LA CORRUPCIÓN Y LA CORRECTA EDUCACION MORAL.

Blanca Mijares.

Su Santidad Francisco califica a la corrupción como un pecado grave, es por eso que debemos cuestionarnos sobre el fenómeno de la corrupción y la correcta educación moral.

Aristóteles definía corrupción como el cambio sustancial o trasformación de una realidad “sustancia” en otra. Trasladando esta definición al ámbito antropológico y social, con éste término se ha pretendido explicar la degradación de la persona corrompida que, a su vez, corrompe a la sociedad en la que habita. Es un fenómeno que notamos tanto en los sistemas democráticos que no han podido garantizar los valores morales, ni el compromiso ético, en pro de la justicia, la igualdad, la solidaridad o la honestidad personal. Como en los sistemas totalitarios, que resultan ser en sí mismos corruptos por negarse a reconocer los derechos y dignidad de la persona humana.

En la sociedad actual primordialmente consumista, se idolatra al dinero y al poder en una forma exacerbadamente individualista y egoísta. Lo que propicia un ambiente idóneo para el soborno y otras formas de corrupción comunes entre gobernantes, políticos y profesionales con gran influencia social. Estamos ante un escenario desalentados porque la corrupción produce la desmoralización general de un país, siendo éste el mayor mal que se le puede infringir. Por esta razón, el inglés David Hume recomendaba que los legisladores establecieran sistemas de control y vigilancia a los agentes políticos. O el profesor Aranguren proponía una “vigilancia de la vigilancia”. ¿Pero es esta la solución?

Sabemos que la persona se degrada, se corrompe, cuando actúa de forma egoísta, persiguiendo objetivos beneficiosos solo para él, a costa de quien le rodea, en lugar de buscar el bien común. Desgraciadamente, teorías económicas como la de Adam Smith quien supone que el egoísmo lleva al bienestar de todos mediante una mano invisible que lo arregla todo y armoniza todos los intereses, se ha derivado una concepción del mundo donde el único criterio es el cuantitativo y en consecuencia, un estilo de vida insaciablemente consumista.

Si deseamos un sistema económico verdaderamente humano, necesitamos cambiar nuestra escala de valores y voltear del tener al ser. La propuesta gira alrededor de una concepción del mundo cuyo centro y foco orientador sea la dignidad, el bienestar y el desarrollo integral de todas las personas. Ya Emmanuel Mounier proponía una economía personalista: “La gran prueba del siglo XX será, sin duda, evitar la dictadura de los tecnócratas que tanto de derecha como de izquierda olvidan al hombre bajo la organización” (El personalismo, 1949). Ya estamos en el siglo XXI y a pesar de que numerosos documentos internacionales y la misma declaración de los Derechos Humanos hablan sobre el progreso y desarrollo social, o sobre la utilización del progreso científico y tecnológico en interés de la paz y en beneficio de la humanidad, no se ha logrado el deseado equilibrio armonioso entre el progreso científico, tecnológico y material y el adelanto intelectual, cultural y moral.

Una solución es procurar una educación moral que busque formar el carácter y personalidad, a fin de que la persona pueda emitir juicios y razonamientos morales en todas las circunstancias de su vida, independientemente de lo conflictivas que le resulten. Necesitamos ciudadanos maduros, capaces de actuar de manera autónoma y responsable. Personas auto-constituidas en morales.

El problema surge cuando analizamos los diversos modos en que los sistemas políticos han tratado en educar a sus ciudadanos para que se comporten “civilizadamente”. Vemos como una supuesta educación moral de “los ciudadanos egoístas” que busca implantar leyes punitivas que obligan a obedecer, sigue sin rescatar un auténtico interés por los demás que se siguen manifiestan como irrelevantes. Una supuesta educación moral centrada en el intercambio instrumental, sigue siendo individualista: doy para que me des. Una supuesta educación moral basada en los intereses de grupo, estos adquieren preferencia sobre las personas individuales y se cometen muchas injusticias por acomodamiento social. Una supuesta educación moral basada en la conciencia del deber con la sociedad, sigue sin rescatar el valor y dignidad de la persona humana. Una supuesta educación moral en la que obrar correctamente consiste en seguir unos valores básicos consensados entre los diversos códigos de los diversos grupos, sigue sin dar una respuesta a nuestra problemática ya que se desarrolla un espíritu cooperativo e impera el principio utilitarista de “el mayor bien para el mayor número”. Solo cuando se reconoce la dignidad humana de todo individuo y sus derechos es cuando se ha logrado una verdadera educación moral; solo desde esta perspectiva cobran sentido por ejemplo, el derecho a la vida, como base de los demás derechos, y las libertades básicas. Solo desde aquí la persona se reconoce y reconoce a los demás como merecedores de respeto y con iguales derechos.

Para mí la solución total, aunque parezca increíble para muchos, viene desde la Fe Católica y su llamada “Doctrina Social de la Iglesia”. Pues el principio fundamental de ésta Doctrina es el carácter personal y la dignidad del ser humano, que aunque es una verdad captable con el intelecto, sólo desde la Fe Cristiana se ve realzada por considerar a todo ser humano hijo de Dios. La dignidad particular de cada hombre y mujer, desde ésta perspectiva, le convierte en sujeto de unos derechos inalienables y de un comportamiento moral irrenunciable. Solo el hombre moral y virtuoso es aquel que practica libremente el bien.  Por lo tanto, es una visión de la persona que enriquece a la sociedad, porque personas que se empeñar en respetar y promover la dignidad de todo ser humano y que se empeñan en su perfeccionamiento personal, para los demás, no pueden más que provocar un ambiente social de justicia y paz.

Para quien le interese el tema recomiendo leer el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (2004), a cargo del Pontificio Consejo “Justicia y paz”, que sintetiza toda la Doctrina Social de la Iglesia. Les garantizo que se llevarán una agradable e iluminadora sorpresa.

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