Lázaro resucita

Jesús es muy querido por Lázaro, Marta y María. La presencia del Señor es constante en aquella casa, incluso cuando no reside allí. Los tres hermanos se saben queridos por Nuestro Señor, pero una nube se interpone en este clima de amistad: la enfermedad de Lázaro. Todos sufren. Ponen los medios humanos para curarle, hasta que se hace patente que no es posible la sanación del enfermo. Es entonces cuando acuden a Jesús como el último remedio. No es impensable que cure a Lázaro, puede hacerlo y le quiere. Jesús no había hecho nada en los primeros pasos de la enfermedad, y cuando se revela con toda su fuerza la gravedad estaba lejos, escondido en un lugar desconocido para los judíos, pero no para Marta y María. Las dos hermanas, por encima de toda prudencia humana, envian a llamar a Jesús pesar del peligro con que es perseguido por los dirigentes de los judíos. Jesús soprendentemente retarda algo la subida a Betania, tan cercana a Jerusalén. No es el miedo el que le detiene, ni la falta de amor a Lázaro, sino la voluntad de hacer un signo extraordinario visible a toda Jerusalén cuando la Pascua estaba muy cercana. En este signo -la resurrección de Lázaro- tendrá gran importancia la presencia física de Nuestro Señor Jesucristo.

Al llegar a Betania Jesús dice a Marta: resucitará tu hermano. Marta interpreta sus palabras como un consuelo que la remite a la resurreción definitiva de todos los muertos. No piensa en una resurrección próxima cuando no ha llegado a curarle de la enfermedad, cosa mucho más fácil. Pero Jesús resucitó realmente a Lázaro poco después.

El encuentro con María contiene una mayor carga emotiva: Jesús cuando la vio llorando y que los judíos que la acompañaban también lloraban se estremeció en su interior, se conmovió y dijo: ¿Dónde le habéis puesto? Le contestaron: Señor, ven y lo verás. Jesús comenzó a llorar[83].

Vale la pena detenerse en estas reacciones de Jesús para intentar comprender la hondura de la psicología de Cristo. Jesús se conmueve al ver las lágrimas de María y la de los acompañantes. ¿Qué sucede a la mayoría de las personas cuando están presentes ante un dolor verdadero, que además les afecta en lo más íntimo? Se conmueven. Así le sucede a Jesús cuando ve las lágrimas de María y los que la consuelan. Esta conmoción de Jesús crece cuando le conducen al sepulcro. Ante la realidad del cuerpo sin vida de Lázaro oculto por la piedra del sepulcro lloró Jesús. El dolor y el amor se manifiestan externamente y los que le rodean dicen mirad como le amaba. La presencia física de Jesús en el lugar de la muerte del amigo, las manifestaciones de dolor de las hermanas y de otros amigos le conmueven de una manera extraordinaria y muy humana.

La presencia física hace externamente visible el amor a su amigo Lázaro. La presencia de amor y de fe de Jesús en aquella familia era grande, pero la presencia física lleva a que se exteriorice en lágrimas el amor de Jesús hacia sus amigos.

Las lágrimas de Jesús ante el amigo muerto nos ayudan a entender su presencia real en la Eucaristía. Jesús está realmente presente en el alma y el cuerpo de alguien comulga. No es lo mismo saber que alguien sufre, que verlo sufrir. No es lo mismo saber que un familiar está gravemente enfermo en cama, que estar al pie del lecho del dolor. No es lo mismo saber que un amigo ha muerto, que estar delante del cadáver. La presencia añade al amor una intensidad mucho mayor. Jesús tenía en Betania una presencia de fe y amor muy grande. Creen en El como Mesías y le quieren como amigo. Pero esta presencia de fe es menor que la presencia física. Cuando Jesús está presente con toda su humanidad se conmueve porque tiene un verdadero corazón humano. Por eso llora. Nosotros podemos mirar a Jesús ante el sepulcro de Lázaro y así entender algo mejor la importancia de la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Jesús quiere estar presente -también como Hombre- con todos los que le buscan. El amor busca la presencia. El amor busca la unión. Esta es la explicación más profunda de la Eucaristía. Dios es Amor y quiere estar con nosotros. Jesús es Dios y Hombre verdadero y quiere estar presente junto a los que quieren ser sus amigos. Quiere llorar con los que lloran, reir con los que ríen, consolar a los que tienen penas, dar vida a los que están débiles o enfermos. Esta es la razón última de la Eucaristía.

Jesús es tu Amigo.-El Amigo.- Con Corazón de carne como el tuyo.-con ojos, de mirar amabilísimo, que lloraron por Lázaro… -Y tanto como a Lázaro, te quiere a tí[84].

La razón se esfuerza por explicar este misterio de fe que es la Eucaristía y nos brida la noción de transubstanciación – conversión de la substancia del pan y del vino en la substancia del Cuerpo y la Sangre de Cristo unidos a su Alma y a su Divinidad-. Es un misterio de fe, pero porque es un misterio de amor. Se realiza en la Eucaristía una conversión milagrosa, que no captan los sentidos, ¿por qué? la razón está en el amor de Dios que quiere una unión de amor con cada hombre que acuda a la comunión.

"En orden a Cristo -escribe Santo Tomás de Aquino- no es lo mismo su ser natural que su ser sacramental"[85] Pero presencia no es menor en el sagrario que en el Cielo:Cristo, todo entero, está presente en su realidad física, aún corporalmente, aunque no del mismo modo como los cuerpos están en su lugar[86]. Es una presencia verdadera, real y substancial. Esta presencia -enseña Pablo VI- se llama real no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por antonomasia, ya que es substancial, ya que por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y Hombre, entero o íntegro"[87]. Muchos estudios sabios se han hecho sobre la realidad de la presencia de Jesús en la Eucaristía, pero son suficientes estos datos. Y sigamos nuestra meditación sobre ellos.

Decíamos que el amor busca la unión de los que se aman. Si el amor es mayor la unión deseada será más fuerte. El Amor divino busca ardientemente la máxima unión posible con el hombre, y del modo que le sea a éste más conveniente.

En Jesús podemos descubrir tres amores. Primero nos ama como Dios. El amor divino es infinito y eterno, a nosotros nos resulta imposible llegar a comprender tanto amor, aunque lo que vislumbramos por la fe, o por la razón, nos entusiasma y nos conmueve.

El segundo amor con que nos ama Jesús es el amor sobrenatural que infunde en su alma humana la gracia, esta gracia se llama en Jesús gracia de unión o hipostática, para nosotros que nos movemos en un nivel de experiencia muy natural nos resulta muy elevado, sólo pensar en los niveles de amor de los santos y de los mártires quedamos perplejos de los grados de heroicidad alcanzados por los que dejan que la gracia actúe en su interior, y ésta gracia era muy inferior a la que poseía Cristo. Si esto es así en los santos ¿qué será la gracia más alta en el alma humana de Jesús?. Es fácil inclinar la cabeza agradeciendo lo que se conoce y deseando lo que sólo se vislumbra.

Pero se da en Jesús un tercer amor que nos resulta más cercano: nos ama también como Hombre. Jesús es Perfecto Hombre, y ese amor se mueve más en el clima de nuestras experiencias.

Esos amores se manifiestan en Jesús en las lágrimas ante su amigo Lázaro. Jesús sabe como Dios y por la gracia que Lázaro está muerto, pero al estar presente con su cuerpo junto al sepulcro llora porque el sentimiento humano se conmueve ante lo que ve, oye y siente.

En la Eucaristía la presencia de Jesús es divina y humana, espiritual y corporal. Es lógico pensar que una unión tan fuerte -comunión la llamamos- sea ocasión de un amor mayor. Tras la comunión Jesús percibe también como Hombre las alegrías y las penas del comulgante. El que comulga puede expresar su intimidad de un modo insuperable a ese Jesús que le busca para sanarle, acompañarle y quererle.

Jesús había dicho a Marta: Yo soy la Resurrección y la Vida, el que cree en mí, aunque hubiera muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. Ahora ante Lázaro muerto hacía cuatro días va a realizar el milagro más sonado de su vida pública antes de la Pasión: Jesús dijo: quitad la piedra. Marta, la hermana del difunto, le dijo: Señor ya hiede, pues leva cuatro días. Le dijo Jesús: ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios? Quitaron entonces la piedra, Jesús levantando los ojos a lo alto, dijo: Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas, pero le he dicho por la multitud que está alrededor, para que crean que Tú me enviaste. Y después de decir esto, gritó con fuerte voz: ¡Lázaro, sal afuera! Y el que estaba muerto salió atado de pies y manos con vendas, y el rostro envuelto con un sudario. Jesús les dijo: desatadle y dejadle andar. Muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que hizo Jesús, creyeron en él[88].

Jesús realiza el milagro de la resurrección con su presencia y su palabra; su voz imperiosa y omnipotente sólo va precedida de una acción de gracias para fortalecer la fe de los presentes.¿Cómo no ver en esta resurección un indicio de lo que sucede en la Eucaristía?

La admiración ante el hecho sorprendente y milagroso de Lázaro ha de servir a los cristianos para acrecentar su vida espiritual: ¡oh memorial de la Pasión de Cristo,/oh pan vivo que al hombre das la vida/ concede que de ti viva mi alma/ y siempre saboree tus delicias. Así lo expresa una estrofa del Himno Adorote Devote elaborado por Santo Tomás de Aquino.

La resurrección de Lázaro sólo fue una vuelta a la vida mortal con todas sus inquietudes y preocupaciones,es una recuperación de la vida mortal para volver a morir. Pero en la Comunión eucarística se da al que comulga con fe y sin pecado mortal una vida eterna que le vivifica en su alma. Nos sorprenderíamos si pudieramos ver con los ojos de la carne los efectos de la Eucaristía en el alma.

Vale la pena considerar el valor de la presencia de Jesús en la Eucaristía pues es Amigo, el Amigo: vos autem dixi amicos, dice. Nos llama amigos y el fue quien dio el primer paso; nos amó primero. Sin embargo, no impone su cariño; lo ofrece. Lo muestra con el signo más claro de la amistad: nadie tiene amor más grande que el que entrega su vida por sus amigos. Era amigo de Lázaro y lloró por él, cuando lo vio muerto: y lo resucitó. Si nos ve fríos, desganados, quizá con la rigidez de una vida interior que se extingue, su llanto será para nosotros vida: Yo te lo mando, amigo mío, levántate y anda, sal fuera de esa vida estrecha, que no es vida. [89]


[83] Jn 11,33-35

[84] Camino n.422

[85] Santo Tomás de Aquino. III q.76 a.6

[86] Pablo VI Mysterium fidei

[87] ibid.

[88] Jn 11,39-45

[89] Beato Josemaría Escrivá. Es Cristo que pasa. n. 93

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4 comentarios

  1. creo que si pedimos revelacion al espiritu santo nos dariamos cuenta que jesus lloro por la incredulidad de la gente eso no quiere decir que jesus no amaba a lazaro nos podemos dar cuenta que jesus no fue en el momento que ellos lo pidieron porque el plan de DIOS era que el poder de DIOS se manifestara

  2. me emociona tanto amor de Cristo,la meditacion me hace sentir mas necesidad de comulgar continuamente con mi PADRE entregarme a el para resucitar dia a dia

  3. me emociona tanto amor de Cristo,la meditacion me hace sentir mas necesidad de comulgar continuamente con mi PADRE entregarme a el para resucitar dia a dia

  4. me emociona tanto amor de Cristo,la meditacion me hace sentir mas necesidad de comulgar continuamente con mi PADRE entregarme a el para resucitar dia a dia

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