San Roberto Belarmino, obispo y doctor de la Iglesia (1542-1621)
«En la Iglesia de Dios no hay quien le iguale en saber», dijo de él el Papa al hacerle Cardenal. Y en efecto, fue una de las lumbreras de su Tiempo, sabio, predicador, teólogo, polemista, autor devoto, metido en los asuntos más difíciles e intrincados de la época, y siempre con una independencia de criterio admirable.
Nació en Toscana, Italia el 4 de octubre de 1542. En 1560 ingresó Roberto al noviciado de la Compañía de Jesús, después de vencer la tenaz oposición de su padre, con la ayuda de su madre, hermana del papa Marcelo II. Se distinguió como jesuita por su obediencia, piedad, humildad y sencillez. Poseía facultades intelectuales extraordinarias y, a pesar de su endeble salud, ya desde estudiante sobresalía en el apostolado de la predicación. Se ordenó sacerdote en Gante, Bélgica, el año 1570, y enseñó con éxito la teología en la Universidad de Lovaina. Dio clases en el Colegio Romano, y posteriormente en la Universidad Gregoriana en donde escribió sus famosas «CONTROVERSIAS», la obra más completa hasta entonces escrita sobre la defensa de la fe, para rebatir a los protestantes. Esta Obra resaltó por su caridad, erudición, equilibrio y energía, y ha sido motivo de muchas conversiones. En ese tiempo fue también confesor de San Luis Gonzaga.
Por deseo del Papa Clemente VIII escribió un pequeño Catecismo de la religión católica, que todavía hoy se usa en Italia. En 1598, el mismo Papa lo nombró Cardenal y, en 1602 Arzobispo de Capua. Allí desarrolló una actividad muy edificante, siguiendo las normas del Concilio de Trento. En 1605 estuvo a punto de ser elegido Papa.
El nuevo Papa Pablo V le volvió a llamar a Roma para trabajar junto a él. Lo hizo con la responsabilidad de siempre. Llevó una vida de retiro y oración. Aún escribió varias obras, como «EL ARTE DEL BIEN MORIR». Lo puso en práctica el 17 de septiembre de 1621, en que entregó su alma a Dios.
San Lamberto
Nació en Maastrich, Holanda, y llegó a brillar en los campos de batalla, pero luego siguió la vocación que el Señor le inspiró y se ordenó sacerdote. Más tarde fue obispo de su ciudad natal, salvo un corto intermedio durante el cual la hostilidad de Ebroino, mayordomo del palacio, le obligó a retirarse a la abadía de Stavelot, en Bélgica. Allí vivió durante siete años tan humilde, obediente y fervoroso como un joven novicio.
Volvió a su diócesis de Maastritch a la muerte de Ebroino, donde gobernó con tinó y caridad. Tuvo un final trágico, pues fue asesinado en Leija por ladrones que buscaban los bienes de la Iglesia. Hubiera podido evitar su propia muerte, pero, como Cristo en Getsemaní, impidió que su escolta derramara sangre para defenderle. En el lugar de su martirio se construyó una iglesia, y Leija, que no era más que una aldea, se convirtió en una ciudad importante por el influjo de peregrinos. Hoy día, ciento cuarenta iglesias belgas llevan su nombre.
Santa Hildegarda von Bingen (1098-1179)
Es esta santa una de las mayores figuras femeninas de Occidente, y se puede apreaciar en ella la realidad de los carismas del Espíritu Santo: la contemplación y la anunciación profética.
A pesar de poseer una naturaleza tímida y enfermiza, aceptó la misión que le fue dada por Dios y exhortó al Papa, emperadores, reyes y clérigos a convertirse y rechazar las malas costumbres que habían aparecido sobre todo en las esferas religiosas.
Escribió varias obras de espiritualidad y de Teología, pero también tenía un gran conocimiento de plantas y hierbas medicinales y escribió dos libros sobre su naturaleza y su uso. Diariamente llegaban a las puertas del convento personas necesitadas y enfermos graves para que Hildegarda los aconsejara o los curara con sus medicinas y sus oraciones. El pueblo veía como una dádiva especial de amor de Dios el consejo personal y el auxilio dispensado por las manos de esta mujer, que también en su propio cuerpo sufría múltiples penas.