es muy frecuente en las personas buenas dar un diagnóstico correcto de los males del mundo, pero ese diagnóstico de desgracias sería incompleto si olvidasen que Dios sigue siendo Omnipotente, que la Salvación ha sido objetivamente realizada y que se está aplicando en el mundo. El amor y la gracia de Dios son más fuerte que la muerte y el pecado. Es falso ver las sombras sin destacar la presencia de las luces. Es tentador recrearse en los peligros de una sociedad que se desmorona, el crítico negativo pierde fuerzas, pues carece de optimismo; se da en él una oculta soberbia de recrearse en lo negativo. El optimismo sólo puede salir de una auténtica esperanza en Dios. El pesimista crea a su alrededor como un desierto amargo. El optimista reza confiando en la sabiduría de Dios.

La esperanza de Simeón fue más difícil que la de los cristianos. Nosotros ya sabemos que Cristo ha venido, que ha vencido a la muerte al pecado y al diablo. Sabemos que Cristo ha resucitado. Vemos la vida de tantos santos canonizados, vidas que son una divina obra de arte en almas dóciles a la gracia de Dios. Simeón no había visto estas grandes realidades sólo las esperaba, por ello tiene más mérito.

Pero le costó, pues la esperanza tiene pruebas como la impaciencia, que en el fondo es orgullo. El que desespera o lo ve todo negro, en el fondo no confía en Dios. Cuando hay poca esperanza es fácil olvidar que Dios hace o permite las cosas del modo más convienente a los hombres. El que pierde la esperanza es porque tiene poca fe. Quizá es por sus pocas ganas de luchar contra toda esperanza como Abraham y como Simeón.

La esperanza hace que el alma se llene de certeza y de seguridad. Pero no es una certeza basada en las fuerzas humanas, sino en el poder de Dios. La seguridad empuja a metas cada vez más altas."La esperanza da alas", dilata el corazón y da fuerzas para emprender empresas grandes, la esperanza es virtud juvenil. Pero, sobre todo, la esperanza se apoya en la bondad y la omnipotencia de Dios; Santa Teresa decía: fiad de su bondad, que nunca falló a sus amigos [35]. Dios no llega nunca tarde en ayuda de sus amigos, y amigo de Dios es todo el que acude a El. Si no le dejas, El no te dejará [36]. De ahí que convenga tener a raya los desalientos y desánimos. Conviene tener a distancia los pájaros de mal agüero, alejar esos jueces severos perspicaces para todos los males y ciegos para ver que Dios de los males saca bienes y de los grandes males grandes bienes.

La esperanza hace al hombre atrevido en sus empresas. Un desanimado jamás emprenderá nada, ni sobrenatural ni humano. A Dios le agrada la esperanza ilimitada en El, y cuanto más confianza ve en el hombre más le ayuda, así lo enseñaba San Juan de la Cruz: cuanto más espera el alma más alcanza [37]. Es preciso no cortar las alas a la esperanza y volar lo más alto posible, no por soberbia sino por amor.

El hombre esperanzado es dócil. Se deja conducir por Dios en las circunstancias más diversas, confía más en Dios que en sí mismo. El desesperado es duro y orgulloso, sólo cuentan su juicio y sus fuerzas, y, claro, puede poco. El desanimado es débil pues el alma ha perdido las alas que le permitirían volar; ha cambiado las alas de águila por otras de gallina y en lugar de vuelos de altura se conforma con saltos de corral.

La docilidad de Simeón permite que el Espíritu Santo hable por su boca anunciado al Mesías como luz que ilumina a los gentiles. Después dirá a María: Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción -y a tu misma alma la traspasará una espada-, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones[38].

Escuchemos estas palabras proféticas dichas por el Espíritu Santo a través de Simeón como un aviso para ser sinceros delante de Dios y para que la fe, la esperanza y la caridad formen el entramado de nuestra vida espiritual.


[32] Cfr Carlos Pujol. Gente de la Biblia. Simeón.

[33] Lc 2,25-32

[34] Beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Amigos de Dios. n. 206

[35] Santa Teresa. Vida 11,4

[36] Camino n. 730

[37] San Juan de la Cruz. Subida al monte Carmelo III,7,2

[38] Lc 2,34-35

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10 comentarios

  1. ¿Quiero saber sí ,Simeon era un sacerdote? La pregunta viene, de que en ningun momento lo menciona en la biblia, como parte del grupo de sacerdote del templo.Tengo duda.Ni tampoco dice que fue llevado a los sacerdote.Entiendo que esa era la idea.El unico que le presento… fue Simeon.

  2. Mi fé estaba quebrantada, leí el artículo y algo empezó a fluir en mí…Señor sólo tú puedes sacarme de esto, en tí creo y en ti espero la salvación de mi alma.

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  5. ME GUSTO ESTA PAGINA, TANTO QUE IMPRIMI LOS TEMAS PARA TENERLOS EN MI LECTURA FAVORITA. GRACIAS Y FELICIDADES

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